martes, 5 de marzo de 2019

REVISTA CAROHANA DEDICADA A HANNI OSSOTT



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UNIVERSIDAD PEDAGÓGICA EXPERIMENTAL (UPEL)
INSTITUTO PEDAGÓGICO LUIS BELTRÁN PRIETO FIGUEROA
DIRECCIÓN DE EXTENSIÓN
CÁTEDRA LIBRE DE LITERATURA JUAN PÁEZ ÁVILA
Revista Cultural CAROHANA
Director: JUAN PÁEZ ÁVILA
Sub Director: GORQUIN CAMACARO
Jefe de Redacción: REINALDO CHAVIEL
Consejo de Redacción:
JULIO BOLÍVAR
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JORGE EUCLIDES RAMÍREZ
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WILLIAM VILLANUEVA
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FUNDACIÓN JUAN PÁEZ ÁVILA
                                                                                              Barquisimeto Estado Lara.


SUMARIO   

En este número: 




  • Palabras para evocar e invocar a Hanni Ossott  Por PATRICIA GUZMÁN.-
  • Nunca conocerás  A Hanni Ossot   José Pulido.-
  • Para traducir a Hanni Ossott no basta entender su poesía Por: Dulce María Ramos. 
  • ¿Por dónde transita Hanni Ossott en su poesía? Esdras Parra.- 
  • Penúltima carta a Belarmin  La Opinión de Atanasio Alegre. 
  • Coroneles de Carohana. Por Daisy de Rosas.- 

jueves, 30 de agosto de 2018

REVISTA CULTURAL CAROHANA


El escritor Philip Roth Falleció a los 85 años



La extensa y galardonada obra de Roth abordó, además del sexo, temas como el
deseo, la vejez y la muerte, o el judaísmo y sus obligaciones en un recorrido
paralelo a su experiencia personal
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Por EFE

El aclamado escritor estadounidense Philip Roth falleció este martes a los 85 años
en un hospital de Nueva York a causa de una insuficiencia cardíaca, informaron
medios locales.

A Roth, considerado uno de los literatos con vida más importantes del país, su
mayor éxito le llegó con Portnoy's Complaint (1969), en la que el protagonista,
Alexander Portnoy, cuenta sus aventuras sexuales a su psiquiatra y vive
atormentado por los remordimientos y por su obsesión por el sexo.

De origen judío polaco-ucraniano, la extensa y galardonada obra de Roth abordó,
además del sexo, temas como el deseo, la vejez y la muerte, o el judaísmo y sus
obligaciones en un recorrido paralelo a su experiencia personal.

Otras de las obras célebres de Roth son las tres que conforman la conocida como
"trilogía americana": American Pastoral (1997), I Married a Communist (1998)
y The Human Stain (2000); así como The Plot Against America (2004), en la que
relata una versión alternativa de la historia estadounidense pactando con los
nazis.

Con American Pastoral, Roth ganó el Premio Pulitzer, uno de los muchos
galardones de una aclamada carrera en la que le faltó el Nobel de Literatura, para
el cual su nombre sonó en repetidas ocasiones.
También obtuvo dos Premio Faulkner, la Medalla Nacional de las Artes y el Premio
Príncipe de Asturias.  


Philip Roth
Escritor hasta la médula

La autora de "Dientes blancos"; habla de su relación con el autor
estadounidense que tan certeramente profundizó en la belleza y
brutalidad de EE UU

Philip Roth, en la escalera
del jardín de su casa. IAN COOK GETTY

Una vez estuve hablando con Philip Roth de natación, una actividad que
casualmente a los dos nos gustaba, aunque él podía nadar mucho más y mucho más rápido. Me preguntó: “¿En qué piensas mientras haces un largo en la piscina?”. Confesé la insulsa verdad: “Pienso, primer largo, primer largo, primer largo, y luego, segundo largo, segundo largo, segundo largo. Y así sucesivamente”. Eso le hizo reír. “¿Quieres saber
en qué pienso yo?”. Quise, cómo no. “Elijo un año. 1953, por ejemplo.

Entonces pienso en lo que pasó en mi vida o en mi pequeño círculo ese año. Luego me pongo a pensar en lo que pasó en Newark, o en Nueva York. Luego en Estados Unidos. Y entonces, si sigo nadando, tal vez empiezo a pensar en Europa, también. Y así sucesivamente”. Eso me hizo reír. La energía, el alcance, la precisión, la amplitud, la curiosidad, el afán, la inteligencia. Roth en la piscina no era distinto de  Roth delante de
su escritorio. Era escritor hasta la médula. No se diluía con otras cosas como ¡menos mal!― nos ocurre al resto. Era escritura a palo seco, y todo lo que hacía estaba al servicio de la escritura. A una edad inusitadamente temprana aprendió a no escribir para que la gente
pensara bien de él, ni para exponer, a través de la ficción, ideas respetables y que así lo consideraran una persona respetable. “La literatura no es un concurso de belleza moral”, dijo una vez. Para  Roth , la literatura no era una herramienta de ninguna clase. Era en sí misma el objeto de veneración. Amaba la ficción y (a diferencia de muchos escritores que no llegan a entregarse a fondo) nunca se avergonzó de ella. La amaba en su irresponsabilidad y en su comedia, en su vulgaridad y en su divina independencia. Nunca la confundió con otras cosas hechas de palabras, como las declaraciones de justicia social o rectitud personal, el periodismo o los discursos políticos, todos esenciales y necesarios para la vida que vivimos fuera de la ficción pero que en ningún caso son ficción, un medio que siempre debe permitirse, como esas otras formas a menudo no pueden, la posibilidad de expresar verdades íntimas e inoportunas.

Pura energía: ese es el don fundamental del escritor y la cualidad que compartía con su propio país, su legado a la literatura, y siempre estará ahí Roth siempre contaba la verdad, su propia verdad, subjetiva a través del lenguaje y a través de las mentiras, los motores gemelos que accionan el desconcertante corazón de la literatura. Desconcertante para otros, nunca para Roth. Identidades apócrifas, identidades falsas, identidades fantásticas, identidades sucedáneas, identidades horripilantes, identidades cómicas, vergonzosas…, todas las abrazaba. Como le ocurre a cualquier escritor, había asuntos e ideas que escapaban de su comprensión o espectro; tenía ángulos muertos, prejuicios, identidades
que podía imaginar solo parcialmente, o identidades que confundía o extraviaba. Pero a diferencia de muchos escritores, no aspiraba a una visión perfecta. Sabía que eso era inalcanzable. La subjetividad está limitada por la visión del sujeto, y la tarea de escribir consiste en sacar el máximo de lo que tienes. Roth aprovechaba hasta el último resto de lo
que tenía. Nada se escatimaba o se protegía de la escritura, nada se guardaba por si acaso. Escribió todos y cada uno de los libros que se propuso escribir, y dijo todas y cada una de las cosas que quiso decir. No hay mayor aspiración que esa para un escritor. Nadar los 85 largos de la piscina y luego salir sin mirar atrás.

Cuando conocí a Roth ya había dejado de escribir; se dedicaba a leer. Casi exclusivamente historia de Estados Unidos, y la cuestión que parecía interesarle por encima de todas era la esclavitud. En la mesa del salón de su casa se apilaban tratados sobre el tema ―canónicos, especializados, y recónditos― y muchos relatos de esclavos, algunos famosos y que me resultaban conocidos, otros con los que nunca me había topado, y que a veces le pedía prestados, para devolvérselos un mes o dos más tarde y comentarlos. Cuando le mencionaba esa vena lectora erudita de Roth a alguien parecía asombrarse, pero para mí encajaba a la perfección con el hombre y su obra.  Roth  era un escritor sumamente patriótico, aunque el amor por su país nunca pesaba más ni oscurecía la curiosidad que le suscitaba. Siempre quiso conocer Estados Unidos, en su belleza y su atroz brutalidad, y verla sin tapujos: los nobles ideales, la realidad sangrienta. No necesitaba que una cosa fuera perfecta para implicarse, y eso valía doblemente con las personas, que en el mundo de Roth a fin de cuentas se traducían siempre en personajes. La amalgama de cuanto hay de admirable y perverso en la gente, de ideal y absurdo, de bello y feo, es lo que Roth sabía y comprendía y siempre perdonaba, aunque a él no siempre lo perdonaran por plasmarla. Probablemente se pondría como loco si le dijeran que
había algo ancestral y rabínico en esa atracción por la paradoja y la imperfección, pero voy a decirlo de todos modos. Pura energía: ese es el don fundamental de Roth ―y la cualidad que compartía con su propio país, su legado a la literatura, y siempre estará ahí, a punto para que alguien lo trasvase o lo mezcle con algún nuevo elemento. Ese espíritu rothiano―rebosante de gente y cuentos y risa e historia y sexo y furia será una fuente de energía mientras haya literatura. Lo primero que pensé cuando murió fue que era una de las personas más vivas, más conscientes que he conocido, hasta el final. ¡La idea de que una conciencia como la suya pudiera dejar de existir! Y, sin embargo, queda salvaguardada en cada uno de sus libros, afortunadamente.

Copyright © Zadie Smith 2018. Publicado originalmente en 'The New
Yorker'. Traducción de Eugenia Vázquez. 


Philip Roth, el último cronista del sueño americano

José Antonio Gurpegui


Philip Roth, visto por Ulises

Philip Roth era una persona cariñosa, y humana, con envidiable sentido del humor, que se incomodaba ante lo que consideraba preguntas insustanciales. Su importancia en el panorama literario norteamericano radica en que sus personajes pueden ser cualquiera de nosotros y reflejan el momento social que le ha tocado vivir a cada uno de ellos.

Conocí a Philip Roth hace un par de décadas en Aix-en-Provence. La “Maison du livre” de aquella ciudad había organizado una semana de actos dedicados al escritor norteamericano con la presencia del propio autor. Me comentaron los organizadores que había sido el propio Roth quien había decidido quienes debían participar, pues leía cuanto de él se escribía en los medios de comunicación europeos y norteamericanos y yo había reseñado buena parte de sus novelas en España.

Lo recuerdo como una persona próxima, cariñosa, y humana, con envidiable sentido del humor, que se incomodaba ante lo que consideraba preguntas insustanciales: “Cuando contemple una catedral gótica admire la magnífica construcción y no se centre en escudriñar las gárgolas”, respondió con cierto enojo ante la reiteración de un joven en el público intentando establecer paralelismos simbólicos en algunos pasajes de Pastoral Americana. Y ciertamente Pastoral Americana (1997; en el 2016 Ewan McGregor la llevó al
cine) es una de las grandes -tal vez la más grande- catedral de las letras norteamericanas en la segunda mitad del siglo XX.

El sueco Levov encarna la más pura y genuina esencia del estadounidense medio y en él se personifica la idea de “el sueño americano”. El Sueco, como es referido en la novela por su aspecto físico, se ha convertido en un hombre admirado y respetado en su comunidad partiendo de la nada, pero los 60 fueron unos años convulsos dominados por un cambio generacional y una alteración de valores que muchos no fueron capaces de asumir. Uno de
ellos nuestro personaje, que de la noche a la mañana ve como se pulveriza su idílica existencia: su encantadora esposa piensa abandonarle y huir con su amante y su hermosa hija ha entrado a formar parte de un grupo terrorista de ideología comunista.

No he podido sustraerme a esbozar el andamiaje de esta novela que considero, repito, una obra fundamental en la segunda mitad del siglo XX (también ha sido catalogada como una de las mejores 100 novelas en lengua inglesa); pero la importancia de Roth en el panorama literario norteamericano transciende el de una sola obra. Se estrenó con Goodbye, Columbus (1959) pero fue con la también temprana y divertidísima El lamento
de Portnoy (1969; el titular de la BBC ha sido “Muere el autor de El Lamento de Portnoy a los 85 años”) cuando se convirtió en un autor tremendamente popular.

Desde aquellos títulos hasta la más reciente Némesis (2010), Roth nos ha legado un rosario de excelentes novelas. Pienso en la saga de Zuckerman con la Lección de anatomía (1983) por citar al menos uno de los títulos; o El profesor del deseo (1977) donde nos presenta al no menos singular e inseguro David Kepesh. Cómo no recordar Me casé con un comunista (1998) en la que muchos han querido ver una suerte de venganza contra su exmujer Claire Bloom; o una de mis favoritas y a la que me refiero con cierta frecuencia
como ejemplo de este mundo inquisitorial que domina el actual panorama social, La mancha humana (2000). Y aunque decido no convertir este artículo en una letanía de títulos no puedo dejar de mencionar El teatro del Sabbath (1995), considerada por muchos su mejor obra, o Everyman (2006, traducida al español como Elegía).

En buen número de ocasiones se ha mencionado el origen judío de Roth en lo que, desde mi punto de vista, resulta ser un reduccionismo conceptual de su corpus literario. Valoraciones en torno a que ha sabido reflejar como nadie el universo de los judíos norteamericanos, u otras de similar vocación no logran aprehender el verdadero significado, la auténtica dimensión del legado que deja Roth tras de sí. El hecho de que sus protagonistas sean judíos sirve para dotar de colorido -humor en la mayoría de los casos- la narración, pero en absoluto es, ni representa, la cualidad de lo escrito. Portnoy, Zuckerman, o Kepesh, puede ser cualquiera de nosotros, sus miserias mundanas nada tienen que ver con la religión ni la cultura, sino con el momento social que le ha tocado vivir a cada uno de ellos. Pensar y evaluar a Roth en su dimensión de escritor judío es como si al hablar de la catedral de Burgos nos centráramos exclusivamente en las filigranas escultóricas de sus gárgolas.



Philip Roth, “El novelista más dotado”
Notas sobre “El oficio: un escritor, sus colegas y sus obras”

JUAN CRUZ


                            Philip Roth (derecha), con Robert Lowell y Richard Ellmann en 1960 en Nueva York. 

Philip Roth dejó de escribir cuando le dio la gana, es decir, cuando ya no tenía ganas de escribir; consideraba que ya era hora, y ahora ya es pasado todo, ya es pasado también el Nobel que no le dieron, y su escritura está fijada en el tiempo como un estilete, o como una navaja, en la garganta de la humanidad conforme, en Estados Unidos y en cualquier parte. Martin Green, al principio de una recopilación de algunos de sus grandes textos, decía que era “el más dotado de los novelistas” de su época, que traducía “su inteligencia y sus sentimientos a los términos específicos de la ficción seria, con más firmeza que Bellow, más riqueza que Mailer, más paciencia y firmeza y gusto y tacto que cualquier otro”.
Y continuaba Green en ese libro de recopilaciones que todo eso que afirmaba tenía un soporte, el hecho de que el propio Roth, como escritor, era “un lector serio”. Muchos lectores serios hay por el mundo, y no todos son novelistas, y muchos novelistas, serios como él, son o han sido serios lectores, pero no todos han sido, además, visitantes de los colegas de los que aprendió y con los que, en cierta medida, compitió en vida. El otro regalo que deja Roth, aparte de sus novelas, es que él sí visitó las literaturas ajenas y dejó testimonio de ellas en revistas y en recopilaciones, como este libro que tengo ante mí y que tradujo para Seix Barral Ramón Buenaventura, el más asiduo visitante de su literatura: El oficio: un escritor, sus colegas y sus obras (2003, en español).

