Goodbye,
Columbus
¿QUÉ
HACER CUANDO LA REALIDAD SE VUELVE IRRECONOCIBLE?
Por
María Dolores Ara
Roth
nos cuenta el principio del fin desde su presente más álgido: no desde el
recuerdo tramposo o la reconstrucción inevitablemente manipulada por la
memoria. REUTERS/Eric Thayer/File Photo
Se
marchó el gran Phillip Roth, un mago, un genio y un crítico feroz del mundo
contemporáneo, principalmente, de la sociedad norteamericana. Y del rol de los
judíos dentro de ella. La Academia sueca nunca saldó su deuda con él.
Compartimos con ustedes el texto de María Dolores Ara sobre su primera novela
‘Goodbye Columbus’, publicada en 1960.
La
primera novela de Philip Roth, escrita a sus 23 años y premiada con el National
Book Award, elabora el retrato cáustico del inicio de la disolución de la
familia como pilar social, del individuo como ser confiable y transparente, de
la vida como un sistema sólido, y traza la primera línea del desencanto con que
la posmodernidad acusará a las postrimerías del siglo XX por corroer todo lo que
había sido apoyo y creencia firme, y destruirlo primorosamente ante nuestras
narices sin que pudiéramos evitarlo.
Muestra
la radiografía de ese comienzo, cuando la desintegración de los valores que
sostuvieron al siglo XX es apenas perceptible a olfatos muy agudos como el de
Neil —el narrador, protagonista— quien, desde su impotencia, al menos se da
cuenta de lo que ocurre sin tener la menor fuerza para detenerlo.
El
ambiente de judíos emigrantes en EEUU ha sido elegido por el autor como parte
indudable de su experiencia vital pero también por ser la familia judía un
enclave rígido y poco permeable al cambio que permite al lector comprender con
más acierto el tema de la destrucción de un mundo y la tímida (para los
sesenta) aparición de otra filosofía de la vida, cuyas paradojas nos pueden llevar
incluso a cuestionar si se trata de una filosofía nueva, o si se trata de una
vida que empieza
a
carecer, precisamente, de filosofía. La sociedad que retrata la novela tiene
como marca de fábrica la falsedad, la hipocresía, las apariencias encubridoras
que se van revelando con inusitada sutileza: el engaño es la ley; principalmente,
el auto-engaño. Nada ni nadie es lo que parece, empezando por la nariz operada de
Brenda y terminando por las relaciones intercambiables de odio-amor dentro del
seno de una familia que compite por todo. Por el poder, por la preferencia, por
el prestigio, por la conservación de los baluartes, por sostener la misma
estructura sempiternamente, para que no se vean las costuras mal hechas del
entramado interno.
La
perspectiva desde la cual está narrada la peripecia de los personajes es la
primera persona, encarnada por Neil Zuckerman, quien aparece como una mirada
(más que una voz) desenmascaradora de la realidad de los Patimkin. Neil pertenece
al estrato pobre de los judíos de Newark, mientras que la familia de Brenda
pertenece a los ricos: lo que parece que une (raza, religión) separa. Neil es
un elemento perturbador para la estructura familiar de los Patimkin: se dedica
a colocar en primer plano los temas tabú que se ocultan para vivir cómodamente.
La dosis de verdad con que Neil va minando las estructuras férreas de cada
miembro del clan se va haciendo insoportable hasta que termina por expulsarlo a
él del paraíso de cartón piedra que han construido. Es el narrador, entonces,
el que va minando la intimidad corrompida del entorno para ponerla al
descubierto sin hacer evidentes juicios de valor: huele a podrido y nos va
abriendo la puerta para que el olor nos llegue rápidamente.
La
configuración de este narrador incluye su propia indefensión ante el desgaste
moral y social que lo acompaña: exige sin exigirse, desnuda sin desnudarse,
juega al juego con las armas que le han
tocado pero logra distanciarse del choque entre egos inflados que no dejan
paso a nada auténtico ni constructivo.
El
estilo narrativo se concentra en reproducir con enorme efectividad diálogos de
guión teatral que dramatizan con dinamismo y agilidad los acontecimientos y
subrayan la idea de que todo lo que ocurre es una representación y estamos
frente a personajes recitando un guión, desesperadamente, ante la idea
amenazadora de que se acabe la obra o les cambien las señas.
El
acto heroico del narrador-personaje consiste en proteger a un chico negro que
lee un libro sobre Gaugin en la biblioteca pública donde trabaja. Este
muchachito introduce lo insólito en el entorno moralmente desgastado.
Rrepresenta lo impropio para el mundo estructurado que empieza a sucumbi , el
choque de lo que estaba afuera y se cuela dentro de la vida estrictamente armada
que no lo deja pasar.
Brenda
y el niño negro que siente pasión por los cuadros de Gaugin son dos mundos que coexisten
sin entenderse y cuyo punto en común es la postura vital del narrador que,
ilusamente piensa, en principio, que puede servirle a ambos y servirse de ambos
para crear sentido dentro y fuera de sí, pero que termina por comprender que no
es posible: las representaciones son excluyentes. El hombre blanco, mayor, que
quiere sacar el libro de la biblioteca es el poder sacramentado que quiere
seguirlo siendo. Cuando Neil lo desplaza y encubre al chico perpetra su acción
rebelde mínima, esa sí, plena de sentido.
El
centro de la historia lo ocupa la relación de Brenda y Neil: el espacio
afectivo, pseudo amoroso donde se concentra la mayor dosis de paradoja,
contradicción y engaño. Donde la lucha por el poder se encubre de mil maneras
amables, donde el juego es más cruel y desastroso. Ella juega y cree que no; el
no juega y cree que sí. Y viceversa. Sea como sea, el resultado es que se
reduce el valor de lo que hasta entonces se consideraba sagrado y eso nos
termina reduciendo. Perdemos humanidad y ser en este homenaje al vacío que se
perpetra diariamente. La lista de lugares comunes que estallan frente al lector
como verificación de que la realidad se hace irreconocible debajo de la
filosofía barata que la empaña, empieza por la boda de Ron y Harriet, pasa por
el mundo empresarial del Sr. Patimkin y termina en la hiperlúcida escena del
diafragma que deja al descubierto el trágico final del juego.
Pero
la cumbre del malentendido esencial con que se vive esta mala vida barata es el
rendido homenaje con que Ron reverencia al himno de su universidad, que da
título a la novela: Good Bye
Columbus (1960).
Habla de lo trivial magnificado, de la aparición de nuevos cultos, de altares
que presiden deidades falsas pero convenientes. Se le dice adiós a un mundo
fracturado que ha dejado de sostener verdades y que se alía con paso rápido y
firme a todas las mentiras posibles, y hasta las imposibles.
Pensar
que estamos ante un escritor amateur inusitadamente joven que logró captar el
origen de la devastación posterior de nuestra cultura en sus aspectos
esenciales, resulta más que admirable.
Roth
nos cuenta el principio del fin desde su presente más álgido: no desde el
recuerdo tramposo, o la reconstrucción inevitablemente manipulada por la
memoria. Nos lo cuenta desde el testigo que levanta una crónica viva de su
tropiezo con lo que deja de ser como es y no sabe ni puede prever cómo será
después de no ser. Nosotros sí sabemos el final… 50 años después. Roth también,
y nos lo hace saber en los demás libros en los que N. Zucherman se convierte en
un escritor: destino inevitable del cronista estupefacto ante la mutación
camaleónica de su tiempo.
“Venezuela no nació a la intemperie”
Discurso de orden en la Sesión Solemne
de la Asamblea Nacional por el 207 aniversario de la Declaración de la Independencia. 5 de Julio del 2018
Edgardo Mondolfi Gudat
Quisiera
dedicar este discurso a la memoria de dos grandes venezolanos: don Simón
Alberto
Consalvi
y don Humberto Njaim, ambos académicos, y a quienes les debo inapreciables enseñanzas.
I
Aparte
de lo profundamente agradecido que me siento por el privilegio que se me ha
otorgado, debo poner de relieve cuánto me honra, pese a la hora menguada en que
me toca hacerlo, hablar ante una Asamblea Nacional que ha sido producto de una
preferencia electoral auténtica. Aplomo no les ha faltado, en medio de tantos
atolladeros, a los diputados que aquí, en esta Cámara, continúan haciendo vida;
ni tampoco les ha faltado determinación a la hora de levantar su voz en resuelta
actitud de denuncia. Mucho menos se han visto amilanados a la hora de cumplir
con sus tareas como legisladores, pese a amenazas, desaires o desplantes.
Por
si fuera poco el tamaño del compromiso que tengo de hablarles hoy, desde esta
tribuna, me toca la singularidad de hacerlo a partir de un cambio de escenario.
Un cambio dictado, como es sabido por todos, debido a la circunstancia de que
la llamada “Asamblea Nacional Constituyente” prácticamente se adueñara del
Hemiciclo Protocolar de este Palacio Federal Legislativo. Desde que, en 1936,
se celebrara, por primera vez esta Sesión Especial con motivo del Aniversario
de la Declaración de Independencia, ningún discurso de cuantos tuvieran lugar a
propósito de tal conmemoración dejó de pronunciarse en el Hemiciclo Protocolar.
No hablo, desde luego, de aquellos casos en que esta ceremonia se vio
interrumpida por períodos de facto, donde no hubo Congreso. Por tanto, se trata
de la primera vez que así ocurre. Pero es un cambio de escenario que no
disminuye en nada la dignidad ni la calidad de este acto. Tal vez,
curiosamente, lo favorezca.
Lo
digo si se piensa que, después de todo, fue en esta Cámara donde se libraron,
durante buena parte del siglo XX, los grandes debates históricos que le
concernían al país.
II
Innumerables
han sido las recomendaciones formuladas con sensatez por esta Asamblea Nacional,
pese a que hayan sido desatendidas. Innumerables han sido también los empeños
por atajar el dudoso carácter legal que el Tribunal Supremo de Justicia,
taquilla de recepción de la mera voluntad del Ejecutivo, ha pretendido
conferirle a muchas decisiones y operaciones financieras promovidas por el
Gobierno. Innumerables y valiosos han sido también los debates que se han
registrado aquí, desde el año 2016, en procura de elaborar una serie de leyes
que, si bien han caído también en oídos sordos, sirven de importante reserva
para el futuro. Para el futuro que nos merecemos y que llegará.
De
hecho, sólo a primera vista, podría pensarse que a esta Asamblea le ha tocado
actuar como aquel griego loco del cual hablara Bolívar, quien pretendía dirigir
desde lo alto de una roca los buques que entraban a puerto. En realidad, esta
Asamblea –y sus decisiones- han sido un auténtico quebradero de cabeza para
quienes han intentado sustituirla mediante un dudoso y cuestionable artificio.
Aún
más, frente a un gobierno que ha construido toda su política sobre la base de
negar la realidad, o que les ha impuesto una dieta de sangre a sus propios
conciudadanos y la dieta del acero a los disidentes, las denuncias formuladas
por esta Asamblea, sus consejos y recomendaciones, no han obrado como una
sombra intrascendente que se proyecte desde lo alto de una roca. Para prueba
está, por ejemplo, cómo esta Asamblea ha sabido ganarse el oído de un entorno
internacional –y, especialmente, regional– revitalizado y cada vez más sensible
al padecimiento de los venezolanos.
Ni
qué decir tiene la forma en que esta Asamblea ha contribuido a recabar
evidencias y sustanciar el caso de innumerables venezolanos detenidos y
privados de libertad de manera arbitraria por un sistema fundado en claros
indicios de terrorismo judicial. Ni qué decir cuando se habla del coraje que ha
exhibido esta Asamblea, teniendo en cuenta la forma en que algunos de sus
miembros se han visto forzados a mantenerse fuera del país o que otros hayan
sido desaforados y sometidos a los más oprobiosos procesos y tratos carcelarios
que se conozcan en violación de la investidura que corresponde al ejercicio de
su representación como diputados nacionales. Quisiera, en tal sentido, saludar
a los diputados Gilber Caro y Renzo Prieto, quienes son precisamente ejemplos de
tal coraje.
A
fin de cuentas, esta Asamblea no es un Mar Muerto; por tanto, se me dificulta
pensar que haya desperdiciado su tiempo intentando buscarle salidas al
laberinto en el cual nos hallamos trágicamente atrapados.
III
Decía
que me tocaba hablar en una hora menguada. Una hora que el Gobierno ha querido enaltecer
como un acto de heroísmo contra la llamada guerra económica o sustentándose en
la muy curiosa filosofía del “vivir viviendo”. En realidad, partiendo de esa
afición del Gobierno por el empleo del gerundio, pero extremando las cosas
hasta el punto de la paradoja y el delirio, podría afirmarse que la traducción
más cabal y tangible de ese eslogan es que los venezolanos “viven muriendo” a
causa de los innumerables desgarres cotidianos. La atinada forma de describir
el drama venezolano con estas palabras se la debo al valiente historiador José
Alberto Olivar.
Hablo
de una hora en la cual, cada treinta segundos, se dispara una ruleta rusa, como
ha querido sintetizarlo, en rotunda frase, el curtido escritor y periodista
Ramón Hernández. Una ruleta rusa –agregaría yo– que, cuando no se dispara en el
caso de un hijo de barrio a quien acribillan para arrebatarle un teléfono
celular o un par de zapatos, lo hace en el caso de quien muere en un hospital
por falta de reactivos o de otros insumos básicos. En otras palabras: hablamos
de una ruleta que dispara de forma implacable contra nuestros mínimos derechos
ciudadanos.
Estamos
en presencia de un gobierno que ha puesto de moda el “bachaquerismo” como
sustituto de la ética del trabajo, que es precisamente lo que le da sustento a
la experiencia de ser ciudadano. Estamos en presencia de un gobierno que
estimula, a falta de trabajo productivo, que la sociedad bordeé o sucumba al
delito. Estamos en presencia de un gobierno al cual, luego de anunciar a
los cuatro vientos, y de forma reiterada y jactanciosa, una política de
soberanía alimentaria, no le ha quedado otro recurso que depender del exterior
para casi todo cuanto consumimos y que, para colmo, ha sido muchas veces
incapaz de evitar que esa misma comida, de dudosa procedencia e importada bajo
cuestionables condiciones, termine pudriéndose en los muelles.
Insisto:
hablamos de una hora menguada, caracterizada por una aterradora escasez de
alimentos o gobernada por la imagen, mucho más aterradora aún, de quienes deben
revolver entre la basura en procura de conseguir un mínimo e indigno sustento.
Todo esto halla soporte, además, en el empeño del Gobierno por construir –y la
sola idea es insólita para quien crea en una democracia social y de bienestar–
dos, tres, diez países distintos dentro de un mismo país; o, dicho de otro modo,
dos, tres o diez categorías distintas de ciudadanos, desde el que disfruta de
acceso a dólares preferenciales hasta el que debe penar por conseguir un
billete de limitada circulación.
Todo
esto sin perder de vista tampoco, frente a la captación de renta como única
locomotora capaz de darle piso al Gobierno dentro de su declinante popularidad,
la aparición del nuevo cordón rentístico que significa el llamado Arco Minero del
Orinoco, con todas las pavorosas implicaciones de degradación que quepa
imaginar, tanto en perjuicio de las comunidades que allí habitan como del
delicado balance ecológico de la región amazónica.
Horas
menguadas han existido –y muchas– en la historia del país, y todas de distinto
signo y con su particular connotación trágica. En otras palabras, Venezuela ha
vivido más de una vez en el vértigo de una crisis. Pero quienes me conocen me
han escuchado repetir mil veces esta misma expresión: “la República no se
acaba”. No lo digo procurando hallar en ello un consuelo vano o tonto sino, más
bien, para poner de bulto que el país ha sabido salir de tales crisis y
trazarse nuevos derroteros.
Precisamente,
la conmemoración que hoy nos congrega tiene por objeto reafirmar cómo, también en
una hora menguada, como lo supuso la crisis que experimentara el mundo
hispánico al dislocarse las instancias de poder de la Monarquía, la sociedad
venezolana no sólo se empeñó en concebir un futuro a partir de 1811 sino que lo
hizo a despecho de las más descomunales adversidades.
IV
En
el afán por construir una épica permanente, algunas voces del oficialismo han
gustado repetir una frase de Bolívar según la cual Venezuela nació en un
campamento. Por desgracia, y con todo respeto hacia el proponente de la frase,
semejante juicio es discutible a la luz de nuevos –y no tan nuevos– debates
historiográficos. Por desgracia también, en este caso, Bolívar no es el
intérprete más imparcial de esa experiencia puesto que sus propios reveses lo hicieron
desmerecer de todo cuanto significara la actuación del Congreso de 1811 y, en
general, de la República que apenas sobreviviría hasta julio del año siguiente.
Por
todos es conocido que la dureza con que Bolívar se refirió a ese Congreso y a
esa República, más todo el pasado inmediato que le incomodaba a raíz de su
actuación en tal contexto, se hizo cargo de generar una opinión totalmente
desfavorable de la experiencia republicana del bienio 11- 12, la cual terminó
hallando soporte, además, dentro de una larguísima tradición.
Repito:
si alguien quiso cargar contra la breve experiencia republicana de 1811-1812
(porque, con ella, se fueron también algunas de sus tempranas desventuras
personales) fue Bolívar. Basta revisar su Manifiesto de Cartagena para apreciar
cómo, a su juicio, no había nada digno de encomio ni, por tanto, nada que
mereciera quedar en pie de aquel experimento.
Al
desmerecer de ese ensayo de los años 11 y 12, Bolívar puso distancia frente a
varias cosas a la vez. Puso distancia, por ejemplo, frente a las voces que
clamaban por las legítimas aspiraciones del país de tierra adentro, tal como
quedó expresado en los debates del Congreso Constituyente en procura de
edificar un sistema legítimamente federal que estuviese a salvo de lo que los
propios diputados llamaran el riesgo de la usurpación y del despotismo por
parte de la Provincia de Caracas dado el descomunal tamaño de su territorio y
el peso de su representación (valga recordar que Caracas, por sí sola, tenía 24
de los 44 diputados presentes en el Congreso del año 11).
Si
hubo algo más ante lo cual Bolívar tomó distancia, con base en su lapidaria
condena, fue del rico debate planteado por los diputados de 1811 en torno a una
variedad de temas caros al firmamento republicano y a los cuales tildó de
divagaciones a cargo de “filósofos” (“Tuvimos filósofos por legisladores”, dirá
Bolívar literalmente).También tomó distancia, al menos por un tiempo (aunque
luego volviera sobre sus pasos una vez más), frente a las virtudes de la alternabilidad
que de tanto empeño requirió para que tal principio le sirviera de sustento a
los acuerdos del año 11.
De
modo que Bolívar tuvo sus razones para desmerecer de la experiencia de los años
1811 y 1812; y fue por ello también que, en algún momento, dejó estampada la
frase según la cual “Venezuela nació en un campamento”. Pero quede claro lo
siguiente: una cosa es lo que haya dicho Bolívar y, otra, muy distinta, la
manera interesada con que ha querido emplearse la frase en cuestión, bien a los
efectos de querer darle realce a la épica frente a lo cotidiano o, bien -lo
cual, dentro de su intencionalidad, es mucho más delicado-, con el objeto de
conferirle un carácter militar al origen de la República.
Porque
lo cierto del caso, más allá de esta frase y de su efectividad como afilada
arma propagandística, es que Venezuela no nació entre los rescoldos de una
fogata ni fue engendrada a orillas de un campamento armado. La República no
nació a la intemperie ni con la vocación de ser provisoria.
En
realidad, la Venezuela que nació en 1811 lo hizo entre las paredes del
civilismo. De hecho, como lo sostiene el politólogo Luis Alberto Buttó, la
Declaración de Independencia que celebramos hoy, y la consecuente creación de
la República prevaleciente hasta nuestra contemporaneidad fue, por donde se le
mire, un proceso gestado en y desarrollado por el mundo civil. Aún más, la biografía
de la mayoría de los firmantes de aquel documento matriz de nuestro origen
autónomo, política y administrativamente hablando, pone de relieve su
pertenencia al ámbito civil. En este sentido –y cabe subrayarlo– el aspecto
militar de la independencia constituye un fenómeno histórico concreto y bien
diferenciado y, como tal, debe ser atendido.
Existen,
de paso, otros datos que merecen traerse a colación con el fin de valorar la
catadura civil de ese primer Constituyente venezolano: de sus 44 diputados, el
65% había pasado por las aulas universitarias, instruidos casi todos como
juristas, canonistas o abogados. Dentro de ese 65%, diez de ellos habían
ejercido cátedras en la Universidad de Caracas, en el Real Colegio de Mérida o
en la Escuela de Latinidad de Cumaná. Esto quiere decir que, en orden de
importancia numérica, seguían de lejos aquellos otros diputados provenientes
del mundo de las milicias regladas.
Dos
cosas más podrían agregarse y que, incluso, van más allá de la catadura civil
de la mayoría de sus integrantes. Me refiero al hecho de que, por un lado, ese
Congreso constituyera –como lo calificara la Gaceta de Caracas– “las primeras
Cortes que ha visto la América”, es decir, la primera representación plural
convocada a tal efecto en la América española. Lo segundo, es que las elecciones
de 1810 –me refiero a las elecciones que se efectuaron para conformar dicha asamblea–
fueron las primeras elecciones para diputados celebradas en la América del Sur,
todo ello con arreglo al reglamento que fuese redactado a tal fin por Juan
Germán Roscio.
Aquí
y hoy, 207 años más tarde, no conmemoramos que ese Congreso se haya instalado
el 2 de marzo de 1811 haciendo que sus miembros prestasen juramento de
defender, frente al Evangelio, los derechos de Fernando VII. (No en vano –y
resulta preciso recordarlo– ese cuerpo se erigió bajo el nombre de “Congreso
Conservador de los derechos de Fernando VII”). Conmemoramos más bien el acto de
ruptura absoluta con la Regencia española ocurrido casi cinco meses más tarde
y, todo ello, por razones que resultaría muy largo detallar desde esta tribuna.
Baste
decir, a los efectos de lo que aquí interesa destacar, que muchas mudanzas
operaron en el ánimo de aquellos diputados que se vieron llevados a adoptar
tamaña declaración, todo lo cual está fielmente recogido en las actas que se
conservan de las semanas –e incluso meses- previos al 5 de julio de 1811. El
dato por sí solo es revelador: a la declaración que expresara la ruptura total
con el antiguo pacto de vasallaje no se arribó por obra de una reacción
intempestiva sino que siguió el derrotero de una decisión razonada, producto de
la deliberación intelectual de ese Congreso Constituyente.
Por
tanto, cabe subrayar lo siguiente: esos diputados hicieron mucho más por salvar
la distancia que mediaba entre la teoría y la realidad de lo que permite
suponerlo el crédito que les confiriera Bolívar. Así lo testifica la riqueza de
los debates librados al interior del Congreso de 1811, tal como queda reflejado
en sus actas.
Hablemos,
por caso, de los planteamientos federalistas registrados durante tales debates.
Quienes luego criticaron a ese Congreso sostendrán que se consultó en exceso el
arreglo federal de los Estados Unidos y que, en este sentido, no se trató más
que de una pueril imitación de tal experiencia. Eso no es tan cierto; se
consultó también –y mucho- para tal fin la tradición hispánica, cuyo núcleo
esencial era el Municipio.
Algo,
sin embargo, quedó de tales rescoldos; a fin de cuentas, ese anhelado
sentimiento federal, ese respeto por los fueros provinciales, esas aspiraciones
regionales de autonomía, será de las muchas cosas que intentarán revitalizarse
más tarde, en distintas oportunidades, hasta alcanzar, sin duda, su punto
culminante al darse la transferencia de competencias a los estados en el marco de
las reformas promovidas, en la década de 1980, por la Comisión para la
Reforma del Estado (COPRE), es decir –tal y como claramente puede apreciarse,
un buen tramo después de haberse iniciado nuestra andadura republicana.
Por
cierto, cabe hablar aquí, en breve aparte, de quien fuera su estratega más
singular, el historiador y ex Presidente de la República, Ramón J. Velásquez,
quien sólo por ello merece nuestro más obligado recuerdo.
Velásquez
se esmeró en impulsar tales reformas en el contexto de una democracia que no
tenía vocación por el suicidio sino la voluntad de autocorregirse, todo ello
pese a las voces agoreras que clamaban por una solución salvífica y con la
temperatura de la anti-política ardiendo a más de 100 grados centígrados en
todo el territorio nacional.
De
cualquier modo, y para concluir con esta pequeña digresión, sobra decir cuán
penosamente hemos desandado el camino de esa sana conquista, vaciando de
potestades y presupuestos a las regiones, y decretando la reversión de
competencias al Gobierno central.
Volviendo
de nuevo al tema que nos convoca, no puedo hablar del Congreso de 1811 sin
verme ante la tentación de decir algo acerca de Francisco de Miranda, así sea
brevemente y, desde luego, sin demeritar de la actuación de muchos de sus
pares. Hablamos de quien sería electo diputado por el distrito de El Pao y,
para más señas, quien fuera escogido muy a última hora para ejercer dicha
representación. Ignoro si, aparte de estos dos datos, ronde alguna otra ironía
capaz de hincar sus dientes con tanta saña si tomamos en cuenta la amplia
trayectoria que Miranda ya traía a sus espaldas.
Pues
bien: dentro del clima de aprensiones que se fue construyendo desde su regreso
a Caracas, en diciembre de 1810, al diputado por El Pao se le motejó de
“jacobino”. Esa imputación, en efecto, se le atribuyó reiteradas veces.
En ella estaban presentes las naturales suspicacias y reservas que despertara
su actuación en la Revolución francesa.
Ahora
bien, si Miranda fue jacobino, lo fue sólo en el sentido de que era
republicano. De resto, Miranda no tenía mucho –por no decir nada- de
jacobinismo. Detestaba el terror como instrumento político. Y tampoco concibió
que el camino al poder debía construirse sobre la sangre de sus conciudadanos.
De hecho, Miranda vio con mucho recelo lo que significaba someter por medio de los
mecanismos de la violencia a aquellas provincias y distritos que no se
habían visto conformes con el desconocimiento de la Regencia española, a la
cual pretendían permanecer apegados, o con lo actuado por el Congreso Federal a
partir de 1811.
Algo
dije ya al respecto al referirme al tema de los fueros provinciales; pero
precisa tener claro el punto: el primer Congreso General de Venezuela, que se
instaló humildemente en la casa del Conde de San Javier, actuó dentro de una
serie de restricciones, limitaciones y prejuicios que sólo serían resueltos en
el futuro y, en algunos casos, luego de un futuro muy largo si pensamos en lo que
presupuso, por ejemplo, la ampliación de la franquicia electoral, objetivo que
sólo sería plenamente satisfecho a partir de 1946. Lo importante es que, de ese
Congreso, salió el gobierno republicano –el que aún nos rige-, bien que temas
como la pervivencia de una religión oficial, un régimen de sufragio
excesivamente limitado, el soslayo casi absoluto de la cuestión económica, el régimen
de tierras, el régimen de esclavitud o la igualdad de los pardos, quedasen
librados –como se ha dicho- a fin de ser resueltos en el futuro.
En
todo caso perviven, aunque no en su totalidad, las Actas del Congreso del año
11, las cuales sirven todavía como riquísima fuente para la comprensión de las
complejidades que entrañara ese proceso. Allí, entre esos papeles (editados en
dos oportunidades por la Academia Nacional de la Historia, en 1959 y en fecha
tan reciente como el 2011, con un estudio introductorio a cargo de la académica
Carole Leal) están las pistas relativas al quehacer, los debates y las
concepciones encontradas que se suscitaron en torno a numerosos temas. De igual
modo, de esas actas se desprende la certeza y la voz firme con que hablaron
muchos de los diputados; pero también, de esas actas, quedan en evidencia las
inquietudes y los temores, puesto que ninguno de ellos se sentía ajeno a los
peligros de lo que se estaba actuando ni al dramático trance que entrañaba semejante
rebelión.
Su
lectura demuestra, además, que no se trató de un acto -el de la ruptura- que
dejara de plantearse con dudas y dolores ante las resistencias que, como ya se
ha dicho, exhibían las provincias desafectas a ese Congreso. Existe, por
cierto, en tal sentido, un detalle conmovedor que se trasluce de las actas y
que habla precisamente del clima de violencia que ya venía prefigurando el
enfrentamiento con esos otros venezolanos que, por sus propias razones, se
mantenían fieles a la Regencia española.
El
detalle en cuestión tiene que ver con el diputado Gabriel de Ponte, a quien una
herida de guerra lo había inhabilitado para firmar el Acta de Declaración de
Independencia. Se trata apenas de una acotación técnica del secretario y corre
así: “Por haber quedado impedido de firmar a causa de la herida que recibió en
la jornada de Valencia, el señor Ponte no pudo hacerlo al pasar al libro la presente
acta”.
Por
cierto, vale decir algo respecto a tal fuente puesto que el Libro de Actas que
se conserva en el Salón Elíptico de este Palacio Federal Legislativo, y que
forma parte central de esta conmemoración, estuvo extraviado durante casi un
siglo, hasta 1907. Sobrevivió, aunque incompleto,
por obra de una circunstancia fortuita. El importante hallazgo ocurrió en
Valencia, dada la circunstancia de que los poderes públicos debieron trasladarse
a esa ciudad, decretada Capital Federal a inicios de 1812, en momentos en los
cuales la República ya se hallaba haciendo aguas por varios costados.
Son,
en todo caso, los documentos comprobatorios de esa actividad legislativa, si
bien sólo apenas algunos de los cuadernos lograron ser recuperados. Pese a que,
entre otras cosas, esté ausente de allí el juramento tributado a Fernando VII
(cuando el Congreso fue instalado en marzo) y, aún más, pese a que los
discursos de los diputados en ocasiones no sean más que escuetos resúmenes
redactados por el secretario, es mucho lo que esas actas son capaces de revelar
aún en cuanto a la riqueza de pormenores.
Del
total de sesiones están disponibles 268 actas; pero existe otra cosa que merece
destacarse. Aun cuando la pérdida de cierto número de actas dejara un vacío,
algunos de tales vacíos han podido subsanarse gracias al hecho de que la prensa
de la época –especialmente el Publicista de
Venezuela,
órgano informativo del Congreso– reprodujo buena parte de las sesiones,
discusiones, decretos, leyes, declaraciones y oficios emanados del primer
Constituyente. Si nacimos entre y como civiles, también vale acotar que nacimos
gracias a la prensa.
No
exagero al decir que, para las fechas próximas al 5 de julio de 1811, la prensa
habría de ser esencial a la actuación de los diputados. Sorprende, por su
extensión, la lista de periódicos, hojas sueltas y folletos que circularon
durante aquellos días, muchos de los cuales aún se conservan.
Más
sorprendente aún resulta reparar en la estrategia orientadora y el soporte que
aquellos órganos publicitarios fueron capaces de brindarle a la decisión tomada
por los diputados, de forma casi unánime, a favor de la Independencia absoluta.
Por
tanto, a partir de julio de ese año 11, nacimos libres; nacimos civiles;
dejamos de ser vasallos para nacer como ciudadanos; nacimos con prensa: todo
ese sedimento aún pervive en nosotros.
Se
trató desde luego, y como no podía ser de otro modo, de una República que
inició su andadura en medio de terribles dificultades, dudas y contradicciones.
Esa hora fundacional fue todo menos una Arcadia: se arrancó con tropiezos y,
quizá, los peores tropiezos de todos fueran consecuencia de la guerra que
comenzaba a hacerse sentir no muy lejos del vecindario de Caracas. Pero otros tropiezos
se dieron por efecto de excesos indebidos, producto muchos ellos de la novedad
de la hora.
Con
todo y errores, con todo e impericias, con todo y la necesidad de navegar a
tientas frente a temas casi intratables, fue el Congreso General de 1811 el que
concibió la República como la única forma posible para la convivencia en
libertad dentro del sentido moderno que aún puede conferírsele al término. Su
importancia radica, para decirlo en palabras de Luis Castro Leiva, y citadas
por Carole Leal, en el hecho de haber sido ése nuestro proceso de legitimación fundamental.
V
Hablo,
como ya lo dije, en una hora menguada, una hora pavorosa, una hora llena de
rabia, decepción y tristeza. Qué duda cabe de ello: basta con echarle una
mirada a nuestros entornos más cotidianos para comprobarlo. Pero, a partir de
tales sentimientos –rabia, tristeza, decepción–, también me cabe decir una
cosa: me resisto a creer que nos veamos desprovistos de futuro. Aún más: me
niego a creer que nuestro futuro siga siendo administrado por la desesperanza o
que continúe sirviéndole de domicilio a la barbarie.
Hablo
como escritor. Hablo como quien cree en la práctica cabal del civismo; hablo
como quien lo hace a favor del derecho de poder ejercer, sin cortapisas, todo cuanto
implica la seria esfera de compromiso y responsabilidad que supone ser
ciudadano.
Hablo
como adversario frontal de la idea de que sigamos viéndonos supeditados al
ánimo con que este régimen ha querido apartar de su vista –como si tal cosa no
existiera- una oposición activa, tenaz y voluminosa, confundida o desorientada
a ratos, pero dispuesta a seguir actuando pese a los desparpajos y artilugios
con que pretende pervertirse la conciencia democrática del venezolano, pese al
empeño por limitar sus posibilidades de participación y pese al afán, gracias
al arsenal disuasivo con que se cuenta desde el poder, de torcer su voluntad
electoral.
Por
suerte, nos asisten en este sentido profundos sedimentos; por suerte, en este
sentido, logramos construir, durante muchos años, un reservorio de pedagogía
democrática y de gimnasia ciudadana. Ése, y no otro, ha sido el más formidable
escollo con que han tropezado quienes, hoy por hoy, ejercen la des-gerencia del
poder.
A
propósito de esto último, cabe decir otra cosa que también hace que hablar del
Congreso de 1811 no pierda lo sustantivo y cobre pertinencia en los tiempos que
corren. De ese mismo Congreso salió nuestra primera Constitución, sancionada en
diciembre de 1811. Pues bien, ya que hablamos en esta hora menguada, y a
propósito de los desafíos que aún debemos sortear, estemos atentos a lo
siguiente: la Constitución de 1999, no muy diferente de cualquier constitución inscrita
dentro de la tradición democrática y social-liberal, es la que nos rige a
todos.
En
tal sentido, la arbitrariedad consumada puede hacer que, más temprano que tarde
–y quizá, incluso, muy pronto–, se nos pretenda imponer una Constitución
sustituta. Si tal es el caso, aceptemos con todo coraje el desafío, a partir de
nuestro más aguerrido espíritu ciudadano y democrático, para exigir, desde
todos los espacios en los cuales actuamos, que cualquier alternativa fraguada a
la medida y capricho de quienes detentan el poder sea obligatoria y popularmente
refrendada, haciendo bueno para ello el derecho que nos asiste conforme a
nuestra legalidad constitucional.
Tengo
fe en el porvenir. Lo tengo sobre la base de que, lo que sobrevive del elenco
dirigente –los mismos que se reciclan a cada tanto entre gobernaciones y
gabinetes ministeriales– son sus elementos estructuralmente no democráticos.
Tengo fe en el porvenir porque existe afuera, en la calle, un país que alguna
vez apoyó el proyecto iniciado en 1998, pero que apenas puede respirar esperando
respuestas, sometido a idénticas vejaciones.
Me
niego a creer que nuestro futuro sea el país de hoy en el cual todo se revende,
donde todo se recicla, donde todo se permuta o donde poco –o casi nada– se
produce. Me sublevo ante la impostura según la cual existen los imperialismos
malos y los imperialismos buenos, siendo el caso que estos últimos tienden a
estimular, en lo que a este régimen se refiere, una abyecta dependencia
armamentista o –cuando no– que, sobre la base de leoninas operaciones de
crédito, se multiplique la salvaje tendencia de endeudar al país hasta los
tuétanos. Ni qué decir tiene la política petrolera: ni siquiera el taciturno
régimen de Juan Vicente Gómez fue, en sus mejores momentos, tan complaciente y
entreguista en esa materia.
Por
si acaso quedase lugar a las dudas, no creo que exista quien, al menos
sensatamente hablando, apueste a construir un futuro poniendo en práctica, a
tales efectos, alguna clase de ánimo restaurador. Al menos no seré yo quien
vaya a decir algo similar a lo que exclamara en 1812 el Comisionado de la
Regencia, Pedro de Urquinaona y Pardo. Justamente, al alabar el pasado inmediato,
Urquinaona afirmaba que, a la vista de los sobresaltos ocurridos con motivo de
la ruptura proclamada por el Congreso en 1811, los vecinos suspiraban “por la
antigua y conocida forma de gobierno en que nunca se habían experimentado
(tales) vejaciones”.
Pero
tampoco seré yo quien venga a escamotear los logros –pese a sus limitaciones,
falencias, contradicciones o expectativas fallidas– que arrojó ese pasado que
nos permitió construir, durante más de medio siglo, una tradición
liberal-democrática y, especialmente, alternativa, sobre la cual se sustenta
precisamente ese reservorio de ciudadanía que le sirve de obstáculo a la
intrepidez con que este régimen ha querido apuntalar sus pretensiones vitalicias
y hereditarias.
En
este sentido quisiera rescatar algo que escribiera recientemente el académico
Diego Bautista
Urbaneja.
Sostiene Urbaneja que, con frecuencia, el discurso más crítico durante estos
últimos años ha tendido a calificar lo actuado como si se tratara de “una
pesadilla”. El problema, como se hace cargo de aclararlo él mismo, es que esta
etapa de nuestra experiencia no puede dejarse atrás como si se tratara de una
simple pesadilla. Lo único bondadoso de una pesadilla es que, cuando despertamos
de ella, caemos en la aliviadora cuenta de que jamás aconteció. Tal no es el
caso. No se puede actuar como si nada hubiese ocurrido. Estos años han dejado un saldo de
expectativas o de nuevos componentes en la cultura social y política de la
sociedad que no pueden simplemente dejarse de lado sin correr el riesgo, como termina
observándolo Urbaneja, de echar por la borda cosas que podrían conservarse como
parte del acervo de la sociedad y, sin de paso, pagar un costo altísimo en la
viabilidad de lo que quisiéramos que fuese nuestro futuro.
Por
otra parte, si la noticia diaria es, sin duda, la dolorosa diáspora que se
registra como una imparable hemorragia de talento y capital humano, también es
cierto que, desde adentro –y también, desde el exterior–, hay muchos
venezolanos que se hallan en estos momentos pensando al país y ofreciendo guías
para el porvenir.
De
ello, por ejemplo, y pese al terrible asedio al cual se han visto sometidas,
dan buena cuenta nuestras universidades nacionales –tanto públicas como
privadas–, afanosas como se han visto en la tarea de confeccionar alternativas
y propuestas de futuro, a través de muy acreditados, respetables e
intelectualmente solventes centros de estudios y observatorios de todo género, capaces
de cubrir las más diversas áreas dentro del ámbito de las políticas públicas. Y
todas, por igual, lo han hecho regidas por un mismo propósito: practicando el
difícil arte de pensar, en este caso, acerca de lo que significa la
reconstrucción y re-direccionamiento del país, según y cuáles –y cuán profundas
y complejas– sean las tareas de reingeniería requeridas en cada parcela.
VI
El
porvenir, como todo porvenir, está hecho de atajos y sorpresas. Nadie disfruta
de la virtud de la futurología, más allá de lo que puedan revelar los
horóscopos y las cartas astrales. El historiador, menos que nadie, está
adiestrado para leer la elusiva bola de cristal. Pero, entre esas sorpresas, no
tiene porqué estar ausente el reloj de la alternancia, principio
tan caramente defendido por nuestros constituyentes de 1811 y por cuantos les
siguieron dentro de nuestro abultado elenco de civilistas, muchas de cuyas
actuaciones se han visto relegadas por una espesa y engañosa mitología
militarista.
Otras
sociedades, y no mucho más aventajadas que la nuestra, se han recuperado de
oscuridades similares: se han recuperado del crimen, o de la crisis económica,
o del agavillamiento desde el poder, o de la crisis por falta de consensos. O
de todas, o de casi todas, estas dolencias a la vez.
Ciertamente,
hablo en una hora menguada, la de hoy; pero no necesariamente lo hago pensando en
un futuro en el cual, en cambio, podamos hallar la forma de recobrar la
serenidad y nuestro histórico sentido de convivencia ciudadana. Es por ello que
hablo también en una hora necesaria para darle sostenibilidad al proyecto
republicano.
De
modo que, si de algo han valido estas palabras finales, ha sido para subrayar
que el porvenir que nos aguarda no tiene por qué ser un porvenir de punto y
seguido. Al contrario: creo firmemente en un porvenir hecho de punto y aparte
porque, de tales porvenires, está repleta la historia venezolana.
Muchas
gracias
Doctor
en Historia
Vicedirector
Secretario de la Academia Nacional de la Historia.
Conversación
con José Napoleón Oropeza*
Julio
Bolívar
“Mi
oficio de lector de poesía animará por siempre al escritor que voy siendo”
Estás
trabajando el último tomo de lo que ya sería un Quinteto, después de tu novela
sobre Monseñor Salvador Montes de Oca, El cielo invertido. ¿Con esta nueva
novela que cierra un edificio narrativo estructurado por un personaje central,
Eduardo Montes, quien atraviesa todo este mar narrativo, como diría José Balza,
te queda algo por escribir todavía?
---Aún
no he comenzado a escribir la primera versión de la novela que cerraría el
periplo iniciado con Las redes de siempre. Me encuentro en el proceso de investigación:
empiezan a aflorar algunas imágenes que emergen creando una suerte de remolino
interno: el proceso de atisbo de algunas señales y anécdotas. La titularía Para
cerrar un cuerpo, en homenaje a Oswaldo Trejo, quien, durante muchísimos años,
al igual que Esdras Parra, fue mi amigo, mi hermano y mi maestro. El título se
lo debo precisamente a él. Como te decía anteriormente, me encuentro en el
proceso de investigación y de anotaciones y de relectura de las obras de la
gran poeta Enriqueta Arvelo Larriva, de Oswaldo Trejo y de Esdras Parra,
quienes, conjuntamente con Eduardo Montes y otros personajes que surgirán sobre
la marcha del relato, “anudarán” el cuerpo del libro.
“Igualmente,
en estos días revisaré otra novela que, en su primera versión, acabo de
concluir y que no forma parte del corpus narrativo armado por Eduardo Montes.
Se titula La lluvia inconclusa. Hace dos años terminé un libro de cuentos titulado
El huésped invisible. Ojalá logre publicarlo pronto, pues yo no paro y en estos
momentos trabajo en otro libro de cuentos que he titulado La rosa inacabada y
en dos textos de reflexiones sobre la poesía y las artes visuales: en un
segundo tomo de El habla secreta y en apreciaciones sobre la obra de algunos
artistas del universo de las artes visuales que he titulado Las líneas y las máscaras.
El mundo editorial no escapa de la crisis en la cual estamos inmersos y que nos
consume tantas energías, pero alguna puerta se abrirá para dar a conocer estos
libros. Eso espero y deseo. Pero, entretanto, no paro de leer ni de escribir:
sigo levantándome todos los días de madrugada, esperando que, antes de que
salga el sol, habré leído unas cuantas páginas o habré escrito, aunque sea una
sola. .
Paralelamente
a este conjunto de novelas has escritos otros textos como El bosque de los
elegidos, escrito en homenaje al gran artista de la fotografía Diane Arbus;
Entre el oro y la carne, novela armada sobre aspectos de la vida del bolerista
Felipe Pirela y Testamento de un pájaro, así como numerosos cuentos y ensayos.
¿Siempre con un lenguaje focalizado por la imagen, concibes otra manera de
narrar o ver lo que no ha sucedido?
---Creo
que ello se explicaría en el hecho de que soy un empedernido lector de poesía
desde que tenía diez años de edad. Las narraciones, cuentos, novelas e incluso
el abordaje de lo real a partir de la forma ensayo, nacen y crecen siempre a
partir de una imagen o de un grupo de imágenes poéticas que van dando forma al
tejido verbal. Así nació y creció Los perfiles de agua, mi primer libro de
ensayos. Como diría Wallace Stevens la imagen constituye la revelación, el aura
que sostiene el universo: así como lo real resulta ser el elemento
indispensable para el surgimiento de la metáfora, en la narración, la imagen
configura la armazón del cuerpo, proporciona la luz insondable desde la cual se
atisba un posible universo y la poesía seguirá siendo el instante en el cual
Dios y las cosas mudan de piel mediante una palabra tal como le respondí a alguien
que me preguntó qué era para mí la poesía, es decir, el arte, pues sin el temblor
poético jamás existirá el arte ni para el creador ni para el espectador.
¿Quién,
ni siquiera yo, hubiese creído, antes de que se produjera tras el estallido de
una imagen de centenares de graffiti en las paredes de la Valencia de los años
ochenta, surgiría en mí el fogoso deseo de escribir Testamento de un pájaro?
¿De
todos tus libros cuál dirías que es el mejor?
----Creo
que Las puertas ocultas, novela que forma parte de la pentagonía que me propuse
escribir desde el nacimiento de Las redes de siempre, constituye el primer gran
nudo de ese cuerpo narrativo imaginado y estructurado por Eduardo Montes.
Dentro de ese cuerpo es el tercer libro, concebido casi inmediatamente después
de Las hojas más ásperas, segundo libro, escrito en Londres y luego revisado
acá en Valencia. Después de publicar ese tercer libro, me concentré en la
revisión formal de El cielo invertido, publicado en el año 2016, bajo el
patrocinio de Bid&co y la Universidad Católica Andrés Bello. Cuando te
hablo de “gran nudo” quiero destacar tanto el lirismo de la prosa como el
equilibrio arquitectónico de Las puertas ocultas, escrita en una especie de
rapto en el momento en que me propuse dar forma a una anécdota que venía gestándose
a lo largo de más de treinta años, cuando ocurrió mi primera visita a La Habana
y conocí durante varias horas con José Lezama Lima, el poeta inmortal. Pero
creo que, a la hora de efectuar un balance muy íntimo de lo que he escrito
hasta ahora---novelas, cuentos, ensayos---sigo teniendo especial predilección
por El bosque de los elegidos, concebido y escrito en Londres en los años
ochenta, tras el enorme impacto que me produjo descubrir la belleza y el drama
humano que envolvía a la fotografía de Diane Arbus: otear en aquellas fotografías
la belleza de los “monstruos”, de los seres marginados por todas las sociedades:
una prostituta, un retrasado, un drogómano, un travesti, fue todo un desafío.
Envolver su existencia en una atmósfera desolada---pero insondablemente
hermosa---produjo en mí grandes satisfacciones. Siempre será un pozo. Te hablaba antes de la llamarada que
se produjo en mí tras ver y admirar, por vez primera, las fotografías de Diane
Arbus y la magia de un graffiti que proporcionaría en mí, la explosión interna
a la cual daría forma en Testamento de un pájaro. Tanto El bosque de los
elegidos, como---casi enseguida---Testamento de un pájaro, surgieron de mi
hallazgo de la obra de esta extraordinaria artista y de los escritores anónimos
que registraban imágenes y hasta símbolos en las paredes de Valencia. La
recepción que ambos libros produjeron en algunos lectores me produjo grandes
alegrías: El bosque de los elegidos ha sido leída y comentada con verdadero
fervor por algunos escritores y poetas connotados, entre ellos Julio Miranda,
Luis Britto García, María Antonieta Flores y el escritor cubano Raúl Rivero. Su
lectura y comentarios me llenaron de gran regocijo. Descubrí, maravillado, que esa
novela había producido diversas emociones, lecturas e interpretaciones y hasta
cierto estremecimiento en algunos lectores.
Tu
obra siempre retrata la vida de hombres y mujeres con un universo particular y
hermoso, que paradójicamente resultan rechazados, a pesar de sus vidas
dramáticas o desgraciadas como Felipe Pirela, Esdras Parra, Enriqueta Arvelo
Larriva, Salvador Montes de Oca, el cubano Virgilio Piñera, seres que más allá
del fulgor en sus obras, han sido apartados, marginados por la crítica y el establishment
literario. ¿De dónde surge ese interés, esa atracción?
Creo
que en cierto modo te he hablado de tal “atracción” cuando descubrí, el universo de Diane Arbus, tan fascinante y
poético. Constituyó ---y todavía lo es---un universo inagotable, profundamente
insondable que nunca terminará de ser “leído”. Sin embargo, debo reconocer,
igualmente, que, en el universo de mi infancia, allá en Puerto Nutrias y en
Pedraza, inolvidables pueblos barineses donde transcurrieron los años de mi
infancia, se fueron tejiendo y anudando en mí, en el alma del niño que no
distinguía qué era real o fantástico algunas imágenes que, lentamente, se
empozarían en mí como arquetipos. El niño que fui no conceptualizaba sobre todo
lo que acontecía a su alrededor, pero vivía absorto en una atmósfera de
continua ensoñación: la figura de un padre y de un tío sumergidos noche y día
en el alcohol, las crecidas del río Apure que, por igual, nos dejaba en el
patio de la casa a un caimán extraviado o una mujer sin dientes que pasaba por
las calles vestida con pieles de culebra, armada de un rejo con el cual
supuestamente le pegaba a sus padres y de quien se decía en corrillos del
pueblo que era, a la vez, hombre y mujer. Seguramente tales imágenes,
arquetípicas o no, permanecieron inmersas en mí, a la espera de otro instante
en que, tras una especie de niebla, se produjese la posibilidad del reencuentro
fascinante con lo “oscuro”, con lo irreal, con las visiones fantásticas y
patéticamente reales de seres que como Diane Arbus, Felipe Pirela, Esdras Parra,
o Salvador Montes de Oca surgen dotados de un ánima revestida por una luz
distinta a la de los seres que los rodearon en su universo familiar. Todos
ellos nacieron dotados de un talento especial: una manera de comprender y de
asir lo real desde una visión diferente a la de sus congéneres. Esa “luz”
distinta, surge,en diferentes escenarios, ante mi vista, como el lugar para el
reencuentro con las imágenes arquetípicas de lo “monstruoso” que se produjo en
la infancia cuando veía pasando por las calles aquella mujer (o aquel hombre)
fascinante que recorría Puerto Nutrias, paseándose con un rejo o una enorme boa
deslizándose por su pecho desnudo. Tan fascinante como pudiese resultar la
espera de la muerte durante tres días, en el caso de Salvador Montes de Oca,
coronado con alambre de púas, alrededor de la cabeza y del cuello, gritando
Viva Cristo Rey, a pleno sol, al borde de su tumba.
Esos
seres envueltos en un halo luminoso, porque hacen de sus acciones un escudo de
lucha, como fue el caso de Virgilio Piñera enfrentando al régimen comunista
transmutado en un viejo pánico; o de Esdras Parra, el único ángel que vivió en
la tierra y que convirtió su propio cuerpo en la posibilidad de un viaje en
perpetuo vaivén, en busca de la definición sexual. Seres que nos resultarán siempre
fascinantes porque, más allá de la vida o de la muerte, crearon, a su paso por
la tierra un pozo de infinitos halos luminosos, al ofrecer su vida---tal como
lo hizo San Juan de la Cruz a su manera---como el lugar para la transmutación y
refundación del ser a partir de todo cuanto hacen o ejecutan desde su ámbito
existencial, religioso o artístico: tras cada acto suyo, vuelve a repetirse la
historia del Génesis en la parcela o esfera en la cual se debate su periplo de vida.
Para
fijar un rostro ha sido una de las más amplias y profundas reflexiones sobre la
narrativa venezolana ¿qué hay de aquel ensayista riguroso que escribiera ese
libro referencial? Para fijar un rostro, concebido y estructurado inicialmente
mientras cursaba mis estudios doctorales en el Kings Collage de la Universidad
de Londres desde julio 1978 a 1982, que ha sido revisado en varias
oportunidades y publicado, inicialmente, por la Editorial Vadell Hermanos en
1984 y luego reeditado por la Secretaría de Cultura del Gobierno de Carabobo en
el año 2003, ha sido una suerte de diálogo e inventario de mis aproximaciones
al estudio del devenir de la forma de la novelística venezolana, constituye,
hasta ahora, el proceso de mi revisión y mi “lectura” del proceso de evolución
formal de la novela venezolana contemporánea. Una especie de diálogo que
arranca con el legado del maestro Rómulo Gallegos, pasando por el inventario de
todas las indagaciones formales de los grandes maestros de la novela nacional,
entre ellos, Arturo Uslar Pietri, Miguel Otero Silva, Salvador Garmendia,
Adriano González León, Oswaldo Trejo, José Balza, Luis Britto García, Carlos
Noguera hasta Francisco Massiani. En la actualidad, realizo el inventario de la
obra de otros novelistas importantes que, o surgieron después de Cassiani o que
no fueron tratados en la oportunidad en que concebí en Londres el libro, bajo estrictos
compromisos académicos---tales como el requisito de que las novelas examinadas
se hallaran disponibles en la Biblioteca del Kings College o en la de la
Biblioteca Central de la Universidad de Londres. Por citar un ejemplo, en esa oportunidad
no fue revisado el universo novelístico formal creado por Denzil Romero.
En
la actualidad, además de revisar la primera versión de La lluvia inconclusa, y
de realizar el proceso de investigación para la novela en homenaje a Oswaldo
Trejo y escribiendo los dos libros de cuentos a los cuales te hice referencia y
leyendo la obra de algunos poetas venezolanos en función de un segundo tomo de
El habla secreta, me encuentro “dialogando” con la obra de algunos novelistas
que no fueron examinados en mi tesis conducente al doctorado, y que ya exhiben
un universo sólido de propuestas dignas de estudio y de reflexión crítica, como
sería el caso de Eduardo Liendo, Ednodio Quintero, Edilio Peña, Victoria Di
Stefano, Denzil Romero, Federico Vega y Francisco Suniaga.
En
cuanto al “diálogo” con los nombres, figuras o que fijaron o marcaron
tendencias dentro del proceso de la evolución de las formas, estructuras y
técnicas en la poesía escrita a lo largo del Siglo XX, me sucedió algo similar
en la concepción y escritura de El habla secreta, editada inicialmente por el
CONAC y la Asociación de Escritores del Estado Barinas, en el año 2002 puesto
que el libro fue presentado a la I Bienal de Nacional de Literatura “Orlando
Araujo” en el año 2001 y obtuvo el Premio Único. Luego de agotada esa edición,
la Universidad de Carabobo realizó otra, publicada en el año 2011, Ha sido
reeditada, en formato digital por la misma universidad. Como te dije antes, hoy
por hoy, me encuentro dialogando y revisando nuevos nombres y tendencias
surgidas después de Harry Almela, con quien cerré el registro cuando concebí y
estructuré el libro a comienzos del año 2000, después de pasearme por las
líneas y espejos creados por Salustio González Rincones, José Antonio Ramos
Sucre, Fernando Paz Castillo, Vicente Gerbasi, Ida Gramcko, Enriqueta Arvelo
Larriva, Luz Machado, Rafael Cadenas, Alfredo Silva Estrada, Eugenio Montejo
entre otras figuras más, hasta llegar, como te decía antes, a la revisión de la
obra de Harry Almela.
Por
los momentos, me encuentro sumergido en el proceso de lectura del universo
escrito y publicado, por figuras y nombres surgidos y emergentes en estas
primeras décadas del Siglo XXI, con el fin de acercarnos, si no, al “rostro”
absoluto de nuestra poesía y nuestra novela, por lo menos sí al mayor número de
líneas y perfiles que apunten hacia la consolidación de un universo cerrado o
abierto a nuevas indagaciones y partiendo siempre, como base, del abordaje y
estudio de autores que, tengan, al menos, dos libros publicados, pues ello
permite atisbar las posibles líneas que consolidarían una voz y un universo
peculiar dentro del proceso y devenir histórico de nuestra poesía. Igual
sucedería en el caso de artistas de las artes visuales y mi visión y revisión
de sus propuestas en el proyectado ensayo crítico Las líneas y las máscaras.
Ha
pasado un año difícil dentro del país, convulsionado tanto social como políticamente,
desde el año de la salida de tu última novela. ¿Qué temas te preocupan del país
para lo que viene a partir del año 2018?
Sí,
tienes razón, todo ha resultado tremendamente frustrante y doloroso, sobre
todo, para quienes creyeron en el proyecto de la mal llamada revolución del
Siglo XXI. Vivimos en un país deshilachado por la barbarie y la mediocridad enquistada
desde el poder en las últimas décadas, sometidos a un vaivén incesante: todos
los días amanecemos inmersos en medio de una escena realmente aterradora. Pero,
sobre todo, por la violencia cotidiana propiciada por dos fenómenos sociales
que parecieran no tocar fondo nunca: cambian todos los días pero para mal, pues
se intensifican sin que exista ni un ápice de voluntad manifiesta de parte de
la claque gobernante en el país por ponerle fin a esta ventosa, a esta medusa
que nos carcome el alma: me refiero a la violencia brutal en las calles y a la
hambruna generalizada, aupada por la desidia para establecer un proceso de
revisión en las políticas económicas que abra, lenta, pero de manera segura, un
camino progresivo hacia la solución de estos problemas.
La
hambruna en la calle se ve y se palpa con mucho dolor. Gente peleando en las
calles por quedarse con el mejor “botín” recogido en las bolsas de basura. Hordas
de niños harapientos deambulando en las calles, como nunca antes lo habíamos
visto, y lo más terrible de todo: niños que asesinan a policías, pandillas de
niños armados que andan “por estas calles” buscando comida, pero, también,
participando de arrebatones de carteras en los autobuses o en las colas, las
interminables colas de la gente que busca, desde la madrugada, que amanece a la
espera de que abran el supermercado, esperanzada en conseguir “cualquier” cosa
qué comprar. La hambruna, la escasez de medicinas y alimentos; la
hiperinflación o el arrebato al escuálido bolsillo de nosotros los tristes
asalariados por parte de unos comerciantes que `ponen a las cosas el precio que
les da la gana, son los perfiles de un país hundido en la miseria, en una guerra
cotidiana de pobre contra pobre, propiciada a mansalva, desde las altas esferas
del gobierno.
A
todo ello se añade la violencia en las calles, la violencia verbal y la física
que lleva, lamentablemente, en muchísimos casos, todas las semanas, a un incremento
del índice de muertos tras los asaltos en las calles, o dentro de las casas.
En
esa novela que, como te lo referí anteriormente, acabo de concluir en su
primera versión, titulada La lluvia inconclusa planteo esa problemática, como
lo hice, dentro de otra perspectiva y con otros propósitos al analizar y ofrecer
visiones sobre el país, su devenir histórico y sus problemas sociales en fragmentos
de Las redes de siempre, en algunos de mis relatos o en Las hojas más ásperas
y, también, en cierta manera, en Testamento de un pájaro.
¿Entre
los venezolanos, qué autores actuales te interesan?
Leí,
cuando recién fue publicada, la novela La otra isla de Francisco Suniaga y me
gustó muchísimo, lo mismo que El pasajero de Truman, de Federico Vega. En estos
días volveré a ellas. Releo casi siempre, con obsesiva frecuencia, Marzo
Anterior y la siempre hermosa Setecientas palmeras plantadas en un mismo lugar,
de José Balza. Igualmente, Lluvia de Victoria Di Stefano, quizá su mejor
novela.
Para
mí, esas novelas son y serán siempre actuales, como también lo será Canaima, de
Rómulo Gallegos, El osario de Dios, de Alfredo Armas Alfonzo, Cubagua, de
Enrique Bernardo Núñez, Cumboto, de Ramón Díaz Sánchez y Piedra de Mar, de
Francisco Massiani. De los autores más jóvenes he leído y releo estupendos
cuentos de Juan Carlos Méndez Guédez, Fedosy Santaella, Héctor Torres, Rodrigo
Blanco Calderón y de Domingo Michelli, tristemente desaparecido a muy temprana
edad, novelas de Ana Teresa Torres, Juan Carlos Méndez Guédez, Rubi Guerra,
Gustavo Valle, Juan Carlos Chirinos y Juan Carlos Chirinos, cuyas propuestas
formales me han resultado novedosas y muy acertadas, que, indudablemente,
contribuyen al fortalecimiento de nuestra novela contemporánea y trazan, cada
uno de ellos, líneas y tendencias sumamente interesantes.
No
sé si la lista de los “actuales” será larga o no. Pero es mi lista. Sin
nombrarte otras que me acompañan casi a diario, como sería La Biblia o los poemas
de Enriqueta Arvelo Larriva, Vicente Gerbasi, Ida Gramcko, Alfredo Silva
Estrada y Eugenio Montejo, en el terreno de la poesía venezolana que, como te
decía anteriormente, constituye para mí un pozo insondable: yo leo poesía todos
los días del mundo, lo mismo que una o dos páginas del Viejo Testamento y de
Don Quijote de La Mancha: la Biblia y Don Quijote serán siempre el sol, la luna
y las mareas. Y ha sido y ocurrido siempre desde el año 1965, cuando en el
Seminario de Guanare, me sentaba a leer sus páginas, a las cuatro de la
madrugada, esperando el amanecer.
¿Me pregunto
sobre el Oropeza cuentista, habrá otro libro reunido como
Entre
la cuna y el Dinosaurio (El Otro, el mismo, 2006) para estos días que vienen?
Como
apunté anteriormente, terminé de escribir y ahora reviso un nuevo conjunto de
cuentos que he titulado El huésped invisible en el cual reúno todos los relatos
en los cuales venía trabajando desde el año 2002, cuando di a conocer, a través
de El Nacional, la pieza Entre la cuna y el dinosaurio, con el cual obtuve el
Premio de Cuentos de El Nacional, por segunda vez y que abrió la antología que,
bajo ese mismo título editara Víctor Bravo en el año 2006 como señalas. En la
actualidad, escribo un nuevo volumen de cuentos titulado La rosa inacabada, del
cual ya llevo escrito siete.
¿Tu
trabajo nos recuerda la coherencia del edificio narrativo que nos legó
el
maestro Gallegos?
Tú
has leído Para fijar un rostro y sabes que valoro muchísimo su esfuerzo en
ofrecernos un “mapa” del país a través de la reinvención de mitos e historias de
nuestras regiones planteadas en sus novelas. En el conjunto me sigue gustando
muchísimo Cantaclaro y, sobre todo, Canaima a la que considero el gran nudo de
toda su invención creadora. Me resulta elogioso el que compares mi propuesta
con la del gran maestro, como en alguna oportunidad lo señaló Julio Miranda en
su libro El gesto de narrar, al señalar que Rómulo Gallegos, José Balza y José
Napoleón Oropeza estaríamos emparentados por las propuestas de ofrecer en
nuestras novelas la visión ficticia de los mitos e historia de nuestro país. En
cierto modo, como te decía en la respuesta a una de tus interrogantes, he
tratado de ofrecer una “visión” de algún aspecto histórico o social del país en
mis novelas, y en muchos de mis cuentos. Parte de la noche o mucho más, quizá,
A punto de detenerse sobre las cenizas recogen y expresan desde la ficción mis planteamientos
sobre el problema de la violencia generada entre los jóvenes de nuestro país.
En mi novela Testamento de un pájaro, desde la visión de un grafitero, se
recoge, parte de ese “retrato” de país, expresado en la escritura en las
paredes.
Durante
muchos años fuiste un hombre de la gestión cultural, presidente del Ateneo de
Valencia, aquella institución de la ciudad que convocaba al país a la Bienal de
Literatura “José Rafael Pocaterra” y al Salón “Arturo Michelena”, una gran
confrontación de arte que marcó pauta en el país de las artes plásticas, de
innegable prestigio. ¿Cómo ves la actividad cultural en Venezuela, hacia dónde
apunta la gestión de estos 18 años de un gobierno con un solo signo ideológico?
Es
triste comprobar que no existe una política de apoyo a la gestión y desarrollo
cultural que propicie el estímulo a la actividad creadora que, en solitario,
desarrollan los artistas, los escritores y los cultores populares. La edición
de libros prácticamente ha quedado reducida a la poca gestión que se desarrolla
desde la iniciativa privada o desde la Dirección de Culturas de algunas Alcaldías
y Gobernaciones.
MONTEAVILA
en la práctica, desapareció. La misión que se desarrollaba en los Museos, en la
red de Museos que era todo un orgullo en el país, es casi inexistente.
Sobreviven algunos museos porque, a duras penas, mantienen exposiciones de sus
colecciones. Pero no se puede hablar de que existe un museo porque muestre, de
cuando en cuando parte de su colección, si no se educa, si no se investiga, si
no se publica y si no se conserva su colección.
Instituciones
de gran raigambre y de gran tradición en el desarrollo de programas de
formación y de difusión paradigmáticos como el Salón Arturo Michelena o
Festivales de Teatro, desarrollados e impulsados en el Ateneo de Valencia, de
Caracas, de Trujillo, de Valera, han desaparecido tras las tomas y el asalto a
estas y otras instituciones, en nombre de una supuesta “revolución” que se ha
basado en la violencia destructiva, en el asalto al trabajo creador, al despojo,
para convertir a las instituciones tomadas o asaltadas en simples oficinas
productoras de eventos propagandísticos o afectos al “proceso” de destrucción y
de ruina en la cual se ha convertido a nuestro país de forma cruel e
inmisericorde.
¿Qué
ha pasado con las instituciones que han sido asaltadas y tomadas por unos
cuantos bárbaros en nombre de una supuesta revolución destinada a llevar
cultura a los pobres o, según señalan, los tomistas, a los “apartados” de la
labor cumplida desde esas instituciones venerables? Han sido convertidas en
tristes ranchos, en bodegas para el tráfico de supuestas ideologías
trasnochadas, presentaciones teatrales de muy poca valía y espectáculos
musicales que sólo sirven para ensalzar supuestas ideologías revolucionarias e,
incluso, como ha sucedido en el Ateneo de Valencia, instalando ventorrillos
dentro y al frente de su sede en los cuales se venden desde hierbas hasta
pócimas destinadas a inconfesables fines.
José
Napoleón, vuelvo a tu última novela publicada, El cielo invertido (BID &
Co, 2016), de aquel país del olvido como lo llama Alberto Hernández, y de las
traiciones y conspiraciones ¿tú crees que ha cambiado algo en el alma del
venezolano, con los mecanismos de la vida moderna o esa relación entre los
valores y la democracia?
Los
años de la mal llamada “cuarta república”, por quienes detentan el poder en los
últimos años, con todos sus defectos, sentaron las bases del progreso social y
del fortalecimiento intelectual: se robustecieron las Universidades autónomas
que funcionaron y funcionan siempre de manera gratuita; surgió un parque
industrial en las principales capitales de estado, quizá con Valencia a la
cabeza de la meta de estrechar vínculos entre la clase empresarial y la
trabajadora; se actualizaron las escuelas normales para la formación de los
maestros de escuela primaria; se abrieron escuelas técnicas y politécnicos; se
inauguraron y mantuvieron museos que, como el Museo de Bellas Artes, la Galería
de Arte Nacional y portentoso museo fundado por Sofía Amber, no tenía nada que
envidiar en su estructura a cualquiera de los museos del mundo; se
fortalecieron los medios de comunicación social y se estimuló la creación
artística desde las escuelas de artes plásticas; de música y de artes escénicas.
Todas las actividades que se desarrollaban en el seno de estas instituciones
siempre han sido ofrecidas de manera gratuita, con oportunidad para participar
de ellas a todos los venezolanos, sin distingo de clase social.
Así
como se atendía al ciudadano en lo social, se desarrollaba un plan de atención
a su salud física y mental, en los hospitales. Todo de manera gratuita. Los
hospitales estaban dotados y brindaban a la ciudadanía todos los servicios: desde
las consultas médicas que se cumplían por previa cita hasta las emergencias,
sin olvidar los servicios quirúrgicos brindados, de manera gratuita a la
ciudadanía más desposeída. ¿Alguna vez, un paciente, en aquellos años de la
desdeñada cuarta república tuvo que llevar al quirófano los instrumentales
necesarios para ser operado como sucede en la actualidad, luego de una espera
de largos años para ser operado?
Paralelamente,
al establecimiento de instituciones educativas de todos los niveles, sostenidas
por el estado y de los hospitales, surgieron
instituciones tanto educativas como de salud, sostenidas por la iniciativa
privada. Quien podía pagar por esos servicios, los pagaba sin afectar, con
ello, el funcionamiento de las instituciones oficiales que ofrecían sus servicios
de manera gratuita. A nuestras universidades, escuelas técnicas y politécnicas,
se accedía sin costos y esto debemos reiterarlo. Sólo se exigía talento y
atender a los compromisos intelectuales que el ser universitario acarrea. Creo que,
por ejemplo, eliminar las escuelas normales y las escuelas técnicas, fue un
craso error. Porque se borró, en un instante, toda una historia de logros y
oportunidades para quienes no lograban el acceso a las universidades e
instituciones de educación superior, bien por falta de preparación intelectual
o por la evidente demanda ante el crecimiento poblacional en nuestro país. Creo
que la situación de ser un país en desarrollo, independientemente de la
atención a un sector considerado como “privilegiado” por algunos políticos,
afectó en la formación integral de todos los ciudadanos, al no crear programas
sociales que atendieran, no de manera espasmódica, sino constante, a las clases
más desposeídas. El crecimiento de los índices de la pobreza, fue generando un
malestar social cada vez más creciente. Al mismo tiempo, desde el seno de las
instituciones destinadas a formar fuertes valores como la convivencia social,
la solidaridad, dieron paso al resentimiento social y a la generación de una
escalada de violencia en las calles cada vez más acentuada. Igualmente, a lo
largo de aquellas décadas prodigiosas---y esto también hay que decirlo---se
fomentaron, de manera consciente o inconsciente, a través de los medios de
comunicación social, acciones que estimularon al exacerbado consumismo, en
desmedro de lo más sólido en cuanto a principios morales: atender al
crecimiento personal, en función de contribuir con el crecimiento del otro, en
función de la convivencia y la solidaridad social. Yo creo que en eso se falló.
Ello abrió la brecha al resentimiento social y al odio, muchas veces
estimulado, en estos días, desde las altas esferas del poder, desde donde,
además, se estimula igualmente el
“facilismo”
y se genera la proliferación de dádivas para aliviar, en parte, los problemas
de carestía y desabastecimiento de alimentos a todos los niveles.
Creo
que uno de los males fomentados por el populismo, la política y del regalo de
dádivas acentúa el desconocimiento del otro, así, como también, la creencia de
que todo problema social o económico se resuelve a partir del facilismo, el
otorgamiento de bonos por cualquiera excusa y hasta nimiedad, sin fomentar
políticas educativas que estimulen al ciudadano a estudiar y a formarse en las
aulas universitarias. Muy, por el contrario, con la reorientación de los
programas de formación en los niveles primario, medio, y hasta universitario,
en nombre del compromiso social y de los programas “comunitarios”, se
incrementa tanto la separación de los grupos sociales, como la idea y creencia
de que todo puede lograrse, de inmediato, si se posee el Carnet de la Patria, o
cualquier otro documento que se improvise y se le dé carácter de necesario y
vital para acceder a los servicios educativos, o de salud y para la adquisición
de una vivienda.
Con
la figura de Monseñor Montes de Oca logras un personaje que tiene una vida
paralela con el narrador y Eduardo Montes, esa especie de alter ego del
escritor Oropeza, ya apuntada por el escritor Ricardo Bello, conviven en
Valera, en Puerto Nutrias, en Guanare, en Barquisimeto y en
Valencia
y hasta en el Convento de La Cartuja, en Parma, donde concluye, trágicamente,
el periplo vital de Salvador Montes de Oca. Todos esos personajes, creyentes y
soldados en la fe de cristo, y escritores. Háblame de esta metamorfosis.
El
gran tema de la novela El cielo invertido es la traición. Tanto Eduardo Montes
como Salvador Montes de Oca, como personajes producto de la invención del
novelista, quien, a partir de los valores---en el sentido que nos los revelara
E. M. Forster, en su magistral texto Aspectos de una novela---los recuerdos
imborrables en los cuales pareciera detenerse el curso y fluir del tiempo en el
ser---real o ficticio---y quedar como instante congelado ( o retrato de un
momento inolvidable) memoria involuntaria no sujeta a cambios o a
contingencias, como pareciera haberlo intuido y dilucidado para nosotros Gaston
Bachelard y dibujado, de manera magistral por Marcel Proust en su gran fresco
En busca del tiempo perdido atraviesan, cada uno en su tiempo y en su espacio,
distintos escenarios: el de Valera, ciudad en la cual vivió Eduardo y conoció
por referencias y de labios de otro personaje, cura párroco del cual fue
monaguillo en la Catedral San Juan Bautista, de Salvador Montes de Oca, quien
habría sido compañero de estudios en el Colegio Pío Latino de Roma, del padre
Ignacio Andueza, antiguo párroco de la Catedral, también traicionado y
destituido de su cargo de párroco de la Catedral. Eduardo a punto de ingresar
al Seminario y todavía viviendo en Valera, a quien su amigo el párroco Alberto
Gudiño ha encomendado buscar en la Biblioteca parroquial supuestas cartas
cruzadas entre el padre Ignacio Andueza, el antiguo párroco (a quien Gudiño
envidia y detesta, quizá por constituir para él un espejo acusador que desnuda
su mediocridad y su ruindad) y Salvador Montes de Oca. Entonces se produce en
la mente y en el alma del muchacho---que
para ese entonces contaba doce años de edad---una especie de atracción y
obsesión por la figura de ese Obispo, a quien Gudiño, en el fondo de su alma
detestaba tanto como a Andueza.
En
el alma del muchacho se anidó el gusanillo por indagar sobre la vida del Obispo
mártir. El deseo por conocer más de la vida de quien ya sabía asesinado en un
oscuro episodio de finales de la Segunda Guerra Mundial, no dejaba en paz a
Eduardo. Ingresa al Seminario Diocesano de Guanare y empieza a ensoñar y, hasta
en cierto sentido, a inventar anécdotas relacionadas con la estadía de Montes
de Oca en el Pío Latino, su ordenación como sacerdote, su labor como párroco en
Cubiro, en Sanare, su labor como periodista en un periódico de la Diócesis de
Barquisimeto y su consagración como Segundo Obispo de Valencia, donde descolló
no sólo en su labor Episcopal, sino como defensor de principios de la fe cristiana,
tales como la defensa del Sacramento del Matrimonio Eclesiástico, de manera
pública, ante la petición de un alto miembro del Poder Ejecutivo, representante
de Juan Vicente Gómez en Carabobo. Su negativa a casar en segundas nupcias al
Presidente del Estado Carabobo, le costó el exilio. Exiliado en Trinidad,
Montes de Oca se dedicó a escribir y a dictar conferencias. Gómez, de común
acuerdo con la autoridad máxima de la Iglesia Católica en Venezuela, el
Arzobispo de Caracas, decide indultar al exiliado. Abolido el decreto de
expulsión, Montes de Oca retoma sus funciones. Entonces se produce otra maraña
en su contra: el padre Joaquín Ariza Barráez, Vicario General y secretario del
Despacho, quien era sobrino del padre Victoriano Barráez, a quien él siempre
quiso como Obispo, pensando, quizá que pudiese sucederlo si moría
“accidentalmente” en ejercicio del cargo. Eduardo, entretanto, no sólo se
dedica a estudiar latín, con verdadero fervor, sino, también, a leer a
Virgilio, a Cicerón, a Homero y a Píndaro, mientras, paralelamente, sigue
alimentando su proyectado sueño de vida, junto con el deseo de ser sacerdote:
indagar sobre la vida de Montes de Oca, su martirio y su muerte. Convierte su
preparación intelectual en una verdadera arma, en un desafío a los compañeros
seminaristas que, capitaneados por José Peña, El Conejo, lo desprecian, pues lo
consideran un “enemigo” que no hace lo que los demás hacen: en vez de jugar al
futbol en las horas de descanso y recreo, se dedica a leer, o a inventar
episodios y diálogos sostenidos con Montes de Oca en horas de la madrugada.
Espejo
contra espejo se producen estados de transustanciación y metamorfosis en los
personajes. Se manifiestan, de manera poética, a través de las continuas
ensoñaciones de Eduardo, quien, desde que descubrió el nombre y la figura de
Salvador Montes de Oca, no cejó nunca en su empeño en llegar descubrir los
hilos de la traición a que fue sometido el mártir, su personaje, su alter-ego,
en cierta forma, sin saber que él mismo sería traicionado por otro sacerdote, a
quien se negó a satisfacer en sus peticiones de contacto íntimo.
No
estoy seguro de que tus novelas sean novelas negras, pero Eduardo Montes nos
resulta una especie de detective de vidas sometidas por la injusticia, desde
Las redes de siempre, Las hojas más ásperas, Las puertas ocultas hasta El cielo
invertido; en donde se revela su origen. ¿Piensas el país como una novela
negra? ¿O son ideas de Eduardo Montes?
Cuando
intentábamos definir el concepto de valor como instante congelado, como retrato
de una escena en nuestra vida o la vida de un personaje, apelábamos al concepto
de intuición, a través de la cual, nuestra vida pareciera devolverse, como una
ola enmarcada y apresada en un instante.
Si
algún mérito tiene la novela de portentoso y único, radicaría en que, sólo a
través de ella, conocemos o atisbaremos la vida secreta de los personajes. En la
vida real ¿conocemos la vida secreta de quien es nuestra madre, esposa, hijo? En
ello parafraseando al gran Quasimodo cada quien está solo sobre el corazón de
la tierra. Sólo el novelista se torna capaz de revelar la vida secreta de los
personajes. Creo que, sin la posibilidad del conocimiento e intuición de la vida
secreta del personaje, carecería de sentido el rol del novelista.
Hay
mucho de “novela negra” en las disquisiciones de Eduardo Montes, Creo que tu
intuición resulta acertada. Sin embargo, aun cuando su actitud y comportamiento,
su rol como personaje que, en todas mis novelas, por lo menos en las de la
pentagonía, resulta siendo víctima de una circunstancia, en El cielo invertido
deviene en el ordenador e invención de la memora y quien ordena y dé forma a
los materiales que configurarían la forma arquitectónica del libro.
La
vida de Montes de Oca era un misterio hasta que tu novela devela una trama
miserable de otro sacerdote y sus aspiraciones familiares. Lograste poner en
escena una trama montada desde un poder, como el de la iglesia para manipular a
otro poder, el político. Te ocupaste de relatar una historia vergonzosa, entre
las muchas que hay, de la iglesia católica, a pesar de ser un creyente activo.
Has hecho suceder, desde la ficción, cosas que no suceden, con la idea, como
afirma Javier Marías en uno de sus discursos, con la idea de que eso pueda
interesar algún día a alguien ¿Crees que lo has logrado?
Me
siento realmente muy satisfecho. El gran poeta Eugenio Montejo, entre otras
personas a quienes reconozco el estímulo y el apoyo brindado en el proceso de
investigación previa a la redacción del manuscrito, estoy casi seguro de que la
celebraría. La última vez que me llamó me habló acerca de la posibilidad de que
yo escribiese una novela sobre Montes de Oca. Antes lo había hecho mi hijo
Pavel, quien escribió una monografía sobre el martirio del Obispo, dentro de la
programación de un curso universitario. Pero nunca olvidaré lo expresado en su
oficina por el presbítero Luis Manuel Díaz, para ese entonces Vice-rector en el
Seminario “Nuestra Señora del Socorro”, quien me apoyó al permitirme leer y
consultar valiosísimos documentos sobre el caso:
“---Sobre
Montes de Oca se ha escrito mucho. Pero nadie ha dicho toda la verdad. La
traición que se tejió en su contra lo condujo a una muerte muy cruel, causada,
lamentablemente, por personeros de nuestra Iglesia. Tú eres un novelista. Tú
estás llamado a decir la verdad.”
La
verdad ficticia, fundamentada en una serie de técnicas que el lector validará a
través de la lectura, la epístola, el monólogo, la intertextualidad, el diálogo
y la descripción dramática, irá tejiendo---con base en el mosaico estructural---la
visión del gran tema que cruza, a manera del agua de un arroyo y, a veces, de
un río y de un mar devuelto, el de la traición como una de las más bajas de las
miserias humanas, pues devora tanto a quien la causa, como a quien la padece. Creo
que, junto al coro de voces, logré armar un gran tapiz que, no sólo recrea el
martirio de este santo varón, sino de otros personajes que, como él, también la
sufre y la padecen: Eduardo Montes, Ignacio Andueza, Josué Mariño.
Al
comienzo de la novela emergen dos imágenes que parecieran constituirse en
símbolos recurrentes, en imágenes que tejen y destejen el tema de la traición
de los labios o de las manos de los distintos narradores que, junto a Eduardo
Montes, aparecen, desaparecen, cruzan ámbitos, edades y épocas: las trenzas de
los zapatos que Eduardo no consigue anudar y el espejo a través del cual su tía
Carmen lo sigue en su insondable ensoñación. O en su devaneo.
De
tus palabras de presentación en la novela en Valencia en febrero del año 20017,
me quedan dos interrogantes; del petitorio a la Iglesia de hacer justicia a la
memoria de Monseñor Montes de Oca ¿qué ha sucedido? Y otra que pienso, es un
poco lo que contiene aquel reclamo también, que estimuló la imagen que Eugenio
Montejo te regaló, como el capullo de una flor (para usar tu imagen en aquel
discurso), al solicitarte que escribieras esta novela: una puerta no se cierra
del todo, así como las trenzas de unos zapatos que jamás terminan de anudarse,
¿sigues viendo al mundo a través de esas imágenes?
Seguramente
alguien llegase a imagen que la novela fue escrita pensando en enaltecer la
figura de Salvador Montes de Oca pensando en que pudiese utilizarse en la
campaña o, mejor dicho, en la lucha que libra un sector de la Iglesia Católica
para motorizar a los fieles alrededor de la idea de elevar su nombre ante las
altas autoridades del Vaticano para que, por fin, sea elevado a los altares.
Inclusive, por coincidencia, la novela fue lanzada, primero en la Universidad
Católica Andrés Bello y, luego, en la sede de IPAPEDI en los días en que el
Arzobispado de Valencia nombró una comisión Ad-hoc, para que se encargase de
llevar adelante una serie de actividades en ese sentido. Yo, inmediatamente, me
puse a las órdenes de los miembros de la comisión, contactando a la profesora
Marielena Mestas, integrante del personal docente de la UCAB y al presbítero
Antonio Arocha, Párroco de La Candelaria, acá en Valencia, dos de los ilustres
integrantes de dicha comisión y se sintieron muy complacidos con mi disposición
a colaborar en ese sentido.
Sobre
tu segunda interrogante, debo decirte que cuando se está escribiendo una novela
se vive en ella todo el día, en todos los momentos, en todos los instantes: la
puerta nunca cierra del todo y las trenzas no terminan de anudarse. Eugenio
Montejo, nuestro amado y eterno amigo y hermano, en ese instante en que me
habló de esas dos imágenes---olvidó decirme o se lo reservó pues él conocía
toda mi obra y siempre estuvo muy entusiasmado con El bosque de los
elegidos---que esas imágenes han estado y estarán conmigo durante toda mi
existencia: rehusé y rehusaré la idea de terminar de anudar las trenzas o de cerrar
la puerta. Siempre he vivido y viviré en el amago.
José
Napoleón, releyendo tus respuestas a nuestra conversación y revisar de nuevo tu
obra narrativa, los cuentos, en los títulos de tus libros, encuentro un
elemento que es un eje central, casi religioso, en tu obra: el agua. Esta
aparece en forma del río, lluvia, o encuentro en la intimidad del baño diario. Gastón Bachelard afirma en su
libro El agua y los sueños, que el agua es una “metáfora ontológica, la tierra
y el fuego”. Podrías comentar esta presencia tan definitiva en tu obra.
Creo
que el agua, como continente, inevitablemente se hace presente en todo mi
universo narrativo, en las novelas, en los cuentos y, hasta en los ensayos
(recuerda que mi primer ensayo, escrito entre los años 1976 a 1977 y editado en
el año 1978 se titula Los perfiles de agua como turbión que da
forma al lenguaje, o como lluvia trasfondo de un escenario plácido que dibuja y
desdibuja las palabras que, algunas veces, giran en el texto que se desea analizar,
como un remolino.
Creo
que, en mis primeras narraciones, la prosa, o si se quiere, el lenguaje reinventa
---en su movimiento, en el decurso de las imágenes y en el ritmo de la prosa---el
fluir de un río, o el dibujo evanescente de una lluvia al fondo. Un río llamado
Canaguá, Curbatí, Pagüey o Támesis y que, posteriormente, serán un solo
río en el símbolo río, en la lluvia o en el espejo, esa gota de agua empozada para
siempre.
En
pocas palabras, las formas del agua, llámese río, lluvia o espejo devienen en
un arquetipo grabado---a punta de buril y de cincel---en el recuerdo imperecedero
de una infancia que transcurrió acunada por el agua apacible, y unas veces
devoradora, que se hacía y se transmuta en remolino en el recuerdo, en el
espejo que, luego, termina fundiéndose en un símbolo: decir río se traduce en
fundar y recrear un universo clavado, como estaca y rosa, en lo más hondo del
alma del niño. Pero, también del adolescente y del hombre que, ya maduro, viajó
en busca de otros espejos en busca de horizontes que se fueron tejiendo y creando
líneas envolventes. Viví unos cuantos años en Londres y siempre estuve en pos
de ese espejo, de ese arquetipo a orillas del río Támesis. Y, al mismo
tiempo---mientras vivía en Londres---inmerso en una lluvia que parecía que
nunca caería a la tierra: crea una niebla suspendida en el aire. Nos humedece,
pero nunca empapa.
Mis
primeros días en Londres tuvieron y tienen mucho que ver con esas tardes de
otoño de 1978, a orillas del río Támesis: mis primeras semanas en Londres
las pasé a orillas de ese hermoso río, debajo de un paraguas, buscando
protegerme de esa lluvia que---como dije antes---nunca empapa del todo y nos dejará siempre la
noción de un dibujo de la niebla entre el cielo y la tierra que devuelve la
gota de agua hacia arriba, en un juego hermoso de la lluvia y la brisa.
Frente
al Támesis, ese río maravilloso y soberbio, empecé a tejer Las hojas más
ásperas y el turbión de El bosque de los elegidos, como antes, antes de
viajar a Londres, tejí el texto de Las redes de siempre, inmerso en
remolino de una prosa envolvente, texto de una sola frase, que, tal vez, surgió
tras el recuerdo y memoria de un pozo arquetípico: el río Canaguá, que fluye y
pasa por Ciudad Bolivia, en el Estado Barinas, donde cursé mis estudios de
Primaria.
Como
tú lo sabes, nací en Puerto de Nutrias, frente a un caño del río Apure.
Hasta los siete años viví en esa comarca, rodeado de agua, de peces, babas y
caimanes que se empozaron en el alma de un niño cuyo único retozo, a la salida
de la escuela, era pasear a orillas de aquel caño. Algunas veces solo, tirando
piedras al agua y, otras, en compañía de mi adorada tía Carmen González y de
una poeta que nos visitaba, un milagro nacido en Barinitas, corazón del llano
venezolano, llamado Enriqueta Arvelo Larriva, creadora de un espejo lírico
en el cual me sumerjo y me hundiré por siempre mientras viva, cuando desee
“visitar” de nuevo mi paisaje de infancia.
En
síntesis, el agua constituye un arquetipo que me acuna y que reinventaré en
imágenes y en símbolos cada vez que escriba como si quisiera darle forma al agua. Pero, sobre todo, en el
ritmo que anima mi escritura. Creo que el ritmo y latido de mi prosa imita y
reinventa, de manera inconsciente, o, mejor dicho, trata de apropiarse de la
fuerza devoradora de los ríos, del dibujo de la lluvia en el aire y del vaivén
incesante del mar. Esas imágenes, devenidas en símbolo, ¿son o no son la forma
del agua?
Pero
todo ello confluye en la gota que contiene el universo entero. Todo ello no
sería posible, creo yo, si no fuese un lector empedernido de poesía. Mi único
oficio es el de ser un lector de poesía. Los libros de poemas---que he leído a
lo largo de toda mi existencia desde que era casi un niño---tal vez superen al número
de novelas, de cuentos o de ensayos. O, dicho de otra forma, el pozo que todo
gran poema encierra, genera y constituye en mí una fascinante obsesión, un
amago, un devaneo: en mi manía de leer de arriba hacia abajo un buen
poema y, luego, a la inversa, quizá reinventé las palabras que me dijeron,
como en coro, mi tía Carmen y la gran Enriqueta, frente al caño del río
Apure, cuando yo, a los siete años, les pregunté ¿qué es la poesía? Enriqueta, sonriéndose
con mi tía Carmen, me ordenó:
“---Mete
las manos en el agua y descubrirás que tienes cuatro manos...Sólo así
sabrás
lo qué es la poesía”-
*****
José Napoleón Oropeza
nació en Puerto de Nutrias Venezuela, el 13 de octubre de 1950. Profesor de
literatura en la Universidad de Carabobo y en diversos postgrados de
universidades venezolanas y en el exterior. Ejerció el cargo de presidente de
la Junta Directiva del Ateneo de Valencia durante diez años. Organizador de la Bienal “José Rafael
Pocaterra” y de la Bienal de Artes Visuales “Arturo Michelena”.
Ha
publicado una extensa obra narrativa y ensayística recogida en los siguientes
títulos: La Muerte se Mueve con la Tierra Encima, 1972 (Cuentos); Parte de la
Noche ,1972 (Cuentos); Las Redes de Siempre, 1975 (Novela); Los Perfiles de
Agua, 1978 (Ensayo); Ningún Espacio para Muerte Próxima,
1978
(Cuentos); Donde Todo el Universo es una Orilla, 1979 (Cuentos); Las Hojas Más
Ásperas, 1984(Novela); Para Fijar un Rostro, 1984 (Ensayo), 1984; El Bosque de
los Elegidos, 1986 (Novela); Entre el Oro y la Carne, 1989 (Novela); La Guerra
de los Caracoles (Cuentos) 1991; Testamento de un Pájaro, 1999 (Novela); Para
fijar un rostro, 2004 (Ensayo, dos ediciones); La carta que contenía arena, 2005
(Cuentos); Entre la Cuna y el Dinosaurio;2006 (Antología de Cuentos); El habla
secreta, 2011 (Ensayo); Las puertas ocultas,2011 (Novela) 2011; El Cielo
Invertido, 2016 (Novela, dos ediciones).
Ha
sido reconocido con diversos premios y en dos ocasiones con el prestigioso
premio que convoca cada año el Diario El Nacional en el año 1971 y en el 2002
respectivamente, así como el de la crítica en el 2012 con su novela “Las
Puertas ocultas”. Es Individuo de Número de la Academia Venezolana de la
Lengua, Correspondiente de la Real Española, desde el día octubre del año 2015,
cuando pronunció su Discurso de Incorporación bajo el título de Arturo Uslar
Pietri y la estética del cuento contemporáneo.
HUMILDE
Y ENORME, RAFAEL CADENAS
José
Pulido
Pongo
aquí hoy, un fragmento de un texto más largo que escribí sobre nuestro poeta.
Un humilde homenaje, como la humildad que lo define Rafael Cadenas es un señor
barquisimetano. Un señor poeta barquisimetano. Un poeta silenciosamente
universal. Pero no se desvive por eso: ni siquiera aspira a ser el poeta de su calle,
de su casa o de su cuarto. Él es el cauce de las palabras más potentes que la
vida enseña. Cada palabra es un derrelicto luminoso de sus profundidades.
Cadenas ansía que lo profundo no tenga nada que ver con el ego. El poeta
barquisimetano universal, es enorme y callado como una montaña que va soltando
este tipo de polen:
Que
cada palabra lleve lo que dice.
Que
sea como el temblor que la sostiene.
Que
se mantenga como un latido.
No
he de proferir adornada falsedad ni poner tinta dudosa, ni añadir brillos a lo
que es.
Esto
me obliga a oírme. Pero estamos aquí para decir verdad.
Seamos
reales.
Quiero
exactitudes aterradoras.
Rafael
Cadenas es un civil cuya sabiduría florece cada vez que escribe una frase, un
verso, una línea. Es el poeta más civil que pueda cualquiera imaginarse,
queriendo decir con ello que es completamente libre de uniformes, clichés,
etiquetas, conformismos, esquematismos.
Su
poesía elevada lo empequeñece por decisión propia: la poesía es quien lo
escribe a él y lo transforma en imagen de humildad civil. Pero resulta que esa
humildad es una virtud que lo perfila y lo marca. De alguna manera, en su
posición contra el predominio del ego, lucha para que su humildad no se vuelva
uniforme y le arrebate lo civil.
Rafael
Cadenas nació en Barquisimeto y por eso es barquisimetano y larense, pero en realidad
su territorio es la poesía. Cuando se escucha, se lee o se pronuncia su nombre,
lo primero que se viene a la mente es el deseo de agregarle a ese nombre una
frase:
-El
poeta…
-El
poeta Rafael Cadenas.
Él
ni siquiera cree que es dueño de un nombre. Su ego le incomoda. Yo esto, yo
aquello. La vida y el presente acaparan su interés.
En
su primer sermón, en el Parque de las gacelas en Benarés, dijo Siddharta
Gautama, mejor conocido como Buda:
“Todo
lo que ha tenido un comienzo se disolverá de nuevo. Todo cuidado de la
personalidad es vano; el «yo» es como un espejismo, y todas las tribulaciones
que le tocan son pasajeras.
Se
desvanecerán como la pesadilla cuando el soñador despierta.
Dichoso
el que ha vencido todo egoísmo; dichoso el que ha obtenido la paz; dichoso el
que ha encontrado la verdad.”
El
Parque de las gacelas de Benarés podría reclamar como suyo, cual monje
extraviado en el tiempo, al poeta Rafael Cadenas. El Buda ha podido nacer en
Barquisimeto.
MORADAS, INTEMPERIE
Rafael
Fauquié
“El que cierra los
ojos se convierte en morada
de todo el universo./
El que los abre traza las
fronteras y permanece
a la intemperie”, dice
Olga Orozco.
En
alguna parte de su obra, dice el novelista Graham Greene: “ser humano es
también un deber”. Un deber que, esencialmente nos conduce a la más digna
consecuencia de nuestros aprendizajes: el reconocimiento y aceptación de nuestra
realidad: perspectiva personal que suma miradas, sueños, elecciones,
comprensiones, memorias, temores, proyectos… Perspectiva que describe un
sentido de continuidad y crecimiento en nuestro tiempo.
Todo
cuanto nos ha sucedido y nos sucede significa, ncontribuye a hacer de nosotros
lo que hemos sido y somos. Todo forma parte de esa realidad que es la nuestra:
historia personal donde tienen cabida también lo deseable, lo ilusorio, lo
esperanzador. Junto a lo que nos rodea, lo que quisiésemos que nos rodease; al
lado de nuestras experiencias vividas, los espejismos de los que no podemos separarnos;
cercanos a memorias y referencias, los sueños, las esperanzas, las ilusiones…
Todo es parte de nuestra perspectiva, de nuestra sabiduría de vida.