En ese libro aparecen sus encuentros o entrevistas con maestros suyos, como Bernard Malamud o Saul Bellow; conversa con  Milan Kundera  o con Primo Levi, se encuentra en Jerusalén con Aaron Appelfeld, habla en Nueva York con Isaac Bashevis Singer acerca de Bruno Schultz, muestra sus cartas con Mary McCarthy y establece con Edna O´Brien, en Londres, un perfil que parece la entrada en la cueva de un alma.
En todos esos casos, el escritor que puso en pie el sentido del humor, la ironía descarnada de los judíos, y que hizo del sexo un argumento de los retratos de ficción, se pone el uniforme variado del periodista y le arranca el alma a sus interlocutores, como quiso hacer Rudyard Kipling cuando se encontró con su admirado Mark Twain.
Como periodista, el novelista más dotado de su generación, al decir de Martin Green, Roth utiliza las armas de su cultura literaria, de sus lecturas, pero no desdeña su propia escritura, para indagar en el método de las distintas literaturas a las que se enfrenta. Pero el novelista siempre lo asalta, le da argumentos para la descripción de los personajes, hasta alcanzar las cotas que el periodismo le debe a la literatura cuando aquel no se ajusta solo a las obligaciones de la superficie. Quizá en ese sentido la descripción que hace de Bernard Malamud es ejemplar para los que cultivan el oficio de retratar. Escribe Roth de su veterano colega: “El hombre de 46 años que conocí en casa de los Baker, en Monmouth, Oregon, en 1961, nunca me dio la impresión de haber podido escribir semejante texto [hablaba de textos recogidos en El barril mágico], ni ninguno parecido. A primera vista, y para alguien que, como yo, se ha criado entre agentes de seguros, Bern tenía toda la pinta de pertenecer a ese gremio: podría haber pasado por uno de los que trabajaban con mi padre en su sucursal de Metropolitan Life”.  Cuando va a Turín en busca de Primo Levi quiere ver antes la fábrica de pintura en la que prestaba sus servicios técnicos el hombre atormentado por los nazis; a Milan Kundera se lo encuentra en París y en Londres, en 1980, y esta es la primera pregunta que le hace al escritor menos locuaz del mundo: “¿Cree que llegará pronto la destrucción del mundo?” A lo que ese escritor de la risa, la levedad y el silencio le responde: “Depende de lo que entienda usted por pronto”.
Este libro es un tesoro que habla de Roth, no tan solo de sus colegas; en su manera de escuchar el sonido de los otros, del semblante que muestran o de las contradicciones entre sus obras y sus vidas, se pueden encontrar datos para el perfil de este hombre que, en estos casos, escucha como él escuchó a Primo Levi. Al describirlo, Roth parece mirarse en su propio espejo como novelista a tiempo completo y como periodista accidental: “Hay algo que no debería resultarnos tan sorprendente como en principio parece, y es que los escritores dividen al resto de la humanidad en dos categorías: los que escuchan y los que no escuchan”. Levi escuchaba, decía Roth, “con todo el rostro, una cara modelada con verdadera precisión”.
La cara de Roth era una piedra a medio hacer, un ser humano escuchando, un mago de la ficción escribiendo, una especie de puño asilvestrado que llevaba la boca fruncida como si al tiempo que escuchaba se guardara para sí lo que luego sería la escritura que se estaba callando. En este libro que seguramente se considerará accidental encontrarán un tesoro los que ahora busquen saber qué hizo a Philip Roth el novelista más dotado de su tiempo. Se hizo escuchando, entre otros, los latidos del oficio.

Roth fue uno de los grandes narradores americanos del siglo XX


Por Pablo del Llano 

Philip Roth , uno de los autores más importantes de la literatura estadounidense de la segunda mitad del siglo XX, ha fallecido este martes por la noche en Manhattan a los 85 años según ha confirmado su agente, Andrew Wylie. La causa ha sido una insuficiencia cardiaca.

Nacido el 19 de marzo de 1933 Newark (Nueva Jersey), hijo de un matrimonio de descendientes de emigrantes judíos de Europa del Este y criado en el barrio de clase media de Weequahic, Philip Milton Roth, eterno candidato al premio Nobel, que nunca llegó a conquistar, recibió otros de los premios más señalados como dos National Book Awards, dos National Book Critics, tres PEN/Faulkner Awards, un Pulitzer y un Man Booker International.
Tras publicar 31 obras a lo largo de su carrera, el autor de El lamento de Portnoy (1969), que lo catapultó al éxito con la tormentosa relación con el sexo del personaje Alexander Portnoy, y de la ya legendaria Trilogía americana, que le abrió definitivamente las puertas del Olimpo literario –Pastoral americana (1997), Me casé con un comunista(1998) y La mancha humana (2000)–, tomó la decisión de dejar la escritura en 2012, año en que fue galardonado con el Príncipe de Asturias de las Letras, cerrando una trayectoria magistral que arrancó con la publicación en 1959, cuando tenía 26 años, de Goodbye Columbus, un conjunto de cinco relatos y una novela de amor que le valió uno de los premios más prestigiosos de Estados Unidos, el National Book Award.
Con Roth desaparece el último de los gigantes de las letras americanas del siglo pasado, junto con Saul Below (1915-2005) y John Updike (1932-2009), y una figura central de la fecunda narrativa judía estadounidense al lado del propio Bellow, Bernard Malamud (1914-1986) y Norman Mailer (1923-2007), brillando por su capacidad para profundizar en las obsesiones de la cultura de su propia comunidad. Roth no se sentía cómodo con su reiterada categorización como escritor judío-american Roth, sin embargo, no se sentía cómodo con su reiterada categorización como escritor judío-americano. “Ese epíteto no tiene sentido para mí”, dijo. “Si no soy un americano, no soy nada”; o, como resumió en otra ocasión rechazando la acotación comunitaria y resaltando su propósito de universalidad: “Yo no escribo judío, escribo estadounidense”.
En su autobiografía Los hechos (2008), decía con humor a propósito de su padre: “Su repertorio nunca ha sido enorme: familia, familia, familia, Newark, Newark, Newark, judío, judío, judío. Más o menos como el mío”.
La introspección psicológica –recurriendo al uso del alter ego; como el novelista Nathan Zuckerman, voz de nueve de sus novelas– fue permanente campo de batalla del prolífico Roth, con obras memorables como Patrimonio (1991), en la que el protagonista examina su compleja relación con su padre y se sitúa ante la dificultad de ser testigo de su agonía hasta su muerte. En su obituario, The New Yorker ha recordado los temas preferidos de Roth: “La familia judía, el sexo, los ideales americanos, la traición de los ideales americanos, el fanatismo político y la identidad personal”. 
En una entrevista en 1985, Roth definía así la cuestión esencial sobre la que rotaba como su literatura: “Es la tensión entre el hambre de libertad personal y las fuerzas de la inhibición”, decía aludiendo a la lucha del individuo contemporáneo con los corsés tradicionales y personales.

En enero, después de años alejado de los medios, el autor de La visita al maestro(1979) concedió una entrevista a The New York Times en la que afirmaba que la lectura –sobre todo obras de Historia– había reemplazado su pasión por la escritura y explicaba que había dado por finalizada su carrera al tomar conciencia de que había dado de sí todo lo que llevaba dentro: “Había sacado lo mejor de mi trabajo, y lo siguiente sería inferior”. “Ya no poseía la vitalidad mental, ni la energía verbal o la forma física necesarias para construir y mantener un largo ataque creativo de cualquier duración sobre una estructura tan compleja y exigente como una novela”. Cuando optó por dejar el oficio, Philip Roth pegó un post-it en su ordenador que leía: “La lucha con la escritura ha terminado”. Para evaluar su obra, citaba esta frase que dijo hacia el final de su vida el boxeador Joe Louis: “Lo hice lo mejor que pude con lo que tenía”. 


Goodbye, Columbus 

¿QUÉ HACER CUANDO LA REALIDAD SE VUELVE IRRECONOCIBLE?

Por María Dolores Ara


Roth nos cuenta el principio del fin desde su presente más álgido: no desde el recuerdo tramposo o la reconstrucción inevitablemente manipulada por la memoria. REUTERS/Eric Thayer/File Photo
Se marchó el gran Phillip Roth, un mago, un genio y un crítico feroz del mundo contemporáneo, principalmente, de la sociedad norteamericana. Y del rol de los judíos dentro de ella. La Academia sueca nunca saldó su deuda con él. Compartimos con ustedes el texto de María Dolores Ara sobre su primera novela ‘Goodbye Columbus’, publicada en 1960.
La primera novela de Philip Roth, escrita a sus 23 años y premiada con el National Book Award, elabora el retrato cáustico del inicio de la disolución de la familia como pilar social, del individuo como ser confiable y transparente, de la vida como un sistema sólido, y traza la primera línea del desencanto con que la posmodernidad acusará a las postrimerías del siglo XX por corroer todo lo que había sido apoyo y creencia firme, y destruirlo primorosamente ante nuestras narices sin que pudiéramos evitarlo.
Muestra la radiografía de ese comienzo, cuando la desintegración de los valores que sostuvieron al siglo XX es apenas perceptible a olfatos muy agudos como el de Neil —el narrador, protagonista— quien, desde su impotencia, al menos se da cuenta de lo que ocurre sin tener la menor fuerza para detenerlo.
El ambiente de judíos emigrantes en EEUU ha sido elegido por el autor como parte indudable de su experiencia vital pero también por ser la familia judía un enclave rígido y poco permeable al cambio que permite al lector comprender con más acierto el tema de la destrucción de un mundo y la tímida (para los sesenta) aparición de otra filosofía de la vida, cuyas paradojas nos pueden llevar incluso a cuestionar si se trata de una filosofía nueva, o si se trata de una vida que empieza
a carecer, precisamente, de filosofía. La sociedad que retrata la novela tiene como marca de fábrica la falsedad, la hipocresía, las apariencias encubridoras que se van revelando con inusitada sutileza: el engaño es la ley; principalmente, el auto-engaño. Nada ni nadie es lo que parece, empezando por la nariz operada de Brenda y terminando por las relaciones intercambiables de odio-amor dentro del seno de una familia que compite por todo. Por el poder, por la preferencia, por el prestigio, por la conservación de los baluartes, por sostener la misma estructura sempiternamente, para que  no se vean las costuras mal hechas del entramado interno.
La perspectiva desde la cual está narrada la peripecia de los personajes es la primera persona, encarnada por Neil Zuckerman, quien aparece como una mirada (más que una voz) desenmascaradora de la realidad de los Patimkin. Neil pertenece al estrato pobre de los judíos de Newark, mientras que la familia de Brenda pertenece a los ricos: lo que parece que une (raza, religión) separa. Neil es un elemento perturbador para la estructura familiar de los Patimkin: se dedica a colocar en primer plano los temas tabú que se ocultan para vivir cómodamente. La dosis de verdad con que Neil va minando las estructuras férreas de cada miembro del clan se va haciendo insoportable hasta que termina por expulsarlo a él del paraíso de cartón piedra que han construido. Es el narrador, entonces, el que va minando la intimidad corrompida del entorno para ponerla al descubierto sin hacer evidentes juicios de valor: huele a podrido y nos va abriendo la puerta para que el olor nos llegue rápidamente.
La configuración de este narrador incluye su propia indefensión ante el desgaste moral y social que lo acompaña: exige sin exigirse, desnuda sin desnudarse, juega al juego con las armas que le  han tocado pero logra distanciarse del choque entre egos inflados  que no dejan paso a nada auténtico ni constructivo.
El estilo narrativo se concentra en reproducir con enorme efectividad diálogos de guión teatral que dramatizan con dinamismo y agilidad los acontecimientos y subrayan la idea de que todo lo que ocurre es una representación y estamos frente a personajes recitando un guión, desesperadamente, ante la idea amenazadora de que se acabe la obra o les cambien las señas.
El acto heroico del narrador-personaje consiste en proteger a un chico negro que lee un libro sobre Gaugin en la biblioteca pública donde trabaja. Este muchachito introduce lo insólito en el entorno moralmente desgastado. Rrepresenta lo impropio para el mundo estructurado que empieza a sucumbi , el choque de lo que estaba afuera y se cuela dentro de la vida estrictamente armada que no lo deja pasar.
Brenda y el niño negro que siente pasión por los cuadros de Gaugin son dos mundos que coexisten sin entenderse y cuyo punto en común es la postura vital del narrador que, ilusamente piensa, en principio, que puede servirle a ambos y servirse de ambos para crear sentido dentro y fuera de sí, pero que termina por comprender que no es posible: las representaciones son excluyentes. El hombre blanco, mayor, que quiere sacar el libro de la biblioteca es el poder sacramentado que quiere seguirlo siendo. Cuando Neil lo desplaza y encubre al chico perpetra su acción rebelde mínima, esa sí, plena de sentido.
El centro de la historia lo ocupa la relación de Brenda y Neil: el espacio afectivo, pseudo amoroso donde se concentra la mayor dosis de paradoja, contradicción y engaño. Donde la lucha por el poder se encubre de mil maneras amables, donde el juego es más cruel y desastroso. Ella juega y cree que no; el no juega y cree que sí. Y viceversa. Sea como sea, el resultado es que se reduce el valor de lo que hasta entonces se consideraba sagrado y eso nos termina reduciendo. Perdemos humanidad y ser en este homenaje al vacío que se perpetra diariamente. La lista de lugares comunes que estallan frente al lector como verificación de que la realidad se hace irreconocible debajo de la filosofía barata que la empaña, empieza por la boda de Ron y Harriet, pasa por el mundo empresarial del Sr. Patimkin y termina en la hiperlúcida escena del diafragma que deja al descubierto el trágico final del juego.
Pero la cumbre del malentendido esencial con que se vive esta mala vida barata es el rendido homenaje con que Ron reverencia al himno de su universidad, que da título a la novela: Good Bye
Columbus (1960). Habla de lo trivial magnificado, de la aparición de nuevos cultos, de altares que presiden deidades falsas pero convenientes. Se le dice adiós a un mundo fracturado que ha dejado de sostener verdades y que se alía con paso rápido y firme a todas las mentiras posibles, y hasta las imposibles.

Pensar que estamos ante un escritor amateur inusitadamente joven que logró captar el origen de la devastación posterior de nuestra cultura en sus aspectos esenciales, resulta más que admirable.
Roth nos cuenta el principio del fin desde su presente más álgido: no desde el recuerdo tramposo, o la reconstrucción inevitablemente manipulada por la memoria. Nos lo cuenta desde el testigo que levanta una crónica viva de su tropiezo con lo que deja de ser como es y no sabe ni puede prever cómo será después de no ser. Nosotros sí sabemos el final… 50 años después. Roth también, y nos lo hace saber en los demás libros en los que N. Zucherman se convierte en un escritor: destino inevitable del cronista estupefacto ante la mutación camaleónica de su tiempo.