En
una entrevista concedida a Octavio Paz, el poeta Robert Frost, menciona la
necesidad de mantener vivo “el deseo de internarse en lo desconocido y el deseo
de quedarse a solas con uno mismo.” Doble intención de un mismo propósito:
construir un camino siempre cercano a los espacios –a veces amplias
superficies, a veces profundos y confusos escondrijos- de nuestra conciencia.
Internarnos en lo desconocido apoyándonos en eso que fuimos eligiendo, conociendo,
valorando; apegándonos a verdades parecidas entre sí porque todas se relacionan
con eso que somos y eso que creemos; respondiendo nuestras preguntas necesariamente
apoyados por la curiosidad y alejados de la amenazante indiferencia.
La
curiosidad hace de cada individuo un aventurero en pos de sus sueños y sus
búsquedas. Es fuerza que lo proyecta fuera de sí mismo, más allá de sus ahoras
y hasta esos lugares donde residen para él la promesa y la ilusión. Su mayor
reto: permanecer curioso, abierto siempre a nuevos aprendizajes y saberes;
conservando inalterable la intención de iniciar proyectos, de continuar
aprendiendo… Opuesta a la curiosidad, la indiferencia es vacuidad y conformismo,
pasividad estéril, apatía y desinterés, inercia e inconsistencia. La
indiferencia rutiniza gestos y pasos, visiones y actos. Iguala rostros y
comportamientos. Rasa acciones y destinos. Desvanece iniciativas y descubrimientos.
Inmoviliza al indiferente clausurándolo dentro de estrechos límites y haciendo
de su entorno estéril escenario sin finalidad ni significado. El indiferente es
un ser desdibujado. Condenado por voluntad propia a la resignación y al
desinterés, es incapaz de comprometerse. No se compromete porque ni cree ni
valora. Curiosidad o indiferencia: moverse en el sentido de la una o de la
otra, actuar de acuerdo a la una o a la otra. El curioso, llevado por su
necesidad de entender, imagina rumbos para sus pasos y horizontes. El
indiferente, ciego y sordo a cuanto no sea su inmediata instantaneidad,
sobrevive en medio de una errabundez de ahoras, rodeado de hábitos y comportamientos
siempre iguales a sí mismos. Al curioso le es impensable no responder a las interrogantes
que lo acosan. El indiferente, sumergido en la imitación de muchos lugares
comunes y muchísimos gestos reiterados, permanece al margen de casi todo.
Mientras el curioso no cesa de indagar en su tiempo, el indiferente se resigna
al sinsentido de su tiempo.
Curiosos,
siempre curiosos, nos aventuraremos “en lo desconocido”, pero necesariamente
cercanos a nosotros mismos, a nuestra experiencia, a nuestra memoria. “La nuestra
–ha dicho Octavio Paz- es la primera época que se apresta a vivir sin una
doctrina meta histórica; nuestros absolutos –religiosos o filosóficos, éticos o
estéticos- no son colectivos sino privados.” Nuestros absolutos pertenecen, cada
vez más, a la esfera de lo individual. Postulan respuestas muy cercanas a esas
experiencias que nos ha tocado vivir. Hablan de recuerdos y esperanzas, de
vocación y proyectos de vida, de sentimientos y emociones, de aprendizajes e
ideales; en suma: de tiempo individual.
La
desconfianza hacia los absolutos viene de muy antiguo en nuestra cultura
occidental. Ya en sus Confesiones, San Agustín recomendaba a los hombres no
perderse en laindescifrable vastedad de los afueras, sino más bien orientarse
hacia el propio mundo interior. Muchos siglos después, Miguel de Montaigne
propuso en sus Ensayos mirar y entender siempre desde la propia experiencia y,
sobre todo, desde la propia ética. Montaigne, un pensador moderno que se
esforzó por mostrar a los seres humanos que la razón existía para ayudarlos a
entenderse a sí mismos y desde sí mismos, volvía una y otra vez en sus escritos
al viejo dicho de Protágoras: “el hombre es la medida de todas las cosas”. Lo que,
en modo alguno, suponía afirmar que el hombre fuese el centro de todo sino que,
una vez que el destino humano había dejado de reposar en la voluntad de un Dios
todopoderoso e inalcanzable, las grandes preguntas de los hombres solo podrían
respondérselas ellos mismos. Era el comienzo de un nuevo saber para la
Humanidad: menos grandilocuente, más vulnerable; emparentado con. Sentimientos
de soledad y, sobre todo, con la terrible, con la desoladora sospecha del
sinsentido de la existencia. Sobre uno de los más antiguos y profundos
absolutos del ser humano: la fe en lo divino, recuerdo el certero consejo de
Rilke en la sexta de sus Cartas a un joven poeta: buscar a Dios depende de cada
voluntad individual. La idea misma de una deidad deja de ser referencia
absoluta para convertirse en algo mucho más “humano”: creación o respuesta de
una persona ante su vulnerable soledad, una consecuencia de su desamparo o su
temor. En fin, Dios - ¿dios?- existe, esencialmente, en la conciencia de cada individuo.
¿Nos resulta Dios necesario? Entonces busquémosle. Hagamos nuestros mayores
esfuerzos para encontrarlo e incorporarlo a nuestra realidad personal. De lo contrario,
acaso en su lugar nos basten esos aprendizajes propios que nos fueron
conduciendo hacia razones y verdades que hemos llegado a considerar
irrefutables.
Sin
embargo, y de manera absurda, en nuestro tiempo occidental aún escuchamos
frecuentes vociferaciones encargadas de proclamar absolutos ideológicos. Contemplamos,
así, el reiterado espectáculo de ideólogos promotores de sistemas de
pensamiento garantes de felicidad colectiva, preconizadores del sentido y la
lógica de la historia; seres embarcados en la aventura de esclarecer el pasado
y el porvenir humanos gracias a ideologías demandantes de credulidad y, sobre
todo, de obediencia.
Propagandistas
lamentables de poderes que los alimentan o alientan, estos “pensadores” suelen
encarnar en dos seres opuestos: el sumiso esclavo o el brutal verdugo; bien esclavos
de alguna doctrina o rostro gobernante, bien verdugos de sus propios
conciudadanos: desenlaces contrarios de consecuencias igualmente deshumanizadoras.
Inconcebible resulta que personas que debieran permanecer cercanos a verdades
surgidas de su tiempo y de su camino, terminen míseramente reducidos a la
condición de divulgadores de tesis sobre la incapacidad humana para enfrentar
la vida por ella misma. A la palabra del verdadero pensador, eterno aprendiz de
la vida, se opone el soliloquio de ideólogos que actúan en favor del
adocenamiento de muchos. Lo que desmentiría su condición de creadores imposibilitados
-paradójicamente puesto que se consideran a sí mismos pensadores- de pensar por
sí mismos. Solo la afirmación de lo individual, el respeto a la libertad y la dignidad
de la persona humana, lograrán enfrentar la inhumanidad de sistemas de
pensamiento dogmáticos y alienantes.
Es
difícilmente predecible el tiempo construido por los hombres; y es grotesco
predicar a éstos solitarias verdades, y, muchísimo más grotesco aún, relacionar
dichas verdades con algún rostro humano o algún determinado partido político.
Existen y existirán siempre seres muy mal avenidos con ciegos acatamientos:
individuos empeñados en obedecer a sus intuiciones, a entenderse con su memoria
y dispuestos a no abandonar nunca ciertos sueños. Personas apoyadas, por encima
de cualquier otra cosa, en su libertad; y que, frente a toda impuesta
alienación, se acogen al refugio de su conciencia.
Sobre
espejos y brújulas
Leandro
Area Pereira
Si
algún tesoro hemos perdido los venezolanos en estos últimos tiempos es el de
aquél espejo donde, por borroso que fuera, se reflejaba nuestra siempre
escurridiza identidad. Y no ha sido casual, porque a propósito, con la
intención perversa de dominarnos, de hegemonizarnos, han mutilado nuestros
signos, símbolos y mitos de orientación cultural, trastocando las raíces de las
que nos nutrimos como nación y árbol social. Y sin estos imanes de sosiego
orientador y ciudadano, cualquiera es presa fácil de ambiciones malevas.
Una
sociedad sin esa brújula primera pierde tres dimensiones de la realidad que la
debilitan como madre acogedora y orientadora de pueblo y sustentadora de
pertenencia patria. Me refiero a ser, espacio y tiempo. Andamos sin saber
quiénes somos, dónde estamos y en qué tiempo transcurrimos. Una nación así
carece de alternativas que no sean las de consumir el presente para,
tragándolo, evadirlo o regocijarse en un pasado nostálgico de aventuras
románticas. En esas circunstancias nadie es libre de planear su futuro ya que
es prisionero de las veleidades de los que se engolosinaron con el poder.
Las
repercusiones de este envenenamiento calculado sobre las vidas personales son
letales. El sentido de pertenencia se desarticula, la autoestima se fractura,
el auto control pierde la noción de límite, el otro se convierte en enemigo o
cómplice, la confianza no existe, y la energía individual y social se invierte
en protección o aislamiento. Todas las posibilidades de obra se dirigen a la
construcción de un muro para dilatar el peligro y el miedo que son dos fieras
alternas que se complementan. La desconfianza es ahora la ley de la selva.
A
ese desdén nos ha traído un proyecto político militar y golpista que encontró
vara alta en una sociedad bonchona y mal tejida, y en unas élites incorrectas
que convirtieron complejos y envidias de los suyos en inmolación a favor de los
enemigos de la democracia. Ojalá me equivoque pero será difícil superar esta
trampa babosa en la que resbalamos a través de óperas dialogadas a menos que
otras circunstancias, internas y externas, converjan y conviertan fuerzas y
errores de las partes en cambio político determinante.
Los
enfrentamientos y luchas que andan por el país y de su cuenta a veces son
expresión de la esperanza que persiste en los que creemos que no todo se ha
perdido aunque quede mucho por hacer. Los avances han sido significativos hasta
en las propias contradicciones y pugilatos dentro de la oposición ya que ellas
caracterizan parte fundamental y provisoria de nuestra visión inexperta,
vertiginosa y petrolera de la realidad y de la historia, del ser, el espacio y
el tiempo.
Pero
por ahí andamos, construyendo una brújula para darle sentido común a la
dispersión que nos identifica como pueblo y como continente. Esto no es nuevo y
ya tuvieron que lidiar con esa incomprensión los que nos antecedieron en esta
odisea por civilizar la barbarie, por erradicar la malaria, construir puentes y
caminos, educar a la gente, dar de comer al hambriento, dar de beber al
sediento, lograr la libertad, dejar de ser esclavos, casa donde encontrar
cobijo, amar al prójimo como a tí mismo. Lo básico, hermano, lo básico.
Leandro
Area Pereira.
En
la casa eterna del ser. Una aproximación a la poesía de José Luis Ochoa
Autor:
Julio César Blanco Rossitto
Uno.
Ser y tiempo, así nombra Martin Heidegger una de sus obras fundamentales, quizá
para sugerir la idea de que ambas categorías se interrelacionan y estrechan
constantemente. Ser en el tiempo. Ser con el tiempo y a pesar de él. Ser con/en
el tiempo lo que somos en los otros; por ejemplo, un día remoto, impreciso en
los calendarios pero jamás olvidado: la fotografía de un joven que viste camisa
manga larga de bacterias, pantalón negro, bigotes bajo una mirada apacible, al
fondo unos cocales, los brazos colgando a cada lado, las manos no se ven; el fotógrafo:
Vasco Szinetár (¿podía ser otro?); ¿el lugar?: tal vez Caracas.
Después
será el centroccidente del país, una ciudad lamida por crepúsculos, pero antes
habrá un Valle de la Pascua ardiendo en soles llaneros del verano venezolano,
era 1965; ahora Barquisimeto con un río de cenizas, calles que se prolongan de naciente
a poniente, brisas austeras, gente amable; pero antes fue Caracas: la
Universidad Central de Venezuela, el ditirámbico misterio de la poesía, los
encuentros, la gente de Eclepsidra (el último grupo literario que cierra el
siglo XX en nuestras tierras), una editorial, los amigos, Marta Kornblith
dormida en la tinta amarga de los suicidios.
¿Partir
entonces? ¿A dónde? A la ciudad crepuscular, pero oteando horizontes desde
Cabudare: nuevos aires, nuevo ambiente y la poesía latiendo su famélica soledad
de ancla abandonada; calle 8, cerca de la Casa del Ajedrez, la Casa de la
Poesía, el ritornelo de los dados, Borges, los nuevos libros escritos, soñados,
sufridos, la ruta de los atardeceres irredentos. ¿Su nombre? José Luis Ochoa
Rebolledo. Cariñosamente le llamamos El poeta Ochoa.
Dos.
¿Qué es la poesía?: fuego, incandescencia, revelación y dialogo o monólogo, sin
duda oración y plegaria, construcción de mundos, búsqueda para nombrar, inquietud ontológica.
La poesía es una difusa conciencia de nuestros límites infinitos, un apostar
por el silencio que habla su propio idioma con símbolos sagrados que vienen de
un lugar remoto. El poema solo es poesía por gracia del azar, no es un don del poeta,
es una concesión misteriosa de algún dios olvidadizo, epifanía, materialidad de
lo inmaterial, verdadero milagro.
No
es posible interpretar el poema, cualquier traducción es una traición, lo
sabemos. El poema es un accidente escritural de la poesía y por tanto solo
contiene una parte del todo, de manera que nunca podremos aprehenderlo, ni
aprenderlo. Para cualquier lector el poema es un riesgo de consecuencias
impredecibles. El poeta puede ser un vidente “por un largo, inmenso, y razonado
desarreglo de todos los sentidos” (Rimbaud, 2010, p. s/n). La poesía remite a lo
caordico, caos y orden, haz y envés de una realidad múltiple y proteica.
Las
afirmaciones anteriores permiten vislumbrar por qué razón toda lectura de
poesía siempre será una aproximación, ni siquiera el poeta es capaz de intuir
las consecuencias finales de su propia creación, los caminos del poema son
infinitos senderos que se bifurcan, cruzan, entrecruzan, distancian, chocan,
acercan, desaparecen; de modo que lo que intentaremos en estas notas es una
primera aproximación a la poesía de José Luis Ochoa.
Tres.
Las cronologías no siempre son certeras, menos aún en el mundo de la poesía
donde temas y obsesiones persiguen al poeta de forma fantasmática y recurrente;
sin embargo, nos permitiremos esta licencia para señalar que la obra de José
Luis inicia con: De Viajes y Encuentros (Ochoa, 1992), poemario que mereció el
premio Fernando Paz Castillo otorgado por el Centro de Estudios
Latinoamericanos Rómulo Gallegos, (CELARG).
El
libro recorre con un lenguaje transparente, casi que conceptual, un sino vital
que en ocasiones recuerda la poesía inglesa. Los poemas son breves, reflexivos,
construidos desde el Yo. Existe un deseo de fotografiar la realidad
circundante, decididamente urbana: el bar, la barbería, una estación del metro,
la iglesia; y consecuentemente habitada por innumerable seres como: un jinete
que escucha música en una vieja rockola; un barbero silencioso y cómplice cuya
imagen, proyectada desde el espejo, testimonia el paso del tiempo en los
cabellos de su cliente; un incomprendido evangelista cuyo sermón apaga el ruido
del metro, mientras como el poeta, pierde su tren; el poeta mismo que al
trasponer la puerta de la iglesia hacia la calle, queda: “desnudo / ya sin
incienso / y sin luz”, (Ochoa, ob. cit., p. 35).
Desde
este libro es posible apreciar algunos de los temas que como satélites persistentes,
giraran en torno a la trayectoria orbital del poeta; así mismo, algunas de las
particularidades de su poesía que terminaran decantando en un estilo y voz
personales; nos referimos a los escenarios urbanos, la soledad de los
ciudadanos en medio del tráfico y el polvo, la epifanía como revelación
salvadora, el poema convertido en canto- oración-salmo para conjurar el duro
trajín existencial, el tono conversacional en el lenguaje poético caracterizado
a veces por diálogos entrecomillados, la hiperrealidad avasallante, el dolor
como experiencia salvífica.
Las
particularidades antes señaladas, de algún modo, vincularan la poesía de Ochoa
con voces muy exclusivas del repertorio lirico universal; es así como encontramos
en ella vasos comunicantes que a partir de su primer libro lo conectan con
Cavafy, Ramos Sucre, Eliot, William CarlosWilliam y posteriormente, en sus
demás libros con Bukowsky, los poetas de la Generación Beat, en particular
Ginsberg, Kerouac, y de manera muy recurrente con el adolorido y humanísimo
César Vallejo.
Cuatro.
Cantos Hiperrealistas (Ochoa, 1997), es el segundo libro del autor; está
conformado por ocho poemas de mediana longitud con el merecido nombre de
cantos, que recuerdan un poco a Walt Whitman. La obra se distingue por el tono
conversacional que asume el poeta quien pareciera estar hablando en una plaza
con sus interlocutores, de manera que su voz se traslada desde el Yo hacia el
Nosotros como un mecanismo para universalizar sentimientos, que, sin perder su
estrecha vinculación con la experiencia personal, necesitan también expresar la
angustia del colectivo con el cual se solidariza en un acto de humana compresión.
A
pesar del propósito del poeta de buscar luz para su palabra mediante el diálogo
abierto, paradójicamente el poema muestra una estética nocturnal, se llena de
sombras y transita territorios oscuros, dramáticos, más que reales, hiperreales
del mundo circundante. La afirmación anterior se observa desde el primer poema:
Esto dice Vallejo, donde mediante el uso de la técnica del intertexto, se alude
al soneto Piedra negra sobre una piedra blanca; allí convoca al gran poeta
peruano
“desde
su dolor siempre agradecido / siempre entristecido / de poeta de animal / y de
hermano / -que también es el tuyo / que también es el mío.” (Ochoa, ob. cit.,
p. 8). Lo hemos dicho antes, la mención a César Vallejo no es casual, de acuerdo
con nuestra opinión, la obra de Ochoa progresivamente se irá acercando en una
trayectoria tangencial hacia la mística actitud cristiana que motivó al bardo peruano.
En el poema: Eros en las calles, se aprecia con gran énfasis la cercanía con
los postulados de la poesía conversacional que derivó de la Generación Beat y
que a partir de los años ochenta, remozaron de manera muy particular los poetas
del grupo Tráfico.
Si
atendemos con lo señalado, existe un deseo de reivindicar lo urbano e
incorporar elementos y aspectos tradicionalmente considerados antiestéticos
(flores infectas, baratijas, wáter close); el lenguaje se desenmascara y vigoriza mediante la
dialogización de lo grotesco, pero nada de banalizaciones gratuitas; por el
contrario, el poeta procura hablar a la tribu con sus propias palabras como una
manera de reivindicar los actos sórdidamente humanos (el hombre que limpia sus
piojos en la vía pública, diría Vallejo); es así como aparece el dios Eros que
“muestra sus genitales / se masturba sin decoro en las esquinas / de la ciudad indiferente”,
(Ochoa, ob. cit., p.12).
En
el poema: Un río turbio y una ciudad, se construye un canto a la solidaridad y
el amor enunciados desde el detritus, desde la pestilencia de un río donde los ciudadanos
tributan sus desechos, donde el poeta bebe las aguas sucias que inundan sus
ductos orgánicos mediante los cuales ofrenda su orina danzarina, efusión que
finalmente regresa a la corriente. Así mismo, el poeta declara su amor absoluto
a aquel tierno río insalubre porque: “no pretendes engañarme / porque no eres
hermano de un río claro / porque eres ya incorruptible / porque has lavado
todas nuestras heridas / todas nuestras culpas”, (Ochoa, ob. cit., p.15).
No
es el río heracliteano que simboliza el fenómeno constante y permanente de la
transformación al cual alude el poeta, se trata más bien de un hermano del
Hudson “que se emborracha con aceite”, que se alimenta con sangre tierna de
animales sacrificados para el condumio de los ciudadanos, aquel que cantó Lorca
en su poema: New York oficina de denuncia, incluido en el libro: Poeta en Nueva
York; en este caso, se habla del río Turbio: “último guerrero desnudo de las
aguas” (Ochoa, ob. cit., p.17), erguido y heroico, resistiendo a una ciudad que
le contamina con sus basuras para luego hipócritamente, resentir de sus olores.
Hasta
ahora, hemos hablado con detalle acerca de dos poemas importantes que, de
acuerdo con nuestra aproximación comprensiva, revelan sustancialmente los
logros que Ochoa alcanza con los Cantos Hiperrealistas; sin embargo, hay un
poema que consideramos significativo dentro de la obra del aeda, nos referimos
al denominado: La perfección del mundo nos abruma. Consideramos que es un canto
revestido de profunda filosofía. El poema ironiza acerca de la supuesta
perfección del mundo, cabría interrogarse la postura ontológica que asume tal
aseveración: el mundo es perfecto porque lo construyó un dios perfectísimo, tal
vez diría un escolástico o un positivista, pero el mundo también supone la contingencia,
el azar, el caos; en cualquier caso, algunos pensadores posmodernos hablan de
lo caordico, dimensión donde los seres humanos ingresamos “entornando
suavemente / nuestros parpados / cerramos nuestra boca / y entramos de lleno
así / en la garganta del caos”, (Ochoa, ob. cit., p. 20). Pero asumir la
conciencia del caos/orden como dinámica que verdaderamente rige el universo,
reclama a su vez la aceptación de la otredad, el reconocimiento de la
diferencia, de la excepción sobre la regla, de las minorías y por consiguiente,
de los defenestrados del mundo, los proscritos, los marginales; de allí que en
la realidad siempre existirá “otra solución / y otra / y otra”, (Ochoa, ob.
cit., p. 22) para dar el gran salto donde “nuestra absurda terquedad / por
tratar de invertir / el orden señalado de las cosas”, (Ochoa, ob. cit., p. 18)
será una obstinada causa esgrimida por los expulsados del paraíso.
Cinco.
En el luminoso ensayo, La palabra transmutada, el poeta Alfredo Silva Estrada
afirma: Toda palabra, la más vulgar y corriente, es poética en su origen. La
palabra abre la realidad y la hace mundo. La palabra: un abriente que es revelación
y no medio que apunta hacia lo ya conocido. Es éste su origen poético que se
pierde en el lenguaje conversacional donde la palabra se torna mera significación.
(Silva, 2007, p. 53) Sirvan las ideas anteriores como preámbulo para acercarnos
al tercer libro de Ochoa (2013), denominado Ruinas Vivas, cuyo numen fundamental
se expresa en el poema: Palabras en ruinas, donde el poeta menciona la palabra
gastada, hueca, perdida, “herencia de la lengua
piadosa cruel / de dioses hoy casi mudos” ( p. 22). En esta oportunidad
la voz poética retoma el Yo desde el cual se convoca un verbo inocente, malgastado,
pero única herramienta o posibilidad que tiene el poeta de expresarse y
procurar una: “oración amorosa / sencilla entre esta confusión de escombros
/…(para) así renacer / en el seno de los labios más dulces”, (Ochoa, ob. cit.,
p.22).
Nuevamente
desde la estética conversacional, pero con un verbo que se adensa y profundiza
para luego decantar hacia lo que hemos denominado, la experiencia salvífica; la
obra bajo estudio, registra con tonalidades verdaderamente dramáticas, las
circunstancias de un sujeto poético que da cuenta de sus laberintos interiores:
“desde la intemperie de esta casa eterna del ser / siempre tan real tan
elusiva” (Ochoa, ob. cit., p. 21), que se anuncia en el poema: Solo por decir. A
su vez, insistiendo con Silva (ob. cit.), la palabra poética de Ochoa ,es
también revelación y camino místico que conduce a la expiación de la culpa, el
perdón y la paz espiritual, como magistralmente se expresa en el canto IV del
poema: Variaciones sobre un mismo cielo, dedicado al cielo de Barquisimeto,
donde se imita el ritornelo suplicante de las letanías. A este respecto
conviene apuntar lo dicho por Armando Rojas Guardia en entrevista con Miguel
Szinetár en el libro: De la poesía. Diálogo con poetas: El lenguaje poético es
por naturaleza paradójico, se mueve en los bordes, roza el misterio. Dice lo
indecible. Es una de las maneras que tiene el misterio de manifestarse (…) Hay
un gran parecido entre la alquimia verbal propia de la poesía y la aproximación
al misterio que hace el místico. (Szinetár, 2004, p.116). Precisamente aquí
queríamos llegar, sabemos ahora que enocasiones el ejercicio poético se asemeja
a la praxis mística; sin embargo, no pretendemos decir con esto que José Luis
Ochoa sea un iluminado, deseamos subrayar su progresiva y denodada inclinación
hacia una postura espiritual que como hemos insistido antes, lo emparenta con César
Vallejo; de manera que su poesía asume con rigor un proceso de} cura del alma
mediante la expiación del dolor. Es así como en el poema: Mira lo que hace el
amor, nos dice: “Ahora vagaras con tu amor con tu bestia / -siempre a cuestas-
/ comerás sus huesos sus vísceras / la sangre por ti derramada / fundirás con
la tuya / y vendrá entonces la purificación” (Ochoa, ob. cit., p. 49).
Creemos
que faltan algunas cosas por decir acerca de Ruinas Vivas y que merecen su
estudio, sin embargo, anunciaremos solo un par de ellas: los continuos
referentes a obras, escritores y otras manifestaciones del arte (Cesare Pavese
en: Nocturnos del desamparo, Quevedo en: Soneto Quevediano, la pintura en: Como
un joven Baco de Caravaggio, el cine en: Crónica de amores perros) que dan
cuenta de la erudición de un intelecto despierto e inquieto; y la alusión al
mito del eterno retorno enunciado por Nietzsche en sus teorías y que el poeta
trata en los poemas: Tiempos nuestros y El regreso del Fénix, donde se
vislumbra un
“amanecer
inédito que revela / la rama dorada de nuestra esperanza renovada.” (Ochoa, ob.
cit., p. 66).
Seis.
“Cantar y pensar son los troncos cercanos del poetizar. Crecen del ser y se alzan
hasta tocar su verdad”, dice Martín Heidegger; creo que no existe mejor frase
para resumir la obra poética de José Luis Ochoa Rebolledo.
Referencias
Ochoa,
J. (1994). De Viajes y Encuentros. Caracas. Pequeña Venecia.
Ochoa,
J. (1997). Cantos Hiperrealistas. Caracas. Eclepsidra.
Ochoa,
J. (2013). Ruinas Vivas. Caracas. Eclepsidra
Silva,
A. (2007). La Palabra Transmutada. La poesía como existencia.
Caracas.
Otero Ediciones.
Szinetár,
M. (2004). De la Poesía. Diálogo con poetas. Mérida. Ediciones Actual.
Rimbaud,
A. (2010). Cartas del Vidente. Biblioteca Virtual Universal.
Disponible:
http://www.biblioteca.org.ar/libros/153514.pdf [Consulta:
2018,
Abril 11]
Cabudare
Abril 14 de 2018.
CADENAS EL INTROVERTIDO
Por: Juandemaro Querales
Acaba
de alborotar y agitar el mundo de la Poesía y la Literatura el poeta Barquisimetano,
miembro de Tabla Redonda: Rafael Cadenas (1930), Reconocido con el Premio
“Reina Sofía” de las Artes de España 2018. Crecí admirando al autor de los
“Cuadernos del Destierro” (1960) por varias cosas como: mi militancia en el
PCV; el trato cercano a poetas y filósofos marxistas como: Héctor Mujica, Ramón
Querales; Alì Lameda en la lejanía de su prisión en Corea del Norte, también a
la prédica didáctica del pensador Andrés Padilla.
En
aquel entonces leíamos con admiración: “Derrota” (1963); “Falsas Maniobras”
(1966), en copia mimeografiada por el poeta Jesús Serra. Pero, no será sino con
su “(Cuadernos del Destierro”, el texto que siempre anidó en nosotros, que
siempre lo llevamos dentro, como la Ítaca de Kavafis. Canto encandilador donde
la voz profética absorbe ese Caribe oriental de la Trinidad de su exilio
antillano, en tiempos de la dictadura de Pérez Jiménez (1952- 1958). Canto
salomónico, reminiscencia homérica o también las Elegías a Varones Ilustres de
Indias de Juan de Castellanos. Pero fundamentalmente el Saint John Perse del
Caribe francés de Guadalupe y Martinica, no debemos de soslayar a un fundador
del Surrealismo como Aimé Cesaire del Cuaderno para un Retorno a un país natal;
de la Martinica del viejo Alcalde del Partido Comunista Francés de Fort de
France y del Fanón de “Los Condenados de la tierra”. Código fabuloso de aquel
barquisimetano que desde Naipul y las Cartas del Tirano Aguirre a Carlos V,
conforman el abigarrado mundo exótico del sereno y circunspecto Cadenas; lo
cual hizo exclamar al gran poeta Caroreño Luis Beltrán Guerrero: “Cadenas, no
proviene de ningún Reino de comedores de Serpientes, sino del Reino Ayaman de
comedores de arepas”.
Autor
del poema más representativo de la década de los sesenta, caracterizados por
sea tiempos de violencia y alzamientos guerrilleros y de cuartel: “Derrota” que
junto al poema de Ramón Palomares: “Nativos”; recogen como la Ilíada de Homero
y la Paidea helénica del Aretè de la guerra, las campañas Lacedemonias. Lejos
de los 300 guerreros de Leónidas, donde los espartanos detuvieron a los Persas
infinitamente en mayor cantidad, dirigidos por su Rey Jerjes.
Con
el poeta barquisimetano se ha cometido una gran injusticia, el querer silenciarlo,
execrarlo de la mal llamada “Cultura Oficial” o del Realismo Comunista. La de
los “poetas” de la nomenklatura: Gustavo Pereira, Luis Alberto Crespo, William
Osuna, Tarew William Saad. Pero estos arrebatos de sectarismo y autoritarismo
militarista, pasara como en la España del 36, cuando proscribieron a la Generación
del Cuarto Centenario de a Góngora: Garcìa Lorca; Miguel Hernandez; Alberti;
Vicente Alexandri. Pasado esa pagina De la noche totalitaria su nombre
brillará, como Eugenio Montejo, quien ya forma parte del Parnaso de los grandes
de la Lengua española. De allì el Reconocimiento que le acaban de dar los
Príncipes de Asturias, al conferirle el “Reina Sofía” de las Artes.
Junio de 2018
Gabo…
Alexander
Cambero @alecambero
Jamás
leyó estas palabras escritas con el dolor que significó su partida. Disfruté toda
su obra para viajar a través del tiempo por geografías exuberantes, historias fascinantes
de mujeres deliciosas de besos ricos y senos que tocaban el cielo.
Macondo
se fue transformando en la Duaca de mi origen. Llegó un momento en que sus
relatos los iba comparando con episodios que me ocurrían en este pequeño territorio
larense en donde milita mi alma. Muchas veces observaba a personajes locales y
me los imaginaba inmortalizados por su pluma.
A
pesar de ser pueblos distintos existe una conexión espiritual indestructible, y
esto es vivir amparados bajo el manto de una lengua que arropa a más de 600 millones
de personas, en una ondulada franja de 90.000 kilómetros; por lo cual Macondo y
Duaca están unidos por consanguinidad histórica. Un cruce de caminos entre la
fértil imaginación de un genio incomparable, con un pueblo real construido por
viejos episodios que no fenecen.
La
centellante sentencia de la abuela relatándonos la fábula de una hermosa mujer
que arrastraba a sus víctimas hasta el cementerio. Pasábamos las noches aterrorizados
imaginándonos a la extraña dama mirándonos por la ventana. En la mañana junto
al café otros relatos más divertidos. Amantes que se disfrazaban de muertos
para penetrar hasta los brazos de la mujer ajena, solo que al aparecer la luz
eléctrica se acabaron aquellos espectros.
Como
ven, existe mucho material en el sortilegio de pueblos atiborrados de supercherías.
Cómo me hubiese gustado ver eternizado al ciego Patricio, volando por el cielo
con la sinfonía tocada por un coro de ángeles. Quizás Balbino y María Bolivia,
en realidad, eran brujos que andaban en sus escobas fosforescentes; vuelo raudo
y veloz hasta el mundo de las ranas plateadas con ojos de rubí. Que en su
cabaña de palma estaba enterrado el tesoro de Francisco Bortone, resguardado
por murciélagos nacidos en Tumaque.
Aprendí
a quererlo al adentrarme en sus historias cargadas de ese realismo mágico tan característico
de nuestros pueblos morenos, infectados de injusticias; continente sembrado de
hondas iniquidades que supo dibujar en personajes de rostros compungidos, con
sus cuerpos nadando en un pantanal de huesos secos.
Cada
párrafo reflejaba la remembranza de comarcas olvidadas por mandatarios insensibles.
De ese barro creador nacieron esas maravillosas narraciones, que hoy colocan su
mástil en el corazón de muchas lenguas. ¡Oh, grandioso capitán de la palabra…!
Nunca
olvidaré cuando siendo muy joven pude verlo en un acto en el Poliedro de Caracas
en apoyo a Teodoro Petkoff, como abanderado presidencial del MAS. Estaba
vestido de gris junto al malogrado dirigente político colombiano Luis Carlos Galán
Sarmiento y Pompeyo Márquez. José Ignacio Cabrujas dirigía unas palabras con la
profundidad de aquella inteligencia superior.
Luego
de la electrizante intervención de Teodoro, quien con la destreza de la imaginación
hizo que su discurso convirtiera el Poliedro en un mundo de ininterrumpidos
aplausos, lo vi aplaudir juntos a nosotros con el fervor de la ilusión de
querer un cambio para Venezuela. Tu presencia refrendaba el hermoso gestode
donar el dinero obtenido del Premio Internacional Rómulo Gallegos. Creíste en un
movimiento de gente de corazón grande y pensamiento profundo, el MAS no pudo
llegar a Miraflores, pero su origen marcó una etapa hermosa en la historia nacional…
Victoria
De Stefano es homenajeada por el Festival
de la Lectura
“Escribir
es una devoción por el lenguaje”
La
autora de novelas como “La noche llama a la noche” (1985) e “Historias de la
marcha a pie” (1997) considera que a los escritores no les hace daño un poco de
reconocimiento.
DULCE
MARÍA RAMOS
Un
referente en la narrativa venezolana es, sin lugar a dudas, Victoria De Stefano. El
desolvido (1971), La noche llama a la noche (1985), El
lugar del escritor (1992), Cabo de vida (1993), Historias
de la marcha a pie (1997), Lluvia (2002), Paleografías (2010),
componen su obra narrativa.
Una
mujer que ha vivido el desarraigo, el exilio, la tragedia familiar con el terremoto
de Caracas, en 1967, y la pasión por la enseñanza en los pasillos de la
Universidad Central de Venezuela. Y a pesar que realizó estudios de Filosofía,
la literatura finalmente marcó su vida. Siempre ha recibió los aplausos de sus
fervientes lectores, y ahora su legado a la literatura será reconocido en el
Festival de la Lectura Chacao. “Me siento complacida por el homenaje, a los
escritores no les hace daño un poco de reconocimiento. Siempre es bienvenido”,
dice.
“El
aprendizaje sobre nuestro carácter, sobre nuestras contradicciones, lo hacemos
en la vida de todos los día”.
–La
memoria es fundamental en la escritura. ¿Qué ha significado en su
novelística?
–La
memoria es importante en la escritura, pero la escritura depende de muchas
otras cosas: de la capacidad de seleccionar lo que es relevante, de la
capacidad de observar, de la voluntad de emprender la exigente labor de
escribir. También depende de la devoción por el lenguaje y a partir de esa
devoción de crear una sintaxis, una vibración, un timbre propio y personal para
hacer avanzar una historia y darle vida en una forma. Tampoco debemos olvidar
la imaginación. Funes, el memorioso, el personaje del relato de Borges, tiene
demasiada memoria, jamás podría salir de la armadura de su cerebro y escribir
una novela o una crónica o lo que sea.
–En
su libro Viajes con un mapa en blanco, Juan Gabriel Vásquez, cuando habla
de la novela, afirma: “Las enviamos a lugares oscuros o desconocidos; las
iluminaciones que nos traen nos permiten un renovado aprendizaje del mundo, de
sus complejidades y las nuestras, de la ambigüedad, multiplicidad e
inestabilidad de nuestro carácter”. ¿Cómo concibe usted el género de la
novela?
–No,
no sería eso, cada escritor tiene su propia noción de la novela. En todo caso
no somos nosotros los que las enviamos a lugares oscuros.
Son
ellas, a medida que corren, que pueden en enviarnos a lugares oscuros y
desconocidos, más que de nosotros mismos, del mundo que nos rodea. El
aprendizaje sobre nuestro carácter, sobre nuestras contradicciones, lo hacemos
en la vida de todos los días, en la relación con otros seres, con prójimos y
extraños, además de las lecturas de autores que nos apasionan precisamente
porque nos enseñan cosas que nos ponen a reflexionar, incluso sobre el modo
eficaz de narrar.
“La
literatura es una manera de vivir en el sentido de oír, sobre todo escuchar,
sentir, observar, percibir, reflexionar, volver a pensar”
–La
literatura con la madurez cambia; es decir, cambian las lecturas, los autores,
los intereses. ¿Quién era la Victoria de Stefano que empezó a escribir y quién
es la que escribe hoy?
–Pues,
de verdad, se supone que ha crecido, que ha cambiado, obviamente, pero creo que
básicamente desde el principio estaban las marcas de lo que iba a ser su
escritura. Siempre leí, desde muy niña, mis intereses no han cambiado mucho. De
joven llegué a leer mucho, ahora releo mucho más. Puedo leer un libro que leí
hace 10 o 20 años, y me parece que lo estoy leyendo por primera vez, descubro
cosas que antes no había visto.
–Para
Flaubert la literatura es una forma de vivir, para el escritor colombiano Juan
Gabriel Vásquez, un lugar donde el grito ahogado, es algo para el mundo. ¿Qué
significa para usted la literatura?
–Estoy
más bien con Flaubert. La literatura es una manera de vivir en el sentido de
oír, sobre todo escuchar, sentir, observar, percibir, reflexionar, volver a
pensar. Por lo demás, Flaubert la vivió de una manera exclusiva.
–Su
familia llegó a Venezuela por la guerra, usted vivió la dictadura, el exilio, y
ahora este proceso tan complejo y doloroso de las dos últimas décadas. Como intelectual,
filósofa y escritora, ¿Venezuela se recuperará de estos años tan aciagos?
–Lo
espero, lo deseo, lo ansío con el mayor fervor. Lo espero, lo deseo, lo ansío
de todo corazón. Pienso mucho en los jóvenes, pienso mucho en los viejos.
Incluso puedo rezar plegarias.
–En
su más reciente novela, La ola detenida, Juan Carlos Méndez Guédez
escribe: “Era imposible volver a la ciudad que uno quiso.
Las
ciudades se iban con uno. Regresar era encontrar una fotocopia arrugada del
lugar que una vez se amó”. ¿Caracas, su ciudad, es la misma?
–Para
nadie es la misma. Ha cambiado sobre todo en la medida en que nos recluimos
más, estamos más solos, los amigos. Los familiares se van. Las personas de mi
generación hemos perdido muchos amigos de infancia y juventud, incluidos poetas
y escritores cercanos. Requerimos superar muchas dificultades prácticas y
agobios afectivos todos los días.
Yo
nunca he dejado de querer a Caracas. En ese no dejar de quererla sí me ayuda y
mucho la memoria.
–Hoy,
¿cuáles son sus obsesiones literarias?
–No
soy especialmente obsesiva, solo quiero terminar de afinar la novela que estoy
escribiendo.
–Y
finalmente, ¿cómo es la ventana por donde mira Victoria De Stefano?
–Es
una ventana de las que el Banco Obrero diseñó en sus años dorados, y se llaman
ventanas Macuto. Desde la de mi cuarto puedo ver el Ávila, a veces límpido, a
veces encapotado.
Un
texto inédito
CUANDO
CARLOS FUENTES CONFESABA A
LUIS BUÑUEL
Por
Jesús Ruiz Mantilla
Fuentes
buscaba la manera de penetrar su rostro rudo pero escurridizo, con ojo a la
virulé. Así se leía en su ficha policial durante el franquismo: “Buñuel, Luis.
Nativo de Calanda, Aragón. Anarquista, pervertidor, hereje y blasfemo, autor de
dos películas que denigran a la nacionalidad española: Tierra sin
pan y Un perro andaluz”. Por más que lo marcaran las autoridades del
régimen de esa manera, o precisamente por eso, Carlos Fuentes tenía otra
opinión de su amigo exiliado en México: “Es el cineasta más honesto que existe
en el mundo”.
Lo
escribió en un trabajo hasta ahora inédito e inconcluso donde trató de
desentrañar su cine bajo el título de La mirada de la medusa. Descansaba
en el archivo personal que el autor legó a la Universidad de Princeton (EEUU) y
lo acaba de recuperar Javier Herrera, experto en el director, para la Colección
Obra Fundamental (Fundación Banco Santander). Es, sencillamente, una joya.
No
solo desgrana y agiganta su dimensión artística. Da testimonio de uno de los
nexos, aún no suficientemente explorados, que ha definido la cultura hispánica
a nivel global en el siglo XX: aquel que une la vanguardia europea de
principios de siglo con un líder destacado del surrealismo entre sus filas y
los jóvenes escritores latinoamericanos que lo consideraban un faro de leyenda para
toda su corriente.
No
solo lo trató Fuentes. Quizás fue quien lo hizo de manera más íntima y
continuada, con México como epicentro de la relación. También lo veneraban
García Márquez, Vargas Llosa, Julio Cortázar o José Donoso. Los fogonazos de su
cine se advierten en varias de sus novelas y cuentos. Existe una complicidad
mutua a la hora de entender el mundo. Por eso Buñuel, un puro cineasta literario,
quiso adaptar a Juan Rulfo, igual que lo intentó con Aura, de Fuentes,
cuentos de Cortázar como Las menades, novelas de Donoso (El lugar sin
límites), además de La ciudad y los perros, de Vargas Llosa. O, a la
inversa también, García Márquez lo tentó para que transformara en imágenes
algunos de sus guiones antes de la explosión atómica que supuso para su carrera
—y para la literatura universal— Cien años de soledad.
Profeta
de mayo del 68
Más
allá del estilo o del discurso, los escritores del boom literario
latinoamericano vieron en Luis
Buñuel
a un profeta. Y cómo tal, a alguien que predijo acontecimientos como mayo del
68. “¡Ah, cabronas antenas buñuelianas!”. Con esta expresión, a Carlos Fuentes
se lo reconocía. Según Javier Herrera, “en esa época, el escritor se encuentra
en París y vive muy de cerca los acontecimientos revolucionarios”. Por origen y
formación, Fuentes, como Buñuel, pertenecían al mundo burgués dominante. “Pero
con una conciencia crítica despiadada hacia ese mismo mundo para intentar
humanizarlo a través de la cultura y del arte”, apunta Herrera. El autor va confirmando
tesis y teorías discutidas con su maestro sobre el terreno. “La aproximación de
Fuentes a su obra hasta ese momento tenía en cuenta principalmente las
cuestiones estéticas derivadas de películas como Belle de Jour y
ahondaba a través de ella en una dialéctica entre la ceguera y la visión
artística. Pero a medida que el análisis de Fuentes iba encauzándose hacia la subversión
ideológica y social que sus películas preveían, se dio cuenta de que la
capacidad visionaria —y por tanto poética— de Buñuel se iba imponiendo”. Lo
previsto se empezaba a plasmar en la práctica revolucionaria del mayo francés y
en la consiguiente amarga decepción que supuso su fracaso para todos ellos.
De
ese rico parentesco nace La mirada de la medusa. Ninguno de aquellos
autores pudo cumplir su sueño de verse trasladados en imágenes por el maestro.
“Tengo una tumba llena de proyectos muertos”, le confiesa el director a
Fuentes. Pero cerca anduvieron. Lo mismo que él de buena parte de aquella
camada de letra heridos dispuestos a hacer historia.
Si
algo tenía Buñuel era buen olfato para según qué talentos. Lo mismo que Fuentes
para elegir mentor. Y el cineasta lo fue. Así se desprende de sus cartas
también y del estudio. “Entérese: estoy escribiendo un larguísimo ensayo sobre
usted”, escribe Fuentes a su amigo el uno de noviembre de 1967. Según el autor,
el sello Gallimard pretendía publicarlo en Francia con fotos de Antonio
Gálvez
y Mortiz en México.
Pensaba
en 100 cuartillas. Más o menos es la extensión hallada por Herrera. Ha querido
respetar la estructura de encuentros que conforma el libro: “Desde el punto de
vista creativo, en este ensayo, Fuentes se muestra innovador y perfectamente
coherente con el objeto de estudio. Lo conoce desde todos los ángulos posibles
debido a su gran mutua complicidad y conocimiento. El primer elemento original
es su estructuración en torno al concepto encuentro y su relación con cuatro
lugares: París, dos en México y Venecia. También podría incluirse Madrid,
aunque de modo más indirecto”.
A la
capital de España acude Fuentes de manera sistemática en el texto. Su
itinerario queda marcado por una brújula de sortilegios en los que se mezclan
Velázquez con el Quijote, don Juan con Galdós y Valle-Inclán: “Vuelve a poner
en circulación a las figuras del panteón español”, describe el autor.
De ese
magma surge en gran parte el mundo buñueliano: como una vigorosa, radical y
rabiosa puesta al día de su herencia cultural. Ultra moderno y decididamente
tradicional. Salvaje y riguroso. Bestia sin amo, animal clarividente. Un
visionario que descubrió el reverso de la España pacata en la que creció a
medio camino entre los mundos opuestos del marqués de Sade, Freud y Darwin.
Un
tipo que prefería sus pistolas a sus cuadros. “Almuerza y cena temprano. Se
levanta a las cinco de la mañana y se acuesta a las nueve de la noche. No habla
mientras come. Bebe todo el día, desde las once de la mañana”. A base de una
rigurosa dieta de buñuelonis —medio de ginebra, un cuarto de Carpano, lo mismo
de Martini blanco—, fueron conversando y asentando su amistad aunque jamás
dejaran de tratarse de usted. Fuentes buscaba la manera de penetrar su rostro
rudo pero escurridizo, con ojo a la virulé. “Es el toro y el picador, un
burgués con cuerpo de campesino y máscara de intelectual”.
Lo
consigue. Aunque en medio, ningún misterio quede sobradamente clarificado.
Imposible, junto a alguien que adoraba al Quijote y a Don Juan como ejemplos
modernos, precisamente por su genio para ambigüedad. Y es que Buñuel, por
ejemplo, reivindicaba el erotismo casto de sus películas: “Esa tensión secreta
entre pecado y placer”, en palabras de Fuentes. Un elemento que fascinó a
autores como Henry Miller, pero que probaba también su medida y desesperada obsesión
de no renunciar al exceso de sus propios deseos.
Es
algo que persigue desde sus inicios en las irredentas Un perro
andaluz y La edad de oro. Sin olvidarse del principiante que pegó la
espantada de Hollywood, fue reconocido al final de su carrera en Europa, metió
un corte de mangas al franquismo con la cara inmaculada
de Viridiana y antes se asentó en México para esculpir un monumento a
la libertad con genialidades y hachazos como Él, Los olvidados, El bruto,
Simón en el desierto, El ángel exterminador, Nazarín o La vía láctea…
Con
todos ellos marcó el camino de sus herederos. Con todo ello sigue vigente como
el más grande cineasta que ha dado España al mundo.
Publicado
originalmente en elpais.com
“Descubrí
mis límites como escritora”
Edurme
Portela
La
autora española presenta su primera novela “Mejor la ausencia”, con la
editorial Galaxia Gutenberg
DULCE
MARÍA RAMOS
Edurne
Portela (Santurce, Vizcaya, 1974), escritora española que hasta hace poco estuvo
dedicada al mundo académico, se aventuró el año pasado a experimentar una nueva
faceta: escribir desde la ficción.
Mejor
la ausencia es su primera novela publicada por la editorial Galaxia Gutenberg.
Aquí, la historia es contada por Amaia. A través de la mirada de la protagonista,
desde sus años de niña hasta que se convierte en una mujer, el lector verá cómo
construye su universo femenino dentro de una familia vasca, en un país sumido
en la violencia de ETA y atado al discurso patriarcal de los años ochenta. El
único refugio de Amaia, ante una cotidianidad tan agresiva, es la lectura;
rasgo que el personaje comparte con Portela, quien empezó a leer para escapar
de los quehaceres domésticos que le imponía su abuela: “Los únicos momentos que
mi abuela me dejaba tranquila era cuando me veía leer. En parte leí tanto de
pequeña porque huía de ella. Es un hábito sin el que hoy no puedo vivir”, asegura.
–Antes
de la novela usted publicó el libro de ensayos El eco de los disparos (2016),
donde reflexiona sobre lo que fue el terrorismo en España en la época de ETA.
En Mejor la ausencia son evidentes los vínculos con ese libro.
–En
ese ensayo me alejo de lo académico, es un ensayo personal, es un híbrido entre
la reflexión, un análisis cultural y un ejercicio de memoria. Disfrute muchísimo
con el ejercicio de memoria y con esos pequeños relatos que acompañaban a las
reflexiones y que son muy autobiográficos. Cuando terminé el libro, me quedé
con ganas de seguir escribiendo, ya fuera del ensayo. Me propuse intentar desde
las preocupaciones que tenía sobre el tema, hacerlo desde la ficción. Fue un
experimento, me metí en la voz de Amaia, en esa mirada de la protagonista.
–La
madre de Amaia es uno de los personajes más contradictorios de la novela,
además de los hechos violentos que sufre.
–El
maltrato a la mujer es algo que se daba en esa época y se sigue dando en el presente.
Es un personaje incómodo, es madre pero también es una mujer. Tiene una
historia de pareja con este hombre que de alguna manera arrastra toda su vida.
Es una mujer que puede ser víctima y victimaria, verdugo al mismo tiempo, que
no es capaz ni de protegerse a ella ni a sus hijos. Claro, como la novela está contada
desde el punto de vista de la niña que va creciendo, siempre vamos a tener la
visión de ella. Entender al personaje fuera de la visión de esa niña y después
como una adulta marcada, dañada, por la violencia, es sumamente difícil. El
lector debe ir desentrañando el texto para poder entender a esta mujer que vive
toda su vida pendiente de un hombre que es un maltratador y un abusivo.
–Esa
situación crea en Amaia un conflicto con su feminidad.
–Tiene
una rebeldía que puede ser muy dura por la familia donde crece. Los referentes
femeninos que tiene de su madre no los quiere reproducir. Por la confrontación
constante con esa idea que tiene de la madre, por esa mujer objeto, ella
reniega de la feminidad. Después están sus experiencias como joven y adolescente
en un contexto social donde el cuerpo de la mujer pareciera estar siempre a
disposición del hombre.
–También
enfrenta conflictos con el padre.
–Son
relaciones contaminadas por el interés y la supervivencia. Amaia juega ese juego.
No es una familia construida bajo este amor ideal, pero sí hay formas de afecto.
A veces el padre intenta desarrollar una relación afectiva con Amaia, también
hay ciertas versiones del amor en la relación entre los hermanos.
–Cree
que esas construcciones familiares tan complejas fueron producto de la
violencia que vivió España.
–Cuando
vives en un contexto violento –también en la novela hay otras formas de violencia
estructural como los problemas económicos, la falta de oportunidades, el mundo
de las drogas–, y cuando vienes de una historia como la española donde la violencia
estaba normalizada y además existía un discurso patriarcal, se generan comportamientos
y se reproduce esta violencia donde la mujer es la que paga con estos problemas
sociales. La novela refleja cómo la violencia exterior se traduce en una
violencia intima, siendo la mujer la mayor de las víctimas.
–Usted
mencionó que su libro de ensayos es autobiográfico. ¿Qué tan autobiográfico
es Mejor la ausencia?
–Es
mi mundo, son los años y la geografía en la que crecí y a la que de alguna manera
he vuelto años después. Es un poco la memoria afectiva de cómo percibía la
realidad en esos años y cómo nos marcó la violencia. Los datos biográficos de Amaia
no son los míos, quizás hay algunas cosas que salpican la novela, pero esa tragedia
que sufre la protagonista no la he sufrido yo.
–En
su libro de ensayos escribe: “La violencia genera silencio”. ¿Estas obras de
alguna manera le permitieron romper ese silencio?
–Fue
un proceso duro, como es un tema tan difícil y ha creado tanto dolor, me daba
mucho miedo hacer algo que no estuviera la altura de lo vivido. El ensayo me
llevó años escribirlo, pero al mismo tiempo he aprendido muchísimo sobre la historia
colectiva y sobre mí misma, no podría llamarlo catártico, pero sí ha sido un proceso
de indagación, de aprendizaje; también de descubrir mis propios límites como
escritora.
–Usted
es feminista, ¿le molesta que etiqueten así su novela?
–En
España se ha etiquetada la novela bajo el conflicto vasco y ETA, cuando creo que
no lo es, va más allá de eso. Una vez me preguntaron cómo denominaría mi novela,
respondí que si quieren ponerle una etiqueta, pues que sea “novela feminista”,
porque es con la única con la que estaría cómoda. Está escrita desde esa óptica
pero no por mostrar una tesis feminista, hay una preocupación por la concepción,
el desarrollo y formación de Amaia en un entorno patriarcal donde el maltrato y
el abuso del cuerpo están normalizados. La novela expone eso, si de ahí se
quiere leer, yo estoy cómoda.
–Y
finalmente, ¿cómo es la ventana por donde mira Edurne Portela?
–Miro
desde la curiosidad y la perplejidad. Me da la sensación que entiendo muy poco
del mundo que me rodea. Igual hay un pozo de escepticismo, casi de angustia, de
nunca alcanzar esas herramientas para entender esa realidad. De ahí ese cambió
en mi vida de pasar de un tipo de conocimiento académico, y que en algún
momento se me agotó, para cambiar a otra ventana e intentar desde ahí ver a
este mundo tan injusto, tan desesperanzador, pero que a veces muestra momentos
de luminosidad preciosos.
@DulceMRamosR
La
visión compartida de Carpentier
EVOCACIÓN
DE UNA CARACAS IDA
por
Ibsen Martínez
En
Caracas, Carpentier escribe el que parece haber sido el único diario en toda su
vida, al tiempo que anota lo que van dejando sus lecturas.
Un
mediodía de 1949, exilado ya voluntariamente en Caracas y en el preciso
instante en que abordaba un taxi, Alejo Carpentier concibió la idea de un
relato. Haciendo el trayecto hasta su casa imaginó minuciosamente un cuento que
estaría dividido en siete capítulos y calculó que escribirlo le tomaría unos 20
días.
La
entrada del 14 de octubre de 1951 precisa que comenzó a escribir el relato el 7
de diciembre del 49. “Contaba [con] tenerlo terminado para comienzos de enero”,
dice. “El libro ha cobrado 40 capítulos y pronto se cumplirán dos años, desde
el momento en que su tema se me impuso de manera ineludible”. Ya en aquel
primer momento Carpentier dio el título de Los pasos perdidos al cuento
que creció hasta convertirse en novela, la primera de las tres grandes obras
que escribió en Venezuela. Las otras dos son El acoso y El siglo
de las luces.
El
diario fue publicado por vez primera en La Habana, en 2013, y fue la foto de
portada lo que me llevó a comprar un ejemplar en una librería bogotana aquel
mismo año. En la foto, un Carpentier cercano ya a los 50 años, muy bien
trajeado, fresco, vigoroso y con la mano izquierda en el bolsillo, camina por
una calle blanca de puro sol caribe. Algo (¿una ceiba que se ve al fondo,
semejando las que aún se alinean frente el Palacio de las Academias, antigua
sede de la Universidad Central?, ¿las arcadas de una ya desaparecida galería comercial
en la esquina de La Bolsa?) me llevó a reconocer el aire caraqueño de esa estampa
y pensé sin palabras en la Concha Acústica de Bello Monte.
Trato
ahora de explicarme esa instantánea unión libre y me digo sin mucha convicción
que acaso sea porque fue allí, en la Concha Acústica, donde Carpentier presidió
las veladas del Primer Festival de Música Latinoamericana, en 1954.
Forzosamente, ha de ser un falso recuerdo pues yo tenía sólo tres años en
aquella época y todavía no me dejaban ir solo a los conciertos ni a ninguna
otra parte. Es algo que he sabido ya adulto.
Lo
cierto es que Venezuela tiene muchos nombres en el lenguaje privado de mi
exilio: José Ignacio Cabrujas, beisbol, Teodoro Petkoff, valles de Aragua,
bahía de Mochima, Eugenio Montejo, Miss Venezuela 1976, Rafael Bolívar
Coronado, aragüaney, el bar La Cita de La Candelaria, la Gran Sabana, el museo
de las palmeras del capitán Gibson, el vals Natalia de Antonio Lauro.
Ahora, desnudo en Bogotá, se ha sumado el de Alejo Carpentier a quien no
contaba entre mis autores dilectos, pero esto último ha cambiado luego de leer
y releer su diario caraqueño.
Bogotá
cuenta con una las mejores bibliotecas públicas de Hispanoamérica, la Luis
Ángel Arango.
En
su sede de la calle 81 he vuelto a El siglo de las Luces y, navegando
con Víctor Hughes, me ha enceguecido otra vez la ventosa resolana de la playa
de Puy Puy, en la península de Paria, al oriente de Venezuela.
Ilustración
de Fabricio Vanden Broeck.
En
Caracas, Carpentier escribe el que parece haber sido el único diario en toda su
vida, al tiempo que anota lo que van dejando sus lecturas. La de otros diarios,
por ejemplo, como los de Ernst
Jünger,
Franz Kafka o André Gide, entre otros: “Tristeza, tristeza infinita la
pederastia de Gide. […]
¡Qué
vacío, qué yermo, qué desierto, la vida de ese hombre sometido a la mirada
acusadora de una mujer infecunda, virgen a pesar de ella…!”.
Carpentier
es lector sistemático que, en el curso de apenas tres semanas, se zampa y
comenta un verdadero catálogo de la picaresca española. Va de la Vida de
Estebanillo González, hombre de buen humor hasta el Marcos de Obregón, de
Vicente Espinel, “el más fino, el más penetrante de la gente de la picaresca
había de ser músico. Una vez más me pongo de acuerdo conmigo mismo”.
El
jueves 18 de marzo del 54 recibe carta de la editorial Gallimard solicitando
los derechos de traducción de Los pasos perdidos. La misma carta informa
que la versión francesa de El reino de este mundo aparecerá en el
verano. Desde París le escribirán constantemente durante estos años muchos de
los amigos que dejó atrás cuando regresó a Cuba, en la anteguerra: Queneau, Malaquais,
Jean Cau, Nadeau. Con el músico cubano Juan Orbón las comunicaciones son permanentes,
aunque Carpentier rara vez estará al día con la correspondencia y esto lo
desazona tanto como la gravosa rutina en la agencia de publicidad en la que
ocupa un alto cargo. El 3 de febrero de 1955 Carpentier, exitoso publicista,
hace una gruñona anotación: “Lecturas dispersas.
Gran
necesidad de trabajar, contrariado por la bendita campaña anual contra la
Parálisis Infantil, ineludible, pero cuán molesta…”. Anda enfrascado en El
acoso.
El
diario ofrece largos, larguísimos trechos de vida caraqueña cuya cifra hoy leo
aquí en Bogotá como quien lee La novela de una novela, de Thomas Mann, esa
bitácora del vaivén entre la íntima, secreta, enigmática ebullición de la
creatividad de un autor inmerso en una gran obra y el mundo exterior que, a
pesar de sus importunas solicitaciones, también le ofrece todo el
tiemposugestivas señas, pistas, mapas camineros.
Carpentier
recurre muchas veces a expresiones como “mi nuevo modo”, “mi nueva manera”, en alusión
al sostenido estado de exaltación creadora que lo anima desde fines del 49. Su
bitácora pasa tan ágilmente del español al francés y viceversa que es natural
imaginar al autor pensando fluidamente en ambos idiomas, sobre todo cuando
discurre sobre la “obra en progreso”. ¡Y todo el tiempo hay una obra en
progreso! El acoso, El camino de Santiago y, ya entrado
1957, El siglo de las luces.
Me
detengo a menudo en la música y los sueños de Carpentier en Caracas. La noche
del 26 de febrero del 55, durante una pausa en la escritura de El acoso,
escucha Lulú, de Alban Berg.
Imagino
esa música invadiendo la sala de su vieja y espaciosa casona de La Pastora, al
pie del
Ávila,
la elevación de dos mil 150 metros sobre el nivel del mar que flanquea y
singulariza a
Caracas.
Esa misma noche Carpentier soñó con Arnold Schoenberg.
Lo
soñó “semejante al retrato de Man Ray que me regaló su viuda, está comenzando a
ensayar Moisés y Aarón, en una casa colonial cubana, destartalada, de
paredes desconchadas, muy abandonada. La orquesta no puede colocarse como es
debido. […] Schoenberg empieza. En re. Me conmuevo, […] Paso debajo de su
batuta, doblado en dos para no entrar en su ámbito. Me agazapo en un rincón…”.
El
diario habla de escuchas y avistamientos inimaginables para mí en el boom
town que era mi ciudad natal en aquel tiempo: Wilhelm Furtwängler,
dirigiendo la Orquesta Sinfónica Venezuela la noche inaugural de un festival
organizado por Carpentier.
Otro
Wilhelm, el pianista Backhaus, observado por Carpentier, una noche de noviembre
del 51: “luego del concierto vuelvo a verlo, a alguna distancia, en una
pequeña boite donde hemos ido a tomar algo, mi mujer y yo. La cara,
tan lisztiana a la luz de las candilejas, ha vuelto a ser la de un industrial
viejo, un tanto amarga, que conocí en París hace veinticuatro años”.
Carpentier
se sienta a tocar un fragmento del padre Soler en un armonio del siglo XVIII,
hallado en una pequeña ciudad de los Andes por el músico caraqueño, Freddy
Reyna, lotiero a sus horas, gran coleccionista de instrumentos y juguetes
antiguos. O bien sostiene, en junio del 53, una larga conversación con Heitor
Villalobos, en una tasca cerca de la iglesia de los padres mercedarios. Se
despiden, larga y emocionadamente, en la céntrica esquina de Veroes, de madrugada
ya, ante el hotel donde se hospeda el brasileño.
Durante
todos aquellos años Carpentier publica una columna en el diario El
Nacional de Caracas: la llama Letra y solfa y mi madre la
colecciona religiosamente. Letra: comenta novedades literarias europeas; Solfa:
discurre sobre música, discografía, reseñas de conciertos, apuntes de
susprofundos viajes por el interior de Venezuela, en compañía de Juan Liscano,
poeta y folklorista, o de Antonio Estévez, compositor.
Mi
vieja intercaló en los cinco volúmenes del álbum, en cuya cubierta
escribió Letra y solfa, programas de mano de los recitales y conciertos a
los que llevaba a sus tres hijos y que Carpentier ha comentado. Mi hermano
mayor, concertista, figura en algunos de ellos. El diario de Carpentier, leído
en Bogotá, me ha devuelto a ese álbum, una de las pocas cosas que traje de
Caracas, junto, con algunos libros. Paso constantemente de uno al otro.
Carpentier
se torna melancólico y augural cada mes de diciembre. 26 de diciembre de 1951:
“Esta noche cumpliré 47 años. Mi verdadera obra está aún por hacerse. Pero esa
obra bulle en mí. […] Si no surgen escollos propios de la época para impedirlo,
el año 1952 habrá de ser, literariamente, el más importante de mi vida”.
A
Carpentier le gusta nadar. ¿En la alberca del Country Club, al que pertenecen
sus amigos caraqueños? “A la hora del crepúsculo. Desde hace tres días el Ávila
se tiñe de un verde enmohecido, absolutamente maravilloso”.
Hace
meses hice mía esa imagen: de ahora en adelante será mi idea de Caracas. Nadar
al atardecer, teniendo el Ávila a la vista.
Lope
de Vega contra Cervantes: crónica de un enfrentamiento revivido
José
Manuel Lucía Megías y Luis Alberto de Cuenca - Matías Nieto
Cuatro
siglos después de las disputas entre dos de las grandes plumas de la literatura
española, recordamos aquella rivalidad a través de dos poetas ydevotos del
barroco español: el lopesco Luis Alberto de Cuenca y el cervantino José Manuel
Lucía Megías
Las
cartas con las que Lope de Vega enseñó a amar a un duque
Solo los «necios» disfrutan con Don Quijote
Apenas
se levanta el sol de enero, y calienta un poco más de lo normal, y ya las terrazas
de Madrid se llenan de gentes discutiendo. El mundo no ha cambiado nada. Ya noy
hay capas, ni duelos, ni quebrantos, pero ahí siguen los poetas discutiendo y
los huevos estrellados encima de la mesa.
—Luis
Alberto de Cuenca: Lope puede caer antipático por su afán de ser exitoso a
todo trance, por venderlo todo.
—José
Manuel Lucía: Y por estar en el centro del poder. Porque al final Lope es
esclavo de su propio éxito. No puede ni hacer ni decir lo que realmente piensa.
Cervantes es más libre porque
está en los márgenes de la literatura.
—LAC: Porque
es más pobre.
Cuatro
siglos después del oro, todavía utilizan el presente de indicativo. Porque
quien habla, Luis
Alberto
de Cuenca, no duda en que Lope es el más grande poeta de la literatura española,
el que más hace vibrar en sus versos su propia biografía. Y quien responde,
José Manuel Lucía Megías,
es el biógrafo más meticuloso de Cervantes.
—JML: Es
que Cervantes no tiene la obligación de escribir de unos determinados asuntos
ni de una determinada manera.
—LAC: Ya…
Lope, cuando se celebra el día de San Isidro, escribe un poema que se vuelve el
punto nuclear de las celebraciones. Tiene un éxito fantástico.
—JML: Un
poema comprado por el Ayuntamiento de Madrid, que le dice: «Me tienes que hacer
un poema de San Isidro»– apostilla mientras ríe.
—LAC:
Y lo vende a precio de oro. Tenía dinero. No hay más que ver su casa, que era
una casa elegante.
—JML: Claro,
pero es que Lope decía: «Para mí las musas son rameras». Porque claro, se tenía
que levantar a las cuatro de la mañana para estar escribiendo y poder pagar sus
deudillas.
Dependía
de la escritura, y si no se levantaba a las cuatro y no se escribía una
comedia, no tenía con qué comer. Las musas, al final, son unas putas a las que
él vendió su pluma.
—LAC: Y
siempre le pedían más encargos. Y más, y más, y más...
—JML: A
Cervantes no. Él tenía que buscarse la vida. Tuvo la posibilidad de tener otro
ritmo de trabajo para hacer otras cosas distintas. Y consiguió otra obra más
moderna.
—LAC:
Yo creo que Cervantes es mucho más universal que Lope. Eso se demuestra
sabiendo que no fue profeta en su tierra. Tuvo éxito en España, pero fueron los
ingleses en el XVIII los que lo rescataron. Esa fue la clave de su éxito. Entre
los dos, Cervantes tiene unos valores universales mayores que Lope, que es muy
español.
—JML: Lope
es la voz de la monarquía hispánica. Está muy metido en su momento. Muerto ese momento
y acabada la monarquía hispánica, muchas de las cosas que dice quedan
obsoletas.
—LAC: Queda
la elegía a la muerte de su hijo Carlos Félix. Queda todo lo que sea doméstico,
mínimo, personal, que hace como nadie. Nadie transfiere a su poesía el temblor
de su biografía como él.
—JML: Y
la parte religiosa, sus últimos poemas. Ahí hay una pulsión religiosa de
verdad.
—LAC: En
Cervantes no existe eso. Cervantes es un descreído. Está más allá del bien y
del mal, en el buen sentido.
Ya
no tardamos en caer en la cuenta de que la cuestión no es Lope o Cervantes,
sino Lope y Cervantes. Tampoco tardan en desaparecer las croquetas de la mesa.
—LAC: Yo
creo que tanto Cervantes como Lope son dos personas muy atractivas desde el
punto de vista personal.
—JML: Lope
desde el principio sabe, viniendo de donde viene, que es lo más bajo de la
sociedad, que tiene que deslumbrar a esos nobles. En cualquier sarao de nobles
él tiene que ser el centro. Él se convierte en un personaje, no puede llegar a
una fiesta y simplemente escuchar lo que dicen los nobles. Tiene que sacar el
plumerío. Es la única forma de encajar en ese mundo siendo hijo de un bordador.
—JML: En
cambio, yo le veo más transparente. Yo lo imagino en una reunión de la academia
en una esquina, escuchando. Y de pronto dice la frase rotunda que aún resuena
horas. Pero Lope es el pavo real.
—LAC: Obligatoriamente
ingenioso. Tipo Oscar Wilde.
Un
tipo ingenioso, sin duda, que escribió en una de sus cartas que Cervantes era
el peor poeta de su tiempo y que el Quijote era una obra que solo admiraban los
necios. Pero, ¿por qué este odio?
—LAC: En
el fondo, yo creo que le pasa un poco lo que a Umbral con la novela de Juan
Manuel de
Prada,
que dijo: «Esto es lo que no voy a poder escribir nunca».
—JML: Pero
ellos se admiraron muchísimo. Hasta 1602 trabajaban juntos.
—LAC: Pero
es que en un determinado momento el Quijote le asusta. Lo dice en una de esas cartas que acaba de comprar la Biblioteca
Nacional.
—JML: Eso
va después, es en 1604. Y todo empieza en 1602, cuando Lope va a Sevilla a
triunfar.
Madrid
era el centro político, pero Sevilla era el centro económico. Y entonces va a
las academias
y es
despreciado completamente por los escritores sevillanos. Hay un poema satírico
que lo ataca.
Hoy
se piensa que es de Góngora, pero Lope creyó que era de Cervantes.
Aquel
poema de la discordia, que no ha sobrevivido bien al paso del tiempo, no fue el
único que criticó a Lope. De hecho, se conservan hasta cuatro sonetos que lo
atacan. Uno, quizás el más directo, se le atribuye a Cervantes, un maestro del
cierre: «Si no es tan grande, pues, como es su
nombre,/ cágome en vos, en él y en sus
poesías».
—JML: Lope,
a partir de ese momento, empieza a despreciarlo completamente.
—LAC: Porque
piensa que está detrás de una conjura contra él.
—JML: Y
vivían en la misma calle. Se podían encontrar en cualquier momento. Y dos
calles más allá estaba Quevedo.
—LAC: Y
Lope vivía en la calle Cervantes y Cervantes en la calle Lope. Estaban
cruzados.
—JML: Eso
tiene que ver con el gracejo madrileño–apunta entre risas.
—LAC: Y
ahí está esa carta de 1604…
—JML: Una
de las cosas que consigue con esa carta es que ningún poeta quiera escribirle
los preliminares al Quijote.
—LAC: Y
también estaba detrás del Quijote de Avellaneda. Estaba en el círculo.
—JML: Seguramente.
En el fondo era una forma de quitarle las ganancias a Cervantes.
—LAC: ¿No
crees que Lope sabía que el Quijote era algo único?
—JML: Para
nada.
—LAC: Y
el Quijote de Avellaneda no está tan mal.
—JML: Está
bien hasta la página cien. Está bien escrito, es divertido. Pero a partir de
ahí ya sabes lo que va a pasar.
—LAC: Es
muy previsible.
—JML: Y
de pronto, con los mismos personajes, Cervantes está siempre sorprendiéndote.
Ahí te das cuenta de la genialidad de Cervantes.
—LAC: Pero
gracias a Avellaneda tenemos la segunda parte del Quijote, que es lo más grande
que ha salido de su pluma.
—JML: Al
final, de esa rivalidad gana Cervantes, gana la literatura. Porque terminar el
Quijote no estaba entre sus prioridades. Tenía otras obras.
—LAC: Eso
es así. E insisto. Cuando inventa el tema de hacer el Quijote de Avellaneda yo
creo que algo sí debía de saber el inteligentísimo Lope de que estaba ante algo
importante –sentencia mientras señala la última croqueta.
La
comida se termina, como las rencillas, cuando se llenan los estómagos.
—LAC: Quevedo
y Góngora sí son dos antagonistas claros y feroces, pero yo no haría una antinomia
Cervantes-Lope. No existe tal cosa. Solo tuvieron una serie de desencuentros.
—JML: Eran
dos autores que se admiraban muchísimo, pero el negocio…
—LAC: Góngora
y Quevedo son el prototipo de la mala leche. Lope es un tipo amoral, pero simpático.
Pero cabroncete. Y Cervantes es un hombre con mala suerte, con gran sentido de
la libertad, con una moral profunda pero no convencional. Esos son los
estereotipos.
----
El desengaño de la modernidad Nación,
posnación y otras ficciones de lugar
Ensayo
extraído del libro “El desengaño de la modernidad. Cultura y literatura
venezolana en los albores del siglo”, editado por Abediciones.
MIGUEL GOMES
“El
signo Venezuela está integrado en un sistema compartido por numerosos
escritores,
y da señales constantes de uso y productividad simbólica”
#Verbigracia
El
país escrito por los venezolanos no solo es “portátil”: a estas alturas es
“ubicuo” #Verbigracia
Congresos
y simposios recientes postulan que en la literatura latinoamericana empieza a
perfilarse un estadio posnacional. Que el asunto sea una divisa simbólica
en el mercado de trabajo no lo descalifica, pero nos obliga a acercarnos a él
con precaución, porque podemos estar ante otra efímera discusión gremial de
limitado rendimiento. En lo que respecta a Latinoamérica, y sin ánimo de
formular una teoría, algunas lecturas me persuaden de que lo nacional sigue siendo
un factor indispensable en la imaginación de muchos escritores.
Pienso
en el ejemplo concreto de Venezuela. Si bien se trata solo de un país y no
sería válido proponer lo que en él sucede como regla continental, es igualmente
cierto que sin tomar en consideración casos específicos como el suyo tampoco
sería factible, ni siquiera sano, generalizar acerca de la región.
Nación
y modernidad son indisociables en la historiografía americana, y la fundación
de la primera se ve como la señal más externa de la presencia activa de la
segunda. Fuente de orden y poder, el deseo de lo moderno es rastreable en
Venezuela desde la Independencia hasta nuestros días, y el estudio de la
literatura tendría que tomar en cuenta las transformaciones a veces radicales
de la noción, sea en el pesimismo de los círculos positivistas, el optimismo
del proyecto galleguiano o la aceptación plena de una identidad ciudadana hacia
1980, con los grupos de jóvenes que remozaron el conflicto de lo rural y lo
urbano.
El
ansia de calle, que equivale a la modernidad urbana enfrentada a valores
rurales o arcaicos, indica la secreta aceptación de la lógica de un capitalismo
que divide ciudad y campo, industria y agro, así como los sistemas culturales
que "favorecen"
La
confianza en el desarrollismo de los setenta y tempranos ochenta encuentra un
paralelo en la poesía coloquial y de la ciudad. Muchos de los escritores que
participaron en los grupos Tráfico y Guaire, o que mantuvieron
relaciones estrechas con ellos, provenían de las universidades y los copiosos
talleres literarios que financió el Estado “saudita”. La mayoría articuló su
ideario combatiendo el trascendentalismo de las generaciones previas, su
nocturnidad neorromántica y su orientación verbal surrealista, todavía común en
la Venezuela de la segunda mitad del siglo XX acaso porque las vanguardias, en
su momento histórico original, por efectos del gomecismo, tuvieron en el país
una existencia accidentada. “Venimos de la noche y hacia la calle vamos.
Queremos oponer a los estereotipos de la poesía nocturna, extraviada en su
oficio chamánico de convocar a los fantasmas de la psique o de lanzar hasta la
náusea el golpe de dados del lenguaje, una poesía de higiene solar, dentro de
la cual el poeta regrese al mundo de la historia”: proclamas como la anterior,
el “Sí manifiesto” (1981) de Tráfico, con su parodia del “Venimos de la
noche y hacia la noche vamos” de Mi padre, el inmigrante (1945)
de Vicente Gerbasi, revelan, sin embargo, una aporía 1 : muchos de esos
poetas, pese a su gesto moderno de ruptura militante, regresaban al pasado,
tanto por la utilería neovanguardista con que ponían a circular sus proposiciones
—grupos, manifiestos, escándalo— como por el iluminismo de su lucha contra las
tinieblas. El ansia de calle, que equivale a la modernidad urbana enfrentada a
valores rurales o arcaicos, indica la secreta aceptación de la lógica de un
capitalismo que divide ciudad y campo, industria y agro, así como los sistemas
culturales que favorecen.
La
Venezuela que va de 1983 a 1992 anulará esa euforia y evidenciará sus
contradicciones, en medio de lo que algunos, como Luis Enrique Pérez
Oramas, consideran “el final de la utopía desarrollista”. El empobrecimiento de
la pequeña burguesía y su descubrimiento de las endebles bases de su bonanza
propiciarán fenómenos como los saqueos de 1989 o los intentos de golpe de
Estado de 1992, los cuales sumirán en la incertidumbre a la democracia
venezolana, abriendo las puertas a ideologías neocaudillistas que terminan de
erosionar la escena política.
Entre
escritores se inicia una búsqueda de claves que difieran de las corrientes a
principios de los ochenta; en ellas se capta un desengaño de la modernidad o de
su anhelo acrítico. Los más brillantes miembros de Guaire o Tráfico hicieron
esa transición en los noventa y han alcanzado una madurez innegable. Pero a la
narrativa de los últimos veinte años, a mi ver, ha tocado el papel decisivo en
la definición de las relaciones entre las letras y el entorno tal como se
siente o tal como los discursos oficiales pretenden que se sienta. Destacan
nombres como los de Ana Teresa Torres, Federico Vegas y Francisco
Suniaga, con sus visiones del pasado desde los márgenes, lo íntimo o lo
menor..." A la imaginería decimonónica y heroica de las esferas del
poder que insiste en remontarse a los orígenes patrios como seña de identidad colectiva,
la nueva narrativa ha respondido de tres maneras. La primera, prolongando la
bien establecida tradición de novelas “intrahistóricas”, en la que destacan
nombres como los de Ana Teresa Torres, Federico Vegas y Francisco
Suniaga, con sus visiones del pasado desde los márgenes, lo íntimo o lo menor;
en ella no me detendré porque ha sido ya exhaustivamente descrita por la
crítica. Las otras dos respuestas las constituyen ciclos de escritura hasta
ahora menos analizados.
Por
una parte, tenemos una familia de obras que refuta la existencia de una literatura
“nuestra” y una que no lo es, extrapoladas de su circunstancia las dicotomías
del “Decreto de guerra a muerte”. Los autores del rancio nacionalismo del siglo
XIX que sobrevive hasta mediados del XX desearon un escritor “fiel” a la
realidad; no obstante, en plena época de avance en dicha realidad de un
capitalismo internacionalista que comunicaba todas las regiones del planeta, no
les pareció un “escape”, curiosamente, desarrollar monomaníacas disertaciones
sobre el agro semifeudal. Embelesados por lo telúrico, además olvidaban u
ocultaban el hecho de que el ojo que podía apreciar lo local estaba entrenado
en el extranjero y era comparatista. La narrativa de Antonio López
Ortega, Krina Ber, Óscar Marcano, Juan Carlos Méndez
Guédez y otros venezolanos de las últimas promociones evita darle la
espalda a la realidad justamente al retratar los efectos tangibles de la
mundialización en lo local. Los centros sociales a la deriva del milenio recién
estrenado se divisan para hablarnos de una cosmovisión nueva en que los
individuos se enfrentan a alternativas ya no antitéticas 2 de
extraversión e introversión. Las rupturas, la dispersión, el fragmento
sustituyen las antiguas fantasías de un alma comunitaria. Las de estos autores
son obras en deuda con la novela de formación, solo que los aprendizajes se
ciñen a la indeterminación del mundo actual y el lugar donde se despliega la
experiencia es un umbral que pone a prueba las nociones recibidas de
“pertenencia”, especialmente la nacional —esta, sin embargo, está siempre allí,
siquiera como nostalgia—.
No
me parece casual que se resucite hoy el informalismo de Garmendia, retrato
crítico de una Venezuela en la cual el Estado imponía visiones optimistas de
las oportunidades de modernización que ofrecía el petróleo".
La
otra manera como la narrativa de los últimos años se enfrenta a discursos
fundacionales o heroicos de la nación ha sido reactivando las estrategias con
que Salvador Garmendia antagonizó en los sesenta y los setenta el
triunfalismo desarrollista. La impresión que se tiene al examinar las
representaciones de lo nacional que surge en las novelas o los cuentos a los
que me refiero es de que abordan una realidad sentida como atroz, a tal punto
que se asocia a una pesadilla viscosa similar a las del informalismo de las
obras de Garmendia, cuyas formas, según Ángel Rama,
eran “manifestaciones protoplasmáticas de una materia intestinal” y
cuyas criaturas delataban “sus secretos orígenes: la grasa mucilaginosa,
el barro, las heces” y un “destino de pudrición: el detritus, la
fermentación y el deterioro incesantes” (Salvador Garmendia y la narrativa
informalista, Caracas, U.C.V., 1975, p. 26). La herencia de Garmendia se nota
de inmediato en las visiones que Nocturama (2006) de Ana Teresa
Torres nos depara de la ciudad, devorada por la noche, la miseria y el culto
irracional a los héroes. Se observa en el periodista de la “República
Bolivariana” fascinado por un compatriota descuartizador de mujeres feas que
encontramos en la primera novela de Alberto Barrera, El corazón
también es un descuido (2001). Informalista resulta asimismo la
escatología de Latidos de Caracas (2007) de Gisela Kozak, cuya
protagonista ve “el mundo como una bola de mierda”, o la Caracas subterránea
de Bajo tierra (2009) de Gustavo Valle, donde el protagonista
casi se extravía en túneles de excrementos de rata en que ha perdido a su padre
y en que acaba perdiendo a una novia llamada, significativamente, Gloria.
El
horror por la regresión al magma prerracional en varios relatos de Cuando
bajaron las aguas (2008) de Gabriel Payares es uno con el horror
por regresiones más exteriores, pero no menos oníricas que se observan en el
país. No me parece casual que se resucite hoy el informalismo de Garmendia,
retrato crítico de una Venezuela en la cual el Estado imponía visiones
optimistas de las oportunidades de modernización que ofrecía el petróleo. Lo
que insinúan estas obras es que ha habido, si no una regresión a los espejismos
del desarrollo, al menos un estancamiento, y ello desmantela los supuestos
cambios proclamados desde ámbitos oficiales como conquistas ante la democracia
previa tachada de hipócrita y corrupta.
Sea
cual sea la opción de los nuevos narradores —la intrahistórica, la que inserta
a Venezuela en el capitalismo global o la que enfatiza sus colapsos internos—,
lo cierto es que ninguna prescinde del referente nacional. Ese lugar de la
imaginación, ese “espacio de representación”, como lo denominaría Henri
Lefebvre, de ninguna manera podríamos ignorarlo por más que las condiciones de
consumo de las producciones culturales hispanoamericanas se hagan fluidas, por
más que la mundialización se convierta en consigna de nuestras discusiones o, incluso,
por más que filósofos como Michael Hardt y Antonio Negri puedan
tener razón al aseverar que un aparato hegemónico descentrado reemplaza al
imperialismo. Las letras venezolanas siguen residiendo en el campo de
comuniones y tensiones objetivas o subjetivas de la nación. El país escrito por
los venezolanos no solo es “portátil”: a estas alturas es “ubicuo”, parte tan
imprescindible del oficio como las convenciones expresivas de los géneros y las
gramaticales o estilísticas de la lengua. El signo Venezuela está integrado en
un sistema compartido por numerosos escritores, y da señales constantes de uso
y productividad simbólica.
El
nieto melómano de Bonnie y Clyde
Héctor
Concari
La
de los asaltantes de bancos es en esencia una figura adolescente. No nació con el cine, más bien lo alcanzó en su
pubertad cuando en 1928, el cine mudo –que nunca fue silente– cambió de voz,
sustituyendo la música y los intertítulos
por la palabra. Al año siguiente, el crack de la bolsa, un jueves
negrísimo en la historia económica del planeta, trajo consigo la Gran
Depresión. Junto con ella, dos actividades florecieron, ambas emparentadas con
la necesidad de ganarle la partida a un mundo gris y difícil. Los
atracadores (John Dillinger, “Machine Gun” Kelly, Bonnie y Clyde y una larga
lista de alias angelicales “Pretty Boy –niño lindo” Floyd, “Baby Face –cara de
bebé” Nelson) fueron los Robin Hoods de la época.
Después
de todo, eran pobres que robaban a los ricos, ensoñación adolescente si las
hay. No tardaron en dar el salto a la pantalla que les dio voz, para no hablar
del voto taquillero que los volvió estrellas. Todos ellos, con su
público, entonaban a coro una cita de Brecht que por supuesto desconocían. Es
de La ópera de tres centavos, de 1928, y va más o menos así:
Qué
es peor, ¿robar un banco o fundar uno? Banqueros y ladrones eran partes demasiado
interesadas para responder a la aporía de Brecht, así que Hollywood zanjó
la cuestión fundando los estudios y haciendo películas sobre los
ladrones de bancos. Eran El enemigo público (1931) que encarnaba
James Cagney, buscando impresionar a su mamá, o el impoluto Henry Fonda
de Solo se vive una vez (1937), un buen hombre tornado delincuente y
tantos otros. En todo caso, gracias al nuevo poder expresivo del cine, a
la necesidad de ver un futuro de prosperidad, así fuera mal habida y al castigo
a los bancos y al mundo de las finanzas que habían traído la Depresión, los
asaltantes irrumpieron en el cine para quedarse. Extraño heroísmo de un gremio
para el que la fuga era clave. Esta gloria era fallida porque las normas
del Código Hays (la ley mordaza de la época) prohibía casi todo, pero en
especial el triunfo del hampa, con lo cual, hasta bien entrados los setenta,
los malhechores morían puntualmente en el último rollo. Una película de 1967 no
llegó a romper el paradigma, pero lo intentó. Bonnie y Clyde se tomaba
algunas libertades con la historia real (Warren Beatty era muy elegante y Faye
Dunaway saltó a la fama con el filme). Tenía además un gran director, Arthur
Penn, y hacía de esta pareja de malandros (de nuevo, casi adolescentes) unos
justicieros que se reían descaradamente, no del rostro de la
ley sino de su brazo ejecutor que
protegía una realidad social injusta, con lo cual era inevitable que el público
sintiera en carne propia el despiadado y espeluznante ametrallamiento final. La
película, de alguna forma, le dio a los asaltantes un rasgo de respetabilidad.
Después de todo, estábamos en los rupturales sesenta y si Dios jugaba al
escondite, casi todo estaba permitido, en especial en el cine.
Estamos
en la segunda década del siglo y las cosas han evolucionado. El género sigue
teniendo ingredientes propios de la adolescencia. Después de todo, no es poca
cosa el vértigo de subirse a un carro a toda velocidad y la magia de obtener miles
de dólares en apenas unos minutos de acción. La virtud, la principal, no la única
de este chofer con cara y título de bebé, es captar ese mundo evanescente y
cargado de adrenalina. Lo ayuda una línea argumental sencilla, que hace un guiño
a todos los clichés de sus padres y abuelos del género. Y como se trata de
jugar con el pasado, la película juega con la banda sonora en cada atraco, con resultados
felices. Hay una siderante secuencia de fuga, al compás de “Hocus Pocus”,
mítico tema de la no menos mítica banda Focus. Pero el juego con el tiempo, no
termina ahí, la película salta del iPod al cassette y al vinilo, avisándole al
espectador que el mundo que habitan los personajes es tan falso como inverosímil
todo el trámite de la película. Porque lo único real en ella es el movimiento,
que va desde larguísimos travellings de presentación del personaje, evolucionando
en su ambiente para demostrar que lo único que hace en la vida es huir. Poco
importan detalles que apenas se rozan de su vida, o ese culto a la inverosimilitud,
que se cuela con la ligereza del caso. Después de todo, robar bancos es una
fantasía adolescente. El aprendiz del crimen. (Babydriver). Estados Unidos
2017. Director: Edgar Wright. Con Ansel Elgort, Jon Hamm, Elza Gonzales.
El salvador del mundo
Karl Krispin @kkrispin
Una
vez más el universo del arte se ve sacudido por un martillazo que coloca la obra Salvator
Mundi, atribuida a Leonardo da Vinci, como la más costosa de la historia.
Christie’s no tiene duda de su autenticidad: otros expertos ponen en tela de
juicio esta afirmación. Los 450 millones de dólares del adquiriente confirman
el entusiasmo del establecimiento de Nueva York.
Como
suele ocurrir, no sabemos su nombre. Los poderosos que pueden obtener esos
lienzos se refugian en el anonimato mientras otro ejecuta la puja: desde sus oficinas
de Manhattan o sus residencias palaciegas de Lugano, giran instrucciones a sus
empleados para que sumen dígitos que luego escandalizarán a las agencias de
noticias. Cuando apareció el celular, muchos lo lucían como un símbolo de estatus.
Umberto Eco les aguó la fiesta a los exhibicionistas al escribir un ensayo en
el que sostenía que los omnipotentes no cargaban un teléfono consigo y que de
sus llamadas se ocupaban terceros. ¿Alguien ha visto a Bill Gates chateando?
Atrás
quedan esas imágenes del cine de los sesenta en que las subastas eran un acontecimiento
social para las celebridades.
Recientemente,
un amigo del negocio del arte me revelaba que la cotización de las piezas se
relaciona con la situación económica del país. Supongo que este axioma tiene
que ver con el arte actual y los artistas emergentes, bajo la premisa de una
sociedad que crece económicamente y en la que sus creadores progresan al mismo
ritmo. Van Gogh no fue precisamente tributario de esta concordancia monetaria
en su tiempo a pesar de lo que sus obras representen para quienes ven en el
arte un commodity más. Obviamente, el gran arte termina en los museos o se
subasta para que de su producto se sostengan proyectos filantrópicos como sucederá
con la colección de Peggy y David Rockefeller anunciada para 2018.
Para
los comunes quedan los libros o los museos para las emociones estéticas: contemplar
una obra magnífica se realiza con parsimonia y lentitud, estirando el tiempo
para las retinas. Con razón Stendhal admitía el desvanecimiento luego de una
turbación artística. Luego de esto, es inadmisible que el arte se deshaga del placer
y aburra con lo de la inversión.
Hoy
todo se subasta y a precios inaccesibles. Hasta las carteras de las señoras. A la
humanidad el tema no la importuna. La cultura líquida del filósofo Bauman la va
licuando. Son escasos los bienaventurados que se procuran estas piezas (Un De
Kooning
cañoneó ese día también los 300 millones de dólares). Mirones que negocian una
contemplación exclusiva para sus cuevas impenetrables. El salvador del
mundo continuará mirándonos aunque lo encierren en una caja fuerte.
Seguirá enorgulleciendo la indescifrable sonrisa que solo Leonardo pudo
imaginar.
Encuentros
cercanos del arte y la en Dubai
LA
OPINIÓN
DE Edgar Cherubini@edgarcherubini
En
los Emiratos Árabes Unidos, el arte marcha al mismo ritmo del desarrollo y modernización
del golfo pérsico. Como una muestra de su importancia, Abu Dabi se ha esmerado
para convertirse en un centro de arte de nivel internacional. En Saadiyat se
han planificado proyectos como el del Museo de Arte Moderno Guggenheim Abu
Dabi, que será construido por Frank Gehry; un museo marítimo diseñado por el
japonés Tadao Ando, un Centro de Artes Escénicas por Zaha Hadid y un Parque
Bienal con 16 pabellones, entre otros. A esto se suma que el Museo Louvre
de París inauguró en noviembre pasado su sede en Abu Dabi, integrándola al
imponente distrito cultural de Saadiyat.
Dentro
de los eventos relevantes en la esfera artística, destaca Unfold, Art
Meets Architecture: The Role of Art as an Ideal Companion to Architectural
Excellence, un coloquio anual realizado a finales de marzo en la pujante ciudad
de Dubai, sobre el potencial de las colaboraciones artísticas para la
excelencia arquitectónica, un laboratorio de ideas y experiencias aportadas por
una amplia gama de artistas y de profesionales del arte, coleccionistas,
museos, instituciones culturales, galeristas y expertos en arte de todo el
mundo.
El
Atelier Cruz-Diez París fue invitado a intervenir como ponente, para relatar
sus experiencias de integración del arte en la arquitectura en varias capitales
del mundo. Estuvo representado por Carlos Cruz-Diez, hijo, director del taller,
además de Fabiana y Mariana Cruz-Diez, gerentes de proyectos de Cruz-Diez
Art Team Paris. Conversamos con ellos sobre sus intervenciones en estas
jornadas.
Mariana
Cruz-Diez y Carlos Cruz-Diez, hijo, Unfold, Art Meets Architecture, Dubai,
Emiratos Árabes Unidos, Marzo 2018 © Photo: Filmatography / Peter Rear Edgar
Cherubini: —Háblenos de su presencia en Dubai y la importancia de participar en
este coloquio.
Mariana
Cruz-Diez: —En el mundo de hoy, el desarrollo urbano se sucede en forma unísona
en diferentes latitudes y la exhibición de la cultura es una expresión del
bienestar de una sociedad como un todo, convirtiéndose en el reflejo de su prosperidad.
La globalización ha obligado a los países desarrollados y emergentes a competir
entre sí mostrando su riqueza y su cultura, nociones que se han convertido en
sinónimos. Es por eso que los países compiten sin cesar en la construcción de
edificios más altos y sofisticados, pero también integrando el arte a sus
construcciones y espacios urbanos, con la intención de convertirlos en hitos referenciales
e icónicos.
Entre
esos países se encuentran los Emiratos Árabes, siendo Dubai una ciudad clave
donde existe una verdadera preocupación por integrar elementos que reflejen una
cultura a imagen y semejanza de una sociedad con un rico legado milenario,
abierta a un presente global y multicultural.
Esa
intención se transmite a través de la iniciativa de estos diálogos, por eso nos
pareció importante participar para poder compartir con otros actores, que al
igual que nosotros, están aportando nuevos conceptos en el mercado del arte. De
allí que nuestro objetivo es el de tener un rol activo en éste, no solo
identificando oportunidades, sino también participando en el concepto, la
planificación, la producción y ejecución de proyectos de integración del arte
en la arquitectura y en el urbanismo, debido a nuestros conocimientos y
experiencia de más de 60 años en el mundo del arte.