 “Venezuela no nació a la intemperie”
Discurso de orden en la Sesión Solemne de la Asamblea Nacional por el 207 aniversario de la Declaración de la Independencia. 5 de Julio del 2018


                                           Edgardo Mondolfi Gudat
Quisiera dedicar este discurso a la memoria de dos grandes venezolanos: don Simón Alberto
Consalvi y don Humberto Njaim, ambos académicos, y a quienes les debo inapreciables enseñanzas.
I
Aparte de lo profundamente agradecido que me siento por el privilegio que se me ha otorgado, debo poner de relieve cuánto me honra, pese a la hora menguada en que me toca hacerlo, hablar ante una Asamblea Nacional que ha sido producto de una preferencia electoral auténtica. Aplomo no les ha faltado, en medio de tantos atolladeros, a los diputados que aquí, en esta Cámara, continúan haciendo vida; ni tampoco les ha faltado determinación a la hora de levantar su voz en resuelta actitud de denuncia. Mucho menos se han visto amilanados a la hora de cumplir con sus tareas como legisladores, pese a amenazas, desaires o desplantes.
Por si fuera poco el tamaño del compromiso que tengo de hablarles hoy, desde esta tribuna, me toca la singularidad de hacerlo a partir de un cambio de escenario. Un cambio dictado, como es sabido por todos, debido a la circunstancia de que la llamada “Asamblea Nacional Constituyente” prácticamente se adueñara del Hemiciclo Protocolar de este Palacio Federal Legislativo. Desde que, en 1936, se celebrara, por primera vez esta Sesión Especial con motivo del Aniversario de la Declaración de Independencia, ningún discurso de cuantos tuvieran lugar a propósito de tal conmemoración dejó de pronunciarse en el Hemiciclo Protocolar. No hablo, desde luego, de aquellos casos en que esta ceremonia se vio interrumpida por períodos de facto, donde no hubo Congreso. Por tanto, se trata de la primera vez que así ocurre. Pero es un cambio de escenario que no disminuye en nada la dignidad ni la calidad de este acto. Tal vez, curiosamente, lo favorezca.
Lo digo si se piensa que, después de todo, fue en esta Cámara donde se libraron, durante buena parte del siglo XX, los grandes debates históricos que le concernían al país.
II
Innumerables han sido las recomendaciones formuladas con sensatez por esta Asamblea Nacional, pese a que hayan sido desatendidas. Innumerables han sido también los empeños por atajar el dudoso carácter legal que el Tribunal Supremo de Justicia, taquilla de recepción de la mera voluntad del Ejecutivo, ha pretendido conferirle a muchas decisiones y operaciones financieras promovidas por el Gobierno. Innumerables y valiosos han sido también los debates que se han registrado aquí, desde el año 2016, en procura de elaborar una serie de leyes que, si bien han caído también en oídos sordos, sirven de importante reserva para el futuro. Para el futuro que nos merecemos y que llegará.
De hecho, sólo a primera vista, podría pensarse que a esta Asamblea le ha tocado actuar como aquel griego loco del cual hablara Bolívar, quien pretendía dirigir desde lo alto de una roca los buques que entraban a puerto. En realidad, esta Asamblea –y sus decisiones- han sido un auténtico quebradero de cabeza para quienes han intentado sustituirla mediante un dudoso y cuestionable artificio.
Aún más, frente a un gobierno que ha construido toda su política sobre la base de negar la realidad, o que les ha impuesto una dieta de sangre a sus propios conciudadanos y la dieta del acero a los disidentes, las denuncias formuladas por esta Asamblea, sus consejos y recomendaciones, no han obrado como una sombra intrascendente que se proyecte desde lo alto de una roca. Para prueba está, por ejemplo, cómo esta Asamblea ha sabido ganarse el oído de un entorno internacional –y, especialmente, regional– revitalizado y cada vez más sensible al padecimiento de los venezolanos.
Ni qué decir tiene la forma en que esta Asamblea ha contribuido a recabar evidencias y sustanciar el caso de innumerables venezolanos detenidos y privados de libertad de manera arbitraria por un sistema fundado en claros indicios de terrorismo judicial. Ni qué decir cuando se habla del coraje que ha exhibido esta Asamblea, teniendo en cuenta la forma en que algunos de sus miembros se han visto forzados a mantenerse fuera del país o que otros hayan sido desaforados y sometidos a los más oprobiosos procesos y tratos carcelarios que se conozcan en violación de la investidura que corresponde al ejercicio de su representación como diputados nacionales. Quisiera, en tal sentido, saludar a los diputados Gilber Caro y Renzo Prieto, quienes son precisamente ejemplos de tal coraje.
A fin de cuentas, esta Asamblea no es un Mar Muerto; por tanto, se me dificulta pensar que haya desperdiciado su tiempo intentando buscarle salidas al laberinto en el cual nos hallamos trágicamente atrapados.
III
Decía que me tocaba hablar en una hora menguada. Una hora que el Gobierno ha querido enaltecer como un acto de heroísmo contra la llamada guerra económica o sustentándose en la muy curiosa filosofía del “vivir viviendo”. En realidad, partiendo de esa afición del Gobierno por el empleo del gerundio, pero extremando las cosas hasta el punto de la paradoja y el delirio, podría afirmarse que la traducción más cabal y tangible de ese eslogan es que los venezolanos “viven muriendo” a causa de los innumerables desgarres cotidianos. La atinada forma de describir el drama venezolano con estas palabras se la debo al valiente historiador José Alberto Olivar.
Hablo de una hora en la cual, cada treinta segundos, se dispara una ruleta rusa, como ha querido sintetizarlo, en rotunda frase, el curtido escritor y periodista Ramón Hernández. Una ruleta rusa –agregaría yo– que, cuando no se dispara en el caso de un hijo de barrio a quien acribillan para arrebatarle un teléfono celular o un par de zapatos, lo hace en el caso de quien muere en un hospital por falta de reactivos o de otros insumos básicos. En otras palabras: hablamos de una ruleta que dispara de forma implacable contra nuestros mínimos derechos ciudadanos.
Estamos en presencia de un gobierno que ha puesto de moda el “bachaquerismo” como sustituto de la ética del trabajo, que es precisamente lo que le da sustento a la experiencia de ser ciudadano. Estamos en presencia de un gobierno que estimula, a falta de trabajo productivo, que la sociedad bordeé o sucumba al delito.  Estamos en presencia de un gobierno al cual, luego de anunciar a los cuatro vientos, y de forma reiterada y jactanciosa, una política de soberanía alimentaria, no le ha quedado otro recurso que depender del exterior para casi todo cuanto consumimos y que, para colmo, ha sido muchas veces incapaz de evitar que esa misma comida, de dudosa procedencia e importada bajo cuestionables condiciones, termine pudriéndose en los muelles.
Insisto: hablamos de una hora menguada, caracterizada por una aterradora escasez de alimentos o gobernada por la imagen, mucho más aterradora aún, de quienes deben revolver entre la basura en procura de conseguir un mínimo e indigno sustento. Todo esto halla soporte, además, en el empeño del Gobierno por construir –y la sola idea es insólita para quien crea en una democracia social y de bienestar– dos, tres, diez países distintos dentro de un mismo país; o, dicho de otro modo, dos, tres o diez categorías distintas de ciudadanos, desde el que disfruta de acceso a dólares preferenciales hasta el que debe penar por conseguir un billete de limitada circulación.
Todo esto sin perder de vista tampoco, frente a la captación de renta como única locomotora capaz de darle piso al Gobierno dentro de su declinante popularidad, la aparición del nuevo cordón rentístico que significa el llamado Arco Minero del Orinoco, con todas las pavorosas implicaciones de degradación que quepa imaginar, tanto en perjuicio de las comunidades que allí habitan como del delicado balance ecológico de la región amazónica.
Horas menguadas han existido –y muchas– en la historia del país, y todas de distinto signo y con su particular connotación trágica. En otras palabras, Venezuela ha vivido más de una vez en el vértigo de una crisis. Pero quienes me conocen me han escuchado repetir mil veces esta misma expresión: “la República no se acaba”. No lo digo procurando hallar en ello un consuelo vano o tonto sino, más bien, para poner de bulto que el país ha sabido salir de tales crisis y trazarse nuevos derroteros.

Precisamente, la conmemoración que hoy nos congrega tiene por objeto reafirmar cómo, también en una hora menguada, como lo supuso la crisis que experimentara el mundo hispánico al dislocarse las instancias de poder de la Monarquía, la sociedad venezolana no sólo se empeñó en concebir un futuro a partir de 1811 sino que lo hizo a despecho de las más descomunales adversidades.
IV
En el afán por construir una épica permanente, algunas voces del oficialismo han gustado repetir una frase de Bolívar según la cual Venezuela nació en un campamento. Por desgracia, y con todo respeto hacia el proponente de la frase, semejante juicio es discutible a la luz de nuevos –y no tan nuevos– debates historiográficos. Por desgracia también, en este caso, Bolívar no es el intérprete más imparcial de esa experiencia puesto que sus propios reveses lo hicieron desmerecer de todo cuanto significara la actuación del Congreso de 1811 y, en general, de la República que apenas sobreviviría hasta julio del año siguiente.
Por todos es conocido que la dureza con que Bolívar se refirió a ese Congreso y a esa República, más todo el pasado inmediato que le incomodaba a raíz de su actuación en tal contexto, se hizo cargo de generar una opinión totalmente desfavorable de la experiencia republicana del bienio 11- 12, la cual terminó hallando soporte, además, dentro de una larguísima tradición.
Repito: si alguien quiso cargar contra la breve experiencia republicana de 1811-1812 (porque, con ella, se fueron también algunas de sus tempranas desventuras personales) fue Bolívar. Basta revisar su Manifiesto de Cartagena para apreciar cómo, a su juicio, no había nada digno de encomio ni, por tanto, nada que mereciera quedar en pie de aquel experimento.
Al desmerecer de ese ensayo de los años 11 y 12, Bolívar puso distancia frente a varias cosas a la vez. Puso distancia, por ejemplo, frente a las voces que clamaban por las legítimas aspiraciones del país de tierra adentro, tal como quedó expresado en los debates del Congreso Constituyente en procura de edificar un sistema legítimamente federal que estuviese a salvo de lo que los propios diputados llamaran el riesgo de la usurpación y del despotismo por parte de la Provincia de Caracas dado el descomunal tamaño de su territorio y el peso de su representación (valga recordar que Caracas, por sí sola, tenía 24 de los 44 diputados presentes en el Congreso del año 11).
Si hubo algo más ante lo cual Bolívar tomó distancia, con base en su lapidaria condena, fue del rico debate planteado por los diputados de 1811 en torno a una variedad de temas caros al firmamento republicano y a los cuales tildó de divagaciones a cargo de “filósofos” (“Tuvimos filósofos por legisladores”, dirá Bolívar literalmente).También tomó distancia, al menos por un tiempo (aunque luego volviera sobre sus pasos una vez más), frente a las virtudes de la alternabilidad que de tanto empeño requirió para que tal principio le sirviera de sustento a los acuerdos del año 11.
De modo que Bolívar tuvo sus razones para desmerecer de la experiencia de los años 1811 y 1812; y fue por ello también que, en algún momento, dejó estampada la frase según la cual “Venezuela nació en un campamento”. Pero quede claro lo siguiente: una cosa es lo que haya dicho Bolívar y, otra, muy distinta, la manera interesada con que ha querido emplearse la frase en cuestión, bien a los efectos de querer darle realce a la épica frente a lo cotidiano o, bien -lo cual, dentro de su intencionalidad, es mucho más delicado-, con el objeto de conferirle un carácter militar al origen de la República.
Porque lo cierto del caso, más allá de esta frase y de su efectividad como afilada arma propagandística, es que Venezuela no nació entre los rescoldos de una fogata ni fue engendrada a orillas de un campamento armado. La República no nació a la intemperie ni con la vocación de ser provisoria.
En realidad, la Venezuela que nació en 1811 lo hizo entre las paredes del civilismo. De hecho, como lo sostiene el politólogo Luis Alberto Buttó, la Declaración de Independencia que celebramos hoy, y la consecuente creación de la República prevaleciente hasta nuestra contemporaneidad fue, por donde se le mire, un proceso gestado en y desarrollado por el mundo civil. Aún más, la biografía de la mayoría de los firmantes de aquel documento matriz de nuestro origen autónomo, política y administrativamente hablando, pone de relieve su pertenencia al ámbito civil. En este sentido –y cabe subrayarlo– el aspecto militar de la independencia constituye un fenómeno histórico concreto y bien diferenciado y, como tal, debe ser atendido.
Existen, de paso, otros datos que merecen traerse a colación con el fin de valorar la catadura civil de ese primer Constituyente venezolano: de sus 44 diputados, el 65% había pasado por las aulas universitarias, instruidos casi todos como juristas, canonistas o abogados. Dentro de ese 65%, diez de ellos habían ejercido cátedras en la Universidad de Caracas, en el Real Colegio de Mérida o en la Escuela de Latinidad de Cumaná. Esto quiere decir que, en orden de importancia numérica, seguían de lejos aquellos otros diputados provenientes del mundo de las milicias regladas.
Dos cosas más podrían agregarse y que, incluso, van más allá de la catadura civil de la mayoría de sus integrantes. Me refiero al hecho de que, por un lado, ese Congreso constituyera –como lo calificara la Gaceta de Caracas– “las primeras Cortes que ha visto la América”, es decir, la primera representación plural convocada a tal efecto en la América española. Lo segundo, es que las elecciones de 1810 –me refiero a las elecciones que se efectuaron para conformar dicha asamblea– fueron las primeras elecciones para diputados celebradas en la América del Sur, todo ello con arreglo al reglamento que fuese redactado a tal fin por Juan Germán Roscio.
Aquí y hoy, 207 años más tarde, no conmemoramos que ese Congreso se haya instalado el 2 de marzo de 1811 haciendo que sus miembros prestasen juramento de defender, frente al Evangelio, los derechos de Fernando VII. (No en vano –y resulta preciso recordarlo– ese cuerpo se erigió bajo el nombre de “Congreso Conservador de los derechos de Fernando VII”). Conmemoramos más bien el acto de ruptura absoluta con la Regencia española ocurrido casi cinco meses más tarde y, todo ello, por razones que resultaría muy largo detallar desde esta tribuna.
Baste decir, a los efectos de lo que aquí interesa destacar, que muchas mudanzas operaron en el ánimo de aquellos diputados que se vieron llevados a adoptar tamaña declaración, todo lo cual está fielmente recogido en las actas que se conservan de las semanas –e incluso meses- previos al 5 de julio de 1811. El dato por sí solo es revelador: a la declaración que expresara la ruptura total con el antiguo pacto de vasallaje no se arribó por obra de una reacción intempestiva sino que siguió el derrotero de una decisión razonada, producto de la deliberación intelectual de ese Congreso Constituyente.
Por tanto, cabe subrayar lo siguiente: esos diputados hicieron mucho más por salvar la distancia que mediaba entre la teoría y la realidad de lo que permite suponerlo el crédito que les confiriera Bolívar. Así lo testifica la riqueza de los debates librados al interior del Congreso de 1811, tal como queda reflejado en sus actas.
Hablemos, por caso, de los planteamientos federalistas registrados durante tales debates. Quienes luego criticaron a ese Congreso sostendrán que se consultó en exceso el arreglo federal de los Estados Unidos y que, en este sentido, no se trató más que de una pueril imitación de tal experiencia. Eso no es tan cierto; se consultó también –y mucho- para tal fin la tradición hispánica, cuyo núcleo esencial era el Municipio.
Algo, sin embargo, quedó de tales rescoldos; a fin de cuentas, ese anhelado sentimiento federal, ese respeto por los fueros provinciales, esas aspiraciones regionales de autonomía, será de las muchas cosas que intentarán revitalizarse más tarde, en distintas oportunidades, hasta alcanzar, sin duda, su punto culminante al darse la transferencia de competencias a los estados en el marco de las reformas promovidas, en la década de 1980, por la Comisión para la Reforma del Estado (COPRE), es decir –tal y como claramente puede apreciarse, un buen tramo después de haberse iniciado nuestra andadura republicana.
Por cierto, cabe hablar aquí, en breve aparte, de quien fuera su estratega más singular, el historiador y ex Presidente de la República, Ramón J. Velásquez, quien sólo por ello merece nuestro más obligado recuerdo.
Velásquez se esmeró en impulsar tales reformas en el contexto de una democracia que no tenía vocación por el suicidio sino la voluntad de autocorregirse, todo ello pese a las voces agoreras que clamaban por una solución salvífica y con la temperatura de la anti-política ardiendo a más de 100 grados centígrados en todo el territorio nacional.
De cualquier modo, y para concluir con esta pequeña digresión, sobra decir cuán penosamente hemos desandado el camino de esa sana conquista, vaciando de potestades y presupuestos a las regiones, y decretando la reversión de competencias al Gobierno central.
Volviendo de nuevo al tema que nos convoca, no puedo hablar del Congreso de 1811 sin verme ante la tentación de decir algo acerca de Francisco de Miranda, así sea brevemente y, desde luego, sin demeritar de la actuación de muchos de sus pares. Hablamos de quien sería electo diputado por el distrito de El Pao y, para más señas, quien fuera escogido muy a última hora para ejercer dicha representación. Ignoro si, aparte de estos dos datos, ronde alguna otra ironía capaz de hincar sus dientes con tanta saña si tomamos en cuenta la amplia trayectoria que Miranda ya traía a sus espaldas.
Pues bien: dentro del clima de aprensiones que se fue construyendo desde su regreso a Caracas, en diciembre de 1810, al diputado por El Pao se le motejó de “jacobino”.  Esa imputación, en efecto, se le atribuyó reiteradas veces. En ella estaban presentes las naturales suspicacias y reservas que despertara su actuación en la Revolución francesa.