Mariana
Cruz-Diez, Carlos Cruz-Diez, hijo, Unfold, Art Meets Architecture, Dubai,
Emiratos Árabes Unidos, Marzo 2018 © Photo: Filmatography / Peter Rear Edgar
Cherubini: —Es un hecho que los artistas han adquirido un papel protagónico en
los espacios urbanos modernos. Artistas como Carlos Cruz-Diez, que desde 1967
viene realizando integraciones de su obra en los espacios públicos de diversas
ciudades del mundo. ¿Cómo se logra esa integración? Carlos Cruz-Diez,
hijo: —Lo ideal para una intervención es participar desde el momento en
que se elaboran los planos del proyecto de arquitectura, de ingeniería o de
urbanismo. La implantación de una obra de arte integrada a un proyecto arquitectónico
o en espacios públicos debe ser producto de la reflexión de un equipo integrado
por el artista, el urbanista, el arquitecto, el ingeniero, el paisajista, artesanos,
técnicos y promotores, para un resultado coherente y armonioso. La obra de arte
no debería estar allí solo para llenar un vacío o como mera decoración. La obra
de arte agrega valor referencial al lugar en el que se encuentra y debe
pensarse de manera acorde. El artista debería trabajar junto con los
arquitectos e ingenieros desde el inicio del proyecto, para crear algo que será
especialmente concebido para ese lugar. Además, cuando las cosas se manejan en
etapas tan tempranas, los costos de producción de la intervención son menores porque
ya pueden ingresar en la cotización global de la construcción. Edgar Cherubini:
—En el proyecto de integración de una obra de arte a la arquitectura o a un
espacio público ¿Qué tipo de dificultades han enfrentado?
Carlos
Cruz-Diez, hijo: —El arte, por naturaleza, es orgánico, espontáneo y no obedece
a ninguna regla. Tan pronto como enfrentas una idea creativa a los cálculos,
regulaciones y condiciones físicas del mundo de la arquitectura y la ingeniería,
te encuentras con un primer problema, el cómo adaptar la obra de arte a un
determinado espacio. Una vez que lo resuelves, el segundo problema es ¿cómo
afectará la obra de arte la vida cotidiana de las personas que estarán constantemente
expuestas a ella? Recordemos que el arte es emocional, nos afecta de muchas
maneras subjetivas. Ese fue el caso del proyecto Environnement Chromatique
UBS, una intervención integral en el interior del edificio Sede de la Union des
Banques Suisses, en Zúrich, Suiza, en 1975, donde las obras de Cruz-Diez se
integraron a la totalidad de la estructura del edificio.
Mi
padre intervino en todos los ambientes, aportando soluciones para los pisos, paredes,
pasillos y techos. En un momento determinado, al ver las maquetas y propuestas,
el director del banco nos transmitió su inquietud sobre si esas obrasde arte y
la audaz elección de los colores de las piezas pudieran ser demasiado fuertes
visualmente para las personas que trabajaban en el edificio. Entonces, decidimos
hacer un test, que consistió en modelos impresos en papel de tamaño real de las
obras e instalarlas durante un par de meses para permitir que las personas
convivieran con ellas, se adaptasen a ellas. Al recabar las opiniones de los
usuarios del edificio, el resultado fue muy positivo, las personas se sentían muy
felices conviviendo con las obras de arte en ese nuevo entorno.
Edgar
Cherubini: —¿Cuál ha sido la obra de Cruz-Diez más exigente en la que ustedes
han participado?
Carlos
Cruz-Diez, hijo: —El proyecto Guri realizado en 1977, sin lugar a dudas.
Fue
una integración de dimensiones colosales en la mayor central hidroeléctrica de
Suramérica, un verdadero desafío existencial. Allí mi padre hizo equipo con los
ingenieros desde sus inicios. Para mencionarte solo algunas de las obras integradas
a la estructura, en la sala de máquinas N° 1, se realizó un Color aditivo de
7.298 metros cuadrados. De hecho, eso nos demostró que el concepto de Color
aditivo puede ser plasmado en cualquier dimensión y el resultado obtenido
sigue siendo el mismo. En una de las paredes de la Sala de Máquinas N° 2 se
creó una Physichromie de 178 metros de largo por 7 metros de alto y
para el centro de la sala, diez Cromostructuras circulares, cada una
de 14 metros de diámetro y 2 metros de altura, ubicadas en hilera, son cúpulas
que señalan la ubicación de las gigantescas turbinas que están embutidas en
concreto debajo de ellas. Yo elaboré los cálculos de los conos truncos
rotativos de las cubiertas de dichas cúpulas y te puedo afirmar que fue algo
bien complejo.
Es
importante recordar que mi hermano Jorge y yo colaboramos con mi padre en obras
que han sido fundamentales para los talleres, porque en esos años no había precedentes,
todo estaba por inventarse y lo hermoso es que lo inventamos y los resultados
están a la vista.
Mariana
Cruz-Diez, Carlos Cruz-Diez, hijo, Unfold, Art Meets Architecture, Dubai,
Emiratos Árabes Unidos, Marzo 2018 © Photo: Filmatography / Peter Rear Edgar
Cherubini: —En el caso de que un artista, un urbanista o un arquitecto deseen
fusionar sus conocimientos e ideas para un proyecto de integración dearte y
arquitectura, ¿qué deben hacer?
Mariana
Cruz-Diez: —Acudir a nosotros. Somos conscientes de que existe una creciente
necesidad de soluciones en el mundo del arte, por eso creamos Cruz- Diez
Art Team Paris, un colectivo especialmente diseñado para artistas, arquitectos
e innovadores del arte. Está sustentado por su reputación, experiencia y savoir
faire de más de 60 años en la producción de arte del Atelier Cruz-Diez en París.
Está dirigido por mi padre, un conocedor del mundo del arte, con una vasta experiencia
en la utilización de tecnologías aplicadas a la producción de las obras de
Cruz-Diez, incluyendo los proyectos monumentales realizados en varios continentes.
Su apoyo y know how benefician a otros artistas y arquitectos que requieren
soluciones prácticas para sus propuestas.
Nuestra
experiencia nos ha hecho conscientes de todos los obstáculos que se presentan
en los proyectos de integraciones arquitectónicas, así como la realización de
obras monumentales. Creemos que podemos brindar un ojo experto y una importante
asesoría a la nueva generación de artistas que se verán abrumados por proyectos
ambiciosos sin contar con los medios tecnológicos para lograrlos, nuestro
objetivo es acompañar esos desafíos y lograr que se realicen.
A
cargo de los nuevos proyectos nos encontramos mi hermana Fabiana y yo, que somos
la tercera generación y que hemos decidido continuar el legado de Cruz-Diez.
Edgar
Cherubini: —Háblenos un poco más de Cruz-Diez Art Team. Fabiana
Cruz-Diez: —Como familia, continuamos con la tradición de trabajo del taller,
transmitida por mi abuelo. Esos valores familiares reflejan nuestra historia
ysiguen siendo vitales para el logro de nuestros objetivos. Como dijo mi
hermana, estamos orgullosos de nuestro legado, de tener la oportunidad de
acrecentarlo en todos estos años y de poder abrirles la puerta a otros artistas
para que participen de nuestra experiencia, y nosotros ser parte de sus
universos creativos.
Cruz-Diez
Art Team Paris es un centro generador de ideas, donde se conceptualizan,
planifican y realizan proyectos de arte. Por eso, nosotros hemos asumido la
responsabilidad de mantener una imagen a la altura de nuestra reputación.
Contamos con un equipo multicultural de profesionales, técnicos y artesanos,
así como de unas instalaciones dotadas de herramientas tecnológicas, que nos
permiten concursar, planificar y desarrollar proyectos de arte y arquitectura en el ámbito público o privado e
implementarlos en cualquier parte del mundo.
Cruz-Diez
Art Team Paris es una estructura bien concebida que permite que el artista
o el arquitecto puedan ser audaces en sus propuestas.
Fabiana
Cruz-Diez, Unfold, Art Meets Architecture, Dubai, Emiratos Árabes Unidos, Marzo
2018 © Photo: Filmatography / Peter Rear
edgar.cherubini@gmail.com
www.edgarcherubini.com
@edgarcherubini
Entrevista a Mélanie Sadler Sadler
interroga al pasado
Una
conversación con la autora resultó esclarecedora para entender los motivos que
la impelen a hacer un particular acercamiento a la historia desde la ficción en
su novela “Cuando los grandes de este mundo no son lo que parecen”, publicada
en español por Monte Ávila editores.
SIMÓN
RODRÍGUEZ LANDAETA
“...no
podemos hacer que el pasado renazca”.
“Es
imprescindible que no nos quedemos pasivos frente a la «Historia»
En
el fondo, un buen investigador siempre es un buen alquimista
Mélanie
Sadler

Mélanie
Sadler (1987), escritora francesa, egresada de la Escuela Normal Superior de
Lyon, es una investigadora especialista en la historia y la cultura
hispanoamericana. Los conocimientos adquiridos en sus estudios le han dado el
material necesario para construir su primera novela, Cuando los grandes de
este mundo no son lo que parecen (2015). La historia es protagonizada por
un catedrático de la Universidad de Buenos Aires llamado Javier Leonardo
Borges. Este hombre hace un descubrimiento inusitado: un grabado de Coatlicue, diosa
de la mitología azteca, en medio de unos documentos de origen turco
pertenecientes al siglo XVI. Partiendo de esto, se da rienda suelta a una
exhaustiva investigación en la cual se explotan las técnicas del relato policial
para darle vértigo a una narración que se nutre también del género de la nueva
novela histórica. A lo largo de la obra se va saltando temporal y
geográficamente para descubrir una secreta conexión entre el linaje del último
emperador del pueblo azteca, Moctezuma, y el de Solimán, sultán del Imperio
otomano.
¿Por
qué se convirtió en escritora?
No
sé si uno se convierte en escritor: siempre me gustó leer, y
siempre me encantó inventar y contar historias. Ya de niña, me apasionaba dibujar
pequeños tebeos, inventar sketches de teatro y escribir cuentos en
cuadernos. Creo que la lectura y los intentos de creación siempre estuvieron
estrechamente vinculados para mí, como dos caras de una misma moneda. En
un principio, nunca pensé en publicar. Esto fue otra etapa —mucho más
tardía — del proceso.
Es
muy difícil y peligroso hablar de una «verdad» “histórica”.
¿Qué
relación existe entre el trabajo del investigador y el del creador?
Depende
mucho de las novelas por supuesto. En Cuando los grandes…, más allá de la
investigación histórica propiamente dicha, quería interrogar nuestra concepción
de la Historia. Todavía hoy (aunque se notan progresos importantes en las
corrientes historiográficas de estas últimas décadas), solemos difundir relatos
hegemónicos, la «Historia de los vencedores», cuando solo se trata de la
historia de unos conflictos, por ejemplo, o meramente la Historia que se
construye desde la perspectiva del hombre (masculino) blanco occidental. Es
absolutamente necesario que cambien las perspectivas, que se establezca un
diálogo, que otras voces puedan participar en estos relatos. Fue también uno de
mis propósitos en esta novela dar la palabra a estas culturas no occidentales, y
a las mujeres, no sólo a los hombres que la historia tradicional siempre coloca
en primer plano. Quise recordar el hecho de que la Historia nunca es neutra,
que siempre consiste en una reconstrucción y que conlleva cierta dosis de
interpretación. ¿Hasta qué punto se pueden reconstruir los hechos del pasado?
Es una pregunta compleja que espero haber señalado de manera humorística en la
novela.
¿Cómo
lidia con esto el hombre que se obsesiona con el conocimiento, con la verdad?
Es
muy difícil y peligroso hablar de una «verdad» histórica. Hay hechos del pasado
(que ya no existen) que intentamos recuperar (gracias a archivos, testimonios,
etc.) con los cuales tratamos de construir un relato inteligible. Siempre hay
una distancia, no podemos hacer que el pasado renazca. Y el historiado tampoco
es un ser desencarnado que habla desde una eternidad donde reinaría la luz de
la verdad. Es imprescindible que no nos quedemos pasivos frente a la
«Historia». Que la lectura de los relatos históricos nos haga reaccionar,
pensar. Y los trabajos serios y honestos de historia suelen proporcionarnos
también claves de lectura para permitirnos interrogar nuestro propio presente.
¿Qué
es lo que más te interesa de Jorge Luis Borges?
Borges
es un escritor fascinante en muchos aspectos. Pero quizás sea uno de los
más europeizados entre los autores latinoamericanos y me parece una
lástima el hecho de que en Europa no se conozcan mejor a otros grandes autores
cuya escritura se ve menos impregnada de cultura europea. Sin embargo, claro
que Borges es un autor que contó para mí. Cuando lo descubrí, me
desestabilizó totalmente su juego permanente entre realidad y ficción con un
aspecto filosófico tan presente que parece abrir una nueva dimensión, algo que
se está desarrollando entre el lector y el narrador en la mismísima duración de
la lectura. Es una experiencia tremenda. En Cuando los grandes…, tengo que
precisar que él me proporcionó el ritmo, el tono, la densidad del relato. Al principio,
había empezado la escritura del libro con un ritmo mucho más flojo, no me gustaba
en absoluto. Abandoné el texto. Hasta que una noche me desperté y mis ojos
dieron con los volúmenes de Borges de mi biblioteca; pensé en que él era capaz
de inventar y destruir un universo entero en unas quince páginas. Decidí volver
a escribir mi fábula desde el principio con otro ritmo, ya que me parecía
bastante ambiciosa en relación con las distintas peripecias que contaba. Si
hacía el relato mucho más denso y nervioso quizás podría contar todo lo que me proponía.
Aquella noche escribí la primera página de la novela. Como el personaje
principal todavía no tenía nombre decidí llamarlo JL Borges como un guiño y
como un homenaje al autor que me permitió dar cuerpo a este relato.
¿A
qué se debe tu interés por el pasado remoto de los pueblos lejanos?
Creo
sencillamente que es una curiosidad por la alteridad. Los viajes (cuando
tengo esta oportunidad de descubrir otras regiones, otros países) y las artes
participan en mantener viva esta curiosidad (en un círculo virtuoso).
Teniendo
en cuenta el riesgo de caer en idealizaciones y discursos exotistas. ¿Cómo debe
el extranjero, ya sea desde la historiografía o el arte, representar las
culturas que le son ajenas, que no conoce de primera mano?
En
mi caso, no pretendo en absoluto describir con exactitud las culturas que
represento en este libro. Son figuras históricas con fuerte potencial literario,
heroico, poético que elegí. Intenté respetar la «realidad histórica» en
cierta medida pero la ficción me otorgó el lujo de reinventar a estos
personajes. Intenté desdibujarlos en el modo poético, humorístico, irónico.
El
medio literario tiende a pecar de chauvinismo. Siendo de un país tan
nacionalista como Francia, ¿el hecho de escribir textos que se sitúan fuera de
las fronteras de tu tierra, no te ha traído problemas en tu carrera
literaria?
No
podría contestar de manera tajante: creo que le gustó mucho la novela a
lectores que precisamente buscaban otra cosa, algo distinto del típico
escenario francés que encontramos en las novelas actuales (entre las
cuales hay verdaderas joyas); lectores que querían dejarse llevar a otro lugar,
que sea por la lejanía temporal, el cambio de culturas, los guiños a la
literatura, o el predominio de la ficción, de la fábula sobre cualquier tipo de
realismo. Pero irremediablemente lo que les gustó a unos desagradó sin
duda a otros lectores que prefieren otros géneros o que desgraciadamente no
logré llevar en esta historia.
¿Es
moderna nuestra literatura?
Luis
Eduardo Cortés Riera
| Foto:
Archivo/Referencial |
Es
una inquietante pregunta que se hace Octavio Paz, mucho antes de ganar el
Premio Nobel de Literatura en 1990. Escribe el mexicano un ensayo con esta
pregunta turbadora en Cambridge, Massachusetts, en 1975. Confieso que he leído
muchas veces este escrito, que apenas tiene 11 páginas, y que me ha hecho
meditar hasta el aturdimiento. Allí afirma que nuestra literatura tiene una
debilidad, visible sobre todo en el dominio del pensamiento crítico, que nos ha
llevado a preguntarnos si la literatura hispanoamericana, por más original que
sea y nos parezca, es realmente moderna.
Para
nuestro asombro, afirma Paz que no es moderna nuestra literatura, y ello lo
dice porque lo que hace a una literatura realmente moderna es la crítica, un
elemento del cual carecemos los hablantes de la lengua castellana. Una
literatura sin crítica no es moderna o lo es de un modo peculiar o
contradictorio. Hay una ausencia de crítica en Hispanoamérica.
Hemos
tenido –agrega Paz- buena crítica literaria: Bello, Henríquez Ureña, Rodó,
Darío, Alfonso Reyes, Rama, Rodríguez Monegal, Jorge Luis Borges. Lo que no
tuvimos ni tenemos son movimientos intelectuales originales. No hay nada
comparable en nuestra historia a los hermanos Schlegel; a Coleridge,
Wordsworth; a Mallarmé, al Nuevo Criticismo en Estados Unidos, a Richard y
Leavis en Gran Bretaña, a los estructuralistas de París. La razón de esta
anomalía es que en nuestra lengua no hemos tenido un verdadero pensamiento
crítico ni en el campo de la filosofía ni en el de las ciencias y la historia.
Por
eso somos una porción excéntrica de Occidente. Esa excentricidad - agrega-
comenzó en el siglo XVII, puesto que no tuvimos Revolución Científica (Kepler,
Galileo, Newton); y continuará en el siglo XVIII porque no tuvimos, sobre todo,
un equivalente de la Ilustración y de la filosofía crítica. Ni con la mejor
voluntad podemos comparar a los españoles Feijoo o a Jovellanos con Hume,
Locke, Diderot, Rousseau, Kant. Allí está la gran ruptura; allí donde comienza
la era moderna comienza también nuestra separación.
Nuestra
incapacidad de ponernos a tono con la modernidad ha producido, oblicuamente,
obras literarias únicas y excepcionales. Pero en el campo del pensamiento, la
moral pública y la convivencia social, nuestra excentricidad ha sido funesta:
no conocemos la tolerancia, por ello vivimos en una crónica inestabilidad, el
desorden, la pasividad, la demagogia y el caudillismo.
Este
es fundamentalmente el discutible pensamiento de Paz. ¿Habremos de darle todo
el crédito que se merece? A mi manera de ver, no. El pensador francés Alan Guy,
por ejemplo, nos dice que en filosofía hemos mostrado un sorprendente complejo
de inferioridad, que creemos equivocadamente que nada de lo ibérico sea
profundo y válido. Nos muestra Guy que han sido notables las prospecciones de
Andrés Bello, Leopoldo Zea, O´Gorman, José Gaos, Salazar Bondy y Mayz
Vallenilla.
Y
qué decir de las ciencias naturales, donde destacan los biólogos chilenos Maturana
y Varela y su relevante concepto de autopoiesis; el venezolano Humberto
Fernández Morán, creador del prominente concepto de crioultramicrotomia. En el
pensamiento sociológico e histórico debemos hacer referencia obligada al
semiólogo argentino Walter Mignolo, figura central del llamado poscolonialismo
latinoamericano; a José Carlos Mariátegui, un “agonista del socialismo”; a José
Vasconcelos, a quien Keyserling consideraba el más grande pensador de América
Latina; y no puedo menos decir que sería una grave omisión no destacar a
Gustavo Gutiérrez, a Leonardo Boff, a Frei Betto, quienes crearon la muy
original Teología de la Liberación latinoamericana, una verdadera “visiones del
mundo” de vanguardia. Y más cerca de nosotros, en Colombia, cómo obviar al
filósofo Santiago Castro Gómez, quien ha deslumbrado con su Hibrys del punto
cero y también Crítica de la razón latinoamericana.
Al
final de cuentas, el viejo y cansado Occidente debería recoger del Nuevo Mundo
Hispanoamericano varias benéficas lecciones de lucidez y de sabiduría. Cosa
nueva y potente se ha estado cocinando entre nosotros, aunque Paz sostenga lo
contrario.
Esa
formación imaginaria de la letra
LA
NOVELA QUE GESTA LA HISTORIA
Por
Fernando Yurman
Pero
fue Cervantes y su orbe los que crearon el Siglo de Oro, no al revés. Suele
afirmarse que la historia es mejor ilustrada, interrogada y entendida por la
literatura, no por la filosofía o por la misma historia. Su estofa
recóndita es siempre narrativa. El relato histórico no puede escapar a las
leyes de la sintaxis o ignorar la semántica. Aquel aforismo “no hay historia
solo historiadores” observa todos los documentos y monumentos flotando
rigurosamente sobre el lenguaje. Walter Benjamín sospechaba que el historiador
podría ser un trujamán, un ventrílocuo con hábiles trucos teóricos sobre la
anticipación y la anterioridad narrada. A cambio, el novelista, menos
pretencioso de una verdad, puede narrar desengañando. La novela logra ese toque
revelador de linterna exploradora que apreciamos en Balzac o Stendhal con la
burguesía francesa, en Dickens con la revolución industrial, en Dos Passos con
el sueño norteamericano, en Cervantes con la hidalguía española, y en otros con
una realidad creada que parece preexistirlos.
Pero
fue Cervantes y su orbe los que crearon el Siglo de Oro, no al revés. Quizás el
lustre fetichizado que se había otorgado a la historia soslayó que la novela
también crea la historia, la va fraguando con sugerencias sorprendentes pero
irrefutables. Esa formación imaginaria de la letra, plena de convicción
emotiva, pero sin fundamento palpable, tiene el mayor efecto ‘historizante’
sobre los pueblos. Como testimonio rotundo viene al caso la invención de
‘pueblo’ o ‘nación’, entre otras ficciones indetenibles, vastos entes
imaginarios que mueven montañas.
La
invención de la historia
Un
ensayo pretencioso de Shlomo Sand, tiene el oportunista título de La
invención del pueblo judío. Las premisas que emplea son correctas, tomadas de
Benedict Anderson y otros estudiosos que analizaron el sustrato imaginario de
las comunidades, pero las aplica solo a los judíos y su conclusión es un nido
de sofismas. Supone que los otros pueblos no son inventos. El profesor Sand
sigue el espíritu de Renan, que lograba una tímida afinidad con Taine y a la
postre con Gobineau. Para Renan, Jesús no podía ser judío, para su alambicada
espiritualidad la figura venerada rechazaba esa identidad. Las captaciones de
esencias estaban de moda, y los avezados intelectuales olfateaban rápido los
perfiles. Esa voluptuosidad del siglo XIX prefería la mitología nacional en vez
de la bíblica, y la búsqueda de los orígenes era una inclinación romántica; la expansión
política de esta sensibilidad mereció aquella justa burla de Macaulay “decir
que hay un gobierno esencialmente católico o protestante es como decir que hay
una manera católica de hacer compotas o una equitación fundamentalmente
protestante”.
Hoy
se olvida que esos afanes imaginarios, trasmutados en pasión pública,
desembocaron en el nazismo. Hay una diferencia entre el cálido sentimiento de
Herder por la particularidad y el impulso discriminador de Renan, entre la
literaria relación del gaucho con la pampa que hizo
Sarmiento
y el paisaje con alma francesa de Taine. Es fácil resbalar tratándose de los
sentimientos oscuros de lo particular. Lo cierto es que no hay pueblos o
entidades colectivas duraderas sin mitologías, nada indica que Inglaterra debe
ser teológicamente de los ingleses o que los ingleses deberían estar en
Inglaterra. Si se quita el azar étnico, su mezcla arbitraria y se separa la mitología
de una presunta historia real, lo que queda es simple intolerancia a la textura
imaginaria de la realidad humana. La idea de pueblos originarios es ingenua,
tentada por el fascismo, y una ilusión tan postiza como las otras. En lo que
mas se parecen los pueblos es en la ilusión de creerse distintos, y para sí
mismos todos terminan en originarios.
No
cabe duda de que Borges, por ejemplo, descifró buena parte de la historia
argentina, pero antes fue inventada más arbitrariamente por Echeverría, Mármol,
Alberdi, Sarmiento, Hernández, Hudson, Lugones, grandes narradores de lo que
debía haber pasado en ese incierto país. Ellos configuraron los fantasmas
precursores, y los lectores fertilizaron con otras especies ese lecho narrativo.
Cuando Macedonio Fernández, con sonriente agudeza, observa que los gauchos
están en la pampa para divertir los caballos, nos iluminaba con su humor este
costado de una escena ignorada, la trama desconocida de la mítica realidad
criolla.
La
novela que repta
Al
repasar las generaciones de fieles que estudiaron la sagrada teoría de Marx, el
intento heroico y patético por extraer las leyes de la historia de una Torá de
los impíos, es difícil no recordar el intenso carácter ficcional de la obra.
Las frases reverberan sobre las pasiones que inventaron
Hugo,
Dumas, Musset y otros hijos de ese siglo. Heinrich Heine, amigo de Marx,
reconocía su vocación literaria, pero advertía su inclinación de héroe sombrío.
Quizás Edmundo Dantes, el justiciero y vengativo Conde de Montecristo, fue una
de sus musas. Desde las sombras sostenía parte de la irritación crónica de
Marx. Otro influjo que avivaba su pensamiento procedía de Los
Miserables,
el ímpetu que Víctor Hugo había divinizado para siempre en las barricadas (las metáforas
de oleaje revolucionario, corrientes históricas que que chocan anegan el espacio
social, derivan de esa escena). Estos dos románticos se fundieron en una novela
imaginaria (en el más certero sentido freudiano), que atravesó muchas
biografías. Abarcó en su drama tanto a Friedrich
Engels,
sordo rival de un padre exitoso como empresario textil, como al furibundo
Marx, cuyo matrimonio con una aristócrata alemana no le solucionó el
problema doméstico. Los dos pensadores no tenían ni cadenas ni trabajo que
perder, vivían de sus protectores. Compartían el mismo narcisismo exacerbado
que los arrojaba a las comparaciones inevitables. Sus voces} guardan el tono
querellante, el ingenio aventurero, de las patologías románticas. Sus
argumentos son impetuosos, una esgrima de sospechas y revelaciones que
pretendían modificar la realidad en vez de intentar comprenderla como otros
simples mortales. La propia acumulación de reconocimiento histórico, la avidez
panfletaria, procuraban el nuevo Partenón de la época que ayudaron a inventar.
Como a tantos participantes de la gaseosa filosofía alemana de entonces, los devaneos
de Hegel había suministrado un ideal erotizado del pensamiento, una novela del
‘pensar’
curiosamente embanderada con ‘la materia’. La declamación obsesiva, religiosa,
sembró multitudes, no a pesar de las normas rígidas y categorías sagradas, sino
por su ejercicio, una fe que ofrecía el opio más barato.
Es
cierto que del carácter novelesco de los textos de Marx no deriva
automáticamente el autoritarismo estalinista o maoísta, el régimen coreano,
cubano o venezolano. Eso requirió otra novela, El estado y la revolución,
el manual leninista para llevar al matrimonio aquellas pasiones.
Separar
ese fondo emotivo tiene costos, el minucioso Althusser procuró convertir en
ciencia la teoría marxista, higienizarla de ideología, despojarla de sus pasiones,
pero se le colaron por la ventana de la locura y terminó asesinando a su mujer.
Las pasiones también alcanzaron a Garaudy, otro teórico voluntarioso, y sus
ensueños hoy sostienen la ultraizquierda fascista de Melanchon en Francia. El
país de la ilustración y la razón es también el país de las letras trepidantes,
y Lamartine ya prevenía sus contagiosas pasiones a Hugo. No
casualmente Madame Bovary, la novela moderna fundamental, termina en una
condena de las novelas, escena postrera casi igual a la de Cervantes sobre la
muerte de Alonso Quijano, el bueno, que había sido Quijote en su desvarío.
En
algunos casos, la novela leída era recibida por la narración imaginaria ya
instalada. La mezcla de voces luego parasitaria al héroe, como quizás ocurrió
con los personajes folletinescos de Eugenio Sue o Knut Hamsum y la biografía
reivindicativa que se inventó Hitler. La misma fábula que luego noveló el
inescrutable pasado alemán de las multitudes. En otros, la novela circulaba por
entregas, cambiaba de mano y hacía historia con portadores involuntarios de la
ficción. Un caso interesante es Jean Paul Sartre, uno de los pensadores más
lúcidos de su tiempo, acostumbrado a pensar en contra e incorporar la
subjetividad en los análisis políticos. Ofendido por la incipiente tecnología,
observó que la bomba atómica era antihistórica. Nadie entendía lo que había
querido decir, pero había una historia, una novela propia, donde ese capítulo
no entraba. También en su obra Las manos sucias ilustró la razón por
la que el estalinismo es perdonable, incluso bueno en sus errores, como
asimismo postula su ensayo El fantasma de Stalin.
Es
un caso de un filósofo, novelista, ensayista de la literatura, encerrado en una
novela univoca, una ficción inscrita que lo pensaba, pero él no podía leerla.
La
letra que circula
Una
fulminante revelación cabalística, acaecida a finales del siglo XVII, permitió
al profeta Natán de Gaza entrever en el enfermo bipolar que llegaba como
huésped desde El Cairo su condición secreta de Mesías. Como en un cuento de
Borges, Sabetai Zevi, el inadvertido viajero, empezó a predicar convencido con
plenitud la redención aludida por el otro, y prometió incluso un ejército libertario
para el oprimido pueblo judío. Su trastorno se avenía al personaje y facilitó
una amplia convocatoria de apasionados creyentes desde Salónica hasta Holanda.
Como psicótico con algún rasgo de sensatez, este mesías también se hizo
musulmán cuando el soberano de la Sublime
Puerta
lo conminó a convertirse o morir. La apostasía no impidió que sus seguidores la
pensasen como una sofisticada expiación, un mandato secreto que incluía un
nuevo marranismo. Su legado, como precursor del sionismo histórico, ya estaba
sembrado. Fue derivado de las letras cabalísticas del siglo XVII, perduró y
volvió en el siglo XIX con las letras seculares de George Eliot en Daniel Deronda,
quizás la primera novela sionista moderna. Teodoro Herzl, en un ensayo que
también procuraba la novela, escribió al finalizar ese siglo El Estado
judío. Un proyecto tan imaginario para un aristócrata asimilado e ignorante
del idish y el hebreo, que lo pensó materializar en Uganda o
Sudamérica.
Zeev Jabotinsky, quizás el líder sionista de mayor incidencia histórica del
siglo XX, recogió esa antorcha letrada. Era cultísimo políglota, periodista,
novelista, pensador político, conferencista y además sabía el papel de la
mitología en la memoria histórica. En 1920, luego de arribar a Jerusalén con la
Legión Judía, que había improvisado con ceremonial destreza y perspectiva
política, estuvo preso de los mismos ingleses que lo habían ayudado. En la
prisión se dedicó a traducir La Divina Comedia. Escogió el texto con el
que Dante inventó una nación y si no toda Italia, al menos a los italianos. No
era casual para un nacionalista como Jabotinsky, que no desconocía a D’Anunzio
y sabía del fervor nacional que convocaba el fascio. El 1926 escribió una novela
sobre la antigüedad, la identidad judía y los filisteos. La trama fue llevada
al cine en 1949, un año después de la Independencia de Israel, por Cecil B. De
Mille y titulada Sansón y Dalila. El filme comienza con un discurso que
permite entrever las ideas de Vladimir Jabotinsky, muerto nueve años antes, más
que al guionista Laski. Fue quizás la primera muestra de identidad judía nacional
que formulaba Hollywood, en el territorio bíblico y a través de Sansón.
En
su cuaderno de la guerra de guerrillas, la seca prosa del Che Guevara relata un
íntimo momento en el monte, cuando frente a la proximidad de la muerte recordó
el personaje de Jack London que enfrenta con coraje su desenlace en la nieve.
El recuerdo fue preciso, Jack London, el aventurero que editó libros con fortun
y que junto con Joseph Conrad era uno de los narradores mayores de la aventura
romántica imperialista. La épica de London nutrió Hollywood, con el que convivió
antes de morir, y su aventura en Alaska y los mares en busca de fortuna fueron
la gloria del hombre blanco. Lo que quizás no contradice su protesta
socialista, considerada blanca entonces. Es difícil saber qué novela o filme de
aventura ha creado el imaginario de muchos guerrilleros, qué Tesoro de la
Sierra Madre los empujó al monte. Sin duda, estaban más cerca de Hemingway
o de John Red que del abstruso Hegel, de John Ford o de Huston que del radical
Jean Luc Godard. En algunos casos perduró el guion original de la ideología,
pero la industria de drogas y secuestros que degradó en Colombia esta narración
sostiene el dinero y el poder más que las ideas. El caso de Venezuela no es
igual, no fue invadida imaginariamente por una novela, los delincuentes y
estafadores del chavismo usaron una telenovela. La pasaban por capítulos, sin creer
en ella, como un remedo de la exitosa Por estas calles, melodrama
televisivo que la virtud locutora de Chávez continuaba con categorías
políticas. Sea como fuere, todo indica que la novela más que reflejar la
realidad la crea, es su auténtica productora, y la única crónica posible de la
historia parece la novela misma.
La
realidad y la letra
Una
de las maneras de explorar las fuentes ciertas de la realidad, esa mezcla
hipotética de sólidas resistencias, fantasías, ensueños y deseos es reencontrar
la sorpresa, el chiste o el desatino iluminador al estilo de Macedonio. Sucedía
ese espléndido fogonazo con aquella mesa de disección y la máquina de coser,
pero un surrealismo por prescripción no ofrecería el mismo resultado. La poesía
tiene una extraña capacidad para encenderlo, y suscitar un preñado silencio cuando
se apaga, pero por su misma delicadeza no puede llevar sus faroles a la vida
pública. En cambio, hay encuentros extraños, escondidos o fugados a los lugares
más imprevistos de un relato, con salidas y un rodeo para entrar de nuevo.
Stephen
Crane, demasiado joven para participar de la guerra civil norteamericana,
escribió La roja estrella del coraje, la crónica del frente más fiel para
los genuinos veteranos. Stephen Crane constituyó esa memoria colectiva desde la
letra de su imaginación. Al revés, Lewis Wallace peleó airosamente con las
tropas de la Unión, terminó como oficial laureado, y luego gobernador de
Arizona,
pero no relató sus fatigosas campañas. De su vasta experiencia bélica escribió
una enmarañada y popular novela de aventura histórica para
adolescentes: Ben Hur. El libro ilustra un derrumbe civilizatorio fácil de
comparar con aquel sur llevado por el viento, y le canta honor a la derrota,
pero en la antigüedad. En el caso anterior, la literatura selló la memoria de
la Guerra de
Secesión.
En este la guerra gestó una literatura histórica, pero sobre otra antigüedad
que escondía el pasado del presente. Todas las direcciones se cruzan, no
solamente la vida debería desembocar en novela, como planteaba un romántico,
sino que la novela nos exige culminar en la vida. La novela imaginaria que
Freud detectó en los neuróticos, ese fantasma fundamental, venía apropiándonos
desde muy lejos, en grandes tamaños y muy hondo. La pos-verdad, el
universo de fakenews, la expansión de la mentira pública, la bulliciosa
fragmentación, no sustituyen las novelas, están organizadas sobre sus sinuosos
espectros. No es todavía claro si la mirada matinal a la pantalla para saber
del día, en vez de abrir la ventana exterior sobre la calle ‘real’, es más novedosa
que la decimonónica espera de la diligencia en las aldeas rurales inglesas para
recibir el periódico y el folletín por capítulos. Los detallados episodios de
Dickens también contaban a la gente ‘su’ realidad y moldeaban las noticias que
vivían.
“Escribir
es una práctica demencial”
Alan
Pauls
El escritor argentino,
ganador del premio Herralde 2003 por su novela "El pasado",
fue uno de los invitados a la Fiesta del Libro y la Cultura de Medellín. En
esta entrevista habla de su obsesión por la forma y de sus coqueteos con el
cine.
DULCE MARÍA RAMOS
Alan
Pauls se pasea callado, silencioso. Mientras desayuna o cena observa ese nuevo
espacio que lo rodea en Medellín, después de un largo viaje de ocho horas desde
Argentina. El escritor reconoce que en un nuevo lugar es tímido. Cuando
conversa, la timidez desaparece y fluyen las ideas de un hombre muy crítico con
el oficio.
En
su infancia, Pauls fue un apasionado de los libros. Dos profesores en el
colegio -uno de literatura y otro de filosofía- trastocaron su forma de ver la literatura:
“La lectura tiene algo tranquilizador que la escritura no tiene. Cuando uno
lee, por más perturbador que sea el libro, uno se siente más seguro, es una
especie de casa. Escribir es una práctica demencial, uno no sabe por dónde se
va a meter, cómo le va ir”.
Emocionado,
el escritor relata su experiencia en la actividad Adopta un Autor, que realizó
la Fiesta del Libro y la Cultura de Medellín. Fue grata su impresión al ver
cómo los chicos interpretaron sus libros y especialmente conocer a dos de ellos
interesados por la literatura, quizás futuros escritores que no dejarán morir
el arte de contar historias.
“Ya
no tengo ese impulso casi suicida de los veinte años que escribes cualquier
cosa en cualquier momento y manera. Ahora estoy muy atento a todos los
problemas que involucran el hecho de escribir”
-Usted
aseguró en una entrevista reciente que últimamente le cuesta escribir.
-Soy
más consciente. Ya no tengo ese impulso casi suicida de los veinte años que
escribes cualquier cosa en cualquier momento y manera. Ahora estoy muy atento a
todos los problemas que involucran el hecho de escribir. También es cierto que
uno está más grande, tienes menos ideas, probablemente menos cosas que decir,
eso no es eterno. Escribir se me convirtió en un proceso más problemático, no
está mal porque a mí me gustan los problemas. Nunca fui un escritor
necesariamente de la fluidez o de simplemente contar historias, siempre me
interesó el lenguaje y la práctica de escribir, esos problemas me alimentan, me
estimulan, me inspiran, no me obstaculizan.
-Conversando
con el fotógrafo Daniel Mordzinski, éste contó que dejó el cine porque no supo
contar historias. ¿En su caso?
-A
mí me gusta mucho el cine. Durante muchos años fui crítico, esa relación
funcionaba muy bien porque podía hacer con el cine lo que yo quería. Víctima de
la superstición, de que yo era escritor y eso tenía que ver con el cine, decidí
probar ser guionista. Escribí por diez años una serie de guiones, pero nunca me
consideré un guionista, siempre era un escritor que escribía guiones para cine.
Esa es la peor posición que uno puede tener cuando sale de la literatura y
entra al mundo del cine: escribir un guión no tiene nada que ver con la
literatura. Un guión es para otro: un director o productor, a cambio que
pienses en dirigir. El guión es un artefacto de palabras que deben funcionar
dentro de una película que es otro idioma, que es contradictorio con las
palabras.
“Por
ejemplo -prosigue-, yo escribía una escena: “El gordo cruza la calle y entra en
el kiosco” después veía lo que habían hecho con esa escena en la película: el
actor que habían elegido no era el gordo que yo había imaginado, su gordura no
era la gordura que me interesaba que ese personaje tuviera, no cruzaba la calle
como yo quería, la calle no era la que imaginé y el kiosco donde entraba no
tenía las vidrieras que yo quería que tuviera. En ese escándalo mínimo y
ridículo se ve todo el problema del escritor que escribe historias para cine
creyendo que puede hacerlo, porque cuando uno escribe apuesta a que los
lectores imaginen un gordo diferente; el cine fija esas palabras en un solo
gordo. Me costaba desprenderme, entraba en discusiones eternas con los directores
y cuando veía las películas siempre consideraba espantoso lo que habían “hecho”.
-Habla
de una amarga experiencia, pero una de sus novelas fue llevada al cine.
-Yo
no tuve nada que ver con el guión. Sabía que si vendía los derechos de mi
novela al cine tenía que aguantarme la película que se hubiera hecho, no tenía
derecho a quejarme. Siempre el proyecto de (Héctor) Babenco fue muy
descabellado. El pasado era una novela muy difícil y él no le
encontró la vuelta; no estableció esa relación de traición que un director de
cine tiene que hacer con una novela cuando la adapta. Hubiera querido una
película más personal, reconocer menos mi novela en pantalla.
-¿Cómo
fue trabajar de guionista de Fito Páez?
-Vidas
privadas fue la primera película de Fito. El proyecto a mí me gustó porque
era lo contrario a la película que quiere hacer un roquero. Fue una película
muy arriesgada, muy ambiciosa. A Fito no lo conocía más allá de encontrarlo en
eventos sociales y hablar mucho de cine. Nos hicimos muy amigos en el proceso
del proyecto, durante cuatro y cinco años fuimos muy cercanos. A mí la película
me pareció muy interesante, pero desde el principio la crítica fue despiadada
por el siempre hecho de ser su director un roquero exitoso que quería hacer
cine.
-También
ha incursionado tímidamente en la actuación.
-Esa
picardía de ser actor me permitió decir las palabras que escribían otros. Eso
para mí fue un alivio, un descanso de mi trabajo como escritor. Haciendo esos
personajes me di cuenta que actuar es una cosa muy compleja, especialmente
actuar en cine. “Es muy difícil escribir a partir de Borges porque uno cae muy rápidamente
en el plagio, pero es muy posible aprender a leer a partir de Borges.
-Usted
escribió un libro sobre Borges, quizás una sombra para algunos escritores
argentinos.
-Para
mí Borges no es una sombra, al revés, es una fuente de luminosidad. Quizás la
mía sea la primera generación que no necesitó pelearse o matar a Borges para
escribir. Gracias a Borges cambiamos nuestra relación con la literatura y
nuestra manera de leer. Es muy difícil escribir a partir de Borges porque uno
cae muy rápidamente en el plagio, pero es muy posible aprender a leer a partir
de Borges. Antes no era fan de Borges, sin embargo escribiendo el libro me
fanaticé.
-Y
en el caso de Ricardo Piglia, ¿haría un libro?
-Piglia
para mí era algo más cercano, me resultaría difícil convertirlo en un objeto de
análisis literario. Con Borges tuve la oportunidad de conversar con él dos
veces en mi vida, pero aún así era un personaje de la mitología griega. En
cambio Piglia era demasiado humano, fue el primer escritor al que le mostré mis
textos, el primer escritor que admiré. Estuve con él muy cerca en varios
momentos y trabajamos en la Universidad de Princeton. No digo que no, pero su
muerte todavía está muy cercana.
-¿Cómo
ve la situación de Argentina?
-Ahora
se está empezando a respirar en Argentina una atmósfera malsana, que crea
ciertos síntomas de racismo, xenofobia y promueve comportamientos políticos que
tienen que ver con lo peor de la Argentina.
La
imagen nítida del momento actual de Argentina son familias que se encierran en
los cajeros automáticos para dormir. No veo que haya una decisión oficial de
mejorar esa situación. Es un momento tenso, se deben resolver los conflictos
para no caer en la violencia.
-Recientemente
tradujo los primeros cuentos de Truman Capote.
-La
traducción es la continuación de la lectura por otros medios. Tengo una relación
adictiva con la traducción. Puedo interrumpir lo que estoy escribiendo, pero no
puedo parar cuando hago una traducción.
-Y
finalmente, ¿cómo es la ventana por donde mira Alan Pauls?
-Es
una ventana bastante deforme, desubicada, fuera de eje. Está colocada en
lugares poco habituales. Me gusta mirar las cosas desde perspectivas un poco
diferentes, incluso a primera vista frívolas o insignificantes. La mirada
muchas veces crea lo que hay que ver antes de que eso exista.
Fiebre
(1939)
Por
Mario Morenza
La
narrativa de Fiebre (1939) no está libre de los desmanes de la
dictadura y de su afán en perfeccionar procedimientos en torturas. En el
capítulo VI leemos: «Todo estaba quieto, lastimosamente quieto. La palabra
protesta era un muñón sangrante. La cárcel significaba cementerio» (p. 61), y páginas
más adelante: Pero no era Robledillo solamente. Era el mismo clamor insurgente
en cada corredor y en cada aula. Y una mañana la vieja Universidad nos vio
salir en largas hileras, con una resolución estampada en las frentes. La ciudad
entera se echó a las calles para vernos pasar. Y fuimos entrando, uno a uno, por
el portal enmarcado de bayoneta y rostros torvos, en voluntaria marcha hacia la
entraña misma del terror. (p. 63) Se trata de un capítulo en el que se revela
la hostil realidad carcelaria de la dictadura que ya se asomaba en Puros
hombres, en el que se revela la oscura realidad carcelaria, la férrea
dictadura, sus procedimientos de tortura, de flagelación: «El fantasma del
hombre a quien los mil latigazos convirtieron en masa deforme y ensangrentada.
El que recibió la ración de arsénico en la escudilla de café» (p. 62). Se
cuenta que todo comenzó vertiginosamente y de manera espontánea, «como las
expresiones de la naturaleza» (p. 62). La universidad fue trasladada a la
cárcel. Así como se abre el capítulo IV, las escenas habituales de la
universidad se escenifican en la cárcel sin que aquella pierda su fisonomía, su
talante académico: «Somos presos políticos venezolanos y tenemos un hambre aguda
de veinticuatro horas. La universidad, sin embargo, se ha trasladado a la
cárcel sin perder su fisonomía» (p. 65). Una narración en la que se evidencia
realismo social. Como una pastillita aparecen estas escenas en la novela. No se
trata de la vida en la cárcel, sino más bien cómo reacciona la sociedad ante
tal evento: Los obreros de Caracas se negaron a acudir al trabajo en señal de
protesta por nuestro encarcelamiento. Obreros que carecen de organizaciones gremiales
y de experiencia de lucha se guiaron por su instinto que les hizo adivinar la
ciudad muerte sin el aporte de sus brazos. Y ahí está, muerta, la ciudad. Mudas
las calles, desiertos los almacenes, sin humo las chimeneas.
Es
lo que se llama huelga general en otros países. Aquí no se llama de ningún modo
porque nunca había sucedido antes. (p. 67) Mujeres también exhibieron sus
boinas y abogados redactaron documentos a favor de los estudiantes. Hombres
protestaron. Se enfrentaron a pedradas con la policía. Fueron apresados. Se
quedaron en la cárcel, aún después de que los estudiantes quedaran en libertad.
En
«Montonera» se cuenta el trayecto de Vidal Rojas a caballo hasta un punto
determinado en el que se encontrará con Anselmo y continuarán el rumbo que los
lleve hasta el campamento del general Urrutia, en el que también está Ceballos,
que ya es coronel. Durante su viaje, se suscitan en el texto descripciones de
corte naturalista, criollista y, en el caso que nos corresponde, de realismo
social: Vidal Rojas debate consigo mismo y reflexiona sobre su rol en esta
nueva etapa de su vida como combatiente de forma activa contra el régimen.
Pero
hay siempre en mis meditaciones entre dos Vidal Rojas que pocas veces andan de
acuerdo. Hilario Figueras me decía, en sus ratos libres de pedantería
doctrinaria, que tal enfrentamiento no obedecía a complicaciones espirituales
sino a mi condición contradictoria de pequeño burgués. Y para explicarme el
significado de la etiqueta «pequeño burgués» recurría a sus pesadas
divagaciones sobre economía. (p. 142)
Ya
en el campamento, Ceballos, que está afinado en roles militares, le ordena a un
soldado que le enseñe a Vidal Rojas cómo usar un fusil: «Y fue así como el
soldado Agapito, que había hecho servicio militar en Maracay, me enseñó en
cuatro lecciones la fórmula para enviarle un recado de muerte al prójimo» (p.
148). El diálogo entre Anselmo y Vidal Rojas es estrechamente similar a uno
de Las lanzas coloradas. Incluso, podemos encontrar una respuesta en este
diálogo de Otero Silva al diálogo en la novela de Uslar Pietri.
—Bueno,
Anselmo, ¿y tú por qué te alistas en la revolución?
—¡Guá!
Es muy sencillo. Porque el coronel Urrutia se alza y me mandó a
llamá.
—¿Solamente
por eso?
—¿Y
por qué más va a sé, pues?
—Pero,
¿qué harías tú si el coronel Urrutia, en vez de alzarse, fuera jefe civil en
este mismo gobierno?
—Pues
en tal vez yo sería comisario.