Ahora bien, si Miranda fue jacobino, lo fue sólo en el sentido de que era republicano. De resto, Miranda no tenía mucho –por no decir nada- de jacobinismo. Detestaba el terror como instrumento político. Y tampoco concibió que el camino al poder debía construirse sobre la sangre de sus conciudadanos. De hecho, Miranda vio con mucho recelo lo que significaba someter por medio de los mecanismos de la violencia a aquellas provincias y distritos  que no se habían visto conformes con el desconocimiento de la Regencia española, a la cual pretendían permanecer apegados, o con lo actuado por el Congreso Federal a partir de 1811.
Algo dije ya al respecto al referirme al tema de los fueros provinciales; pero precisa tener claro el punto: el primer Congreso General de Venezuela, que se instaló humildemente en la casa del Conde de San Javier, actuó dentro de una serie de restricciones, limitaciones y prejuicios que sólo serían resueltos en el futuro y, en algunos casos, luego de un futuro muy largo si pensamos en lo que presupuso, por ejemplo, la ampliación de la franquicia electoral, objetivo que sólo sería plenamente satisfecho a partir de 1946. Lo importante es que, de ese Congreso, salió el gobierno republicano –el que aún nos rige-, bien que temas como la pervivencia de una religión oficial, un régimen de sufragio excesivamente limitado, el soslayo casi absoluto de la cuestión económica, el régimen de tierras, el régimen de esclavitud o la igualdad de los pardos, quedasen librados –como se ha dicho- a fin de ser resueltos en el futuro.
En todo caso perviven, aunque no en su totalidad, las Actas del Congreso del año 11, las cuales sirven todavía como riquísima fuente para la comprensión de las complejidades que entrañara ese proceso. Allí, entre esos papeles (editados en dos oportunidades por la Academia Nacional de la Historia, en 1959 y en fecha tan reciente como el 2011, con un estudio introductorio a cargo de la académica Carole Leal) están las pistas relativas al quehacer, los debates y las concepciones encontradas que se suscitaron en torno a numerosos temas. De igual modo, de esas actas se desprende la certeza y la voz firme con que hablaron muchos de los diputados; pero también, de esas actas, quedan en evidencia las inquietudes y los temores, puesto que ninguno de ellos se sentía ajeno a los peligros de lo que se estaba actuando ni al dramático trance que entrañaba semejante rebelión.
Su lectura demuestra, además, que no se trató de un acto -el de la ruptura- que dejara de plantearse con dudas y dolores ante las resistencias que, como ya se ha dicho, exhibían las provincias desafectas a ese Congreso. Existe, por cierto, en tal sentido, un detalle conmovedor que se trasluce de las actas y que habla precisamente del clima de violencia que ya venía prefigurando el enfrentamiento con esos otros venezolanos que, por sus propias razones, se mantenían fieles a la Regencia española.
El detalle en cuestión tiene que ver con el diputado Gabriel de Ponte, a quien una herida de guerra lo había inhabilitado para firmar el Acta de Declaración de Independencia. Se trata apenas de una acotación técnica del secretario y corre así: “Por haber quedado impedido de firmar a causa de la herida que recibió en la jornada de Valencia, el señor Ponte no pudo hacerlo al pasar al libro la presente acta”.
Por cierto, vale decir algo respecto a tal fuente puesto que el Libro de Actas que se conserva en el Salón Elíptico de este Palacio Federal Legislativo, y que forma parte central de esta conmemoración, estuvo extraviado durante casi un siglo, hasta 1907. Sobrevivió, aunque   incompleto, por obra de una circunstancia fortuita. El importante hallazgo ocurrió en Valencia, dada la circunstancia de que los poderes públicos debieron trasladarse a esa ciudad, decretada Capital Federal a inicios de 1812, en momentos en los cuales la República ya se hallaba haciendo aguas por varios costados.
Son, en todo caso, los documentos comprobatorios de esa actividad legislativa, si bien sólo apenas algunos de los cuadernos lograron ser recuperados. Pese a que, entre otras cosas, esté ausente de allí el juramento tributado a Fernando VII (cuando el Congreso fue instalado en marzo) y, aún más, pese a que los discursos de los diputados en ocasiones no sean más que escuetos resúmenes redactados por el secretario, es mucho lo que esas actas son capaces de revelar aún en cuanto a la riqueza de pormenores.
Del total de sesiones están disponibles 268 actas; pero existe otra cosa que merece destacarse. Aun cuando la pérdida de cierto número de actas dejara un vacío, algunos de tales vacíos han podido subsanarse gracias al hecho de que la prensa de la época –especialmente el Publicista de
Venezuela, órgano informativo del Congreso– reprodujo buena parte de las sesiones, discusiones, decretos, leyes, declaraciones y oficios emanados del primer Constituyente. Si nacimos entre y como civiles, también vale acotar que nacimos gracias a la prensa.
No exagero al decir que, para las fechas próximas al 5 de julio de 1811, la prensa habría de ser esencial a la actuación de los diputados. Sorprende, por su extensión, la lista de periódicos, hojas sueltas y folletos que circularon durante aquellos días, muchos de los cuales aún se conservan.
Más sorprendente aún resulta reparar en la estrategia orientadora y el soporte que aquellos órganos publicitarios fueron capaces de brindarle a la decisión tomada por los diputados, de forma casi unánime, a favor de la Independencia absoluta.
Por tanto, a partir de julio de ese año 11, nacimos libres; nacimos civiles; dejamos de ser vasallos para nacer como ciudadanos; nacimos con prensa: todo ese sedimento aún pervive en nosotros.
Se trató desde luego, y como no podía ser de otro modo, de una República que inició su andadura en medio de terribles dificultades, dudas y contradicciones. Esa hora fundacional fue todo menos una Arcadia: se arrancó con tropiezos y, quizá, los peores tropiezos de todos fueran consecuencia de la guerra que comenzaba a hacerse sentir no muy lejos del vecindario de Caracas. Pero otros tropiezos se dieron por efecto de excesos indebidos, producto muchos ellos de la novedad de la hora.
Con todo y errores, con todo e impericias, con todo y la necesidad de navegar a tientas frente a temas casi intratables, fue el Congreso General de 1811 el que concibió la República como la única forma posible para la convivencia en libertad dentro del sentido moderno que aún puede conferírsele al término. Su importancia radica, para decirlo en palabras de Luis Castro Leiva, y citadas por Carole Leal, en el hecho de haber sido ése nuestro proceso de legitimación fundamental.
V
Hablo, como ya lo dije, en una hora menguada, una hora pavorosa, una hora llena de rabia, decepción y tristeza. Qué duda cabe de ello: basta con echarle una mirada a nuestros entornos más cotidianos para comprobarlo. Pero, a partir de tales sentimientos –rabia, tristeza, decepción–, también me cabe decir una cosa: me resisto a creer que nos veamos desprovistos de futuro. Aún más: me niego a creer que nuestro futuro siga siendo administrado por la desesperanza o que continúe sirviéndole de domicilio a la barbarie.
Hablo como escritor. Hablo como quien cree en la práctica cabal del civismo; hablo como quien lo hace a favor del derecho de poder ejercer, sin cortapisas, todo cuanto implica la seria esfera de compromiso y responsabilidad que supone ser ciudadano.
Hablo como adversario frontal de la idea de que sigamos viéndonos supeditados al ánimo con que este régimen ha querido apartar de su vista –como si tal cosa no existiera- una oposición activa, tenaz y voluminosa, confundida o desorientada a ratos, pero dispuesta a seguir actuando pese a los desparpajos y artilugios con que pretende pervertirse la conciencia democrática del venezolano, pese al empeño por limitar sus posibilidades de participación y pese al afán, gracias al arsenal disuasivo con que se cuenta desde el poder, de torcer su voluntad electoral.
Por suerte, nos asisten en este sentido profundos sedimentos; por suerte, en este sentido, logramos construir, durante muchos años, un reservorio de pedagogía democrática y de gimnasia ciudadana. Ése, y no otro, ha sido el más formidable escollo con que han tropezado quienes, hoy por hoy, ejercen la des-gerencia del poder.
A propósito de esto último, cabe decir otra cosa que también hace que hablar del Congreso de 1811 no pierda lo sustantivo y cobre pertinencia en los tiempos que corren. De ese mismo Congreso salió nuestra primera Constitución, sancionada en diciembre de 1811. Pues bien, ya que hablamos en esta hora menguada, y a propósito de los desafíos que aún debemos sortear, estemos atentos a lo siguiente: la Constitución de 1999, no muy diferente de cualquier constitución inscrita dentro de la tradición democrática y social-liberal, es la que nos rige a todos.
En tal sentido, la arbitrariedad consumada puede hacer que, más temprano que tarde –y quizá, incluso, muy pronto–, se nos pretenda imponer una Constitución sustituta. Si tal es el caso, aceptemos con todo coraje el desafío, a partir de nuestro más aguerrido espíritu ciudadano y democrático, para exigir, desde todos los espacios en los cuales actuamos, que cualquier alternativa fraguada a la medida y capricho de quienes detentan el poder sea obligatoria y popularmente refrendada, haciendo bueno para ello el derecho que nos asiste conforme a nuestra legalidad constitucional.
Tengo fe en el porvenir. Lo tengo sobre la base de que, lo que sobrevive del elenco dirigente –los mismos que se reciclan a cada tanto entre gobernaciones y gabinetes ministeriales– son sus elementos estructuralmente no democráticos. Tengo fe en el porvenir porque existe afuera, en la calle, un país que alguna vez apoyó el proyecto iniciado en 1998, pero que apenas puede respirar esperando respuestas, sometido a idénticas vejaciones.
Me niego a creer que nuestro futuro sea el país de hoy en el cual todo se revende, donde todo se recicla, donde todo se permuta o donde poco –o casi nada– se produce. Me sublevo ante la impostura según la cual existen los imperialismos malos y los imperialismos buenos, siendo el caso que estos últimos tienden a estimular, en lo que a este régimen se refiere, una abyecta dependencia armamentista o –cuando no– que, sobre la base de leoninas operaciones de crédito, se multiplique la salvaje tendencia de endeudar al país hasta los tuétanos. Ni qué decir tiene la política petrolera: ni siquiera el taciturno régimen de Juan Vicente Gómez fue, en sus mejores momentos, tan complaciente y entreguista en esa materia.
Por si acaso quedase lugar a las dudas, no creo que exista quien, al menos sensatamente hablando, apueste a construir un futuro poniendo en práctica, a tales efectos, alguna clase de ánimo restaurador. Al menos no seré yo quien vaya a decir algo similar a lo que exclamara en 1812 el Comisionado de la Regencia, Pedro de Urquinaona y Pardo. Justamente, al alabar el pasado inmediato, Urquinaona afirmaba que, a la vista de los sobresaltos ocurridos con motivo de la ruptura proclamada por el Congreso en 1811, los vecinos suspiraban “por la antigua y conocida forma de gobierno en que nunca se habían experimentado (tales) vejaciones”.
Pero tampoco seré yo quien venga a escamotear los logros –pese a sus limitaciones, falencias, contradicciones o expectativas fallidas– que arrojó ese pasado que nos permitió construir, durante más de medio siglo, una tradición liberal-democrática y, especialmente, alternativa, sobre la cual se sustenta precisamente ese reservorio de ciudadanía que le sirve de obstáculo a la intrepidez con que este régimen ha querido apuntalar sus pretensiones vitalicias y hereditarias.
En este sentido quisiera rescatar algo que escribiera recientemente el académico Diego Bautista
Urbaneja. Sostiene Urbaneja que, con frecuencia, el discurso más crítico durante estos últimos años ha tendido a calificar lo actuado como si se tratara de “una pesadilla”. El problema, como se hace cargo de aclararlo él mismo, es que esta etapa de nuestra experiencia no puede dejarse atrás como si se tratara de una simple pesadilla. Lo único bondadoso de una pesadilla es que, cuando despertamos de ella, caemos en la aliviadora cuenta de que jamás aconteció. Tal no es el caso. No se puede actuar como si nada hubiese ocurrido.  Estos años han dejado un saldo de expectativas o de nuevos componentes en la cultura social y política de la sociedad que no pueden simplemente dejarse de lado sin correr el riesgo, como termina observándolo Urbaneja, de echar por la borda cosas que podrían conservarse como parte del acervo de la sociedad y, sin de paso, pagar un costo altísimo en la viabilidad de lo que quisiéramos que fuese nuestro futuro.
Por otra parte, si la noticia diaria es, sin duda, la dolorosa diáspora que se registra como una imparable hemorragia de talento y capital humano, también es cierto que, desde adentro –y también, desde el exterior–, hay muchos venezolanos que se hallan en estos momentos pensando al país y ofreciendo guías para el porvenir.
De ello, por ejemplo, y pese al terrible asedio al cual se han visto sometidas, dan buena cuenta nuestras universidades nacionales –tanto públicas como privadas–, afanosas como se han visto en la tarea de confeccionar alternativas y propuestas de futuro, a través de muy acreditados, respetables e intelectualmente solventes centros de estudios y observatorios de todo género, capaces de cubrir las más diversas áreas dentro del ámbito de las políticas públicas. Y todas, por igual, lo han hecho regidas por un mismo propósito: practicando el difícil arte de pensar, en este caso, acerca de lo que significa la reconstrucción y re-direccionamiento del país, según y cuáles –y cuán profundas y complejas– sean las tareas de reingeniería requeridas en cada parcela.
VI