—¿Serías
tú capaz de hacerte cómplice de este gobierno de ladrones y
asesinos?
—Si
usté supone que el coronel juera jefe civil, pues yo sería comisario. Yo no
tengo que hacé con los gobiernos sino con el coronel Urrutia. Pá eso soy oficial
suyo.
—¿Pero
tú no tienes criterio propio?
—¿Criterio
propio? ¡Uhm! ¿Qué pájaro es ése? (p. 145)[1]
El
capítulo VII de «Montonera» gravita sobre la pesadumbre: los desmanes padecidos
por los reclusos en Palenque. Se cuentan tres historias enlazadas por un
síntoma común: la enfermedad de los presos; tres historias trágicas, absurdas e
irónicas que conforman el antepenúltimo capítulo.
La
primera de estas historias refiere las vicisitudes de tres franceses, en especial
uno de ellos, que ha robado y, por su culpa, han apresado a sus compatriotas.
Desde que llegó a Palenque está moribundo y solo tiene consigo una débil
disposición por vivir: los cien bolívares que engarrota en una de sus manos y
se niega a soltar, incluso durante su primera muerte. La segunda, es la
historia del indio y su culebra doméstica, que amenaza, sin embargo, el sueño
de los otros. La tercera y última narra la historia de Belisario, que está
muriendo de disentería crónica, se sabe enfermo, sin ánimos de trabajar en la
carretera. El sargento lo insta a ponerse de pie y empezar a trabajar duro,
bajo el sol castigador. El sargento sostiene que lo de Belisario es flojera.
Finalmente, Belisario muere y el sargento la diagnostica con miope y cínico ojo
clínico: dice que fue a causa de la flojera, como si esta fuera una enfermedad.
La
carta de Vidal Rojas es un tratado que resume el sufrimiento de su generación,
una generación que era inocente y decidió enfrentarse contra un enemigo totalitario,
funesto e invencible. Con todo y esto, Vidal Rojas aún alberga una fe sólida.
Aquel estudiante que se define de este modo: «Tengo veinticuatro años y estudio
medicina, diseco cadáveres…» (p. 93).
En
la tercera parte, titulada «Fiebre», Vidal Rojas observa que un nuevo contingente
de presos ha llegado procedente de los calabozos de La Rotunda. Se trata de una
docena de presos políticos. Entre ellos atisba, con emoción, pues ya empezaba a
enloquecerse de soledad, a Robledillo y a
Hilario
Figueras, además de un pinto, que se encuentra débil enfermo. Robledillo pone
al día a Vidal Rojas de los sucedido con Armando (hermano de Cecilia), con
Cecilia, que al principio Vidal Rojas presiente que ha muerto, pues ella
amenazó en varias ocasiones con suicidarse, pero no: se casó con un joyero.
Habla también sobre las vidas del sinvergüenza de Urrutia y su adlátere
Ceballos, quienes huyeron a Colombia y luego solicitaron amnistía. Amnistía que
les fue concedida y ahora trabajan para el gomecismo. Robledillo cuenta que
cayó preso, pues los esbirros de Gómez lo involucraban con unos panfletos
antigobierno y pensaban que él era el redactor. Cuando allanaron la casa no
encontraron nada que lo relacionara, pero sí cinco revólveres. En el caso de
Hilario Figueras y otros apresados, lo han acusado de ser los organizadores de
una red clandestina que distribuía panfletos entre obreros. Acierta a decir que
a Hilario Figueras siempre le parecieron más efectivas este tipo de acciones
que las mismas bombas (pp. 222-223). Es un capítulo que administra la narración
hacia el desenlace.
Desde
que se inició esta tercera parte, o inclusive, a mediados de la segunda parte
de la novela, he notado que el progreso de la historia se estanca.
En
el capítulo VIII de esta parte, leemos cómo el encierro ha curtido las vidas de
Vidal Rojas y sus compañeros. La cárcel es una industria del pensamiento:
aquella frase de Plata quemada (Piglia, 2000) es aplicable aquí de la misma
forma que en el personaje de Julián de Canción de negros: ambos están en el
encierro y de allí reflexionan sobre el mundo, sobre la realidad, sobre las
adversidades que atraviesan. La cárcel transforma, cataliza, desmenuza la vida
de los hombres. Y en esta trilogía de novelas publicadas en años consecutivos
observamos cómo los apresados tienden a cambiar su forma de sentir y pensar el
mundo, pensarse a sí mismos, en el encierro.
[1] Y
la respuesta es el conformismo (ver páginas 109-111, 170-172 de Las lanzas
coloradas(1981)).
Publicado
en la Revista Digital 4Dromedarios.
Hace
31 años Miguel Otero Silva le dijo adiós al mundo
Fue
ejemplo del periodismo venezolano y se desempeñó como ingeniero y político en
nuestro país
Publicado
en: Sociedad
Por: Gregory
Jaimes
Hace
31 años, Miguel Otero Silva nació el 26 en el estado Anzoátegui.
Creció en el seno una familia humilde, su padre fue Enrique Otero
Vizcarrondo y su madre, quien murió cuando Miguel Otero Silva aún era
pequeño, fue Mercedes Silva Pérez.
Entre
sus aficiones estaba el béisbol, fue crítico de arte y disfrutaba de un buen
merengue. Luego de concluir la secundaria en 1924, comenzó estudios de
ingeniería civil en la Universidad Central de Venezuela, los cuales no culminó.
En 1925, publica en la revista Élite su primer poema titulado
“Estampa”, influenciado por los modernistas Rubén Darío y Amado Nervo.
Generación del 28 y el exilio
Durante
los acontecimientos políticos de la Semana del Estudiante (febrero de
1928), Miguel Otero Silva es vinculado a la conspiración militar del 7 de
abril de 1928, por lo que es acosado por la policía y debe huir al
extranjero, donde prosigue su actividad política.
Después
de la muerte de Juan Vicente Gómez (17/12/1935), regresa a
Venezuela. Sin embargo en marzo de 1937, es expulsado del país, bajo
la acusación de “comunista”, viajando a México, donde publica su primer
poemario Agua y Cauce y luego a Estados Unidos, Cuba y Colombia.
En
1942, recién retornado del exilio fundó el semanario de
izquierda “Aquí está” bajo el gobierno del general Isaías Medina
Angarita. Este semanario substituyó a El martillo, que había
sido relanzado en 1938.
Junto
a su padre, fundó el periódico El Nacional, el cual entró en circulación
el 3 de agosto de 1943. Después de haber cumplido los 40 años, contrajo
matrimonio con la periodista y activista María Teresa Castillo, una de las
figuras más importantes de la cultura venezolana, con quien tuvo dos hijos.
En
1949, Otero Silva se gradúa de periodista en la Universidad Central de
Venezuela y preside la Asociación Venezolana de Periodistas. En 1951, se
separa del Partido Comunista de Venezuela, expresando que no estaba hecho para
las disciplinas de partidos.
En
mayo de 1980, se le otorgó el Premio Lenin de la Unión Soviética y en 1984, aparece
su último libro, La Piedra que era Cristo. Entre sus obras literarias
más conocidas se encuentra: Fiebre, Casas Muertas y Cuando
quiero llorar no lloro.
Miguel
Otero Silva falleció en Caracas el 28 de agosto de 1985.
Dejó a su muerte un amplio legado literario que abarca desde obras de teatro
hasta poemas, legado que ha merecido la admiración de autores tan conocidos
como Pablo Neruda y Gabriel García Márquez.
A
quienes hoy dirigen a El Nacional, su muerte, le dejó al diario
el corazón como capilla sin santo.
Sus
obras fueron:
Fiebre (1939)
Agua y Cauce (poesía, 1937)
Casas muertas (1955)
Oficina n.º 1 (1961)
La
muerte de Honorio (1963)
La
mar que es morir (poesía, 1965)
Poesía hasta 1966 (poesía, 1966)
Cuando quiero llorar no lloro (1970)
Lope de Aguirre, príncipe de la libertad (1975)
La
piedra que era Cristo (1984)
Elegía coral a Andrés Eloy Blanco (1955).
Francisco
Herrera Luque
“Al
doctor Fausto le salió psiquiatra”
Francisco
Herrera Luque (1927-1991), psiquiatra, diplomático, novelista y ensayista.
Autor de éxito, escribió libros que recibieron amplia acogida sobre figuras de
la historia venezolana como Bolívar, Piar y Boves, o los tres volúmenes de “La
historia fabulada”. La entrevista que sigue salió en 1983, a propósito de la publicación
de “La luna de Fausto”
Letralia
Francisco
Herrera Luque
Por JOSÉ
PULIDO
Ya
está listo para irse al pasado y así lo manifiesta. Afuera ruge el presente, golpea
muros, paredes, cristales, en forma de lluvia tormentosa que para los conductores
es una cortina flotando y ondeando en cámara lenta. Una cortina de agua que
deja siluetas engañosas donde antes había edificios, casas, árboles.
Toma
el teléfono sin cables y “toca” un número. Se despide de alguien. La lluvia es
como un gato jugando con el ratón de los colores: muestra que ha atrapado entre
sus colmillos de niebla el verde intenso, casi artificial, de la grama.
Más
allá de los cuadros de Tovar y Tovar, de los sólidos objetos de arte de otras épocas,
en un alejado recodo de la casa, una cocinera hace sopa y el olor de esa sopa
se viene de visita hasta donde el escritor y editor de Pomaire, José Cayuela, habla
con el escritor-psiquiatra Francisco Herrera Luque, sobre los últimos detalles de
un viaje.
Cayuela
dice que Pomaire es una editorial internacional que, como todas, edita libros
con intención de acuñar un éxito en cada tiraje. Tiene un reducido grupo de autores
que sostienen las ventas de la empresa “y no debería decirlo, pero uno de esos
escritores es Pancho”. Le dice Pancho a Francisco Herrera Luque y éste lo trata
de Pepe.
“Pepe
me motiva a escribir, siempre me anda animando”, comenta Herrera Luque.
Cada
uno de los libros de Herrera Luque ha sido un éxito de venta en el país y fuera
del mercado venezolano. Cuando comenzó a combinar y mezclar los hechos históricos
con la ficción, realizó uno de sus deseos más ambiciosos: ser novelista.
En
1972 publicó Boves, el Urogallo; en 1975, En la casa del pez que
escupe el agua; en 1979 aparece la obra Los amos del valle y en 1981
surge La historia fabulada. Este último libro es un ejercicio literario
repleto de sátira.
Cada
uno de sus libros los escribe, por disciplina, siete veces. Cuando
terminó Los amos del valle, que fue un trabajo de tres mil horas, dijo que
no iba a escribir más.
Estaba
seguro de que se le había ido la inspiración. Por eso, todos los proyectos de
novelas que tenía en la mente los metió como fragmentos en La historia fabulada,
los dejó allí y siguió con su psiquiatría.
Herrera
Luque explica: “Desde 1953 me apasionaba la personalidad del Welser Felipe Von
Hutten, quien llegó a Venezuela en 1535. Pero no tenía el tema, la historia,
hasta que supe que estuvo ligado a Fausto. Entonces, cuatro años después de
escrita mi última novela, surgió en mi mente la inspiración. Otra novela”.
―Que
será más universal ―interrumpe Cayuela, explicando que abarca Europa y Latinoamérica,
aparte de mostrarse francamente atraído por el tema.
―¿Cuál
es el hilo que une a Hutten con Fausto? ―preguntamos.
Francisco
Herrera Luque detalla:
―El
doctor Fausto le hizo una profecía en Alemania cuando se disponía a embarcarse
para Venezuela en busca de El Dorado. Tanto la presencia de Fausto y de su
semblanza, son rigurosamente históricas, al igual que lo que le dijo a Hutten
cuando le trazó su horóscopo.
―¿Existió
Fausto entonces?
―Goethe,
sin saber que Fausto había sido un personaje de carne y hueso, lo convirtió en
uno de los dos personajes más importantes de la literatura universal.
Francisco
Herrera Luque ha titulado su nueva novela La luna de Fausto. Le falta reescribirla
y para ello necesita hacer la ruta de Felipe Hutten y rastrear a Fausto.
Solo
unas diez horas antes de partir hacia España y Alemania se desarrolló la entrevista.
La
luna de Fausto
Herrera
Luque se enfrenta a un tema mucho más apasionante y difícil que los anteriores.
En el diván de su creatividad deberá acostar a Fausto y a Felipe Von Hutten.
Tendrá que viajar al pasado con mucha imaginación para atrapar la atmósfera y
la verdadera personalidad de los protagonistas.
Herrera
Luque no se permite abordar la historia sin documentación certera, ni pone en
juego su ficción sin comprometerse de alguna manera con el invento. No será un
suceso extraño que en Alemania alguien le oiga hablando con un tal Fausto sin
que ese señor se vea por parte alguna.
Felipe
Von Hutten era un noble alemán, de la primera aristocracia y muy ligado afectivamente
a Carlos V y a su hermano el archiduque Fernando, futuro emperador de Alemania.
La
historia de La luna de Fausto transcurre en tres ambientes: Alemania,
España y en la Venezuela que comienza a descubrir a los europeos. Entre estos
europeos destaca Hutten por sus peripecias.
―Como
en mis obras anteriores, la trama y la semblanza de los personajeshistóricos se
ajustan en lo fundamental a hechos reales o tenidos como tales por los
cronistas y los historiadores. Hace más o menos tres meses me bajó la inspiración,
que me había abandonado desde hace cuatro años. Al igual que otras veces dejé
fluir, como si fuese una catarata, todo lo que quería salir. En esta fase no se
atiende ni el estilo, ni la precisión ni otros detalles. La narración surge por
sí sola, sin esquemas preestablecidos.
―¿Es
ese su método? ¿es espontáneo aún investigando tanto sus temas?
―Cada
escritor tiene su método. Uno, cuando se sienta ante la máquina, no sabe aún lo
que va a salir. De pronto surge un personaje con gran fuerza y vigor, sea de ficción
o histórico, del que no teníamos la menor idea que hablaríamos o que rebasó
nuestros propósitos.
―Esto
¿detiene su labor?
―Como
creo que toda novela debe continuar siendo un relato, debe tener un planteamiento,
un desarrollo y un final. De lo primero que me ocupo, y a veces sale sin mayor
esfuerzo desde el primer momento, es tener una sólida columna vertebral de la
narración. Eso es lo que tengo en este momento. Luego habrán de pasar dos o
tres años, porque la obra la escribo siete veces.
―¿Cuándo
considera que la obra está lista?
―Cuando
me la quita el editor― responde, con ciertas ganas de reír, que marchita antes
que surja una carcajada.
Luego
dice que “las galanuras literarias se añaden desde el principio o un poco después,
dejando para las últimas versiones la atención específica del asunto. Porque
luego de tener la columna vertebral, viene la parte de la precisión histórica y
geográfica, que consume mucho tiempo. Siempre recorro los espacios y parajes por
donde transcurren mis obras de novela histórica, pues me son indispensables a
la inspiración”.
―Por
eso se pasará varios días entre Würzburg, Ausburgo, Staufel, Sevilla, Sanlúcar
y Canarias…
―Sí.
También pienso ir a El Tocuyo y Quibor. De allí viajaré hasta Coro, a través de
la Sierra y repetiré el periplo tantas veces hecho por Hutten, de Coro hasta
San Felipe y Barquisimeto, por el camino de la costa. Necesito para mi creación
dejarme empapar por el ambiente. Debo ir hasta las cabeceras del Amazonas, donde
se dice que Felipe Von Hutten halló El Dorado, pero lo veo muy difícil, salvo sobrevolar
la zona.
―Al
terminar ese recorrido ¿le da trabajo al psiquiatra que hay en usted?
―Suele
surgir, después de un recorrido así, la última versión, la definitiva, y me aboco
entonces al tratamiento psicológico de los personajes de acuerdo a su tiempo
histórico.
Generalmente
hace que sus manuscritos los lean sus amigos antes de entrar en imprenta. Trata
de escribir tomando en cuenta opiniones que surgen “de las personas más
sencillas hasta el más encumbrado intelectual”.
Su
primera novela: rota
Francisco
Herrera Luque, amenazado por una sopa que debe tomarse antes de hacer el viaje
(“tómese su sopa doctor, mire que entre ese papelero se pasa horas sin comer
nada”, le dice la cocinera), observa que la lluvia persiste en aplastar flores
y mover limpiaparabrisas.
Cuenta
que desde los 15 años escribe, pero la psiquiatría ha sido una vocación muy
fuerte. “No la dejaría jamás”. A la literatura lo lanzó Luis Augusto Germán Orihuela:
“él fue quien me metió en esta vaina”, comenta. Siendo muy joven escribió una
novela que nunca se editó: Las memorias de doña Engracia, una señora
decente. No se editó porque una señora la leyó y la rompió acto seguido.
“Ser
psiquiatra me ayuda en la perspectiva, pero más me sirve el hecho de que yohe
vivido, conozco la vida”, dice.
―¿Por
qué no escribe del presente?
―Escribo
del pasado porque le rehúyo al presente. Si escribiera sobre el presente tendría
que irme del país ―responde.
Es
un hombre fornido, con eterna cara de estudiante. Se nota alto y enfant
terrible, aún estando sentado quietecito delante de los retratos de sus
bisabuelos, pintados por Tovar y Tovar.
Habla
otra vez de su novela y señala que Fausto se opuso al viaje de Hutten, le vaticinó
lo que iba a suceder. Los Welser eran la primera transnacional que hubo en el
mundo. Tenían un capital de 15 toneladas de oro, la mitad de la flota española,
bancos alemanes, eran traficantes de armas, de sederías, pedrerías, y eso le
fascina. Igualmente la personalidad de un caballero aristócrata como Felipe Von
Hutten, quien anduvo por el trópico con tantos forajidos. Recrea el impacto surgido
al descubrirse unos a otros simultáneamente, aborígenes y europeos.
Detallará
en su novela hechos insólitos como cuando el secretario del Rey de Francia se
comió a un muchacho, o la de un europeo que disecó a un indígena.
Los
indígenas varones fueron excluidos en el proceso de colonización: los caquetíos
tenían mujeres muy bellas, le decían a su tierra El valle de las damas “y allí
490 españoles e indias se dieron un banquete mutuo, una cosa orgiástica”.
“Creo
―expresa de improviso― que mi novela debería llamarse El despertar, pero sonaría
muy cursi, aunque se trata de eso: de un despertar”.
Pepe
Cayuela opina a esta altura de la conversación que Los amos del
valle es una novela con valor estético. Hace el comentario porque
considera que las obras de Herrera Luque son vistas a veces por la crítica como
obras de menos valor literario que otras. Pone como ejemplo el caso del
certamen Rómulo Gallegos y expresa que Los amos del valle tiene tanto
valor literario como las mejores piezas que allí participan.
Herrera
Luque piensa que después de escribir un libro en el cual se trabaja con realidad
y ficción, recreando la realidad y creando en ella y en su entorno, el escritor
cambia, se transforma. “A mí me pasa que salgo cambiado cada vez que escribo un
libro… el autor ya no es el mismo”.
“La
ficción es lo más difícil y a veces resulta ser más verdad que la verdad”, apunta.
Dice
eso antes de partir en busca de los lugares por donde pasó Hutten, del vínculo
que unió a este con un Fausto de carne y hueso. El gato blanco de la lluvia ha
soltado, relamido y extenuado, al ratón verde de la grama. Se maneja el
concepto de que al enfant terrible generalmente no le gusta la sopa, y
para muchos, Herrera Luque es un “terrible” de la literatura venezolana.
Quizás
por eso, cuando su esposa se une a la insistencia de que debe probar la sopa,
hacer un alto en su trabajo y alimentarse, el escritor expresa por lo bajo:
―Pepe:
tienes que tomar sopa tú también… estás trabajando mucho.
José
Cayuela agarra el maletín y despidiéndose aprisa “porque tengo una cita de negocios”
le responde al atravesar la puerta:
―Dile
a Fausto que se la tome.
La fotografía y la muerte
Por Fernando Rodríguez
Como
quiera que estamos hipersaturados de fotografías y, en grado mayor, de
imágenes, valdría la pena releer el libro de Roland Barthes, La cámara
lúcida (hay PDF), seguramente el más denso y desconcertante que
se haya escrito sobre ese medio ya secular y que ha engendrado otros gigantes
de masas como el cine y la televisión y el resto de una descomunal familia; uno
de sus nietos más recientes es, al menos en gran parte, el Internet:
piense cuantas fotos se han compartido solo en Instagram, decenas de
miles de millones. Es un libro que sorprenderá sobre todo a los aficionados
a hacerse selfies de una enternecida pose y sonrisa para la
eternidad.
Por
supuesto que no tenemos ni energía ni espacio para extendernos sobre la
cantidad enorme de temas y matices que sugiere esta bellísima indagación sobre
la fotografía y, también, sobre el humano destino que es su secreto y decisivo
tema. Tan solo trataremos de exponer su idea central que pensamos bastará
para conquistar lectores para la odisea metafísica de esas no muy numerosas
páginas. Digámosla de una vez: el sentido último de toda fotografía,
su esencia, es la muerte. Lo es si logramos llegar a sus entrañas
reales, lo que velan las instantaneas de las alegres piñatas y los
prometedores casorios de la familia.
Esa
tesis central tiene sin duda antecedentes, Barthes sólo la lleva a su máximo
patetismo y puede esquematizarse de una contundente manera. André
Bazin, ¿Qué es el cine? (hay PDF), uno de los grandes teóricos de ese
gran arte de la contemporaneidad, en especial del realismo cinematográfico,
encuentra entre los muy pocos mitos realmente universales, como el de volar por
ejemplo, está el que llama de la momia. Es decir el tratar de sacar
del flujo aniquilador del tiempo seres o avatares de la especie, liberarlos de
la muerte. Esa función es la de esos faraones preservados para existir para
siempre. O los retratos o escenas memorables del naturalismo sublimado de la
pintura del renacimiento y el barroco. Y es, ya analogía perfecta, la de la
fotografía. Atada al referente necesaria e indisolublemente, a la realidad, la
esencia de la fotografía, de toda fotografía, la sintetiza Barthes
en la fórmula: “Esto ha sido”, captura veraz del pasado que el hombre nunca
había podido hacer. Pero este intento es paradójicamente fallido
en su última intencionalidad, porque en la medida en que sustraemos
algo, un instante, del tiempo para impedir su desaparición lo sacamos de lo viviente.
Lo que vive vive en el tiempo. La foto congela, momifica, lo real adquiere la inmovilidad
de lo que ya no es, lo inerte. Por ello dice nuestro autor que antes de ser una
forma testimonial o un arte toda fotografía es un acto de magia, hace presente
lo ausente, hace “vivir” lo muerto. Lo pasado, lo ya sido, lo que nunca
volverá, no es un recuerdo (mucho más vago icónicamente y un peculiar acto de
conciencia), es en la fotografía una extraña reencarnación.
Es
por ello que el temple con que nos acercamos a la
fotografía, no para buscar en ella una huella familiar,
una rememoración histórica, un registro civil, un reportaje, una obra de arte o
una manera de pasar el tiempo en la antesala del odontólogo…cuando nos
acercamos amorosamente por ejemplo, en el caso de Barthes en el libro es la
ansiosa búsqueda del verdadero rostro de su madre recién muerta, nos damos
cuenta de la irreversible pérdida del ser amado, pero también de mi finitud, y
en definitiva de la especie toda. Y cualquier foto puede hacer surgir estos
sentimientos primarios frente al tiempo y la caducidad de nuestras vidas. Por
ello una cierta congoja nos acompaña cuando vemos fotos, sobre todo cuando se alejan
del momento presente y es más flagrante la demolición incesante del tiempo, !qué hermosa era mi hermana en su primavera!.
En ocasiones extremos una suerte de locura se evidencia en esa presencia mágica,
una locura que llama piedad el autor. Esa que hizo a Nietzsche camino
de su propia sinrazón abrazara el caballo muerto, piedad por el
tiempo que pasa y aniquila, piedad por nuestra limitada
contextura humana.
Es
posible que este libro sea la manifestación del duelo desgarrador en
que fue escrito. También, que como reconoce el gran ensayista, sea un libro del
fin de una era y poco viable en los tiempos más banales y mediáticos que
vivimos o más turbios y violentos, pero basta pensar de nuevo para reencontrarlo
en su densa belleza. Dice Barthes algo sarcásticamente
“Todos
esos jóvenes fotógrafos que se agitan por el mundo consagrándose a la captura
de la actualidad no saben que son agentes de la Muerte”. A meditar.
“La memoria es un monstruo vivo”
Nona Fernández
La autora chilena, Premio
Sor Juana Inés de la Cruz 2017 por la novela "La dimensión
desconocida", es una de las invitadas de la Feria Internacional del
Libro de Bogotá,
FILBo
DULCE MARÍA RAMOS
Nona
Fernández es una escritora polifacética, sus letras se deslizan sin dificultad por
diferentes registros: teatro, televisión y literatura. Actualmente, vuelve
a presentar en Chile la pieza teatral Liceo de niñas: “La estrenamos en
2015 y hoy volvemos a cartelera con una muy buena respuesta de público. Es una
obra que habla de lo cíclico y extraño que es el tiempo y de cómo parece que
las cosas y la Historia no avanzan”, comenta.
En
2011 fue elegida por la Feria del Libro de Guadalajara como uno de los 25 Secretos
Mejor Guardados de la Literatura Latinoamericana. El año pasado obtuvo el
Premio Sor Juana Inés de la Cruz por su novela La dimensión desconocida (2016).
También ha publicado Mapocho (2002), Av. 10 de Julio (2007), Fuenzalida (2012), Space
invaders (2013), Chilean Electric (2015) y el volumen de
cuentos El cielo (2000).
–En
su obra es constante la reconstrucción de la niñez, marcada por la dictadura de
Pinochet; también la mezcla de géneros: novela histórica, periodismo, diario.
¿Se podría catalogar su obra como “escritura de la memoria”?
–Es
peligroso etiquetar a los autores. Nos condenan a escribir sobre un tema, y un autor
es mucho más que eso. Creo que son fórmulas de mercado o pautas del análisis
académico que tiendo a mirar con suspicacia. Si me van a catalogar no seré yo
quien lo haga.
–Sus
personajes, especialmente en Space invaders, construyen el recuerdo a
través de los sueños, ¿una forma metafórica de representarlo?
–La
memoria es tramposa, arbitraria y tremendamente personal. Nada es preciso en
ella, todo es cuestionable, todo es relativo, y eso es lo maravilloso, porque definitivamente
la memoria no es confiable, lo mismo que los sueños. No existe una memoria
objetiva, que se detenga, que se pueda fotografiar, que se pueda dar por
sentada. La memoria es un monstruo vivo, hecho a retazos, mitad realidad mitad
ficción, tejido con el mismo material con el que se tejen los sueños. Los recuerdos
nos obligan a estar alertas, a activar la mente, a completar, a dar sentido. La
memoria es un motor de vida y de reflexión inagotable.
–¿Escribe
para luchar contra el tiempo, para reconciliarse con la niña y joven que fue o,
a diferencia de sus contemporáneos, para no olvidar los terribles días de la
dictadura?
–Escribo
como una manera de estar en el mundo. Para tratar de entender lo que me rodea.
Soy parte de una generación guacha. Guacho en Chile es el huérfano, el que no
tiene papá ni mamá. Históricamente somos los nacidos en dictadura, en tiempos
en que la generación de nuestros padres estaba con la cabeza en otra parte,
algunos en shock, algunos muy golpeados por las pérdidas, algunos muy ocupados
intentando resistir, otros definitivamente no estaban, los habían matado, y
otros, los más, un poco locos de miedo, de ceguera, de tontera y estupidez.
Entonces
nuestros padres nunca fueron buenos interlocutores a la hora de dar explicaciones
o de narrar lo que pasaba.
“Crecimos
un poco perdidos en el espacio –prosigue–, desconcertados, sin comprender del
todo lo que ocurría a nuestro alrededor, con preguntas atragantadas y enigmas
sin resolver. Había atentados, muertos, matanzas, desapariciones, marchas,
protestas, delatores, y todo iba configurando un puzzle oscuro
difícil de resolver. Cuando llegó la democracia, pensamos que todo se
aclararía, pero no fue así. Muchas preguntas se quedaron sin respuestas y el puzzle seguía
ahí, lleno de acertijos”.
–Mi
trabajo se ha ido enfocando en el intento de ir resolviendo ese puzzle, de
ir investigando y de ir encontrando las respuestas. Creo que a mi generación le
toca hacer el trabajo de reconstitución, ficcionar, apropiarse de los hechos,
pasarlos por nosotros, sacarlos de la oficialidad y el museo, e instalarlos en
ese inconsciente colectivo donde los pedacitos se vuelven un todo más complejo
y poderoso. De ahí mi interés de trabajar sobre hechos reales.
–En
su novela Chilean Electric está muy presente su abuela, ¿fue su influencia
para escribir?
–De
una manera lateral, creo que sí. Primero con sus cuentos y sus relatos de recuerdos
reales e inventados. Y luego por su oficio. Como buena secretaria ministerial,
registraba en su máquina de escribir los informes que dejaban por escrito todo
lo que pasaba en el Ministerio del Trabajo cuando ella laboraba ahí. Si ella no
lo hacía, era como si las cosas no pasaran. Yo leí muchos de esos informes.
Heredé su máquina de escribir y la labor del registro. Si no registro y no escribo
lo que creo importante, quizá la oscuridad del olvido termine por tragarse esos
materiales.
–También
en Chilean Electric cuando se refiere a Allende escribe: “(...) no tenía
imágenes de él, era solo una sombra oscura y desenfocada… Mis primeros años de
vida, Allende no tuvo rostro ni cuerpo, solo tuvo voz”.
¿Cómo
fue para usted construir el concepto de democracia habiendo nacido en una
dictadura?
–Todavía
los chilenos no logramos construir un concepto de democracia. Mientras sigamos
regidos por la constitución que redactaron los militares, es imposible creer
que habitamos una democracia real.
–Cuando
se habla de la literatura chilena de los últimos años, algunos cuestionan que
siempre en sus historias aparezca Pinochet.
–Vengo
de una generación que está medio condenada al recuerdo. No fuimos los protagonistas
de esos años, pero crecimos ahí, los observamos y hasta intentamos
movilizarnos. No lo elegimos, pero así fue. En un país donde aún no terminamos
de recordar, de resolver, de enjuiciar a los culpables, de saber las verdades
completas; en un país donde el pinochetismo aún está vivo y tiene tribuna, un
país que pactó con los militares la llegada de la democracia, y que tranzó
mirar hacia adelante y dejar su pasado atrás para tener la fiesta en paz, tenemos
derecho a la escritura. A intentar entender desde ahí. A enfocar desde ahí. A
iluminar desde ahí. A reclamar desde ahí. Me obsesiona la memoria y el pasado
de esos años porque creo que es la única manera de entender al Chile del presente.
El pasado es un mapa, una hoja de ruta para el futuro.
–¿Se
identifica con otros autores que han escrito sobre las dictaduras en sus
países?
–Más
que identificarme, me interesan los proyectos con esta temática.
–Isabel
Allende, Roberto Bolaño, Pablo Neruda, Alejandro Zambra, Pedro Lemebel, José
Donoso...
–Creo
que la literatura chilena es bastante más rica que los nombres que menciona,
todos escritores consagrados e importantes, por supuesto. Pero hay una
efervescencia y vitalidad en este momento que es interesantísima.
Multiplicidad
de proyectos, de miradas. Las editoriales independientes han ayudado a esta revitalización
de la escritura ya que tiene curatorías más arriesgadas. Y quiero destacar el
trabajo de las escritoras, se viene una gran generación de mujeres con mucho
talento y power. Paulina Flores, Romina Reyes, Alia Trabuco, Mónica
Dröulli, María José Navia, por mencionar algunas.
–En
sus historias es recurrente el Combate naval de Iquique y como era representado
en el colegio, ¿por qué este hecho la marcó tanto?
–Porque
a la luz del tiempo es un recuerdo tremendamente inquietante. Disfrazar a los
niños de marinos y hacerlos pelear año a año contra la armada peruana es una cosa
muy delirante. Representar la guerra, jugar a los soldaditos, articular desde
la más tierna infancia la distancia con los pueblos vecinos es una cosa de no
creerlo, ¿no? La militarización de nuestra niñez se ve graficada en esa imagen que
repetíamos todos los 21 de Mayo.
–¿Qué
palabra borraría de su diccionario y por qué?
–Ejército.
Los chilenos pagamos demasiado dinero por mantener al ejército. Si borramos la
palabra, quizás ese dinero se iría a fines más nobles que preparar gente loca
para la guerra.
–Finalmente,
¿cómo es la ventana por donde mira Nona Fernández?
–Es
una ventana abierta a la calle, por la que entra mucho ruido. Yo me alimento y escribo
sobre ese ruido.
Las ruinas circulares
José Rafael Herrera@jrherreraucv
Un
hombre gris, taciturno y sin nombre, se propone crear un hombre nuevo a través
de sus sueños e imponérselo a la efectiva objetividad del mundo. “Su propósito
no era imposible, aunque sí sobrenatural. Quería soñar un hombre: quería
soñarlo con integridad minuciosa e imponerlo a la realidad”. Este es, grosso modo,
el hilo conductor de la trama que va tejiendo Jorge Luis Borges en uno de sus
cuentos-ensayos más célebres: Las ruinas circulares.
La
alquimia del proyecto se había convertido en la gran obsesión de su prescindible
existencia: “Le convenía el templo inhabitado y despedazado, porque era un
mínimo de mundo visible. El forastero se soñaba en el centro de un anfiteatro
circular que era de algún modo el templo incendiado”. Al principio, todo el
esfuerzo fue inútil. Pero frente a esos primeros y razonables fracasos por
crear una existencia salida de sus sueños, pronto comprendió aquel hombre, ya
maduro y desgarbado, que “el empeño de modelar la materia incoherente y
vertiginosa de la que se componen los sueños es el más arduo que puede acometer
un varón, aunque penetre todos los enigmas del orden superior y del inferior:
mucho más arduo que tejer una cuerda de arena o que amonedar el viento sin
cara”.
Purificado
e inspirado, fue soñando, uno a uno, los órganos vitales de su nueva creación.
En sus largas jornadas de sueño, que parecían años (casi veinte), logró, finalmente,
soñar “un hombre íntegro, un mancebo, pero éste no se incorporaba ni hablaba ni
podía abrir los ojos. Noche tras noche, el hombre lo soñaba dormido”, como si se
tratara –valga la expresión cartesiana– de un auténtico “sueño dogmático”. El
nuevo Adán no lograba ponerse de pie: “Tan inhábil y rudo y elemental como Adán
de polvo era el Adán del sueño que las noches del mago habían fabricado”. Hasta
que, echado a los pies de la efigie de tigre o de potro –no se sabe bien– que
aún gobernaba el circular templo en ruinas, logró soñar con un bastardo de
tigre y potro, de toro y rosa y tempestad, a la vez. La deidad le habló.
Su
nombre era Fuego. Le prometió animar su fantasma hasta que toda criatura lo pensara
de carne y sangre. Y, asumiendo seguir las instrucciones dadas por aquella
deidad, “en el sueño del hombre que soñaba, el soñador se despertó”.
Ahora,
sí, iba a poder estar con su creación. Su “hijo”, aquel espectro onírico exento
de recuerdos –sólo el devenir sabe que es una simulación–, finalmente
estaba listo para nacer. Hay candidatos que
olvidan que durante los últimos años
han
sido presidentes y responsables de las ruinas circulares.
Desde
la filosofía presocrática, y según las sugerencias dadas por el Obscuro efesio,
fuego es movimiento, flujo incesante, precisamente: devenir. Pero todo devenir
es un andar y todo andar se va haciendo, al tiempo que va dejando a su paso el
recuerdo (no la Gedächtnis sino más bien el Erinnerung) del
calvario de su propio recorrido. Corso e ricorso. Es experiencia a la
cual en su más antigua acepción –la jónica– se le identificaba con el saber. No
hay Realpolitik sin Hautepolitique, como no hay sujeto sin
objeto. El resto es crasa ignorancia de quienes no logran comprender que la
soberbia no es más que el sello que rubrica su propia tosca ignorancia. Y es
que, en realidad, no hay experiencia sin conciencia ni conciencia sin
experiencia. De ahí que el saber sea experiencia que deviene conciencia. Fin
del simulacro. O, tal vez, sea esta la denuncia de la ahistórica duplicación
del simulacro de un simulacro, del Golem de un Golem, esa suerte de “mal
infinito” sorprendido en las abstracciones de una ficción.
Al
final del cuento borgiano –¡oh, sorpresa!– la mórbida reiteración continua, el mismo
estribillo sobre el mismo tiovivo, el despropósito de la circularidad –la circularidad
del despropósito– nietzscheana, el nunca poder avanzar, el avanzar para
retroceder: “se había repetido lo acontecido”, el una y otra vez de la horrible
pesadilla de la Matrix fascista, soviética, castrista, en fin,
despótica, que se sustenta en los mitos de un “hombre nuevo” y siempre viejo:
“Con alivio, con humillación, con terror, comprendió que él también era una
apariencia, que otro estaba soñándolo”. Corolario necesario: nunca tuvo un
espectro, esa vana apariencia que se autoextraña y duplica, la facultad de ser
sí mismo. Desde el} inicio, el hombre gris fue el sátrapa de otro sátrapa. Nada
se puede esperar de
“aquellos
alumnos que aceptan con pasividad una doctrina”, por más dignos de compasión o
buen afecto, dado que nunca pueden ascender a la condición de individuos. Diría
Borges, el mayor de los spinozistas de la América hispana, que prescindir de
las determinaciones, es decir, de modos y atributos, equivale nada menos que a
la muerte de Dios, si es verdad que Deus sive Natura. La ya inesquiva
presencia de las ruinas circulares, de los espectros materializados para sí,
anuncian, en consecuencia, si no la muerte, la pérdida de Dios. Como dice Bertolt
Brecht, “¿no hemos tenido suerte? No esperes respuesta, salvo la tuya”.
Dice
Hegel que en la historia los grandes hombres creen trabajar para sí mismos sin
percatarse de que han trabajado para la razón. Pero, ¿para quiénes trabajan los
pequeños liliputienses, ruines copias de otras copias? En momentos carentes de
toda racionalidad posible, de absoluta pérdida de todo concepto en sentido enfático,
en momentos en los cuales corrupción y miseria se han identificado recíprocamente,
las fronteras entre los términos opuestos se difuminan y se pone de relieve el
imperio de la canalla vil, en medio del cual el Espíritu, ya afectado en sus
cimientos, sufre la peor de sus consecuencias: la barbárica pobreza que, cual cáncer
terminal, carcome sus entrañas. Quienes se autoproclaman como los más puros,
genuinos y auténticos defensores del ideal democrático son los primeros que arremeten contra toda naturaleza y
principio democrático. Han hincado sus colmillos y han terminado por infectar
al ser social y a su conciencia los espectros de la ruin circularidad descrita
por Borges. Esperan un “salvador”. Se ha objetivado la ficción del “hombre
nuevo” y, con ella, la pérdida de toda sobriedad.
Exaltados
los humores caudillescos, la figura del tiranuelo de turno ha encarnado, una
vez más, en medio de la peor y quizá la más triste de las crisis orgánicas padecidas
por sociedad contemporánea alguna. Grave error el haber subestimado la
necesidad de profundizar la formación cultural, la educación estética; el haber
despreciado el saber por la mera instrucción; el haber sustituido el mérito por
el compadrazgo, el trabajo por el rentismo y el facilismo, la eticidad por el pragmatismo
populista y por el militarismo, la previsión por la improvisación. El sueño de
un sueño ha terminado ocupando el lugar de las ideas y valores republicanos.
Para poder superar los defectos de una sociedad es menester revisarse, romper
el círculo vicioso y comenzar a corregir los propios defectos.
Entre
tanto, día a día, la pesadilla de las ruinas se sigue acumulando en circular disposición
insomne.
LO
TRASCENDENTE ES SER UNO MISMO
Entrevista
con el poeta Alfredo Pérez Alencart, en Salamanca, cuando la poesía rindió
homenaje a Unamuno
Por
José Pulido
Alfredo Pérez Alencart es un
hombre de mediana edad, barba espesa, rostro sereno y caminar agotador. Su claridad
profesoral, su espíritu de poeta y su bondad de muchacho criado en la selva
complementan la idea: es lo más parecido a un apóstol que se puede encontrar en
el mundo globalizado y martirizado de hoy.
Nació en Puerto Maldonado,
Perú, en el año 1962 y desde 1987 es profesor de Derecho del Trabajo de la Universidad
de Salamanca. Desde 2005 es miembro de la Academia Castellana y Leonesa de la
Poesía y sus poemas han sido traducidos al alemán, inglés, italiano,
francés, serbio, árabe, hebreo, indonesio, búlgaro, vietnamita, ruso,
portugués, estonio, japonés, rumano y coreano.
Pérez Alencart llegó muy
joven a Salamanca desde su tierra natal, la Amazonía peruana. Era un lector apasionado
y meticuloso de Fray Luis de León y de Unamuno y esa lectura orientó sus pasos
hasta la ciudad del río Tormes.
Este celebrado poeta
peruano-hispano, se ha convertido en uno de los personajes más destacados y
activos de la ciudad universitaria y cultural que es Salamanca. Pérez Alencart
desarrolla una voluntad creadora y protectora en el ámbito de la poesía, una de
las esencias vitales de la ciudad. Alfredo es un torbellino motivador en las
calles de la Salamanca cultural. Aceptó responder a unas preguntas mientras iba
de un lugar a otro organizando lecturas de poesía y tertulias interesantes.
-La poesía ¿es un modo de
vida, una manera de ser?
-Pienso que la poesía se
escribe con la vida. Y es que no se espantan poesía y vida, ni hacen huelga una
de la otra: la pulpa dorada de la poesía está encarnada en la existencia misma
del hombre; se ofrendan mutuamente, aunque muchas personas apedreen la Palabra
y prefieran a vocingleros o diletantes, a aquellos de habla falaz que luego
amartillan a sus propios seguidores. Sólo las palabras que resisten el fuego de
los altos hornos de las fundiciones, pasan luego a formar parte de lo que
entendemos por Poesía. Alfredo habla con la coherencia de alguien que está
sentado, sin necesidad de disminuir la prisa de sus pasos.
-La Poesía es oxígeno
inacabable para respirar aún bajo el albañal cotidiano, pues trasuda ayunos
milenarios, decantaciones de una larga travesía. Más que como un modo de vida,
la siento como un hálito que agujerea cualquier falseado realismo temporal.
Precisamente, estimo que no son los poetas quienes más se aferran a la oxidada
realidad del mundo feroz que habitamos. En nuestro mundo de hoy la realidad se
confunde con lo virtual; desde tal lugar del no lugar se celebran payasadas.
Las redes sociales simplifican la vida y crean ilusiones en las personas hasta
hacerles creer que lo virtual y la vida se funden, lo cual es algo parecido a
la masificación de la idiotez.
El poeta no cesa, no reposa:
camina, organiza, (te hace sudar) vuela sobre el viejo empedrado de Salamanca. Se
hace inalcanzable. Hay un grupo esperándolo en una esquina.
-El poeta es un hombre
cualquiera, un ser que se rasguña como todos, pero que usualmente descree de banderas
separatistas y no se hace el mudo a la hora de clamar contra tantas
iniquidades. En definitiva, la Poesía es un reino esencial y una balsa de
flotación, pero también un quehacer. Cada quien debe hacerla, leerla o
escucharla, sintiéndola por cuenta y riesgo.
-¿Existe el libre albedrío?
Claro que sí, como por
ejemplo el querer quedarse prisionero, a perpetuidad, de un Amor que satisfaga
la carne y el espíritu. Uno se entrega a la amada con el deseo y la fe de no
desfallecer, salvo en los momentos del éxtasis. Y aunque la eternidad a veces
solo dura unos instantes, la misma también se nos revela en un beso o en otra
entrega a la mujer amada. De forma semejante, aunque desde la ladera de lo
trascendente y sagrado, es esa facultad de elección que tiene el ser humano de
querer pertenecer a las huestes de Dios.
Para unos eso es
enajenación; para muchos es una relación deseada con el Amado, y no me refiero únicamente
a los místicos.
-¿A qué se refiere?
-El hombre, desde el
principio, se ha asomado al misterio, pues siempre ha necesitado encontrar una
grieta que lo conecte con el Verbo genésico. Para quienes somos cristianos,
seguir los revolucionarios ejemplos del Amado galileo, del humanísimo Dios, es
la prueba más madura del libre albedrío, porque no es fácil cumplir con esa
entrega al prójimo y ese desprendimiento de lo material. Conste que hablo del
cristianismo desprovisto de costras, no de religiones pomposas e intermediarios
innecesarios.
-Isaías, Jesús, Juan el
Bautista ¿fueron grandes poetas orales?
-El poeta es un eternizador.
Jesús es un Poeta de ese linaje. Por ello, siempre será joven el corazón del
poeta al que muchos llaman profeta. Isaías es un poetón mayor, un poeta-profeta
de esos que hoy hacen demasiada falta, debido a su preocupación por la justicia
de Dios, tan cuestionadora ante las tropelías de los poderosos. Isaías
escribió, por ejemplo: “¡Ay de ti, que saqueas, y nunca fuiste saqueado;/ que
haces deslealtad, bien que nadie contra ti la hizo!/ Cuando acabes de saquear,
serás tú saqueado;/ y cuando acabes de hacer deslealtad, se hará contra ti”. La
Biblia es fuente inagotable de la Poesía universal, y sus profetas son gestores
y escribas de las revelaciones de Dios. Esto resulta así, porque entiendo que
la Poesía es, posiblemente, la forma más directa de urgir a Dios para que
responda.
-¿Qué le motiva más?
Aunque el corazón no admite
descansos, lo cierto es que en este tiempo de mi ‘cincuentenario’ lo que más me
motiva es amarrar el ego, hacerle comprender que su alocada exposición puede
hacerle caer dentro de un sartén hirviendo. Esta motivación va unida a lo que
siempre he practicado: la ayuda a los menos privilegiados, la apertura de
oportunidades a otros prójimos; sea en la poesía, sea en ámbitos más prosaicos
pero determinantes para la subsistencia diaria. Y claro, también me motiva Amar
a mi amada y encaminar a mi unigénito. Acaba de cumplir 18 años y está
empezando los estudios de Derecho en la universidad de Fray Luis de León, Diego
de Torres Villarroel y Miguel de Unamuno.
-¿Se siente navegando entre
la cultura occidental y la oriental?
-El poeta no emprende viajes
para conquistar territorios, sino para conmover el sentir universal de sus congéneres.
También para abastecerse de las mejores savias que va encontrando en su
trayecto. En mi caso, desde pequeño me he considerado un mestizo cultural, un
‘aprovechador’ de todo aquellos nutrientes benéficos para el espíritu y para el
bagaje que se cultiva dentro del cuerpo. Lo occidental, lo europeo, tiene huella
profunda en mi ser, pero siempre mezclada con lo indígena americano,
especialmente con la idiosincrasia tropical. En mi pequeña ciudad amazónica
hubo multitud de emigrantes europeos, pero también japoneses. Es decir, mi
acercamiento al haikú, no fue por modismo o exotismo: desde un principio tuve
cerca lo oriental; sólo que más tarde conocí a los poetas de la concisión
extrema, Matsúo Basho al frente.
Lo trascendente es ser uno
mismo, sin impostaciones ni enmascaramientos.
¿Vive su poesía entre lo
urbano y lo rural o entre lo urbano y lo selvático?
Mis primeros libros fueron
un peaje a lo telúrico; necesitaba demarcar los territorios que llevo dentro,
las dos partes del paisaje que completan mi horizonte: lo verde de la selva y
lo amarillo del páramo castellano y de esta mi Salamanca que por la noches es
una luciérnaga de piedra. Pequeña urbe antigua en mi ahora, pequeño pueblo
germinando en mi pasado. De los cincuenta años de vida que acumulo, voy a
cumplir veintisiete de salmantino. Mi poesía está enraizada en ambas latitudes,
cierto, pero desde hace más de un lustro que vengo ‘pagando’ el peaje
espiritual y mi compromiso con el hombre que siente y sufre. Así, uno de mi
libritos se titula Ofrendas al tercer hijo de Amparo Bidón, y es un homenaje a
Cernuda, a su poesía y a su destierro americano. Otro poemario es Hombres trabajando,
poesía social que vislumbra lo que ahora está sucediendo en España. Y claro,
por ahí está Cristo del Alma, un extenso poema repartido en cincuenta cánticos
y donde el lenguaje se catapulta para estar junto al vértigo maravilloso del
Amado galileo. Y aunque esperaba que por este libro me ‘lapidaran’ quienes
descreen de todo, lo cierto es que, gracias a Dios, me haproporcionado más de
una satisfacción.
-El lector de poesía ¿es el
mismo que escucha poesía?
-Hay tantas maneras de
escuchar y de sentir la poesía como lectores de la misma existan. Lo importante
es la conmoción que genere una lectura en solitario, o bien la escucha en medio
de una sala abarrotada. En mi caso, no dudo en rendir perpetuo vasallaje al
Poeta que, conmoviéndome, me transforma. Uno es el Jesús de las
Bienaventuranzas, pero tras el Rabí hay una extensa fila de maestros y amigos:
Vallejo, Píndaro, Quevedo, Ramos Sucre, Eunice Odio, Horacio, Rilke, Gorostiza,
Valera Mora, Romualdo, Fijman, Gastón Baquero, Olga Orozco, Salvad, Drumond de
Andrade, Szymborska, Catulo, Palomares, Tundidor, Emily Dickinson… Un lector de
poesía debe ser como Chavela Vargas, quien dijo: “Los borrachos no mienten, y
los poetas tampoco”. Y por ello, por tener su espíritu prendado de los poetas,
forzó su desgastado cuerpo y cruzó el charco para tributar su homenaje a Lorca.
Días después falleció. Leer para sentir hasta desfallecer, he ahí} el paradigma
deseable del lector de poesía.
DOS POEMAS DE PÉREZ ALENCART
FRAY LUIS ACONSEJA QUE
GUARDE
MI DESTIERRO Y ÁLVARO MUTIS
CONFIRMA EL FINAL DE LAS
SORPRESAS
Pasa que pernocto en
Salamanca solo para que Fray Luis se me descuelgue desde el recuerdo carnoso de
sus liras, desde su cuaderno de deberes que va cayendo –siemprevivo– la noche
arrugada en que le planto conversa.
Libro en mano, como si
quisiera poseerlo del todo, grito hacia su destiempo:
“¡Bájese de las cumbres en
las alas de un estornino!
¡Véngase a este reino, don
Luisito!”
Y…
Ayayay, mi buen Cristo de
las justas rebeldías,
aquí mismamente me lo pones
igual que cuando era,
me lo acercas desenterrado
por mis ganas, lo destacas
como luciérnaga o lazarillo
para esta pétrea errancia
que apenitas es dulce
conmigo.
Hay veces que uno parece ver
claramente a los desaparecidos.
Hay veces que uno cree
escuchar una voz aleteante saliendo del fondo del claustro: “Guardad vuestro
destierro, que ya el suelo no puede dar contento al alma mía”.
Entonces se presenta Álvaro
Mutis después de haber visto a don Quijote en Peñaranda,
y, al contemplarme orando
hacia una esquina del infinito,
me extiende su copa con vino
tinto del Duero,
mientras habla como lo hacen
los de tierra caliente:
“¡Ay, desterrado! Aquí
terminan todas tus sorpresas”.
Hay veces que la antigüedad
se disfraza de hoy mismo.
Hay veces que el deseo de
ver es más forzudo que el alcohol.
Hay veces que Salamanca te
rejonea con breves sombras
angelicales.
(1991)
CAMPO DE REFUGIADOS
Y estos niños
¿qué combates perdieron
sin haberlos provocado?
Mujeres que solo esperan
para enterrar a sus
criaturas.
Pues yo miraba ancianos
entre el polvo
o el barro de esos
laberintos,
hombres enfermos
que ya ni cuentan lo que
han vivido.
Otra vez la gente
agolpándose en el centro
de mi corazón,
otra vez la humanidad
sin entonar su
mea culpa.
Letras
contra Letras /
UN
HONDO LLAMADO
Carta
de Hermann Hesse a Thomas Mann
UN
HONDO LLAMADO
Esta
carta que le escribiera Hermann Hesse a Thomas Mann, con motivo de la invitación
que se le cursara para formar parte de la academia de la lengua alemana, es lo
que yo llamaría un ejemplo de sencilla, pero firme dignidad humana. Hesse es
uno de esos seres que uno debería tener siempre en mente, a la hora de las
dudas en lo que respecta a las cartas que debe uno tomar o rechazar cuando se
trata de acompañar al anonimato de las masas.
El
hombre nunca debería olvidar que es un ser indiviso inmerso en la corriente de un
océano de seres que se le asemejan. Misteriosa y, en veces, dolorosa paradoja.
Pero que debe ser tomada muy en cuenta si se pretende vivir la vida con sustancias
y aromas que nos recuerden aquello que llaman la honra, entendida en su
añejísima acepción del que obra bien, porque bien quiere.
Cuando,
en noches pasadas, leí esta carta de Hesse (y al azar, como todo o casi todo lo
que se lee verdaderamente), sentí un hondo llamado, una sentida invitación a
comunicar aquello que sus letras exponen: que no se puede vivir la vida negando
el fuero interior, que no se puede vivir la vida rezando, a pie juntillas, lo
que la masa repite, una y otra vez, por obra del miedo a vivir como lo que en
el fondo es, una suma de milagros, seres indivisos que pueden vivir
mancomunados.
Lacl
Baden, principios de Diciembre de 1931
Venerado
señor Thomas Mann:
Su
amable carta me ha sorprendido en Baden, fatigado por la cura y con la vista en
muy mal estado, de modo que nunca termino de ponerme al día con mi correspondencia.
Le ruego que me excuse, pues, por la brevedad de mi respuesta. Por
otra parte, ella no require mucho espacio ya que a su pregunta sólo puedo
contestar con un no, pero quisiera fundamentar con exhaustivas razones mi
negativa a aceptar la invitación de la Academia transmitida a través de un
hombre tan querido y venerado. Cuanto más reflexiono sobre el particular, mas complicada
y metafísica se me antoja la cuestión, y como debo darle los motivos de mi
negativa, lo hago con la gravedad brutal y excesivamente clara que adoptan por
lo general los contextos complicados cuando son formulados de repente en palabras.
En
definitiva, el último motivo de mi imposibilidad de ingresar a una corporación
alemana oficial es mi profunda desconfianza respecto a la República Alemana.
Este estado inconsistente y vulgar ha surgido del vacío, del agotamiento después
de la guerra. Los pocos buenos cerebros de la “revolución“ que no fue tal, han
sido asesinados con la aprobación del noventa y nueve por ciento de la población.
Los tribunales son injustos, los funcionarios indiferentes, el pueblo absolutamente
infantil. En 1918 saludé a la Revolución con mucha simpatía, pero desde
entonces mis esperanzas en una República Alemana digna de ser tomada
en serio fueron aniquiladas. Alemania perdió la oportunidad de hacer su propia Revolución
y hallar su propia forma. Su futuro es la bolcheviquización, que en sí no me
repugna, pero que significa una gran pérdida en cuanto a posibilidades nacionales
únicas, y, por desgracia, le precederá una ola sangrienta de terror blanco. Así
es como veo las cosas desde hace tiempo y por más simpática que me resulte la
pequeña minoría de los republicanos de buena voluntad, los considero por
completo impotentes y sin futuro, tan carentes de futuro como lo fueron en su
momento la simpática ideología de Uhland y sus amigos en la iglesia de San
Pablo en Frankfurt. De mil alemanes, quedan novecientos noventa y nueve que
nada quieren saber de una responsabilidad de la guerra, quienes no hicieron la
guerra, ni la perdieron, ni firmaron el tratado de Versalles, quienes la
sienten como un pérfido rayo que cae desde un cielo despejado.
Resumiendo,
me siento tan alejado de la mentalidad que domina a Alemania, como en los años
1914-18. Observo procesos que se me antoja absurdos y desde 1914 y 1918 me he
visto empujado muchas millas a la izquierda, en lugar del diminuto paso a la
izquierda que dio la ideología del pueblo.
Ya
no me es posible siquiera leer los diarios alemanes. Querido Thomas Mann, no espero
que usted comparta mi ideología y mis opiniones, pero sí que las reconozca en
el compromiso que tienen para mí. Mi esposa le está escribiendo a la
suya…
(Fragmento,
luego agrego las palabras finales, saludos familaires entre los Hesse y los
Mann)
Hermann
Hesse, cartas escogidas, Editorial Sudamemricana, Buenos Aires.
Por: Juandemaro Querales
La
edición príncipe del insigne Hidalgo Don Quijote de la Mancha de Miguel de
Cervantes Saavedra; fue de apenas 200 ejemplares, cuestión que ocurrió durante
el siglo XVII, de los cuales apenas llegaron a América 20 novelas. Texto
distribuido entre los Virreinatos de la Nueva España, la Nueva Granada, el Perú
y la del Plata. Los territorios que correspondían a la Capitanía
General de Venezuela y la actual Colombia, se caracterizaron por la
circulación en sus respectivos territorios de libros reformistas de autores
como Calvino y Martin Lutero. Entraban de contrabando gracias al intenso
comercio que mantenía Holanda e Inglaterra a través de la abandonada y extensa
costa.
En
mi vida he conocido sin decir mentiras apenas tres novelas del autor de libros
de caballería que datan del siglo XVII. La primera siendo
estudiante en la vieja Universidad Andina de Mérida, la
Universidad
de los Andes, ULA. Llevada por el novelista ecuatoriano Alfonso Cuesta y
Cuesta. El autor de la novela ambientada en la sierra del país de la mitad del
mundo, “Mis Hijos”, galardonada con el Premio Casa de las Américas en La Habana
Cuba. Como descendiente de la poetisa mística Santa Teresa de Jesús, cuyo
pariente había emigrado al nuevo mundo y se había establecido en la Audiencia
de Quito, con parte de la biblioteca de la Santa española, en su equipaje
figuro un ejemplar del Ilustre Manco de Lepanto. El admirado
escritor de Cuenca-Ecuador sostenía en sus manos el atesorado libro, para crear
entre sus atónitos discípulos una especial inclinación por el libro y su autor,
lejos del fetichismo, solo para objeto de culto en la Latinoamérica de las
letras. La mostro brevemente como un tesoro para después volverla a meter en
una caja de madera en una mañana fría a las faldas de los cinco picos nevados
de la ciudad de Juan Rodríguez Suarez.
El
otro ejemplar es el que se conserva en la casa natal de don Andrés
Bello, en una esquina de la parroquia de Altagracia, donde se erige el inmenso
edificio donde funciona el Ministerio de Educación. Durante el largo mandato
del académico y profesor universitario, don Oscar Sambrano Urdaneta. Allí se
exhibían objetos personales del condiscípulo de Simón Bolívar y padre de la civilidad
chilena. Metida en una urna de cristal, espolvoreada por una mezcla que
contiene cianuro, para protegerla de termitas y microorganismo. Como en la
novela “En Nombre de la Rosa”, novela policial del recientemente
fallecido Umberto Eco.
El
otro Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha lo posee el historiador
Guillermo Morón, en su casa de la Urbanización Horizonte en Caracas. Adquirida
a los libreros de Madrid, por el autor de la “Historia de Venezuela”. Ejemplar
que sirvió para la edición facsimilar del famoso libro, propiciada por la
Academia Nacional de la Historia, durante el gobierno de Jaime Lusinchi y en
ocasión de estar celebrándose 400 años de su publicación y al cuidado del
escritor Guillermo Morón quien fungió de editor y prologuista de la famosa
novela. La edición fue de 200 ejemplares, numerada, con ilustraciones de los
pintores venezolanos: Pedro León Zapata, Regulo Pérez, Luis Guevara Moreno,
también se imprimieron un número reducido de libros empastados y se puso a
disposición del público.
Venezuela
esta en la órbita del famoso libro generado por la leyenda que precede a la
vida del genio de Alcalá de Henares. Ya en el lejano siglo XIX el filólogo y
lingüista, nacido en Bogotá en 1830, Don Amenodoro Urdaneta, hijo del General
Rafael Urdaneta, publica su famoso libro “Cervantes y la Critica”. Texto
capital producido en las nacientes Repúblicas Hispanoamericanas. 1788-1789, año
de la publicación del referido libro que inaugura el estudio de critica
literaria en el orbe hispanohablante. Libro especializado que lo origina el
interés de Don Amenodoro Urdaneta, para rebatir a una crítica malsana que se
hacia en la Península para descalificar al gran autor de los “Entremeses” y las
“Novelas Ejemplares”. Este lejano colega de Don Marcelino Menéndez Pelayo y Miguel de Unamuno, es hijo del
General Rafael Urdaneta, quien forma parte de la generación fundadora del
continente. Presidente de la República de Colombia en 1830, y expulsado del
territorio neogranadino, por estar identificado con el Libertador Simón Bolívar
en 1830. Cuando sale de la hoy República de Colombia lleva un niño de apenas un
año de edad, Amenodoro Urdaneta, el cual tendrá una vida muy destacada como
lingüista, filólogo, académico y político, siendo Presidente del Estado Apure,
durante los primeros de los gobiernos federales.
Abril
de 2018
Ilustraciones:
Régulo Pérez, Pedro León Zapata, y Luis Guevara Moreno.
MAÑANA
DE EMBRIAGUEZ
Arthur
Rimbaud
Comentario
de Luis Alejandro Contreras

Es
uno de los primeros poemas de Rimbaud que leí en mi vida y puedo decir que me
tatuó el alma... Era un imberbe de edad aproximada a la edad en que Rimbaud comenzara
a escribir sus destellos. Todos sus poemas eran destellos a la luz de los ojos
del adolescente. Lo conocí por obra de un amigo, que se convirtió en un hermano
y compadre de la vida, un tanto mayor que yo, hijo de poeta y poeta él también.
Cuando esas iluminaciones, esa temporada en el infierno, esas mañanas lóbregas,
desenfadadas y encendidas, cuando esos heliotropos concediendo su aquiescencia
a la luz solar, cayeron en mis manos y se desplegaron ante mis ojos, tomaron
por asalto alma y corazón, le pusieron nuevas luces al ver y avivaron los colores
de la vida, para revelarle, no un mundo nuevo, sino la novedad de una
manera de tomar por la cintura a ese portento que es la creación, a ese mundo que,
sabíamos, nos habían secuestrado, escamoteado, birlado. Acá dejamos ese poema
que desnuda por dentro la verdadera fisonomía de lo humano, tan bárbara, asesina
y cruel como jamás lo ha sido ninguna otra especie animal sobre la tierra.
Las
fotos son de la Comuna de París... El tiempo de los asesinos es ya una larga y aciaga
noche.
(lacl)
MAÑANA
DE EMBRIAGUEZ
¡Oh mi Bien!
¡Oh mi Bello! ¡Fanfarria atroz en la que ya no tropiezo! ¡Mágico potro
de tormento! ¡Hurra por la obra inaudita y por el cuerpo maravilloso, por la
primera vez!
Empezó
bajo las risas de los niños, acabará por ellas. Este veneno ha de permanecer en
todas nuestras venas aun cuando, agriada la fanfarria, seamos devueltos a la
antigua armonía. ¡Oh, ahora nosotros, tan digno de estas torturas!, recojamos
fervientemente esta sobrehumana promesa hecha a nuestro cuerpo y a nuestra alma
creados: ¡esa promesa, esa demencia! ¡La elegancia, la ciencia, la violencia!
Se nos ha prometido enterrar en la sombra el árbol del bien y del mal, deportar
las honestidades tiránicas, con el fin de que trajésemos nuestro purísimo amor.
Empezó con ciertas repugnancias y acabó, -al no poder agarrar en el acto esa
eternidad, - acabó por una desbandada de perfumes.
Risa
de niños, discreción de esclavos, austeridad de vírgenes, horror por las figuras
y los objetos de aquí, ¡sacrosantos seáis por el recuerdo de esta vigilia!
Empezaba
con la mayor zafiedad, y concluye por ángeles de llama y de hielo.
Breve
vigilia de embriaguez, ¡santa!, aunque sólo fuera por la máscara con que nos
has gratificado. ¡Nosotros te afirmamos, método! No olvidamos que ayer has
glorificado cada una de nuestras edades. Tenemos fe en el veneno.
Sabemos
dar nuestra vida entera todos los días.
He
aquí el tiempo de los Asesinos.
MATINÉE D’IVRESSE
O
mon Bien ! O mon Beau ! Fanfare atroce où je ne trébuche point ! Chevalet
féerique ! Hourra pour l'oeuvre inouïe et pour le corps merveilleux, pour la
première fois ! Cela commença sous les rires des enfants, cela finira par eux. Ce poison va rester dans toutes nos veines même quand,
la fanfare tournant, nous serons rendus à l'ancienne inharmonie. O maintenant,
nous si digne de ces tortures ! rassemblons fervemment cette promesse
surhumaine faite à notre corps et à notre âme créés: cette promesse, cette
démence ! L'élégance, la science, la violence ! On nous a promis
d'enterrer dans l'ombre l'arbre du bien et du mal, de déporter les honnêtetés
tyranniques, afin que nous amenions notre très pur amour. Cela commença par
quelques dégoûts et cela finit, - ne pouvant nous saisir sur-le-champ de cette
éternité, - cela finit par une débandade de parfums.
Rire
des enfants, discrétion des esclaves, austérité des vierges, horreur des
figures et des objets d'ici, sacrés soyez-vous par le souvenir de cette veille.
Cela commençait par toute la rustrerie, voici que cela finit par des anges de
flamme et de glace.
Petite
veille d'ivresse, sainte ! quand ce ne serait que pour le masque dont tu as
gratifié. Nous t'affirmons, méthode ! Nous n'oublions pas que tu as glorifié
hier chacun de nos âges. Nous
avons foi au poison. Nous savons donner notre vie tout entière tous les jours.
Voici
le temps des Assassins.
.
(Arthur Rimbaud, Las iluminaciones.)
NARRACIONES
HISTÓRICAS CONTEMPORÁNEAS
ANDRES
BELLO
Por
Humberto Macano Rodríguez
Conocido
popularmente hasta nuestros días como Andrés Bello, su verdadero
nombre es: Andrés de Jesús María y José Bello López, nacido en Caracas el 29 de
noviembre de 1781, siendo sus padres, Don Bartolomé Bello y
Doña Ana Antonia López de Bello, muriendo en la ciudad de Santiago
de Chile el 15 de octubre de 1856, tras décadas de
ausencia de su país desde 1810,
cuando fue nombrado Junto con Simón Bolívar y Luis López Méndez por
la Junta de Gobierno para trasladarse a Inglaterra a los
fines de explicar la situación de la declaración de
la independencia de Venezuela y solicitar ayuda tanto
económica como asistencia militar, para esa
Venezuela que tanto amó y a
donde nunca más regresó.
Fue
Don Andrés Bello una de las figuras más eminentes y
prestigiosa no solo de su tiempo,
sino que su gloria por las grandes obras humanísticas
realizadas han de perdurar eternamente, el gran humanista liberal Hispanoamericano,
formado en las más puras tradiciones liberales de Gran
Bretaña, fue Filólogo, Escritor, Poeta, Jurista Internacional,
Pedagogo y Filosofo entre otros saberes, su gran
formación humanista liberal y filosófica la obtuvo precisamente en
La Gran Bretaña durante el tiempo que le
correspondió vivir allí. En los últimos treinta
años de su vida fue testigo de excepción de la
transición de un mundo que agonizó y un mundo que nacía,
tras el termino del yugo español en la las
colonias, y la consolidación de las gestas independentistas y el
nacimiento de repúblicas soberanas desde México hasta su
Chile, patria de adopción y donde tanto se le amó,
todo esto lo llevó a comprometerse con ese proceso
histórico para estudiarlo en total profundidad desde el punto de
vista de su formación como el gran humanista liberal y
filosofo que fue.
Andrés
Bello desde su más tierna infancia dio demostraciones de su innata
inteligencia, después de cursar sus
primeros estudios en la Academia de
Ramón Vanlostón, va a familiarizarse en su totalidad con el Latín y para ello
acude al convento de Las Mercedes y allí de la mano
del Padre Cristóbal de Quesada tiene acceso a los
grandes textos clásicos del latín de los
cuales se empapa totalmente y
es así que a los 15
años hace una total traducción del latín al español de La Eneida de
Virgilio, posteriormente inicia sus estudios universitarios cursando
correlativamente tanto medicina como derecho y a la
vez estudia los idiomas inglés y francés los
cuales llega a dominar a la perfección, parte
de sus estudios se los va a
costear dando clases particulares,
destacándose como un excelente educador, entre
los alumnos particulares a quienes Bello les daba
clase figura el entonces joven Simón
Bolívar. Como sentía una gran atracción por las letras, comenzó a escribir composiciones
poéticas y a frecuentar la Tertulia Literaria de Francisco Javier Ustáriz,
sus pasos literarios siguieron las huellas del neo
clasismo imperante para la época, lo que le valió entre
la sociedad ilustrada caraqueña ser conocido como El Cisne del
Anauco, debido a una de sus grandes
obras titulada “Odas al Anauco”-
A
los 21 años recibe su primer cargo público,
escalando diferentes posiciones de gran responsabilidad durante ocho años,
pero a raíz de los sucesos del 19 d Abril de 1810, es
nombrado por La Junta Patriótica junto con Simón Bolívar y Luis López
Méndez para trasladarse a Londres en calidad de traductor
y de ese viaje no regresó nunca a Venezuela,
ya en su ancianidad en una tertulia en Chile, manifestaba que nunca se
imaginó al salir de Venezuela. lo estaba haciendo para
siempre. Para Andrés Bello una
vez que se perdió la Primera
República quedó sin empleo en Londres,
dedicándose a muchos menesteres para vivir, entre ellos a
la educación privada pero sin abandonar sus estudios, vinculándose
con los grandes intelectuales y escritores de la época,
aprovechando también en formarse en el derecho
Internacional y como había obtenido grandes conocimientos y
experiencia en la administración pública en Venezuela,
acumula en sus estudios un gran conocimiento de los
cambios desarrollados que se venían
haciendo debido a las guerras Napoleónicas, de la
Independencia de los pueblos americanos y del gran Congreso de
Viena, adoptando en su totalidad la concepción liberal del estado de
los utilitaristas ingleses, convirtiéndose en seguidor de Jeromy Bentham
haciéndolo su maestro y fuente de su pensamiento político
institucional.
Uno
de los grandes impactos en la vida de Bello en Londres, es su
encuentro con el Gran Precursor de la Independencia americana
Francisco de Miranda, el admirado héroe de Francia y de la guerra de la independencia de
Los Estados Unidos, en su casa va vivir y allí tiene
total acceso a la gran biblioteca de Miranda, célebre en Londres la
cual ocupaba toda una gran habitación,
allí compagina sus estudios con los trabajos que
debe realizar para su supervivencia, de esa
manera ayuda a fundar conjuntamente con Blanco White y Juan
Carlos del Río expatriados españoles en
Londres, La Sociedad de Americanos en Londres y editar la revista Biblioteca
Americana y el Repertorio
Americano. Por sus sobrados
méritos es nombrado encargado de Legación
Colombiana en Londres y posteriormente Cónsul General de Colombia y miembro
de número de La Academia nacional de Santa Fe de
Bogotá. Cuando es nombrado Cónsul General de
Colombia en París, rechaza el cargo y se
marcha con su familia a Chile, partiendo de
Londres el 14 de febrero de 1829 y llegando al
puerto de Valparaíso el 25 de junio, para posteriormente trasladarse a
Santiago de Chile, donde ha de
permanecer hasta su muerte.
Al
llegar a Santiago de Chile Bello es nombrado Oficial Mayor del
Ministerio de Hacienda y conjuntamente con el desempeño de su
cargo inicia la publicación del “Araucano”, del que
fue su redactor hasta el año 1853, cuando
es encargado como Rector del Colegio de
Santiago de Chile, dedicándose de igual manera a la
educación privada dado su amor a la enseñanza, como fiel creyente de que el
progreso de los pueblos estaba en la educación,
Bello siempre demostró que era un eterno
convencido de que la instrucción y el cultivo espiritual eran las bases
fundamentales del progreso de los pueblos y del bienestar de los
individuos y por ende allí radicaba el
progreso y la evolución de la sociedad, razón por la cual nunca dejó
de fomentar los estudios de las letras y de
las ciencias, por eso su empeño en la creación
de las escuelas Normales para la formación de maestros y
preceptores, así como la creación de los
cursos dominicales para la instrucción de los
obreros en general, de igual manera le dio un fuerte
impulso al teatro chileno inculcando a sus
alumnos el gusto por las obras extranjeras
para su correspondiente adaptación a ese teatro
por el cual tanto se interesó, llegando el mismo a
traducir obras clásicas de la literatura universal.
Por sus
dotes intelectuales y su dedicación a la enseñanza Bello fue
nombrado miembro de la Junta de Educación de Chile y se
le otorgó a pleno derecho la ciudadanía Chilena tanto
para su esposa como para sus hijos. Fue
nombrado Oficial Mayor del Ministerio de Exteriores y electo posteriormente Senador de
la República, cargo que detento hasta su muerte.
Por sus grandes conocimientos sobre
el Derecho Internacional fue nombrado y reconocido como árbitro en
las diferencias existentes entre Ecuador y
Los Estados Unidos así como las Colombia y el
Perú.
En
el año 1843 tiene el privilegio de ser
nombrado como el primer Rector de la Universidad de
Chile, de cuyo estatuto fue el autor,
Rectoría que ocupa hasta su
muerte, publicando a su
vez sus inmensos estudios gramaticales,
que se van a traducir a su vez en La
Gramática de La Lengua Castellana, destinada al uso de
los americanos, Gramática que se publica en Chile en el
año 1847, pero anteriormente había publico otro
clásico como fue, Los Principios del
Derecho Internacional y para 1850 publica La historia de
Literatura Universal, pero en su incansable lucha por el
saber lo lleva a redactar y publicar para Chile El Código
Civil, el cual aún perdura salvo
las modificaciones que se le han
adaptado de acuerdo a los tiempos, así nos encontramos que Don
Andrés Bello, fue el creador de La Universidad deChile ,
su primer Rector hasta su muerte,
Fue senador de la República de Chile,
creador de La Gramática para
los americanos, del Código Civil y de
los principio del Derecho Internacional entre otras
cosas.
Las
obras literarias completas de Andrés Bello abarca veinte
(20) tomos y fueron publicadas por el gobierno de
Chile en el año 1880 como un homenaje
póstumo a su memoria y en merecimiento por todo lo que
este grandioso sabio había dado a
favor de esa nación,
esas obras abarcan estudios filosóficos,
gramaticales, jurídicos, erudición y diplomáticos. En
si allí dejó plasmada
lo que siempre aspiró que no era otra
cosa que la
independencia cultural Hispanoamericana y en ella se
reseña la extraordinaria labor cívica – cultural
que desempeñó en Chile, entre su obras poéticas se
destacan “La Silva a la Agricultura de la Zona Tórrida”,
“La Oración por Todos, “ El remozamiento del poema del Cid
Campeador”,
“El
Proscrito” y “Elocución a la Poesía”. La Real Academia Española en
el año 1851 lo nombró miembro de la misma y en el año
1852 acepto sus principio gramaticales y le solicitó
permiso para publicar y adaptar su obra gramatical, El
gran Filósofo y escritor español Marcelino Menéndez
Pelayo dijo de él, en el año 1911, que la obra de
Bello era la más grande e importante que en su género posee la
literatura americana y que era el
mejor regalo al mundo
ofrecida por persona alguna.
Andrés
Bello muere en Santiago de Chile rodeado del
cariño de los suyos y del pueblo de esa nación agradecida,
en el año 1865 a la edad de 84 años
CONVENIO
ANDRES BELLO
Por
iniciativa de Octavio Arizmendi Posada Delegado de Colombia ante el
Convenio Interamericano de educación, ciencia y cultura de los países andinos
en junio de 1969, se establecen las bases para que ya en el
año 1970 se haga realidad
este acuerdo que va a
llamarse CONVENIO ANDRES BELLO como un homenaje a este
ilustre personaje latinoamericano, formando
parte del mismo Colombia, Chile, Venezuela, Ecuador y
Perú y posteriormente se unieron España, Panamá y
Paraguay se crea con personería jurídica
internacional y tiene como objetivo principal la
integración tecnológica y cultural para el desarrollo educativo y científico,
así como el intercambio y programación de becas de
estudios y la homologación de títulos tanto de bachillerato como
universitarios, este convenio ha sido
de gran ayuda tanto para estudiantes como para
profesionales universitarios de los países miembros, en este intercambio
cultural y científico se han venido
beneficiando no solo las
personas sino también las naciones y
por ende los institutos de enseñanza de las mismos.
UNIVERSIDAD
CATÓLICA ANDRES BELLO (UCAB)
Creada en
Venezuela, Caracas por La Compañía de Jesús (Congregación de
Sacerdotes Jesuitas) como un gran homenaje al ese gran
educador que fue Don Andrés Bello, su sede
central está en Caracas en Montalbán y hoy en
día cuenta con núcleos en Guayana, (Bolívar) Táchira, Los
Teques (Miranda y Coro (Falcón), La Católica como
es comúnmente conocida, hoy en
día por la calidad de su enseñanza es una de
la más prestigiosa Universidades con reconocimiento universal, de
igual manera desarrolla grandes planes de
asistencia gratuita tanto educativo como social y de
salud en las poblaciones de los barrios que la
circundan, posee igualmente uno de los planes de
becas más grandes del continente y su constante
meta es la mejor formación de sus egresados,
que la han llevado a obtener grandes y variados
premios en el mundo universal de la enseñanza, de la ciencia y
la cultura en general, en diferentes ocasiones organismos
internacionales como la ONU, la OEA y La Comunidad Europea
le han rendido grandes homenajes a esta
Universidad.
Humberto
Marcano Rodríguez.
NUNCA
LLEGARON ROSAS PARA EL AMOR DE AYER
José
Pulido
Este
es un cuento que ha estado mucho tiempo en las páginas de Ficción Breve y eso
ha hecho que lo lea una gran cantidad de personas. Lo pongo aquí para quienes
no lo leyeron. Es de los años noventa, creo.
Su
padre boqueó y murió cuando el sol estaba saliendo y en la calle se escuchaban
algunos portazos. Se intuía el avance de un autobús escolar.
Habían
pasado la noche acompañándolo en la clínica años cincuenta, ventiladores y aire
acondicionado, paredes mantecado, fluorescentes redonditos como aureolas de
ángeles, pasos yendo, pasos viniendo y tacones detenidos de improviso; olores a
desinfectante de pino, alcohol, mercurocromo, yodo, perfumes de enfermeras;
voces de pasillo, la muerte a punto de brotar como una flor invisible y fétida.
Las
primeras horas que estuvieron juntos al lado de la cama las aprovecharon para reencontrarse,
de una manera tan contagiosa que en algunas ocasiones el anciano intervenía para
hacer una que otra acotación o aclaratoria. Se dedicaron a conversar sobre sus
vidas, y el viejo abría los ojos, los cerraba, se debatía suavemente bajo los
guadañazos de la muerte que se balanceaba haciendo su número de trapecista en
las sondas del suero. La muerte lo pescaba y él coleteaba agonizante ensartado
con náilon. Enrique miraba orgulloso a su hermano Camilo y éste lo contemplaba
de igual manera a él.
¿Quién
se va a comer esa manzana? El viejo no puede tragar nada sólido. Se
interrumpían y se escuchaban. Se sentían como extraños recién presentados
porque no se veían desde hacía diez años, por lo menos. Enrique vivía haciendo
su trabajo de ingeniero metalúrgico en Guayana y de allí no salía nunca. Camilo
era publicista y había hecho su rutina existencial en Miami. Sus vidas eran
ahora unos currículos de papel que pronto dejarían la materialización pulposa y
viajarían por computadora. Así de modernos y desarraigados estaban. En navidades
se llamaban y se saludaban pero hablaban a ráfagas y durante unos pocos minutos.
-Yo
pensé que tantos tubos de plástico metidos en la nariz y en la boca era cosa de
películas pero a papá lo tenían atravesado con esas vainas- comentó Enrique
unas horas después. Esa mosca maldita metiéndose en el vaso. Esa mosca se va a
parar encima del sánduche que se exhibe en el mostrador.
No
hallaban nada sustancioso qué decir estando sentados en el cafetín, bebiendo
café mañanero, esperando el certificado de defunción y los otros papeles de la
clínica. Ya a Enrique se le estaba pasando el gusto de escuchar el mal
castellano que ahora hablaba Camilo, aunque de repente se sentía tentado a
decir como él: sorring. A un cuarto para la seis de la mañana su padre los observó
con detenimiento y les hizo señas con una mano para que se acercaran. Antes de
decir cualquier otra cosa comentó para sí, como si acabasen de entrar a la
habitación: vinieron, por fin vinieron.
La
cara parecía reducida pero más larga, como una calavera de animal. La piel
estaba virtualmente despegada de los huesos, como a punto de caerse hacia un
lado. Cual edredón
que se rueda. Igual que los forros de los
muebles cuando se aflojan –Sí, aquí estamos, papá- respondió Camilo por los dos
y el viejo les habló de la madre verdadera, una esposa que se aburrió de verlo
meterse debajo de un carro como un ordeñador de aceite, y después hizo comentarios
sobre Alida y pareció pedir perdón o por lo menos insistió, en medio de una tormenta
de asma, que había sido un hombre muy individualista y encerrado en sí mismo.
De
repente les confesaba tengo miedo y ellos sabían que estaba muriéndose y que
temblaba ante lo que iba a sentir por última vez. Esperaba un fuerte dolor, un
dolor más grande que todo lo experimentado, algo revuelto con oscuridad y
desesperación. Ellos le decían “no te preocupes que todo va a salir bien” como
cuando él los llevaba al dentista y les explicaba que eso no era nada. Ya
viene, ya viene: es muy difícil, se quejaba y ellos repetían no te preocupes
que estamos contigo.
-Llama
al médico, llama a la enfermera- decía Enrique y no se movía de la orilla de la
cama que había hecho suya. Del otro lado estaba Camilo, buscando el timbre para
llamar al personal de guardia. Lo encontró y lo hundió varias veces. La
habitación se llenaba de luz natural y se escuchaba el tronco de los
ventiladores pidiendo grasa. El hombre abrió los ojos hasta que se le
desorbitaron y luego los cerró llevándose un trozo de techo blanquecino, unas aspas
lentas y un aleteo de persianas para el más allá.
Camilo
piensa en la boca de Betty y aspira su aliento de cereza. El más allá es un
eufemismo para definir el momento en que se abandona para siempre el más acá.
Le repetirá esa idea a Betty. ¿Qué haces a esta hora en Miami Florida, mi amor?
¿me añoras, me llamas? Estará preparándose para sus clases de aerobics. Hace
señas de que le traigan otro café y le dice a Enrique, ambos insuflados por una
libertad de adultos auténticos recién graduados, que pueden pedir lo que
quieran en el cafetín de la clínica:
-¿Por
qué no vamos hoy mismo a la casa de la montaña?
Y
Enrique asiente preguntando ¿por qué no? Hace poquísimo vieron morir al padre y
éste ni siquiera tembló o gritó: se quedó quieto después de un ronquido y ya
está, tanto caminar, tanto hablar, tanto comer, tanto bañarse y limpiarse:
tieso como un palo. Pero antes les había contado todo lo de Alida y ellos se
quedaron abismados mirándolo. La cama estaba convertida en una lancha mortuoria
que cruzaba hacia la otra playa. La sentían avanzando para aquel lado y su
padre se empequeñecía de veras. La carita, las cuenquitas, los huesitos. Un
fardo tirado.
Es
muy poco lo que recuerdan respecto a ella: sólo vaguedades como la vez que bajó
hacia la autopista y se fue caminando por la orilla mientras a su lado pasaban
carros de todos los colores, unos recortando la velocidad, otros apresurándose.
El humo de un cigarrillo fluía hacia su espalda y luego se perdía en el
espacio.
Fumaba
de noche en el porche; era alta, con una cabellera teñida de rubio casi blanco.
Le gustaba llevar camisas o franelas muy cortas. Siempre estaba presente su
ombligo, como el ojo de Polifemo, mirando la mitad de la vida desde una piel
tensa reseca saturada de vellos, que parecían espinitas de sol.
A
veces se transformaba en una persona de carácter muy fuerte y no salía de la
cocina donde leía recetas de libros y preparaba unas comidas pastosas que su
padre engullía fascinado y ellos tragaban a duras penas, pero generalmente era
una mujer melancólica y solitaria que llamaba a las estaciones de radio para
pedir canciones. Tenían perfecta conciencia de que Alida se había cansado de la
vida tan abrumadoramente apacible y engordadora que capitaneaba su padre. El
era un hombre de poquísimas palabras que trabajaba fuera de la casa cinco días
a la semana y los dos días que estaba en el hogar los pasaba divirtiéndose a solas
con sus herramientas y su carro. Hubo un tiempo en que su padre comenzó a
prestarle más atención al hogar, sobre todo a partir del día que Alida
desapareció de la casa y estuvo una semana ausente. Una mañana se detuvo un
taxi desvencijado en el hombrillo de la autopista como si se hubiese
descompuesto y ella bajó lentamente. No traía regalos ni nada. Descendió del
carro carcomido y repintado y subió la cuesta poco a poco. Se detuvo, arrancó
unas hojas, pareció dudar y luego abrió la puerta del corral de la casa y
entró.
-Los
dos se encerraron en su cuarto y hablaron mucho…papá gritó una sola vez ¿tienes
memoria de eso, Camilo? Nosotros decíamos la va a coñacear y no sabíamos de
parte de quién nos debíamos poner, aunque en el fondo le dábamos la razón a
ella.
-Claro
que me acuerdo. Después de ese samplegorio la normalidad parecía una patilla a
punto de caerse de un camión. Esa vez escuchamos cuando papá le dijo tengo que
hablar con Enrique y Camilo y nosotros nos cagamos porque pensamos que nos iban
a mandar para un internado, porque cuando papá se arrechaba lo que decía era
eso: los voy a meter en un internado y uno se imaginaba que un internado era
como una cárcel para niños.
Su
padre y ella vivían temporadas armoniosas en que los llevaban a pasear a la
playa, a comer pollo en brasas o a un centro comercial. Donas, el cine,
cotufas. Se veían tranquilos y muy amables el uno con el otro. Hasta que llegó
el desesperante y caluroso mes en que ella bajó hacia la autopista sin decir
una palabra y no regresó más. Su padre se enfermó esperándola y cuando se dio
cuenta de que nunca más volvería se dedicó a beber cerveza y jugar dominó quién
sabe adónde. Los dejaba solos y ellos aprovechaban para no ir a la escuela.
Hasta la pantalla del televisor se cubrió de polvo.
Después
la abuela llegó para poner orden y se los llevó. Así fueron creciendo hasta que
se graduaron y se separaron cada uno por su lado. Hasta estos días en que les
avisaron que su padre estaba grave y ellos retornaron para verlo morir y
aprovecharon para ir a visitar la casa de la montaña y ver qué iban a hacer con
ella.
-Nos
volvíamos locos por los chicharrones de pollo que nos preparaba Alida- murmura
Enrique mirando la distancia y buscando con los ojos el pino donde colocaban el
cartón de tiro al blanco.
-Sí.
Y por el quesillo aquel. Ella nos dejaba comer bastante quesillo y nunca nos
fastidió ni nos regañó. Era tan rara. Las otras mamás de por ahí gritaban no
coman dulce, hagan la tarea y apaguen ese televisor. En cambio Alida nos
preguntaba si queríamos jugar bingo o si queríamos ir al cine con ella.
-A
veces la escucho, escucho aquella voz hablando de veleros y catamaranes, de
barcos y muelles y de las camisas floreadas que le gustaban tanto cuando
veíamos aquel programa de televisión que mostraba a Hawai. ¿No estaba medio
loca por las cosas marinas?- responde Camilo.
-Lo
absurdo- vuelve Enrique- fue cuando se apareció la policía con aquellos señores
y conocimos a la mamá de mamá diciendo que nos iba a salvar de papá.
-Primera
noticia de que teníamos una abuela. Tú la veías escondido detrás de las
persianas y me decías: parece uno de los malos de la lucha libre. La abuela nos
llevó de ahí y después de eso fue que supimos que la mamá de nosotros era otra
mujer que también había dejado a papá cuando estábamos más chiquitos y que se
había muerto en un aborto, que túpreguntaste qué era un aborto y yo le grité
que Alida era nuestra mamá y la abuela me rompió la boca de un manotazo.
-La
abuela Gregoria nada más nos decía que papá se había vuelto muy irresponsable
pero nunca quiso hablar de Alida. Le preguntábamos y ella nos mandaba a lavar
las manos o a pelar papas. No hablen de eso aquí en mi casa, vagabundos, los voy
a enseñar a ser cristianos gritaba ¿te acuerdas, Camilo?
-¿Qué
habrá sido de Alida? Ojalá que esté bien. Ojalá que esté viviendo en una isla,
en una playa. ¿Sabes? Más que ese gorgoteo que se le vino a papá desde el pecho
como si se le estuviera enredando en baba el corazón, me impresionó lo de Alida
y cuando dijo que la había querido con mucha rabia porque no podía llevar
amigos a la casa.
-Yo
todavía no puedo creer que Alida…
-Yo
tampoco…sus labios sonreían con dulzura y sufría aquella soledad tan femenina
que la atosigaba. Actuaba como una mujer. Enlazaba las manos y colocaba la
barbilla encima.
Cruzaba
las piernas. Así, con ese matiz…tan…frágil.
La
autopista se congestiona. Los vehículos comienzan a avanzar lentamente hasta
que se forman largas colas y aparecen manos agitándose por las ventanillas.
Mariposas diminutas intentando escapar de los escarabajos gigantes, de los
ácaros envenenados. Cerca de ahí, en un árbol que está como sembrado en sus
columnas vertebrales, irrumpe el aleteo espantoso de un pájaro demasiado
grande; lejos aúllan una o dos sirenas. ¿Guayabas? ¿son guayabas maduras? Allá
en el manchón verde, junto al barranco. Enrique y Camilo se callan. Van y
vienen. Palpan la cerca, miran la vieja y rechoncha mata de ciruelas desde
abajo como si tuviera faldas. En el tronco, ahorcado por un alambre de púas, ha
desaparecido el corazón que ellos dibujaron a manera de sorpresa con el nombre de
Alida en el centro.
-Ella
se emocionó yo sé que se emocionó ¿no recuerdas que nos abrazó largo rato? A mi
me llamó hijito y a ti te dijo ay hijito. Era tierna cuando le tocaba y
caminaba como Marilyn Monroe-comenta Camilo.
-Alida
me parecía muy femenina- agrega Enrique pero no pueden seguir hablando porque ahora
sí es verdad que se les ha reventado el llanto y cada uno vuelve la cabeza para
un lado distinto intentando llorar sin aspavientos ni moqueaderas y por eso se
quedan estáticos mientras el paisaje de la infancia se derrite y ambos piensan
sin querer, así de pasadita, en el plateado y chulo aeropuerto.
PROYECCIÓN
INTERNACIONAL
Revistas
de Nueva York, Miami, Bogotá y Salamanca se hacen eco de la poesía de Alencart
Varios
ensayos abordan la destacable obra del peruano-salmantino, profesor de la
Universidad de Salamanca y colaborador de SALAMANCArtv AL DÍA
Alfredo
Pérez Alencart nos presenta la antología “Para después / Per il domani”
Tras
la última obra publicada por el poeta Alfredo Pérez Alencart, su
antología hispano-italiana Para después / Per il domani, aparecida bajo el
sello editorial de Hebel
(Chile) y Betania (Madrid), se han sucedido ensayos, reseñas y comentarios que
abordan su poesía allí contenida, cuarenta poemas en su redacción original y en
las versiones al italiano realizadas por los poetas y profesores Gianni Darconza,
Stefania Di Leo, Beppe Costa, Martha Canfield y Gabriel Impaglione.
Los
más recientes aportes en torno a esta antología, presentada en la ciudad
italiana de Mantua el pasado 12 de mayo, se han publicado en diversas revistas
de América y España. Así, en Nagari Magazine, de Miami, revista dirigida por
Alejandra Ferrazza, se acaba de publicar el texto titulado La mejor poesía
de Alencart vertida al italiano, firmado por el reconocido crítico literario
español Enrique Villagrasa. En Nueva York y en la revista Viceversa,
dirigida por Mariza Bafile, apareció el comentario Alencart: antes,
hoy y después, escrito por el poeta y profesor colombiano Juan Mares.

Luego,
en Bogotá y en la sección Letras de la revista Ideas de Babel, dirigida por el periodista Alfonso
Molina, se publicó el comentario “Virgiliana. Los poemas de Alfredo Pérez
Alencart”, reflexión del notable filósofo y humanista colombiano Jaime
García Maffla. Finalmente, en Salamanca aparecieron los comentarios
firmados por la cubana Lilliam Moro (“Alencart: palabra a la intemperie”),
por el venezolano Alberto Hernández (Para después. Voz y calidad
poética de Alencart), por el chileno Marcelo Gatica(Antología para una teopoética
de Alencart) y por el español Manuel Quiroga Clérigo (Para después / Per il
domani, antología de A. P. Alencart). Estos textos se encuentran en
Crear en Salamanca, revista literaria dirigida por el poeta y fotógrafo salmantino José
Amador Martín.
A
modo de síntesis de lo manifestado en torno a la obra de Alencart, poeta de referencia
y con evidente prestigio internacional, aquí un fragmento escrito por Enrique
Villagrasa: “…De la poesía de Pérez Alencart qué puedo decir que
no se haya dicho ya. Es que estamos ante un gran poeta, con su sutil maestría expresiva;
formalmente rica y bien ornamentada, de estética sencilla y de ética consumada,
preciosista y gran sentido de la poesía esencial. Poemas todos, los de esta
antología, de dicción profunda, brillante, lúdicos, lúcidos. Versos que aúnan gozo,
vivencia y reflexión… Tenemos pues, ante nosotros, una antología de sus versos
traducidos al italiano, de gran calidad y belleza donde la mezcla de las diferentes
estructuras poemáticas convive con naturalidad con versos contundentes. Es un
poeta con excelente sentido del ritmo y sus poemas dan cuenta de la variedad de
formas. Esa musicalidad está al servicio del poema para gozo del lector que se
acerque hasta ellos. Entre otras cosas se reflejan aquí el amor y el paso del
tiempo y hacen de Para después una lectura justa y necesaria. Poesía
que entra por los poros y se adueña de todo”.
“Somos
un pueblo adolescente”
Alejandro
Pérez Roulet
Julio
Bolívar • Domingo 17 de junio de 2018
Fotografía:
Paola Martínez Núñez
Pérez
Roulet: “Tenía cosas para decir y llegar a la gente”.