El porvenir, como todo porvenir, está hecho de atajos y sorpresas. Nadie disfruta de la virtud de la futurología, más allá de lo que puedan revelar los horóscopos y las cartas astrales. El historiador, menos que nadie, está adiestrado para leer la elusiva bola de cristal. Pero, entre esas sorpresas, no tiene porqué   estar ausente el reloj de la alternancia, principio tan caramente defendido por nuestros constituyentes de 1811 y por cuantos les siguieron dentro de nuestro abultado elenco de civilistas, muchas de cuyas actuaciones se han visto relegadas por una espesa y engañosa mitología militarista.
Otras sociedades, y no mucho más aventajadas que la nuestra, se han recuperado de oscuridades similares: se han recuperado del crimen, o de la crisis económica, o del agavillamiento desde el poder, o de la crisis por falta de consensos. O de todas, o de casi todas, estas dolencias a la vez.
Ciertamente, hablo en una hora menguada, la de hoy; pero no necesariamente lo hago pensando en un futuro en el cual, en cambio, podamos hallar la forma de recobrar la serenidad y nuestro histórico sentido de convivencia ciudadana. Es por ello que hablo también en una hora necesaria para darle sostenibilidad al proyecto republicano.
De modo que, si de algo han valido estas palabras finales, ha sido para subrayar que el porvenir que nos aguarda no tiene por qué ser un porvenir de punto y seguido. Al contrario: creo firmemente en un porvenir hecho de punto y aparte porque, de tales porvenires, está repleta la historia venezolana.
Muchas gracias
Doctor en Historia
Vicedirector Secretario de la Academia Nacional de la Historia. 



                             Conversación con José Napoleón Oropeza*


                            Julio Bolívar

“Mi oficio de lector de poesía animará por siempre al escritor que voy siendo”


Estás trabajando el último tomo de lo que ya sería un Quinteto, después de tu novela sobre Monseñor Salvador Montes de Oca, El cielo invertido. ¿Con esta nueva novela que cierra un edificio narrativo estructurado por un personaje central, Eduardo Montes, quien atraviesa todo este mar narrativo, como diría José Balza, te queda algo por escribir todavía?

---Aún no he comenzado a escribir la primera versión de la novela que cerraría el periplo iniciado con Las redes de siempre. Me encuentro en el proceso de investigación: empiezan a aflorar algunas imágenes que emergen creando una suerte de remolino interno: el proceso de atisbo de algunas señales y anécdotas. La titularía Para cerrar un cuerpo, en homenaje a Oswaldo Trejo, quien, durante muchísimos años, al igual que Esdras Parra, fue mi amigo, mi hermano y mi maestro. El título se lo debo precisamente a él. Como te decía anteriormente, me encuentro en el proceso de investigación y de anotaciones y de relectura de las obras de la gran poeta Enriqueta Arvelo Larriva, de Oswaldo Trejo y de Esdras Parra, quienes, conjuntamente con Eduardo Montes y otros personajes que surgirán sobre la marcha del relato, “anudarán” el cuerpo del libro.
“Igualmente, en estos días revisaré otra novela que, en su primera versión, acabo de concluir y que no forma parte del corpus narrativo armado por Eduardo Montes. Se titula La lluvia inconclusa. Hace dos años terminé un libro de cuentos titulado El huésped invisible. Ojalá logre publicarlo pronto, pues yo no paro y en estos momentos trabajo en otro libro de cuentos que he titulado La rosa inacabada y en dos textos de reflexiones sobre la poesía y las artes visuales: en un segundo tomo de El habla secreta y en apreciaciones sobre la obra de algunos artistas del universo de las artes visuales que he titulado Las líneas y las máscaras. El mundo editorial no escapa de la crisis en la cual estamos inmersos y que nos consume tantas energías, pero alguna puerta se abrirá para dar a conocer estos libros. Eso espero y deseo. Pero, entretanto, no paro de leer ni de escribir: sigo levantándome todos los días de madrugada, esperando que, antes de que salga el sol, habré leído unas cuantas páginas o habré escrito, aunque sea una sola. .
Paralelamente a este conjunto de novelas has escritos otros textos como El bosque de los elegidos, escrito en homenaje al gran artista de la fotografía Diane Arbus; Entre el oro y la carne, novela armada sobre aspectos de la vida del bolerista Felipe Pirela y Testamento de un pájaro, así como numerosos cuentos y ensayos. ¿Siempre con un lenguaje focalizado por la imagen, concibes otra manera de narrar o ver lo que no ha sucedido?
---Creo que ello se explicaría en el hecho de que soy un empedernido lector de poesía desde que tenía diez años de edad. Las narraciones, cuentos, novelas e incluso el abordaje de lo real a partir de la forma ensayo, nacen y crecen siempre a partir de una imagen o de un grupo de imágenes poéticas que van dando forma al tejido verbal. Así nació y creció Los perfiles de agua, mi primer libro de ensayos. Como diría Wallace Stevens la imagen constituye la revelación, el aura que sostiene el universo: así como lo real resulta ser el elemento indispensable para el surgimiento de la metáfora, en la narración, la imagen configura la armazón del cuerpo, proporciona la luz insondable desde la cual se atisba un posible universo y la poesía seguirá siendo el instante en el cual Dios y las cosas mudan de piel mediante una palabra tal como le respondí a alguien que me preguntó qué era para mí la poesía, es decir, el arte, pues sin el temblor poético jamás existirá el arte ni para el creador ni para el espectador.
¿Quién, ni siquiera yo, hubiese creído, antes de que se produjera tras el estallido de una imagen de centenares de graffiti en las paredes de la Valencia de los años ochenta, surgiría en mí el fogoso deseo de escribir Testamento de un pájaro?
¿De todos tus libros cuál dirías que es el mejor?
----Creo que Las puertas ocultas, novela que forma parte de la pentagonía que me propuse escribir desde el nacimiento de Las redes de siempre, constituye el primer gran nudo de ese cuerpo narrativo imaginado y estructurado por Eduardo Montes. Dentro de ese cuerpo es el tercer libro, concebido casi inmediatamente después de Las hojas más ásperas, segundo libro, escrito en Londres y luego revisado acá en Valencia. Después de publicar ese tercer libro, me concentré en la revisión formal de El cielo invertido, publicado en el año 2016, bajo el patrocinio de Bid&co y la Universidad Católica Andrés Bello. Cuando te hablo de “gran nudo” quiero destacar tanto el lirismo de la prosa como el equilibrio arquitectónico de Las puertas ocultas, escrita en una especie de rapto en el momento en que me propuse dar forma a una anécdota que venía gestándose a lo largo de más de treinta años, cuando ocurrió mi primera visita a La Habana y conocí durante varias horas con José Lezama Lima, el poeta inmortal. Pero creo que, a la hora de efectuar un balance muy íntimo de lo que he escrito hasta ahora---novelas, cuentos, ensayos---sigo teniendo especial predilección por El bosque de los elegidos, concebido y escrito en Londres en los años ochenta, tras el enorme impacto que me produjo descubrir la belleza y el drama humano que envolvía a la fotografía de Diane Arbus: otear en aquellas fotografías la belleza de los “monstruos”, de los seres marginados por todas las sociedades: una prostituta, un retrasado, un drogómano, un travesti, fue todo un desafío. Envolver su existencia en una atmósfera desolada---pero insondablemente hermosa---produjo en mí grandes satisfacciones. Siempre será  un pozo. Te hablaba antes de la llamarada que se produjo en mí tras ver y admirar, por vez primera, las fotografías de Diane Arbus y la magia de un graffiti que proporcionaría en mí, la explosión interna a la cual daría forma en Testamento de un pájaro. Tanto El bosque de los elegidos, como---casi enseguida---Testamento de un pájaro, surgieron de mi hallazgo de la obra de esta extraordinaria artista y de los escritores anónimos que registraban imágenes y hasta símbolos en las paredes de Valencia. La recepción que ambos libros produjeron en algunos lectores me produjo grandes alegrías: El bosque de los elegidos ha sido leída y comentada con verdadero fervor por algunos escritores y poetas connotados, entre ellos Julio Miranda, Luis Britto García, María Antonieta Flores y el escritor cubano Raúl Rivero. Su lectura y comentarios me llenaron de gran regocijo. Descubrí, maravillado, que esa novela había producido diversas emociones, lecturas e interpretaciones y hasta cierto estremecimiento en algunos lectores.
Tu obra siempre retrata la vida de hombres y mujeres con un universo particular y hermoso, que paradójicamente resultan rechazados, a pesar de sus vidas dramáticas o desgraciadas como Felipe Pirela, Esdras Parra, Enriqueta Arvelo Larriva, Salvador Montes de Oca, el cubano Virgilio Piñera, seres que más allá del fulgor en sus obras, han sido apartados, marginados por la crítica y el establishment literario. ¿De dónde surge ese interés, esa atracción?

Creo que en cierto modo te he hablado de tal “atracción” cuando descubrí,  el universo de Diane Arbus, tan fascinante y poético. Constituyó ---y todavía lo es---un universo inagotable, profundamente insondable que nunca terminará de ser “leído”. Sin embargo, debo reconocer, igualmente, que, en el universo de mi infancia, allá en Puerto Nutrias y en Pedraza, inolvidables pueblos barineses donde transcurrieron los años de mi infancia, se fueron tejiendo y anudando en mí, en el alma del niño que no distinguía qué era real o fantástico algunas imágenes que, lentamente, se empozarían en mí como arquetipos. El niño que fui no conceptualizaba sobre todo lo que acontecía a su alrededor, pero vivía absorto en una atmósfera de continua ensoñación: la figura de un padre y de un tío sumergidos noche y día en el alcohol, las crecidas del río Apure que, por igual, nos dejaba en el patio de la casa a un caimán extraviado o una mujer sin dientes que pasaba por las calles vestida con pieles de culebra, armada de un rejo con el cual supuestamente le pegaba a sus padres y de quien se decía en corrillos del pueblo que era, a la vez, hombre y mujer. Seguramente tales imágenes, arquetípicas o no, permanecieron inmersas en mí, a la espera de otro instante en que, tras una especie de niebla, se produjese la posibilidad del reencuentro fascinante con lo “oscuro”, con lo irreal, con las visiones fantásticas y patéticamente reales de seres que como Diane Arbus, Felipe Pirela, Esdras Parra, o Salvador Montes de Oca surgen dotados de un ánima revestida por una luz distinta a la de los seres que los rodearon en su universo familiar. Todos ellos nacieron dotados de un talento especial: una manera de comprender y de asir lo real desde una visión diferente a la de sus congéneres. Esa “luz” distinta, surge,en diferentes escenarios, ante mi vista, como el lugar para el reencuentro con las imágenes arquetípicas de lo “monstruoso” que se produjo en la infancia cuando veía pasando por las calles aquella mujer (o aquel hombre) fascinante que recorría Puerto Nutrias, paseándose con un rejo o una enorme boa deslizándose por su pecho desnudo. Tan fascinante como pudiese resultar la espera de la muerte durante tres días, en el caso de Salvador Montes de Oca, coronado con alambre de púas, alrededor de la cabeza y del cuello, gritando Viva Cristo Rey, a pleno sol, al borde de su tumba.
Esos seres envueltos en un halo luminoso, porque hacen de sus acciones un escudo de lucha, como fue el caso de Virgilio Piñera enfrentando al régimen comunista transmutado en un viejo pánico; o de Esdras Parra, el único ángel que vivió en la tierra y que convirtió su propio cuerpo en la posibilidad de un viaje en perpetuo vaivén, en busca de la definición sexual. Seres que nos resultarán siempre fascinantes porque, más allá de la vida o de la muerte, crearon, a su paso por la tierra un pozo de infinitos halos luminosos, al ofrecer su vida---tal como lo hizo San Juan de la Cruz a su manera---como el lugar para la transmutación y refundación del ser a partir de todo cuanto hacen o ejecutan desde su ámbito existencial, religioso o artístico: tras cada acto suyo, vuelve a repetirse la historia del Génesis en la parcela o esfera en la cual se debate su periplo de vida.
Para fijar un rostro ha sido una de las más amplias y profundas reflexiones sobre la narrativa venezolana ¿qué hay de aquel ensayista riguroso que escribiera ese libro referencial? Para fijar un rostro, concebido y estructurado inicialmente mientras cursaba mis estudios doctorales en el Kings Collage de la Universidad de Londres desde julio 1978 a 1982, que ha sido revisado en varias oportunidades y publicado, inicialmente, por la Editorial Vadell Hermanos en 1984 y luego reeditado por la Secretaría de Cultura del Gobierno de Carabobo en el año 2003, ha sido una suerte de diálogo e inventario de mis aproximaciones al estudio del devenir de la forma de la novelística venezolana, constituye, hasta ahora, el proceso de mi revisión y mi “lectura” del proceso de evolución formal de la novela venezolana contemporánea. Una especie de diálogo que arranca con el legado del maestro Rómulo Gallegos, pasando por el inventario de todas las indagaciones formales de los grandes maestros de la novela nacional, entre ellos, Arturo Uslar Pietri, Miguel Otero Silva, Salvador Garmendia, Adriano González León, Oswaldo Trejo, José Balza, Luis Britto García, Carlos Noguera hasta Francisco Massiani. En la actualidad, realizo el inventario de la obra de otros novelistas importantes que, o surgieron después de Cassiani o que no fueron tratados en la oportunidad en que concebí en Londres el libro, bajo estrictos compromisos académicos---tales como el requisito de que las novelas examinadas se hallaran disponibles en la Biblioteca del Kings College o en la de la Biblioteca Central de la Universidad de Londres. Por citar un ejemplo, en esa oportunidad no fue revisado el universo novelístico formal creado por Denzil Romero.