Alejandro
Pérez Roulet es un escritor argentino radicado temporalmente en la isla de Margarita,
en Venezuela. Venido de la psicología, se dedica a observar la vida insular y a escribir relatos. Recientemente ha publicado
su primera colección de cuentos, Mardeamor, donde reúne textos con
diversos personajes en situaciones de la vida de hombres solos que sólo buscan
la felicidad.
—Alejandro,
acaba de salir tu primera colección de relatos, nueve en total, que van desde un
microrrelato a un cuento largo que da el título a este libro. ¿Cuál es tu
motivación principal al publicarlos?
—Comencé
a escribir desde joven, pero destruía la mayoría. Hace veinte años comencé a darle
más importancia, pero sin demasiadas ilusiones en publicar; es más, con la
escritura hacía catarsis. Pero, a medida que transcurría el tiempo y comenzaba
a estar más satisfecho con la producción, envié un cuento que fue premiado y
eso me motivó más aún para seguir escribiendo. Una vez que tuve una cantidad
razonable como para darle a la gente en forma de libro, las cosas se sucedieron
rápido y de modo muy armónico aquí en la isla de Margarita. Me motivó
esencialmente el hecho de que tenía cosas para decir y llegar a la gente, que
pudieran hacer reír, reflexionar y entretener. Y no debo olvidarme del empuje
de los amigos de Argentina que me decían: está bueno, seguí, dale. Hay mucha
gente sola en mi ciudad. Y tenemos esa cosa de melancolía, así como el tango.
—Después
de leer tu libro, pensamos en dualidades: el amor y el desamor, posibilidad e imposibilidad.
Pasiones complicadas, incluso el texto dedicado a la presencia del Tirano Aguirre
en la isla, amor al poder, trastocado por la erótica de una india local que enloquece
al tirano español. ¿Por qué te planteas esa dualidad?
—El
Tirano Aguirre obedece en primer lugar a mi interés por la historia de la
conquista, pero me pareció interesante el personaje, puro Tánatos, pura
locura y cualquier cosa que simbolice belleza, amor; a Lope le trastoca los
valores, pero eso le pasa porque está loco, no discrimina, es un paranoico y en
nombre de Dios justifica todo. Se autoimpone un: ego te absolvo. No
registra la compasión, el tipo. La mujer para él es como el diablo o algo maligno
y esto le sirve de excusa en el cuento para no amar a una. Hasta mata en su
locura a su hija con un pretexto débil. Cuando Inés se le presenta él la ve
como una bruja pero a la vez la abraza y llora sobre su vientre; ahí convive
esa dualidad de la que hablás. En definitiva, la imposibilidad de amar. No
hubiera querido estar en esa época en aquel momento, nadando o pescando, o
tomando sol en la playa El Tirano.
—Soledad,
indecisión, dudas permanentes, dolor, invención de ideales personales, cierto hedonismo
y narcisismo atraviesan las emociones de tus personajes masculinos; estos son los
rasgos de tus personajes. Háblame de esta obsesión, que no observamos en tus personajes
femeninos, en Mardeamor.
—¡Qué
buena pregunta! Ocurre que son personajes citadinos de una ciudad como Buenos Aires.
Hay mucha gente sola en mi ciudad. Y tenemos esa cosa de melancolía, así como
el tango. Cuántas letras se refieren a hombres abandonados por una mujer, y si
vos lees esas letras los tipos terminan destruidos y yo creo que aquí hay algo
de eso como impronta cultural. Incluso el cine argentino en películas
como Adiós muchachos. La música de Piazzola, por ejemplo Adiós
Nonino. La nostalgia, la soledad, las preguntas que se hacen de alguna manera
los personajes: ¿qué es esto de vivir y amar y la finitud de los encuentros, en
última instancia la finitud de la vida? El personaje Federico se hartó de su
sociedad, de la corrupción, de su mórbida soledad que ya le fastidia. Y sí, eso
no lo observamos en Nicole, una mina increíble que a Federico lo va desarmando,
aunque él se resiste, pero ante la muerte de Eladio se replantea y se juega por
el amor de Nicole, quien también representa lo contrario a Federico, ella se
juega, cae de sorpresa desde Canadá, esto a él lo apabulla y le gusta. Nicole
de algún modo le tiende la mano para llevarlo a su mundo, un mundo donde no hay
que temer al amor, al encuentro.
—A
pesar de que tus cuentos son historias íntimas, se deja colar la realidad
social que se vive en el país. Situaciones vividas también en Argentina, tu
país de origen. Al final una especie de homenaje al alma pura del habitante
inocente de la realidad que le toca vivir. Lo que revela una sensibilidad
social del narrador. Cierto tono justiciero, en cuentos como “El Tirano”, “La
paloma” y “Mardeamor”. Háblame de este aspecto en tu libro.
—Fíjate
que en el caso de “Mardeamor” sólo describo lo que veo y escucho; incluso el diálogo
con el taxista fue real, el tipo hizo catarsis, se despachó con gusto. ¡Quedé
agotado!
La
Argentina es una sociedad deteriorada con pérdida de valores pero, aunque haya cambiado
el gobierno, la cosa es muy difícil y los estándares de vida se van achicando.
Hay mucha impericia. Somos una sociedad que todo lo discute, a todo se
opone. No escuchamos al otro. Discutimos hasta las decisiones de la
justicia, somos un pueblo adolescente que repite siempre las mismas
travesuras. Rígidos en lo ideológico, lo que lleva a crear grietas.
Y
está el tipo que se levanta a las cuatro de la mañana para ir a trabajar, se
desloma y entonces qué, ¿vive dignamente? ¿Tiene tiempo para estudiar? Creo que
somos nuestro peor enemigo. Si a alguien tengo que hacer responsable es a la
propia sociedad, que no ha sabido elegir, y a la vergonzosa clase política que
tenemos en Argentina. Los pueblos también se equivocan. Ya no hay estadistas
que miran el futuro más allá de una generación.
En
cambio, tenemos políticos que miran la próxima elección y ver cómo se salvan económicamente. En “Mardeamor”,
Eladio es ese hombre simple que está orgulloso de su mujer, de su trabajo, se
siente digno con su peñero, en el fondo es un hombre que dentro de su universo
es feliz, porque no tiene delirios de grandeza. Él ama lo simple.
—En
tus cuentos tienes una concepción del cuento más tradicional que experimental, incluso
en uno de ellos que parece algo fantástico. Mi juicio puede ser impreciso, pero
tú me dirás.
—En
este libro sí, efectivamente. “Entramado de universos” es un texto que lo
escribí porque me interesa la física, las teorías de cuerdas y universos
paralelos. Este cuento estuvo escrito con idas y venidas al principio con poca
claridad, pero ¿sabes de dónde viene la chispa o cómo empezó la idea de
escribirlo? Tendría siete u ocho años, iba con mi madre al centro y tomábamos
el subte o metro, no recuerdo bien, pero estábamos bajando y cerró la puerta y
se le quedó el taco largo de su zapato trabado en la puerta y el subte
arrancaba y mi madre me tenía agarrado de la mano. Habrá durado diez segundos
el episodio. Pero ahí nace.
A
los diecisiete años me metí de lleno con Sábato y Cortázar. He leído tantos… No
consigo leer del todo a García Márquez,menos a Vargas Llosa, Borges nunca me ha
llegado y lo he leído muy poco.
—Se
siente en tus relatos un manejo de imágenes muy cinematográficas, en algunos
cuentos como el de tema cubano. Me recuerda algo de Ricardo Piglia en su
novela- thriller Plata quemada.
—Así
es; por más de veinticinco años tuve una productora de cine documental e institucional
y también trabajé en noticias, y la imagen y oficio heredado de mi padre, y con
algunos ingredientes propios, hace que me sea fácil visualizar lo que escribo;
por eso es que muchas veces podrían ser susceptibles de ser filmadas estas
historias. Es algo que llevo dentro y tal vez definan mi estilo, si es que lo
tengo. “La paloma” es un relato, en realidad, que se lo debo al personaje
Hermes, amigo de mi familia, mis hermanos y mío, que trabajó cuarenta años en
la NBC; me cuenta siempre historias increíbles. Hoy tiene 83 años, pero es un
pibe, lleno de energía y gran cocinero. “La paloma” es en realidad una historia
suya.
Fue
real. Pero para entender bien cómo se maneja el personaje, hay que conocer a
Hermes; a lo mejor lo traemos a visitar la isla.
—Coméntame
tus lecturas, autores latinoamericanos o venezolanos que hayas leído.
—A
los diecisiete años me metí de lleno con Sábato y Cortázar. He leído tantos… No
consigo leer del todo a García Márquez, menos a Vargas Llosa, Borges nunca me
ha llegado y lo he leído muy poco. Me gustaba más escucharlo hablar de
literatura, y eso que me lo cruzaba muchas veces cerca de su casa en la calle
Maipú o en la Galería del Este, la que sale a Florida. Voy a Venezuela: un
maestro, Herrera Luque, Eduardo Liendo. Me voy al norte y me quedo con Paul
Auster y Philip Roth. Cruzo el charco y estoy en Europa, ¡uf!, aquí está lo
sagrado para mí: Umberto Eco, Michael Houellebecq, Flaubert, Camus, Yourcenar,
Tolstoi, Jean Pierre Luminet, Proust. En fin, me estoy olvidando de otros, seguramente.
—Después
de este libro, Mardeamor, ¿cuál es tu nuevo proyecto?
—Estoy
escribiendo una novela cuyo personaje central es una mujer que trabaja en el Ministerio
de Relaciones Exteriores de Argentina. Llevará tiempo. Es fuerte la historia y
pasa la trama por actos de corrupción que han ocurrido en mi país. Preparo un
segundo libro de cuentos, creo que te comenté antes, fuertes, osados, del orden
de lo fantástico y no aptos para gente impresionable. En verdad tratan de ser
sacudidores, de movilizar al lector, trato de llevar al lector a participar.
Ahora debo decirte que estoy trabajando en una serie de cuentos para otro
libro: cuentos góticos, imagínate.
Julio Bolívar
Escritor
venezolano (Valencia, Carabobo, 1954). Graduado en literatura y con estudios de
maestría en literatura hispanoamericana contemporánea en la Universidad
Simón Bolívar (USB). Además tiene estudios de posgrado en estudios literarios
en la Universidad Central de Venezuela (UCV). Es miembro fundador de la
Fundación Aurín y del fondo editorial Maltiempo Editores (Barquisimeto, Lara).
Director editorial de la Fundación Biblioteca Ayacucho y
de Ediciones Iesa. Fundador de Sellos de Fuego Editores. Asesor y editor independiente
de Libros de El Nacional. Ha publicado los
poemarios Catálogo (Editorial Río Cenizo; Alcaldía de Iribarren;
Barquisimeto, Lara, 1998) y Corazones de paso (Fondo Editorial del
Caribe; Barcelona, Anzoátegui, 2012), y los libros de ensayo Guía del promotor
de la lectura (coautor; Ediciones de la Secretaría de Cultura de Aragua;
Maracay, 1994), Lectura y censura en la literatura para niños y
jóvenes (coautor; Fondo Editorial del Caribe; Barcelona,
1995), Desarrollo cultural y gestión en centros históricos (coautor; Unesco/
Flacso ; Ecuador, 2000) y Lo bello y lo útil de Lara (coautor; Ediciones
del Banco Casa Propia; Barquisimeto, 2005). Textos suyos aparecen en diversas antologías.
Publicado
originalmente en Letralia.
Venezuela: la cultura en resistencia
Crisis,
censura, protestas, polarización política. Por si fuera poco, esta es también
la época más oscura para la cultura en toda la historia del país
latinoamericano.
POR DULCE MARÍA RAMOS*
Desde
que Hugo Chávez tomó la presidencia en 1999, se propuso cambiar todo en Venezuela,
desde el nombre hasta la Constitución. Poco a poco el país pasó de un sistema
democrático a un régimen socialista dictatorial. Quizás el gran legado de la
obra de Chávez, que aún prevalece cuatro años después de su muerte, es la
fuerte polarización política que llegó a terrenos impensables: la cultura.
Para
analizar la cultura en Venezuela se debe partir de dos polos claramente diferenciados:
oposición y chavismo. La oposición lucha porque la cultura no muera a pesar de
los pocos espacios y el escaso apoyo del Estado. En estos meses su lema ha sido
“Cultura en resistencia”. En las últimas semanas, todos los gremios han
publicado manifiestos a favor de la democracia y en contra del gobierno Maduro.
También han renunciado a reconocimientos. Tal es el caso de las
películas Desde allá, de Lorenzo Vigas, y Tamara, de Elia K.
Schneider.
Ambos
directores se negaron a participar en los Premios Municipales de Caracas.
El
régimen ha utilizado toda la plataforma cultural para realizar propaganda política,
resaltar el legado de Chávez y promover la nueva Constituyente: “Nada haría más
feliz al gobierno militar que la cultura desaparezca del todo y que sus actos
cuartelarios con cuatros, maracas y la foto del comandante difunto sean la única
expresión estética del país”, afirmó el escritor Juan Carlos Méndez
Guédez, señalado en el portal oficialista Aporrea como enemigo del
Gobierno.
Hace
unas décadas, Venezuela era un referente artístico en América Latina, pero
hoy enfrenta no solo la escasez de comida y medicinas; también la escasez cultural.
El control cambiario y la inflación han aislado al país desde algo tan banal como
un concierto de cualquier artista pop hasta la visita de un premio Nobel.
Si
bien en 2005 se creó el Ministerio del Poder Popular para la Cultura, su
gestión ha sido un total fracaso, si se tiene en consideración la perdida de
los pilares culturales democráticos: Biblioteca Ayacucho, Editorial Monte
Ávila, Museo de Arte
Contemporáneo
(antiguamente Sofía Ímber), El Ateneo de Caracas (cuya sede fue arrebatada para
crear la Universidad Nacional Experimental de las Artes Unearte).
“La
gestión del Ministerio de la Cultura ha sido mediocre en los aspectos
prácticos, manipuladora en los aspectos teóricos y pseudoideológicos, y sobre
todo incapaz de crear –como habría podido esperarse de un gobierno tan
sospechosamente interesado en el pueblo– una verdadera y sana cultura para ese
pueblo”, dice María Elena Ramos, ex directora del Museo de Bellas Artes de
Caracas, quien ha estudiado en profundidad el tema para escribir su
libro La cultura bajo acoso.
Balance
negativo
En
los últimos meses, los gestores culturales de la oposición han usado sus espacios
para la reflexión y la resistencia ciudadana. Al respecto Gisela Kozak, escritora
y profesora jubilada de la Universidad Central de Venezuela UCV, afirmó: “Estoy
de acuerdo con la idea de cultura en resistencia, ser capaz de convertir en imagen,
sonido, movimiento, en representación los horrores que está viviendo
Venezuela. Se
ha comprobado en estos dieciocho años de revolución Bolivariana que la cultura
no necesita del Estado. Fíjate todo el movimiento plástico, literario, teatral
y musical que se ha producido al margen de la ayuda estatal. Eso es una extraordinaria
experiencia de cara al futuro. Las editoriales privadas producen libros,
las galerías privadas presentan a los nuevos artistas, la gente como Basilio
Álvarez,
Héctor Manrique y Diana Volpe, producen teatro”. Para la escritora este contexto
potencia la creatividad e invita al creador a pensar en la auto- sostenibilidad
de sus proyectos y conservar su independencia artística.
Aunque
la visión de Kozak plantea una cara positiva para los artistas, Ramos dice que
el balance general no es bueno: “El actual gobierno se dedicó a desmontar lo que
eran reconocidos logros de las áreas de especialidad, pero no fue capaz de crear
sus propios y nuevos logros. Muy al contrario, no desmontó para mejorar hacia
presente y futuro, sino para debilitar y destruir la calidad que se había alcanzado
por décadas. La cultura no avanzó. Al contrario, emprendió un oscuro camino de
retroceso”.
Del
lado oficialista Roberto Hernández Montoya, presidente del Centro de Estudios Latinoamericanos
Rómulo Gallegos Celarg, defiende la labor que en materia cultural ha realizado
el gobierno en estos años: “El gobierno revolucionario ha hecho importantes
esfuerzos en la difusión de la cultura. Una de las primeras cosas que
hicimos fue repartir un millón de ejemplares del Quijote en las
plazas
Bolívar
de todo el país, y también de Los Miserables, de Víctor Hugo. Se creó
la
Imprenta
Cultural, apareció la Editorial El perro y la rana. Habrá cosas criticables, porque
no somos ángeles”.
Si
algo se le ha criticado al gobierno es precisamente la politización de los espacios
culturales. Cualquier ciudadano que visite hoy una galería o teatro verá afiches
de Chávez o Maduro en las instalaciones. También se podrá encontrar con museos
que han servido de refugios para los damnificados por las lluvias y desde el
año pasado el Ministerio de la Cultura cumple funciones de mercado. Sobre esto
fue interpelado en un foro Freddy Ñáñez, quien en ese momento era el ministro,
y él se limitó a responder: “La gente de la cultura también come”.
Protesta
de la oposición en Venezuela, en contra de Maduro, el 18 de julio de 2017.
Crédito: Juan Barreto / AFP.
Luchar
contra la adversidad
Las
alcaldías opositoras de Chacao, Baruta y El Hatillo pertenecientes a la Gran
Caracas
han consolidado lugares culturales alternativos. En dieciocho años se abrieron
el Trasnocho Cultural de Caracas, el Centro de Arte Los Galpones y el
Centro
Cultural Chacao. De este último, Claudia Urdaneta, dice que “En su momento fue
una buena noticia para la ciudad. El gobierno desde que llegó invadió
todos los espacios, había que recuperar el sentido de un centro cultural, desvincularlo
de la política, Para que todo el mundo fuera libre de llegar ahí, independientemente
de su ideología.”
A
pesar de las marchas y las dificultades que enfrentan los empleados y artistas para
cumplir con sus compromisos, los centros culturales tanto del oficialismo como
de la oposición, siguen trabajando, en muchas ocasiones ofreciendo sus espectáculos
de forma gratuita: “El país no está en una situación normal, nadie lo puede
ocultar. Cada quien en la sociedad tiene una posición y misión como ciudadano
en la actividad que realiza. El ser humano debe buscar un equilibro entre
cuerpo y espíritu, si nosotros de alguna forma logramos dárselo con estos espacios,
que más bien apelan al alma, debemos seguir haciéndolo”, dijo José
Pisano,
Director de Programación del Trasnocho Cultural.
Hasta
la fecha según la empresa encuestadora Datanálisis, el venezolano ha recortado
en un 30% los gastos destinados al entretenimiento. Los números no mienten. En
lo que va de año la taquilla del cine venezolano se redujo en u 6,3%,
y el
año pasado en un 30,25%, de acuerdo con la información de la Asociación de la
Industria del Cine Asoinci.
El
cine venezolano tuvo un importante auge a partir de la reforma de la Ley de Cinematografía
(2005), realizado con el apoyo de toda la comunidad cinematográfica,
independientemente de sus posturas políticas. Luego el presidente Hugo Chávez
creó la Villa de Cine (2006), la productora del Estado, que lamentablemente
sigue los parámetros propagandísticos del gobierno. En la actualidad la
industria del cine venezolano se enfrenta al éxodo del talento técnicoy
artístico, las dificultades de filmar en esta crisis económica, y la suspensión
de estrenos nacionales.
En
cuanto a los cineastas, Aldrina Valenzuela, Hernán Jabes y Carlos Caridad han decidido
salir con sus cámaras y filmar las marchas, material que han publicado en sus
canales de YouTube. En los últimos años, Valenzuela ha enfocado la temática
de su arte en la mujer y la maternidad. Sintió la necesidad de retratar
las protestas desde esa visión: “A diferencia de otras rebeliones y
movimientos políticos de esta última década, aquí en Venezuela las madres y las
mujeres tienen un fuerte protagonismo. Como mamá uno siente mucho dolor
cuando ve tantos muchachos que han sido asesinados o heridos”. Piensa
seguir realizando documentales mientras dure esta coyuntura política del país:
“El artista tiene la responsabilidad de transmitir a través de sus herramientas
sus sentimientos o su opinión sobre cualquier cosa que esté pasando y cómo
afecta su realidad. En nuestro caso como cineastas, tenemos la responsabilidad
histórica de registrar esto de alguna manera”.
La
visión de las protestas de Carlos Caridad es distinta. Su concepto de “selfiementary”
surgió de hacer cine y a la vez de un diario personal, experiencia que le ha
permitido explorar como realizador con el documental y el ensayo: “En líneas
generales a la gente le gusta que se cuente una pequeña historia, que se contextualice
el evento a su mismo nivel”. Espera convertir este proyecto en un largometraje,
cree interesante contar esta situación en la pantalla grande, pues el público
tanto nacional como foráneo lo agradecería: “Para un evento histórico siempre
habrá público. Hay protestas en buena parte del país, la gente está luchando
por sus derechos”. Confiesa que en dos ocasiones se ha sentido amenazado en las
marchas, pero el compromiso prevalece.
Estos
cineastas son una prueba de la lucha contra la autocensura que se ha criticado
tanto en el cine venezolano en los últimos años, aspecto que confirma por Kozak
cuando señala que en estos momentos hace falta el cine político y crítico que
se hacía antes, más comprometido con su realidad.
En
cuanto a la literatura, si algo afectó el control cambiario fue la industria
del libro en Venezuela. Las librerías están cerrando, no llegan novedades, las
grandes editoriales se han ido, solo queda Planeta. El costo de un libro
en Venezuela equivale a un salario mínimo (ocho dólares aproximadamente),
convirtiéndose el libro en un artículo de lujo. Las editoriales independientes
tratan de sobrevivir y de alguna manera han permitido que el público venezolano
al menos lea a sus autores, asunto que no han podido conseguir las editoriales
del Estado. Vale destacar la labor realizada por Madera Fina, Eclepsidra, Letra
Muerta, Kalathos, Bid & Co, Oscar Todtmann, Libros del Fuego.
El
panorama literario del lado oficialista tampoco es alentador. Se suspendió La Feria
Internacional del Libro de Venezuela Filven y los premios literarios Rómulo Gallegos
(novela), Víctor Valera Mora (poesía), Mariano Picón Salas (ensayo), según
Hernández Montoya, Presidente del Celarg, por falta de presupuesto.
También
el Festival Mundial de Poesía, que en los últimos años ha sido polémico especialmente
cuando se homenajeó al actual Defensor del Pueblo Tarek William Saab. De parte
de la oposición se suspendió el Festival de la Lectura que realiza la Alcaldía
de Chacao. Ni hablar de la ausencia de Venezuela en las grandes ferias
internaciones del libro y las dificultades en la difusión de la literatura nacional
fuera de sus fronteras.
Por
el lado de la música, la cosa tampoco es mejor. En las marchas es habitual ver
a los jóvenes músicos protestando. Muchos de ellos forman parte del Sistema Nacional
de Orquestas. Dos son los casos más emblemáticos. El primero, el asesinato de
Armando Cañizales, joven de 17 años y violinista, ocurrido el 4 de mayo.
Este hecho provocó que Gustavo Dudamel, director de la Orquesta Sinfónica
Simón Bolívar y la Filarmónica de Los Ángeles, rompiera su silencio y solicitara al
presidente Maduro a través de una carta pública el cese de la violencia:
“Levanto mi voz en contra de la violencia y la represión. Nada puede justificar
el derramamiento de sangre. Ya basta de desatender el justo clamor de un pueblo
sofocado por una intolerable crisis”. Días después los artistas realizaron una
marcha en Caracas repudiando este asesinato. El segundo caso fue el Willy Arteaga,
mientras tocaba el himno nacional en una protesta la Guardia Nacional rompió su
violín.
Sobre
este tema se contactó en varias oportunidades al Sistema Nacional de Orquestas,
sin recibir una respuesta favorable. Días después de la consulta popular
realizada por la oposición, nuevamente Dudamel manifestó su posición en contra
Maduro y su constituyente con un artículo publicado en El País de
España y en The New York Times: “Nuestro país
necesita urgentemente sentar las bases de un orden democrático que garantice la
paz social, la seguridad, el bienestar y el futuro próspero de nuestros niños,
niñas y jóvenes”.
A la
par, la cantante Laura Guevara puso voz y letra a la protesta con su tema “Queremos
vivir en paz”: “En un país donde la gente no puede acceder a los productos de
la cesta básica es muy difícil que pueda acceder a un concierto, comprar un
disco o asistir a cualquier evento cultural, además del tema económico también
está la seguridad. Cuando escribí la canción me costó mucho terminarla, yo
misma no consigo medicinas para mis padres. Ha sido durísimo como nuestra calidad
de vida se ha deteriorado”.
El
futuro de la cultura en Venezuela es incierto, cada día se suman a la lucha democrática
artistas que antes apoyaban al gobierno y la revolución. Las grandes preguntas
son si se podrán recuperar los espacios perdidos, si los creadores serán
capaces de retratar los días de horror en su arte, de contar esta historia que no
debe ser ignorada para las futuras generaciones en Venezuela ni Latinoamérica.
“La
poesía es un modo de lanzar la verdad en medio del patio”
JOSÉ PULIDO
La
ciudad ha sido un tema recurrente en la poesía del escritor y poeta venezolano
José Pulido quien ofreció un recital en la Stanza della Poesía de Génova. La
ciudad en su poesía es un pretexto también para hablar de la soledad, del amor,
de la tristeza, de los miedos y las alegrías pero sobre todo para hurgar en el
alma del ser humano{
El
viernes 9 de marzo José Pulido ofreció un recital en la Stanza de la Poesía de
Génova, espacio íntegramente dedicado a la divulgación de la creación poética,
donde leyó una selección de poemas que ha escrito en Caracas y en Génova. En
esta influyente y motivadora institución italiana, donde cada semana se
presentan actividades relacionadas con la poesía, anunciaron el evento bajo el
título “Un poeta urbano de Caracas en Génova”.
Fundada
en 2001, gracias a la idea del poeta Claudio Pozzani, director del Festival
Internacional de Poesía de Génova, en colaboración con el Palazzo
Ducale-Fundación para la Cultura, la Stanza della Poesía realiza más de 150
eventos gratuitos cada año entre lecturas, charlas, conferencias, conciertos,
actuaciones, proyecciones especiales. La Stanza della poesía también tiene una
biblioteca con cientos de volúmenes en todos los idiomas.
Bárbara
Garassino narradora y poeta fue la encargada de la presentación del encuentro
con el poeta venezolano, y además del recital de los más recientes poemas de
Pulido se hizo un conversatorio sobre poesía urbana y sobre la situación actual
del país latinoamericano.
Mayela
Barragán Zambrano, periodista y escritora venezolana tradujo los poemas
presentados en el evento y las preguntas y respuestas que hizo el público
presente en el acto. Además en el evento se presentó un documental con imágenes
de Caracas, realizado por la hija del poeta, la documentalista y cineasta
Victoria Pulido.
Bárbara
Garassino, Mayela Barragán … Pozzani. Foto Gabriela Pulido
LA
POESÍA URBANA
Pulido
ha expresado, sobre poesía urbana, algunas ideas que sirven como antesala al
recital: Si alguien sueña y quiere contar el sueño, busca las palabras que le
den forma y sentido a lo que ha soñado.
Las
palabras siempre son muy antiguas y con sólo invocarlas reproducen árboles y
flores, mares y montañas, rostros y movimientos, casas y calles, sentimientos y
belleza, horror y ternura. Porque las palabras son figuras poéticas llegando
hasta nosotros en el río del lenguaje que viene creciendo desde la más remota
antigüedad.
En
Venezuela, como en la mayoría de países latinoamericanos, las palabras han
tenido orígenes tan diversos como las tribus del mundo: tenemos el español y el
portugués, tenemos el árabe y el antiguo africano; tenemos vocablos asiáticos,
palabras italianas y lenguas aborígenes más antiguas que todo. Pero tratamos de
decir las mismas cosas que todas las naciones, hablamos de los mismos
sentimientos, aunque hemos vivido como edades biológicas las influencias de
España, Francia y la brevedad inducida por el budismo zen a través del haikú.
Esa
brevedad se ha mantenido más como envase filosófico en la poesía venezolana.
Aunque cada uno de los poetas mayores ha destacado por abordar la poesía a su
modo.
El
poeta Claudio Pozzani leyendo en italiano los poemas de Pulido
En
mi caso nunca he tratado de impedir el torrente de palabras que contiene mi
mestizaje, las ganas de decir las cosas de mil maneras. Soy bolero y danzón,
soy teatro y retrato, narrativa y rezo, pero sin apartarme jamás de la magia
que es el síndrome de la poesía. Es un modo de vivir en inocencia, de lanzar la
verdad en medio del patio de la sangre sin que duela demasiado y sin que la
alegría alegre mucho.
La
ciudad es mi tema porque ese es el escenario donde se mueven los seres humanos
de todas las edades cargados de sueños y de sentimientos, de creencias y de
miedos, pero con intensos deseos de vivir aunque a veces desprecien lo mejor de
la existencia.
Un
poema de Kavafis dice: “La ciudad te seguirá. Viajarás por las mismas calles. Y
en los mismos barrios te harás viejo; y entre las mismas paredes irás
encaneciendo”.
El
ciudadano construye la ciudad; inclusive el ciudadano que jamás coloca un
ladrillo, o una piedra, un cable o un tubo: todos los ciudadanos van haciendo
la ciudad según sus intereses y sus ignorancias, sus conocimientos y sus
sentimientos. Y al mismo tiempo, la ciudad va procreando los ciudadanos que
necesita para descomponerse o embellecerse, para sublimarse o envilecerse.
Jose
Pulido y Mayela Barragan
Hay
paisajes en la ciudad que pueden marcar para siempre una vida o muchas vidas. Y
cada paisaje urbano contiene otro paisaje y dentro de ese otro paisaje anidan
los paisajes del alma, de la memoria, que se manifiestan en los sueños de los
seres que viven, disfrutan y padecen en los recovecos de la urbe.
Lo
que llaman poesía urbana es sencillamente poesía pero dedicada a interpretar el
fenómeno de la ciudad y el sentir de sus habitantes que además de vivir la vida
normal sueñan con otras vidas.
Voy
a llamar poesía a lo que se dice con belleza, sabiduría, conciencia y misterio;
a lo que se dice sin presión de intereses políticos o económicos; sin miedo a
molestar o a ser rechazada; voy a llamar poesía al espíritu exigiendo verdad,
al alma cantando por cantar, a la palabra orgullosa de sus orígenes y al
lenguaje que nos ha convertido en seres pensantes. Voy a llamar poetas a quienes
presten su existencia para que todo eso ocurra.
Pulido
leyó nueve poemas de los cuales colocamos aquí una parte.
PERDIENDO
LA CIUDAD
La
impotencia es un sismo de la humillación
que
resquebraja el orgullo de los orígenes
de
que le arrancaron la prenda de oro del alma
y se
quedó pasmado
de
que se llevaron la esquina
de
las cervezas bordadas con espuma
pusieron
una cara de policía y otra de ladrón
y él
divagaba con ojos de cárcel y boca de cartera vacía
el
kiosco se levantó sin periódicos y la panadería sin pan
instalaron
una cara de asesino en moto
y ni
siquiera se atrevió a respirar el aire
que
revoloteaba alrededor del casco
esa
vergüenza de preguntarle a la computadora cómo estás
esa
sentencia de muerte de beisbol
porque
le anularon la cercanía
de familiares,
amigos y estadios
y es
que todos se quedaron tirados en el camino
destartalados
en el destartalamiento
rompieron
los bombillos del oscurecer
y la
jarra de jugo de naranja del amanecer
Es
algo de impotencia como si la sangre pujara
de
sentir terror ante los asesinos de la realidad
los
verdaderos, los que te salpican de saliva
Una
impotencia de que ya no pueda
tener
a pocos pasos la montaña sagrada
que
pinta su arco iris con una marea de hierba
y
los pájaros del siglo pasado cantan con los de este siglo
Lanza
en carrera la desesperanza de su cuerpo
se
enturbia en el desbalance del borde de los lados
resbalando
en el miedo alcanza el autobús
se
cuelga de la puerta las barrigas los sobacos las mochilas
¿quién
está manejando?
¿quién
es ese que no puede rezar mentalmente
y
sobresale como bandera a medio izar
en
la única puerta del infierno?
—————————————–
ALLÁ
VA MI SANGRE
Tengo
que ponerme cómodo después de los balazos
allá
va mi sangre con su porción de Guaicaipuro
dibujando
caminos en el asfalto de la carretera
mi
sangre de Etiopía y de Burundi
abrumada
de hormigas que ya quieren saborear
lo
que haya de Castilla en este anémico orgullo quijotesco
Se
me han venido en avalancha los soldados de siempre
aquellos
que cumplen ordenes de matar a los civiles
y
también se me han encimado los que cargan su placer matarife
antes
que dijera hola: ¿cómo está? ¿qué hay de la familia?
me
mataron porque jalar un gatillo es mil veces más fácil que pelar mandarinas
Nunca
han sembrado una caña de azúcar una mata de frijoles
unos
tímidos tomates
han
matado al indio que había en mí, al africano musical y embrujado
han
abierto un hueco de este tamaño en mi pecho español
en
todo lo revuelto de mis carnes algo bueno tenía
cuando
soñaba era muy independiente y corajudo
alguna
vez fui romántico y tuve gestos de bondad
y
entonces llega este tan parecido a mí y jala su gatillo de mandarina negra
podíamos
ser vecinos o amigos
hemos
podido ser cuñados el uno con el otro
pero
ni modo: esos tipos no saben sembrar más nada sino muerte
———————————————
LA
VIEJA CASA
Bendito
Dios.
El
tiempo con sus mohos florecidos
tumbas
de fuentes rotas bajo los pajonales
las
miserias de los amores resquebrajados
ella
y los patios macerados con sus pies de niña
los
juegos ya tan lisos cara y sello
desgastada
memoria ya tan lisa
abraza
el frescor de zaguanes santificados
y
huele a muñecas de trapo
pero
ya no hay nada para su cuerpo arder.
Le
gustaría atormentarse con las plumas blancas, verdes,
rojas
amarillas
y
que el gallo en perfecto abanico pretencioso
la
mire y que la esté mirando
con
sus ojos de infierno cuando salte
y se
quede en el filo de una cerca. Y si canta que cante.
EN
LOS MERCADOS DE LAS ANSIAS
Es
como escuchar la confesión de una época
entrar
al torrente de los mercados callejeros
que
son el presente imitando la belleza y la riqueza
del
pasado y del futuro
las
nuevas esclavitudes asiáticas
soplando
el cuerno de la abundancia occidental
madre:
he ahí tu suéter.
Suéter:
levántate y anda
estampidas
de ancianas y de ancianos,
de
mujeres maduras y de muchachas telefoneadas
que
meten sus manos en los tarantines de las rebajas
delicadas
garras pescando salmones
Hago
alusión a la viejísima Europa donde los ciudadanos
están
cansados de lo que tienen y desean perderlo
como
una virginidad que se quedó olvidada
en
el himen de un vino
Claro
que no estoy hablando de mi país
allá
solo puedes comprar conciencias
allá
los ancianos deambulan con la esperanza
de
que no los asesinen bruscamente en la soledad del apartamento
o en
la colectividad del autobús
allá
dicen que lo más seguro es la muerte
pero
la inseguridad también acaba con la vida todos los santos días
¿y
por qué son santos?
Porque
te crucifican, porque te arrodillan
porque
te hacen ayunar y vomitar lo ayunado
porque
tienes que poner las dos mejillas
porque
cualquiera te encarcela y tortura
porque
cualquiera te secuestra y te despelleja
y
hay que agradecer que no te maten
“gracias
porque solo violaron a la nena”
!ah!
los santos días son santos
porque
los demonios bailan y se burlan encima de los muertos
y
los días son santos sepulcros porque no protestan:
mueren
y los sepultan, mueren y los entierran,
mueren
y amanecen con los brazos abiertos
esperando
a la soldadesca de los clavos
Cinco poemas
JUANDEMARO QUERALES
Cuando
creí todo perdido
y
alzaba la bandera blanca
en
señal de rendición
llegaste
tú con la caballería
lanzándome
una corona de laurel
Flor
de Lis
símbolo
de la realeza europea.
Flor
del pantano
las
más hermosas
como
dijo el gran Darío
Estandarte
del reino íbero
encomendados
al apóstol Santiago
vencedores
del Islam
enterradores
de deidades astrales
sacerdotes
de obsidiana
degolladores
de doncellas
del
Zipa de Hunza y Sogamoso
Flor
de Lis
que
junto con la cruz
sometiste
al aborigen y al negro de hollín
y a
mi falascha de Etiopía y Sudán.
Flor
de Lis que engalana
nuestros
ventanales y portales
celosías
de pueblos de tierra llana
y
cordilleras
que
vieron pasar
revolucionarios
montoneras
Ribas,
Boves y Martín Espinoza
nadie
ha cumplido
el
Decreto del Libertador Presidente
mi
nación sigue enarbolando
la
enseña de Hamburgo y Borbones
tú
la estampas en paredes
estantes
con libros
y en
tu cadera hermosa
del
ave fénix.
Hermosa
mestiza
Flor
de Lis rodeada por hojas de café y caña
digna
descendiente
de
doña Inés de Hinojosa y su sobrina juanita
estirpe
venezolana
que
durante el siglo XVI
subvirtieron
el orden colonial
en
la Presidencia del Nuevo Reino de Granada
ellas
y los marañones de Lope de Aguirre
hicieron
mover a la espada y la mitra
para
condenarte por alborotadores
en
aquellos lejanos días de la aurora Americana
yo
soy el cuarto Pedro
del
uxoricidio
quiero
morir ahorcado en mi ceiba blanca
por
tu amor enloquecedor.
Flor
de Lis de los tiempos aurorales
de
la República
soy
águila bicéfala
proveniente
en línea recta
de
Bizancio y Trebisonda
con
el Príncipe Teodoro Lascarais Comnenos
quiero
reinar en tu imaginario
tiranizar
el reino ideal de Carohana
practicar
la antropofagia en tu cuerpo dorado
soslayar
los sistemas simbólicos
de
Grecia y la eterna Roma
ser
tu príncipe caquetío
recorrer
en un chinchorro
los
linderos del reino Bantú Jirajara
bicuyes
y agave claro
y tú
espartana
sólo
esperas por mi regreso
de
mi periplo por el Helesponto
con
la mente fija en Ítaca.
Guarida
de los poetas - Los heliotropos de Rimbaud
Los
heliotropos de Rimbaud,
¿a
quién estarán concediendo
su aquiescencia ahora?
(lacl, contracorrientes, sentencias en incertidumbre.
bid&co editor, Caracas, 2006 - 2013)
…..
Ya
son más de 58800 noches las que cruzaron los sueños de los hombres desde el día
en que viniera al mundo ese retoño, un infante, a enceguecer a todos con la palabra
encendida. En su memoria venimos a dejar una mañana cualquiera.
Esa
iluminación temprana del mirar infante es parte del prodigio con que venimos signados
al mundo. Y una fatal desobediencia nos invita, constante, a dejar los caminos
verdes y restarle aire a nuestras almas. Invoquemos a los hados buenos para
defender lo infante y, aquí o allá, alzar una ciudad amurallada en el espíritu que
proteja los retoños...
(lacl,
22 de octubre de 2015)
Mañana,
Arthur Rimbaud
¿No
tuve alguna vez una juventud amable, heroica, fabulosa, digna de ser escrita en
hojas de oro? - ¡demasiadas posibilidades! ¿Debido a qué crimen, debido a qué
error, merecí mi actual debilidad? Vosotros que pretendéis que los animales lanzan
sollozos de dolor, que los enfermos desesperan, que los muertos tienen pesadillas,
tratad de relatar mi caída y mi sueño. Tampoco yo puedo explicarme mejor que mi
mendigo con sus continuos Pater y Ave María. ¡Ya no sé hablar!
Sin embargo, hoy, creo haber terminado la narración de mi infierno. Era sin duda
el infierno; el antiguo, aquel cuyas puertas abrió el hijo del hombre.
En el mismo desierto, en la misma noche, siempre mis ojos cansados despiertan
con la estrella de plata, siempre, sin que se conmuevan los Reyes de la vida,
los tres magos, el corazón, el alma, el espíritu. ¡Cuándo iremos, más allá de las
playas y los montes, a saludar el nacimiento del trabajo nuevo, la sabiduría nueva,
la huida de los tiranos y de los demonios, el fin de la superstición, a adorar -¡los
primeros!- la Navidad sobre la tierra!
¡El canto de los cielos, la marcha de los pueblos! Esclavos, no maldigamos la vida.
(Une
Saison en Enfer, 1873.)
Traducción
de Raúl Gustavo Aguirre
Ma bohème, Arthur Rimbaud chanté par Léo Ferré
https://www.youtube.com/watch?v=-7ELFr8cBYU
Léo Ferré chante Arthur Rimbaud / On n'est
pas sérieux quand on a dix-sept ans
https://www.youtube.com/watch?v=8xiXfLXtsT4
Les
assis - Arthur Rimbaud. Léo Ferré chante les poètes.
LA MARCHA DEL CORAZÓN
Yameli Urbina
Se
alejó el corazón de sus orillas
para
navegar en mares más profundos
sentía
en cada ola sin fin latir un mundo
y en
el viento la voz de la conciencia
Ama
el corazón con tanta fuerza
odia
el corazón con la misma invertida
y en
cada paso busca la vida
cree
el corazón siempre conseguirla
Buscaba
el corazón saciar su sed
pero
en ese instante no lo sabía
se
desbocaba el corazón en cada,esquina
buscando
agua en la tierra y en la brisa
Se
equivocó el corazón de tal manera
que
entre los laberintos de la razón se perdería
creyó
el corazón en alguien que quería
y
recibió un circo de traición y de mentiras
Se
llenó.el corazón de tanta alegría
al
ver los ojos de aquel a quien amaba
y en
cada sol y cada luna lo sentía
y
hasta su.mismo aire respiraba
El
corazón de ternura y de pasión
se
viste y se desviste cada día
buscando
entre los ojos de la brisa
recordando
los besos y caricias
El
corazón dibujó la realidad de sueños
tejidos
con hilos de la fantasía
llenándose
de amor sonrisas y alegrías
se
desbordó en el corazón tanto alborozo
dejando
atrás toda su melancolía
Con
un poco de encanto y de alquimia
como
un mago viajó por otros mundos
sigue
buscando el corazón hoy la mirada
que
entre tiempo y la distancia ha perdido
AUTORA
Yameli Urbina.
Silencio
…a Nelly
El silencio
Decir lo indescifrable
Marcar lo ignoto de tu Amor.
Sepultar
Los falsos recuerdos
Arribar a la infinitud de tu mirada.
Caminar en el lomo de la navaja
Buscando lo ya encontrado
Tu acertijo de la vida.
Margaritas volanderas
Denotan sapiencia en el andar
Mesurado de tu piel.
Decirte cuanto te amo
Ojos zahorí
Boca mustia.
Encontrando en mí la pasión
De ignorar tu mirada
Misoña en el amanecer del silencio.
Mirada que se pierde en el tiempo
Nocturnales de caracoles rotos
Por tu pérfida ilusión.
Una noche encuéntrote soñolienta
Esperándome solitaria
En la desnudez de tu piel.
Silencio nocturnal
Me llamas en tus armas
Quietud del corazón.
Pedro J. Lozada Sira
Julio 6/2018
Tres
de los poemas que leí anoche en Zoagli, Castello Canevaro
José
Pulido está en Zoagli con Claudio Pozzani.
Tres
de los poemas que leí anoche en Zoagli, Castello Canevaro. Estuve leyendo mis
temas en compañía de los poetas Bárbara Garassino y Claudio Pozzani, en un
recital organizado en homenaje al desaparecido músico y compositor inglés Greg
Lake. También estuvo presente leyendo en italiano uno de mis poemas, la
periodista y escritora Mayela Barragán, quien ha constituido un valioso
respaldo para Armando y para mi.
Mis
lecturas se desarrollaron con fluidez y sin desencantos gracias a las
traducciones hechas por Mayela Barragán; a dos maravillosas intelectuales:
Mirian Gutiérrez Sarpe y Maria Gabriella Sarpe, quienes contaron con la
revisión de uno de los más destacados periodistas culturales de Italia: Roberto
Campagnano. Tuve dos traductores-asesores también de lujo: Victoria Pulido
Simme y Antonio Campanale. Ya he terminado con el compromiso sabroso de participar
con Armando Rojas Guardia y varias decenas de poetas de todo el mundo, en el Festival
Internacional de Poesía de Génova. Agradecido por el apoyo de ustedes, mis
amigos de siempre y de ahora. Y perdonen tanta información personal, pero la
cosa iba un poco por esos derroteros: que supieran de Armando y de este
servidor.
LAS
PALABRAS QUE SABEMOS
Hay una palabra para intimar con el paisaje
que jamás ha existido como un todo
se pronuncia con hastío longevo de alfombra de hotel
hasta que un graznido choque contra la ventana
Hay una palabra para zambullirse en el agua meritoria
que nadie ha puesto en una alberca
se imita una boca de pez haciendo promesas
y se aceptará que la natación es saludable para las
escamas
Hay una palabra que consigue el perdón para cada
pasado
sin tener que visitar iglesias doradas o sombrías
se murmura al ritmo del pulso y comienzan a desangrarse
las muñecas
en la bañera tan románticamente untada de moho
Hay una palabra para que el amor se desate inmediatamente
y arrase con todo el andamiaje de quien la pronuncie
basta poner los labios en forma de sal de la salina
rajada
y se suda y se hiere y se derrite la casa y sobre las
heridas corre el agua
Hay una palabra que inutiliza las noches solitarias
se aprietan los dientes mordiendo el whisky para no
gritar
y en el terreno baldío de los caballitos y el algodón de
azúcar
se irán por la tangente del bostezo las estrellas de la
mañana.
ALLÁ
VA MI SANGRE
Tengo que ponerme cómodo después de los balazos
allá va mi sangre con su porción de Guaicaipuro
dibujando caminos en el asfalto de la carretera
mi sangre de Etiopía y de Burundi
abrumada de hormigas que ya quieren saborear
lo que haya de Castilla en este anémico orgullo
quijotesco
Se me han venido en avalancha los soldados de siempre
aquellos que cumplen ordenes de matar a los civiles
y también se me han encimado los que cargan su placer
matarife
antes que dijera hola: ¿cómo está? ¿qué hay de la
familia?
me mataron porque jalar un gatillo es mil veces más fácil
que pelar mandarinas
Nunca han sembrado una caña de azúcar una mata de
frijoles
unos tímidos tomates
han matado al indio que había en mí, al africano musical
y embrujado
han abierto un hueco de este tamaño en mi pecho español
en todo lo revuelto de mis carnes algo bueno tenía
cuando soñaba era muy independiente y corajudo
alguna vez fui romántico y tuve gestos de bondad
y entonces llega este tan parecido a mí y jala su gatillo
de mandarina negra
podíamos ser vecinos o amigos
hemos podido ser cuñados el uno con el otro
pero ni modo: esos tipos no saben sembrar más nada sino
muerte.
EDIPO
Si te ataca un belicoso guerrero viejo
cuando aún no te has conocido a ti mismo
capta bien su cara antes de matarlo
Si tienes que salvar a una ciudad
develando las metáforas de una esfinge
detalla minuciosamente
el rostro de la reina que te va a premiar
Antes de vaciar tus ojos de culpable adolorido
observa por última vez esas pupilas
solo tu madre ha estado más cerca que el espejo.
REVISTA CAROHANA JULIO-AGOSTO 2018 ---------------------------------------------------------------------------------