En la actualidad, además de revisar la primera versión de La lluvia inconclusa, y de realizar el proceso de investigación para la novela en homenaje a Oswaldo Trejo y escribiendo los dos libros de cuentos a los cuales te hice referencia y leyendo la obra de algunos poetas venezolanos en función de un segundo tomo de El habla secreta, me encuentro “dialogando” con la obra de algunos novelistas que no fueron examinados en mi tesis conducente al doctorado, y que ya exhiben un universo sólido de propuestas dignas de estudio y de reflexión crítica, como sería el caso de Eduardo Liendo, Ednodio Quintero, Edilio Peña, Victoria Di Stefano, Denzil Romero, Federico Vega y Francisco Suniaga.

En cuanto al “diálogo” con los nombres, figuras o que fijaron o marcaron tendencias dentro del proceso de la evolución de las formas, estructuras y técnicas en la poesía escrita a lo largo del Siglo XX, me sucedió algo similar en la concepción y escritura de El habla secreta, editada inicialmente por el CONAC y la Asociación de Escritores del Estado Barinas, en el año 2002 puesto que el libro fue presentado a la I Bienal de Nacional de Literatura “Orlando Araujo” en el año 2001 y obtuvo el Premio Único. Luego de agotada esa edición, la Universidad de Carabobo realizó otra, publicada en el año 2011, Ha sido reeditada, en formato digital por la misma universidad. Como te dije antes, hoy por hoy, me encuentro dialogando y revisando nuevos nombres y tendencias surgidas después de Harry Almela, con quien cerré el registro cuando concebí y estructuré el libro a comienzos del año 2000, después de pasearme por las líneas y espejos creados por Salustio González Rincones, José Antonio Ramos Sucre, Fernando Paz Castillo, Vicente Gerbasi, Ida Gramcko, Enriqueta Arvelo Larriva, Luz Machado, Rafael Cadenas, Alfredo Silva Estrada, Eugenio Montejo entre otras figuras más, hasta llegar, como te decía antes, a la revisión de la obra de Harry Almela.

Por los momentos, me encuentro sumergido en el proceso de lectura del universo escrito y publicado, por figuras y nombres surgidos y emergentes en estas primeras décadas del Siglo XXI, con el fin de acercarnos, si no, al “rostro” absoluto de nuestra poesía y nuestra novela, por lo menos sí al mayor número de líneas y perfiles que apunten hacia la consolidación de un universo cerrado o abierto a nuevas indagaciones y partiendo siempre, como base, del abordaje y estudio de autores que, tengan, al menos, dos libros publicados, pues ello permite atisbar las posibles líneas que consolidarían una voz y un universo peculiar dentro del proceso y devenir histórico de nuestra poesía. Igual sucedería en el caso de artistas de las artes visuales y mi visión y revisión de sus propuestas en el proyectado ensayo crítico Las líneas y las máscaras.
Ha pasado un año difícil dentro del país, convulsionado tanto social como políticamente, desde el año de la salida de tu última novela. ¿Qué temas te preocupan del país para lo que viene a partir del año 2018?
Sí, tienes razón, todo ha resultado tremendamente frustrante y doloroso, sobre todo, para quienes creyeron en el proyecto de la mal llamada revolución del Siglo XXI. Vivimos en un país deshilachado por la barbarie y la mediocridad enquistada desde el poder en las últimas décadas, sometidos a un vaivén incesante: todos los días amanecemos inmersos en medio de una escena realmente aterradora. Pero, sobre todo, por la violencia cotidiana propiciada por dos fenómenos sociales que parecieran no tocar fondo nunca: cambian todos los días pero para mal, pues se intensifican sin que exista ni un ápice de voluntad manifiesta de parte de la claque gobernante en el país por ponerle fin a esta ventosa, a esta medusa que nos carcome el alma: me refiero a la violencia brutal en las calles y a la hambruna generalizada, aupada por la desidia para establecer un proceso de revisión en las políticas económicas que abra, lenta, pero de manera segura, un camino progresivo hacia la solución de estos problemas.
La hambruna en la calle se ve y se palpa con mucho dolor. Gente peleando en las calles por quedarse con el mejor “botín” recogido en las bolsas de basura. Hordas de niños harapientos deambulando en las calles, como nunca antes lo habíamos visto, y lo más terrible de todo: niños que asesinan a policías, pandillas de niños armados que andan “por estas calles” buscando comida, pero, también, participando de arrebatones de carteras en los autobuses o en las colas, las interminables colas de la gente que busca, desde la madrugada, que amanece a la espera de que abran el supermercado, esperanzada en conseguir “cualquier” cosa qué comprar. La hambruna, la escasez de medicinas y alimentos; la hiperinflación o el arrebato al escuálido bolsillo de nosotros los tristes asalariados por parte de unos comerciantes que `ponen a las cosas el precio que les da la gana, son los perfiles de un país hundido en la miseria, en una guerra cotidiana de pobre contra pobre, propiciada a mansalva, desde las altas esferas del gobierno.
A todo ello se añade la violencia en las calles, la violencia verbal y la física que lleva, lamentablemente, en muchísimos casos, todas las semanas, a un incremento del índice de muertos tras los asaltos en las calles, o dentro de las casas.

En esa novela que, como te lo referí anteriormente, acabo de concluir en su primera versión, titulada La lluvia inconclusa planteo esa problemática, como lo hice, dentro de otra perspectiva y con otros propósitos al analizar y ofrecer visiones sobre el país, su devenir histórico y sus problemas sociales en fragmentos de Las redes de siempre, en algunos de mis relatos o en Las hojas más ásperas y, también, en cierta manera, en Testamento de un pájaro.
¿Entre los venezolanos, qué autores actuales te interesan?
Leí, cuando recién fue publicada, la novela La otra isla de Francisco Suniaga y me gustó muchísimo, lo mismo que El pasajero de Truman, de Federico Vega. En estos días volveré a ellas. Releo casi siempre, con obsesiva frecuencia, Marzo Anterior y la siempre hermosa Setecientas palmeras plantadas en un mismo lugar, de José Balza. Igualmente, Lluvia de Victoria Di Stefano, quizá su mejor novela.

Para mí, esas novelas son y serán siempre actuales, como también lo será Canaima, de Rómulo Gallegos, El osario de Dios, de Alfredo Armas Alfonzo, Cubagua, de Enrique Bernardo Núñez, Cumboto, de Ramón Díaz Sánchez y Piedra de Mar, de Francisco Massiani. De los autores más jóvenes he leído y releo estupendos cuentos de Juan Carlos Méndez Guédez, Fedosy Santaella, Héctor Torres, Rodrigo Blanco Calderón y de Domingo Michelli, tristemente desaparecido a muy temprana edad, novelas de Ana Teresa Torres, Juan Carlos Méndez Guédez, Rubi Guerra, Gustavo Valle, Juan Carlos Chirinos y Juan Carlos Chirinos, cuyas propuestas formales me han resultado novedosas y muy acertadas, que, indudablemente, contribuyen al fortalecimiento de nuestra novela contemporánea y trazan, cada uno de ellos, líneas y tendencias sumamente interesantes.

No sé si la lista de los “actuales” será larga o no. Pero es mi lista. Sin nombrarte otras que me acompañan casi a diario, como sería La Biblia o los poemas de Enriqueta Arvelo Larriva, Vicente Gerbasi, Ida Gramcko, Alfredo Silva Estrada y Eugenio Montejo, en el terreno de la poesía venezolana que, como te decía anteriormente, constituye para mí un pozo insondable: yo leo poesía todos los días del mundo, lo mismo que una o dos páginas del Viejo Testamento y de Don Quijote de La Mancha: la Biblia y Don Quijote serán siempre el sol, la luna y las mareas. Y ha sido y ocurrido siempre desde el año 1965, cuando en el Seminario de Guanare, me sentaba a leer sus páginas, a las cuatro de la madrugada, esperando el amanecer.
¿Me pregunto sobre el Oropeza cuentista, habrá otro libro reunido como
Entre la cuna y el Dinosaurio (El Otro, el mismo, 2006) para estos días que vienen?

Como apunté anteriormente, terminé de escribir y ahora reviso un nuevo conjunto de cuentos que he titulado El huésped invisible en el cual reúno todos los relatos en los cuales venía trabajando desde el año 2002, cuando di a conocer, a través de El Nacional, la pieza Entre la cuna y el dinosaurio, con el cual obtuve el Premio de Cuentos de El Nacional, por segunda vez y que abrió la antología que, bajo ese mismo título editara Víctor Bravo en el año 2006 como señalas. En la actualidad, escribo un nuevo volumen de cuentos titulado La rosa inacabada, del cual ya llevo escrito siete.
¿Tu trabajo nos recuerda la coherencia del edificio narrativo que nos legó
el maestro Gallegos?
Tú has leído Para fijar un rostro y sabes que valoro muchísimo su esfuerzo en ofrecernos un “mapa” del país a través de la reinvención de mitos e historias de nuestras regiones planteadas en sus novelas. En el conjunto me sigue gustando muchísimo Cantaclaro y, sobre todo, Canaima a la que considero el gran nudo de toda su invención creadora. Me resulta elogioso el que compares mi propuesta con la del gran maestro, como en alguna oportunidad lo señaló Julio Miranda en su libro El gesto de narrar, al señalar que Rómulo Gallegos, José Balza y José Napoleón Oropeza estaríamos emparentados por las propuestas de ofrecer en nuestras novelas la visión ficticia de los mitos e historia de nuestro país. En cierto modo, como te decía en la respuesta a una de tus interrogantes, he tratado de ofrecer una “visión” de algún aspecto histórico o social del país en mis novelas, y en muchos de mis cuentos. Parte de la noche o mucho más, quizá, A punto de detenerse sobre las cenizas recogen y expresan desde la ficción mis planteamientos sobre el problema de la violencia generada entre los jóvenes de nuestro país. En mi novela Testamento de un pájaro, desde la visión de un grafitero, se recoge, parte de ese “retrato” de país, expresado en la escritura en las paredes.
Durante muchos años fuiste un hombre de la gestión cultural, presidente del Ateneo de Valencia, aquella institución de la ciudad que convocaba al país a la Bienal de Literatura “José Rafael Pocaterra” y al Salón “Arturo Michelena”, una gran confrontación de arte que marcó pauta en el país de las artes plásticas, de innegable prestigio. ¿Cómo ves la actividad cultural en Venezuela, hacia dónde apunta la gestión de estos 18 años de un gobierno con un solo signo ideológico?
Es triste comprobar que no existe una política de apoyo a la gestión y desarrollo cultural que propicie el estímulo a la actividad creadora que, en solitario, desarrollan los artistas, los escritores y los cultores populares. La edición de libros prácticamente ha quedado reducida a la poca gestión que se desarrolla desde la iniciativa privada o desde la Dirección de Culturas de algunas Alcaldías y Gobernaciones.
MONTEAVILA en la práctica, desapareció. La misión que se desarrollaba en los Museos, en la red de Museos que era todo un orgullo en el país, es casi inexistente. Sobreviven algunos museos porque, a duras penas, mantienen exposiciones de sus colecciones. Pero no se puede hablar de que existe un museo porque muestre, de cuando en cuando parte de su colección, si no se educa, si no se investiga, si no se publica y si no se conserva su colección.
Instituciones de gran raigambre y de gran tradición en el desarrollo de programas de formación y de difusión paradigmáticos como el Salón Arturo Michelena o Festivales de Teatro, desarrollados e impulsados en el Ateneo de Valencia, de Caracas, de Trujillo, de Valera, han desaparecido tras las tomas y el asalto a estas y otras instituciones, en nombre de una supuesta “revolución” que se ha basado en la violencia destructiva, en el asalto al trabajo creador, al despojo, para convertir a las instituciones tomadas o asaltadas en simples oficinas productoras de eventos propagandísticos o afectos al “proceso” de destrucción y de ruina en la cual se ha convertido a nuestro país de forma cruel e inmisericorde.
¿Qué ha pasado con las instituciones que han sido asaltadas y tomadas por unos cuantos bárbaros en nombre de una supuesta revolución destinada a llevar cultura a los pobres o, según señalan, los tomistas, a los “apartados” de la labor cumplida desde esas instituciones venerables? Han sido convertidas en tristes ranchos, en bodegas para el tráfico de supuestas ideologías trasnochadas, presentaciones teatrales de muy poca valía y espectáculos musicales que sólo sirven para ensalzar supuestas ideologías revolucionarias e, incluso, como ha sucedido en el Ateneo de Valencia, instalando ventorrillos dentro y al frente de su sede en los cuales se venden desde hierbas hasta pócimas destinadas a inconfesables fines.
José Napoleón, vuelvo a tu última novela publicada, El cielo invertido (BID & Co, 2016), de aquel país del olvido como lo llama Alberto Hernández, y de las traiciones y conspiraciones ¿tú crees que ha cambiado algo en el alma del venezolano, con los mecanismos de la vida moderna o esa relación entre los valores y la democracia?

Los años de la mal llamada “cuarta república”, por quienes detentan el poder en los últimos años, con todos sus defectos, sentaron las bases del progreso social y del fortalecimiento intelectual: se robustecieron las Universidades autónomas que funcionaron y funcionan siempre de manera gratuita; surgió un parque industrial en las principales capitales de estado, quizá con Valencia a la cabeza de la meta de estrechar vínculos entre la clase empresarial y la trabajadora; se actualizaron las escuelas normales para la formación de los maestros de escuela primaria; se abrieron escuelas técnicas y politécnicos; se inauguraron y mantuvieron museos que, como el Museo de Bellas Artes, la Galería de Arte Nacional y portentoso museo fundado por Sofía Amber, no tenía nada que envidiar en su estructura a cualquiera de los museos del mundo; se fortalecieron los medios de comunicación social y se estimuló la creación artística desde las escuelas de artes plásticas; de música y de artes escénicas. Todas las actividades que se desarrollaban en el seno de estas instituciones siempre han sido ofrecidas de manera gratuita, con oportunidad para participar de ellas a todos los venezolanos, sin distingo de clase social.
Así como se atendía al ciudadano en lo social, se desarrollaba un plan de atención a su salud física y mental, en los hospitales. Todo de manera gratuita. Los hospitales estaban dotados y brindaban a la ciudadanía todos los servicios: desde las consultas médicas que se cumplían por previa cita hasta las emergencias, sin olvidar los servicios quirúrgicos brindados, de manera gratuita a la ciudadanía más desposeída. ¿Alguna vez, un paciente, en aquellos años de la desdeñada cuarta república tuvo que llevar al quirófano los instrumentales necesarios para ser operado como sucede en la actualidad, luego de una espera de largos años para ser operado?
Paralelamente, al establecimiento de instituciones educativas de todos los niveles, sostenidas por el estado y de los hospitales,  surgieron instituciones tanto educativas como de salud, sostenidas por la iniciativa privada. Quien podía pagar por esos servicios, los pagaba sin afectar, con ello, el funcionamiento de las instituciones oficiales que ofrecían sus servicios de manera gratuita. A nuestras universidades, escuelas técnicas y politécnicas, se accedía sin costos y esto debemos reiterarlo. Sólo se exigía talento y atender a los compromisos intelectuales que el ser universitario acarrea. Creo que, por ejemplo, eliminar las escuelas normales y las escuelas técnicas, fue un craso error. Porque se borró, en un instante, toda una historia de logros y oportunidades para quienes no lograban el acceso a las universidades e instituciones de educación superior, bien por falta de preparación intelectual o por la evidente demanda ante el crecimiento poblacional en nuestro país. Creo que la situación de ser un país en desarrollo, independientemente de la atención a un sector considerado como “privilegiado” por algunos políticos, afectó en la formación integral de todos los ciudadanos, al no crear programas sociales que atendieran, no de manera espasmódica, sino constante, a las clases más desposeídas. El crecimiento de los índices de la pobreza, fue generando un malestar social cada vez más creciente. Al mismo tiempo, desde el seno de las instituciones destinadas a formar fuertes valores como la convivencia social, la solidaridad, dieron paso al resentimiento social y a la generación de una escalada de violencia en las calles cada vez más acentuada. Igualmente, a lo largo de aquellas décadas prodigiosas---y esto también hay que decirlo---se fomentaron, de manera consciente o inconsciente, a través de los medios de comunicación social, acciones que estimularon al exacerbado consumismo, en desmedro de lo más sólido en cuanto a principios morales: atender al crecimiento personal, en función de contribuir con el crecimiento del otro, en función de la convivencia y la solidaridad social. Yo creo que en eso se falló. Ello abrió la brecha al resentimiento social y al odio, muchas veces estimulado, en estos días, desde las altas esferas del poder, desde donde, además, se estimula igualmente el
“facilismo” y se genera la proliferación de dádivas para aliviar, en parte, los problemas de carestía y desabastecimiento de alimentos a todos los niveles.
Creo que uno de los males fomentados por el populismo, la política y del regalo de dádivas acentúa el desconocimiento del otro, así, como también, la creencia de que todo problema social o económico se resuelve a partir del facilismo, el otorgamiento de bonos por cualquiera excusa y hasta nimiedad, sin fomentar políticas educativas que estimulen al ciudadano a estudiar y a formarse en las aulas universitarias. Muy, por el contrario, con la reorientación de los programas de formación en los niveles primario, medio, y hasta universitario, en nombre del compromiso social y de los programas “comunitarios”, se incrementa tanto la separación de los grupos sociales, como la idea y creencia de que todo puede lograrse, de inmediato, si se posee el Carnet de la Patria, o cualquier otro documento que se improvise y se le dé carácter de necesario y vital para acceder a los servicios educativos, o de salud y para la adquisición de una vivienda.
Con la figura de Monseñor Montes de Oca logras un personaje que tiene una vida paralela con el narrador y Eduardo Montes, esa especie de alter ego del escritor Oropeza, ya apuntada por el escritor Ricardo Bello, conviven en Valera, en Puerto Nutrias, en Guanare, en Barquisimeto y en
Valencia y hasta en el Convento de La Cartuja, en Parma, donde concluye, trágicamente, el periplo vital de Salvador Montes de Oca. Todos esos personajes, creyentes y soldados en la fe de cristo, y escritores. Háblame de esta metamorfosis.

El gran tema de la novela El cielo invertido es la traición. Tanto Eduardo Montes como Salvador Montes de Oca, como personajes producto de la invención del novelista, quien, a partir de los valores---en el sentido que nos los revelara E. M. Forster, en su magistral texto Aspectos de una novela---los recuerdos imborrables en los cuales pareciera detenerse el curso y fluir del tiempo en el ser---real o ficticio---y quedar como instante congelado ( o retrato de un momento inolvidable) memoria involuntaria no sujeta a cambios o a contingencias, como pareciera haberlo intuido y dilucidado para nosotros Gaston Bachelard y dibujado, de manera magistral por Marcel Proust en su gran fresco En busca del tiempo perdido atraviesan, cada uno en su tiempo y en su espacio, distintos escenarios: el de Valera, ciudad en la cual vivió Eduardo y conoció por referencias y de labios de otro personaje, cura párroco del cual fue monaguillo en la Catedral San Juan Bautista, de Salvador Montes de Oca, quien habría sido compañero de estudios en el Colegio Pío Latino de Roma, del padre Ignacio Andueza, antiguo párroco de la Catedral, también traicionado y destituido de su cargo de párroco de la Catedral. Eduardo a punto de ingresar al Seminario y todavía viviendo en Valera, a quien su amigo el párroco Alberto Gudiño ha encomendado buscar en la Biblioteca parroquial supuestas cartas cruzadas entre el padre Ignacio Andueza, el antiguo párroco (a quien Gudiño envidia y detesta, quizá por constituir para él un espejo acusador que desnuda su mediocridad y su ruindad) y Salvador Montes de Oca. Entonces se produce en la  mente y en el alma del muchacho---que para ese entonces contaba doce años de edad---una especie de atracción y obsesión por la figura de ese Obispo, a quien Gudiño, en el fondo de su alma detestaba tanto como a Andueza.

En el alma del muchacho se anidó el gusanillo por indagar sobre la vida del Obispo mártir. El deseo por conocer más de la vida de quien ya sabía asesinado en un oscuro episodio de finales de la Segunda Guerra Mundial, no dejaba en paz a Eduardo. Ingresa al Seminario Diocesano de Guanare y empieza a ensoñar y, hasta en cierto sentido, a inventar anécdotas relacionadas con la estadía de Montes de Oca en el Pío Latino, su ordenación como sacerdote, su labor como párroco en Cubiro, en Sanare, su labor como periodista en un periódico de la Diócesis de Barquisimeto y su consagración como Segundo Obispo de Valencia, donde descolló no sólo en su labor Episcopal, sino como defensor de principios de la fe cristiana, tales como la defensa del Sacramento del Matrimonio Eclesiástico, de manera pública, ante la petición de un alto miembro del Poder Ejecutivo, representante de Juan Vicente Gómez en Carabobo. Su negativa a casar en segundas nupcias al Presidente del Estado Carabobo, le costó el exilio. Exiliado en Trinidad, Montes de Oca se dedicó a escribir y a dictar conferencias. Gómez, de común acuerdo con la autoridad máxima de la Iglesia Católica en Venezuela, el Arzobispo de Caracas, decide indultar al exiliado. Abolido el decreto de expulsión, Montes de Oca retoma sus funciones. Entonces se produce otra maraña en su contra: el padre Joaquín Ariza Barráez, Vicario General y secretario del Despacho, quien era sobrino del padre Victoriano Barráez, a quien él siempre quiso como Obispo, pensando, quizá que pudiese sucederlo si moría “accidentalmente” en ejercicio del cargo. Eduardo, entretanto, no sólo se dedica a estudiar latín, con verdadero fervor, sino, también, a leer a Virgilio, a Cicerón, a Homero y a Píndaro, mientras, paralelamente, sigue alimentando su proyectado sueño de vida, junto con el deseo de ser sacerdote: indagar sobre la vida de Montes de Oca, su martirio y su muerte. Convierte su preparación intelectual en una verdadera arma, en un desafío a los compañeros seminaristas que, capitaneados por José Peña, El Conejo, lo desprecian, pues lo consideran un “enemigo” que no hace lo que los demás hacen: en vez de jugar al futbol en las horas de descanso y recreo, se dedica a leer, o a inventar episodios y diálogos sostenidos con Montes de Oca en horas de la madrugada.

Espejo contra espejo se producen estados de transustanciación y metamorfosis en los personajes. Se manifiestan, de manera poética, a través de las continuas ensoñaciones de Eduardo, quien, desde que descubrió el nombre y la figura de Salvador Montes de Oca, no cejó nunca en su empeño en llegar descubrir los hilos de la traición a que fue sometido el mártir, su personaje, su alter-ego, en cierta forma, sin saber que él mismo sería traicionado por otro sacerdote, a quien se negó a satisfacer en sus peticiones de contacto íntimo.
No estoy seguro de que tus novelas sean novelas negras, pero Eduardo Montes nos resulta una especie de detective de vidas sometidas por la injusticia, desde Las redes de siempre, Las hojas más ásperas, Las puertas ocultas hasta El cielo invertido; en donde se revela su origen. ¿Piensas el país como una novela negra? ¿O son ideas de Eduardo Montes?
Cuando intentábamos definir el concepto de valor como instante congelado, como retrato de una escena en nuestra vida o la vida de un personaje, apelábamos al concepto de intuición, a través de la cual, nuestra vida pareciera devolverse, como una ola enmarcada y apresada en un instante.
Si algún mérito tiene la novela de portentoso y único, radicaría en que, sólo a través de ella, conocemos o atisbaremos la vida secreta de los personajes. En la vida real ¿conocemos la vida secreta de quien es nuestra madre, esposa, hijo? En ello parafraseando al gran Quasimodo cada quien está solo sobre el corazón de la tierra. Sólo el novelista se torna capaz de revelar la vida secreta de los personajes. Creo que, sin la posibilidad del conocimiento e intuición de la vida secreta del personaje, carecería de sentido el rol del novelista.
Hay mucho de “novela negra” en las disquisiciones de Eduardo Montes, Creo que tu intuición resulta acertada. Sin embargo, aun cuando su actitud y comportamiento, su rol como personaje que, en todas mis novelas, por lo menos en las de la pentagonía, resulta siendo víctima de una circunstancia, en El cielo invertido deviene en el ordenador e invención de la memora y quien ordena y dé forma a los materiales que configurarían la forma arquitectónica del libro.
La vida de Montes de Oca era un misterio hasta que tu novela devela una trama miserable de otro sacerdote y sus aspiraciones familiares. Lograste poner en escena una trama montada desde un poder, como el de la iglesia para manipular a otro poder, el político. Te ocupaste de relatar una historia vergonzosa, entre las muchas que hay, de la iglesia católica, a pesar de ser un creyente activo. Has hecho suceder, desde la ficción, cosas que no suceden, con la idea, como afirma Javier Marías en uno de sus discursos, con la idea de que eso pueda interesar algún día a alguien ¿Crees que lo has logrado?
Me siento realmente muy satisfecho. El gran poeta Eugenio Montejo, entre otras personas a quienes reconozco el estímulo y el apoyo brindado en el proceso de investigación previa a la redacción del manuscrito, estoy casi seguro de que la celebraría. La última vez que me llamó me habló acerca de la posibilidad de que yo escribiese una novela sobre Montes de Oca. Antes lo había hecho mi hijo Pavel, quien escribió una monografía sobre el martirio del Obispo, dentro de la programación de un curso universitario. Pero nunca olvidaré lo expresado en su oficina por el presbítero Luis Manuel Díaz, para ese entonces Vice-rector en el Seminario “Nuestra Señora del Socorro”, quien me apoyó al permitirme leer y consultar valiosísimos documentos sobre el caso:
“---Sobre Montes de Oca se ha escrito mucho. Pero nadie ha dicho toda la verdad. La traición que se tejió en su contra lo condujo a una muerte muy cruel, causada, lamentablemente, por personeros de nuestra Iglesia. Tú eres un novelista. Tú estás llamado a decir la verdad.”
La verdad ficticia, fundamentada en una serie de técnicas que el lector validará a través de la lectura, la epístola, el monólogo, la intertextualidad, el diálogo y la descripción dramática, irá tejiendo---con base en el mosaico estructural---la visión del gran tema que cruza, a manera del agua de un arroyo y, a veces, de un río y de un mar devuelto, el de la traición como una de las más bajas de las miserias humanas, pues devora tanto a quien la causa, como a quien la padece. Creo que, junto al coro de voces, logré armar un gran tapiz que, no sólo recrea el martirio de este santo varón, sino de otros personajes que, como él, también la sufre y la padecen: Eduardo Montes, Ignacio Andueza, Josué Mariño.
Al comienzo de la novela emergen dos imágenes que parecieran constituirse en símbolos recurrentes, en imágenes que tejen y destejen el tema de la traición de los labios o de las manos de los distintos narradores que, junto a Eduardo Montes, aparecen, desaparecen, cruzan ámbitos, edades y épocas: las trenzas de los zapatos que Eduardo no consigue anudar y el espejo a través del cual su tía Carmen lo sigue en su insondable ensoñación. O en su devaneo.
De tus palabras de presentación en la novela en Valencia en febrero del año 20017, me quedan dos interrogantes; del petitorio a la Iglesia de hacer justicia a la memoria de Monseñor Montes de Oca ¿qué ha sucedido? Y otra que pienso, es un poco lo que contiene aquel reclamo también, que estimuló la imagen que Eugenio Montejo te regaló, como el capullo de una flor (para usar tu imagen en aquel discurso), al solicitarte que escribieras esta novela: una puerta no se cierra del todo, así como las trenzas de unos zapatos que jamás terminan de anudarse, ¿sigues viendo al mundo a través de esas imágenes?
Seguramente alguien llegase a imagen que la novela fue escrita pensando en enaltecer la figura de Salvador Montes de Oca pensando en que pudiese utilizarse en la campaña o, mejor dicho, en la lucha que libra un sector de la Iglesia Católica para motorizar a los fieles alrededor de la idea de elevar su nombre ante las altas autoridades del Vaticano para que, por fin, sea elevado a los altares. Inclusive, por coincidencia, la novela fue lanzada, primero en la Universidad Católica Andrés Bello y, luego, en la sede de IPAPEDI en los días en que el Arzobispado de Valencia nombró una comisión Ad-hoc, para que se encargase de llevar adelante una serie de actividades en ese sentido. Yo, inmediatamente, me puse a las órdenes de los miembros de la comisión, contactando a la profesora Marielena Mestas, integrante del personal docente de la UCAB y al presbítero Antonio Arocha, Párroco de La Candelaria, acá en Valencia, dos de los ilustres integrantes de dicha comisión y se sintieron muy complacidos con mi disposición a colaborar en ese sentido.
Sobre tu segunda interrogante, debo decirte que cuando se está escribiendo una novela se vive en ella todo el día, en todos los momentos, en todos los instantes: la puerta nunca cierra del todo y las trenzas no terminan de anudarse. Eugenio Montejo, nuestro amado y eterno amigo y hermano, en ese instante en que me habló de esas dos imágenes---olvidó decirme o se lo reservó pues él conocía toda mi obra y siempre estuvo muy entusiasmado con El bosque de los elegidos---que esas imágenes han estado y estarán conmigo durante toda mi existencia: rehusé y rehusaré la idea de terminar de anudar las trenzas o de cerrar la puerta. Siempre he vivido y viviré en el amago.
José Napoleón, releyendo tus respuestas a nuestra conversación y revisar de nuevo tu obra narrativa, los cuentos, en los títulos de tus libros, encuentro un elemento que es un eje central, casi religioso, en tu obra: el agua. Esta aparece en forma del río, lluvia, o encuentro en la intimidad del  baño diario. Gastón Bachelard afirma en su libro El agua y los sueños, que el agua es una “metáfora ontológica, la tierra y el fuego”. Podrías comentar esta presencia tan definitiva en tu obra.
Creo que el agua, como continente, inevitablemente se hace presente en todo mi universo narrativo, en las novelas, en los cuentos y, hasta en los ensayos (recuerda que mi primer ensayo, escrito entre los años 1976 a 1977 y editado en el año 1978 se titula Los perfiles de agua como turbión que da forma al lenguaje, o como lluvia trasfondo de un escenario plácido que dibuja y desdibuja las palabras que, algunas veces, giran en el texto que se desea analizar, como un remolino.
Creo que, en mis primeras narraciones, la prosa, o si se quiere, el lenguaje reinventa ---en su movimiento, en el decurso de las imágenes y en el ritmo de la prosa---el fluir de un río, o el dibujo evanescente de una lluvia al fondo. Un río llamado Canaguá, Curbatí, Pagüey o Támesis y que, posteriormente, serán un solo río en el símbolo río, en la lluvia o en el espejo, esa gota de agua empozada para siempre.
En pocas palabras, las formas del agua, llámese río, lluvia o espejo devienen en un arquetipo grabado---a punta de buril y de cincel---en el recuerdo imperecedero de una infancia que transcurrió acunada por el agua apacible, y unas veces devoradora, que se hacía y se transmuta en remolino en el recuerdo, en el espejo que, luego, termina fundiéndose en un símbolo: decir río se traduce en fundar y recrear un universo clavado, como estaca y rosa, en lo más hondo del alma del niño. Pero, también del adolescente y del hombre que, ya maduro, viajó en busca de otros espejos en busca de horizontes que se fueron tejiendo y creando líneas envolventes. Viví unos cuantos años en Londres y siempre estuve en pos de ese espejo, de ese arquetipo a orillas del río Támesis. Y, al mismo tiempo---mientras vivía en Londres---inmerso en una lluvia que parecía que nunca caería a la tierra: crea una niebla suspendida en el aire. Nos humedece, pero nunca empapa.
Mis primeros días en Londres tuvieron y tienen mucho que ver con esas tardes de otoño de 1978, a orillas del río Támesis: mis primeras semanas en Londres las pasé a orillas de ese hermoso río, debajo de un paraguas, buscando protegerme de esa lluvia que---como dije antes---nunca  empapa del todo y nos dejará siempre la noción de un dibujo de la niebla entre el cielo y la tierra que devuelve la gota de agua hacia arriba, en un juego hermoso de la lluvia y la brisa. 
Frente al Támesis, ese río maravilloso y soberbio, empecé a tejer Las hojas más ásperas y el turbión de El bosque de los elegidos, como antes, antes de viajar a Londres, tejí el texto de Las redes de siempre, inmerso en remolino de una prosa envolvente, texto de una sola frase, que, tal vez, surgió tras el recuerdo y memoria de un pozo arquetípico: el río Canaguá, que fluye y pasa por Ciudad Bolivia, en el Estado Barinas, donde cursé mis estudios de Primaria.
Como tú lo sabes, nací en Puerto de Nutrias, frente a un caño del río Apure. Hasta los siete años viví en esa comarca, rodeado de agua, de peces, babas y caimanes que se empozaron en el alma de un niño cuyo único retozo, a la salida de la escuela, era pasear a orillas de aquel caño. Algunas veces solo, tirando piedras al agua y, otras, en compañía de mi adorada tía Carmen González y de una poeta que nos visitaba, un milagro nacido en Barinitas, corazón del llano venezolano, llamado Enriqueta Arvelo Larriva, creadora de un espejo lírico en el cual me sumerjo y me hundiré por siempre mientras viva, cuando desee “visitar” de nuevo mi paisaje de infancia.
En síntesis, el agua constituye un arquetipo que me acuna y que reinventaré en imágenes y en símbolos cada vez que escriba como si quisiera  darle forma al agua. Pero, sobre todo, en el ritmo que anima mi escritura. Creo que el ritmo y latido de mi prosa imita y reinventa, de manera inconsciente, o, mejor dicho, trata de apropiarse de la fuerza devoradora de los ríos, del dibujo de la lluvia en el aire y del vaivén incesante del mar. Esas imágenes, devenidas en símbolo, ¿son o no son la forma del agua? 
Pero todo ello confluye en la gota que contiene el universo entero. Todo ello no sería posible, creo yo, si no fuese un lector empedernido de poesía. Mi único oficio es el de ser un lector de poesía. Los libros de poemas---que he leído a lo largo de toda mi existencia desde que era casi un niño---tal vez superen al número de novelas, de cuentos o de ensayos. O, dicho de otra forma, el pozo que todo gran poema encierra, genera y constituye en mí una fascinante obsesión, un amago, un devaneo: en mi manía de leer de arriba hacia abajo un buen poema y, luego, a la inversa, quizá reinventé las palabras que me dijeron, como en coro, mi tía Carmen y la gran Enriqueta, frente al caño del río Apure, cuando yo, a los siete años, les pregunté ¿qué es la poesía? Enriqueta, sonriéndose con mi tía Carmen, me ordenó:
“---Mete las manos en el agua y descubrirás que tienes cuatro manos...Sólo así
sabrás lo qué es la poesía”-   

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José Napoleón Oropeza nació en Puerto de Nutrias Venezuela, el 13 de octubre de 1950. Profesor de literatura en la Universidad de Carabobo y en diversos postgrados de universidades venezolanas y en el exterior. Ejerció el cargo de presidente de la Junta Directiva del Ateneo de Valencia durante diez  años. Organizador de la Bienal “José Rafael Pocaterra” y de la Bienal de Artes Visuales “Arturo Michelena”.
Ha publicado una extensa obra narrativa y ensayística recogida en los siguientes títulos: La Muerte se Mueve con la Tierra Encima, 1972 (Cuentos); Parte de la Noche ,1972 (Cuentos); Las Redes de Siempre, 1975 (Novela); Los Perfiles de Agua, 1978 (Ensayo); Ningún Espacio para Muerte Próxima,
1978 (Cuentos); Donde Todo el Universo es una Orilla, 1979 (Cuentos); Las Hojas Más Ásperas, 1984(Novela); Para Fijar un Rostro, 1984 (Ensayo), 1984; El Bosque de los Elegidos, 1986 (Novela); Entre el Oro y la Carne, 1989 (Novela); La Guerra de los Caracoles (Cuentos) 1991; Testamento de un Pájaro, 1999 (Novela); Para fijar un rostro, 2004 (Ensayo, dos ediciones); La carta que contenía arena, 2005 (Cuentos); Entre la Cuna y el Dinosaurio;2006 (Antología de Cuentos); El habla secreta, 2011 (Ensayo); Las puertas ocultas,2011 (Novela) 2011; El Cielo Invertido, 2016 (Novela, dos ediciones).
Ha sido reconocido con diversos premios y en dos ocasiones con el prestigioso premio que convoca cada año el Diario El Nacional en el año 1971 y en el 2002 respectivamente, así como el de la crítica en el 2012 con su novela “Las Puertas ocultas”. Es Individuo de Número de la Academia Venezolana de la Lengua, Correspondiente de la Real Española, desde el día octubre del año 2015, cuando pronunció su Discurso de Incorporación bajo el título de Arturo Uslar Pietri y la estética del cuento contemporáneo.

                             HUMILDE Y ENORME, RAFAEL CADENAS


                             José Pulido

Pongo aquí hoy, un fragmento de un texto más largo que escribí sobre nuestro poeta. Un humilde homenaje, como la humildad que lo define Rafael Cadenas es un señor barquisimetano. Un señor poeta barquisimetano. Un poeta silenciosamente universal. Pero no se desvive por eso: ni siquiera aspira a ser el poeta de su calle, de su casa o de su cuarto. Él es el cauce de las palabras más potentes que la vida enseña. Cada palabra es un derrelicto luminoso de sus profundidades. Cadenas ansía que lo profundo no tenga nada que ver con el ego. El poeta barquisimetano universal, es enorme y callado como una montaña que va soltando este tipo de polen:
Que cada palabra lleve lo que dice.
Que sea como el temblor que la sostiene.
Que se mantenga como un latido.
No he de proferir adornada falsedad ni poner tinta dudosa, ni añadir brillos a lo que es.
Esto me obliga a oírme. Pero estamos aquí para decir verdad.
Seamos reales.
Quiero exactitudes aterradoras.
Rafael Cadenas es un civil cuya sabiduría florece cada vez que escribe una frase, un verso, una línea. Es el poeta más civil que pueda cualquiera imaginarse, queriendo decir con ello que es completamente libre de uniformes, clichés, etiquetas, conformismos, esquematismos.
Su poesía elevada lo empequeñece por decisión propia: la poesía es quien lo escribe a él y lo transforma en imagen de humildad civil. Pero resulta que esa humildad es una virtud que lo perfila y lo marca. De alguna manera, en su posición contra el predominio del ego, lucha para que su humildad no se vuelva uniforme y le arrebate lo civil.
Rafael Cadenas nació en Barquisimeto y por eso es barquisimetano y larense, pero en realidad su territorio es la poesía. Cuando se escucha, se lee o se pronuncia su nombre, lo primero que se viene a la mente es el deseo de agregarle a ese nombre una frase:
-El poeta…
-El poeta Rafael Cadenas.
Él ni siquiera cree que es dueño de un nombre. Su ego le incomoda. Yo esto, yo aquello. La vida y el presente acaparan su interés.
En su primer sermón, en el Parque de las gacelas en Benarés, dijo Siddharta Gautama, mejor conocido como Buda:
“Todo lo que ha tenido un comienzo se disolverá de nuevo. Todo cuidado de la personalidad es vano; el «yo» es como un espejismo, y todas las tribulaciones que le tocan son pasajeras.
Se desvanecerán como la pesadilla cuando el soñador despierta.

Dichoso el que ha vencido todo egoísmo; dichoso el que ha obtenido la paz; dichoso el que ha encontrado la verdad.”
El Parque de las gacelas de Benarés podría reclamar como suyo, cual monje extraviado en el tiempo, al poeta Rafael Cadenas. El Buda ha podido nacer en Barquisimeto.

  MORADAS, INTEMPERIE


Rafael Fauquié

“El que cierra los ojos se convierte en morada
de todo el universo./ El que los abre traza las
fronteras y permanece a la intemperie”, dice
Olga Orozco.

En alguna parte de su obra, dice el novelista Graham Greene: “ser humano es también un deber”. Un deber que, esencialmente nos conduce a la más digna consecuencia de nuestros aprendizajes: el reconocimiento y aceptación de nuestra realidad: perspectiva personal que suma miradas, sueños, elecciones, comprensiones, memorias, temores, proyectos… Perspectiva que describe un sentido de continuidad y crecimiento en nuestro tiempo.
Todo cuanto nos ha sucedido y nos sucede significa, ncontribuye a hacer de nosotros lo que hemos sido y somos. Todo forma parte de esa realidad que es la nuestra: historia personal donde tienen cabida también lo deseable, lo ilusorio, lo esperanzador. Junto a lo que nos rodea, lo que quisiésemos que nos rodease; al lado de nuestras experiencias vividas, los espejismos de los que no podemos separarnos; cercanos a memorias y referencias, los sueños, las esperanzas, las ilusiones… Todo es parte de nuestra perspectiva, de nuestra sabiduría de vida.
En una entrevista concedida a Octavio Paz, el poeta Robert Frost, menciona la necesidad de mantener vivo “el deseo de internarse en lo desconocido y el deseo de quedarse a solas con uno mismo.” Doble intención de un mismo propósito: construir un camino siempre cercano a los espacios –a veces amplias superficies, a veces profundos y confusos escondrijos- de nuestra conciencia. Internarnos en lo desconocido apoyándonos en eso que fuimos eligiendo, conociendo, valorando; apegándonos a verdades parecidas entre sí porque todas se relacionan con eso que somos y eso que creemos; respondiendo nuestras preguntas necesariamente apoyados por la curiosidad y alejados de la amenazante indiferencia.
La curiosidad hace de cada individuo un aventurero en pos de sus sueños y sus búsquedas. Es fuerza que lo proyecta fuera de sí mismo, más allá de sus ahoras y hasta esos lugares donde residen para él la promesa y la ilusión. Su mayor reto: permanecer curioso, abierto siempre a nuevos aprendizajes y saberes; conservando inalterable la intención de iniciar proyectos, de continuar aprendiendo… Opuesta a la curiosidad, la indiferencia es vacuidad y conformismo, pasividad estéril, apatía y desinterés, inercia e inconsistencia. La indiferencia rutiniza gestos y pasos, visiones y actos. Iguala rostros y comportamientos. Rasa acciones y destinos. Desvanece iniciativas y descubrimientos. Inmoviliza al indiferente clausurándolo dentro de estrechos límites y haciendo de su entorno estéril escenario sin finalidad ni significado. El indiferente es un ser desdibujado. Condenado por voluntad propia a la resignación y al desinterés, es incapaz de comprometerse. No se compromete porque ni cree ni valora. Curiosidad o indiferencia: moverse en el sentido de la una o de la otra, actuar de acuerdo a la una o a la otra. El curioso, llevado por su necesidad de entender, imagina rumbos para sus pasos y horizontes. El indiferente, ciego y sordo a cuanto no sea su inmediata instantaneidad, sobrevive en medio de una errabundez de ahoras, rodeado de hábitos y comportamientos siempre iguales a sí mismos. Al curioso le es impensable no responder a las interrogantes que lo acosan. El indiferente, sumergido en la imitación de muchos lugares comunes y muchísimos gestos reiterados, permanece al margen de casi todo. Mientras el curioso no cesa de indagar en su tiempo, el indiferente se resigna al sinsentido de su tiempo.
Curiosos, siempre curiosos, nos aventuraremos “en lo desconocido”, pero necesariamente cercanos a nosotros mismos, a nuestra experiencia, a nuestra memoria. “La nuestra –ha dicho Octavio Paz- es la primera época que se apresta a vivir sin una doctrina meta histórica; nuestros absolutos –religiosos o filosóficos, éticos o estéticos- no son colectivos sino privados.” Nuestros absolutos pertenecen, cada vez más, a la esfera de lo individual. Postulan respuestas muy cercanas a esas experiencias que nos ha tocado vivir. Hablan de recuerdos y esperanzas, de vocación y proyectos de vida, de sentimientos y emociones, de aprendizajes e ideales; en suma: de tiempo individual.
La desconfianza hacia los absolutos viene de muy antiguo en nuestra cultura occidental. Ya en sus Confesiones, San Agustín recomendaba a los hombres no perderse en laindescifrable vastedad de los afueras, sino más bien orientarse hacia el propio mundo interior. Muchos siglos después, Miguel de Montaigne propuso en sus Ensayos mirar y entender siempre desde la propia experiencia y, sobre todo, desde la propia ética. Montaigne, un pensador moderno que se esforzó por mostrar a los seres humanos que la razón existía para ayudarlos a entenderse a sí mismos y desde sí mismos, volvía una y otra vez en sus escritos al viejo dicho de Protágoras: “el hombre es la medida de todas las cosas”. Lo que, en modo alguno, suponía afirmar que el hombre fuese el centro de todo sino que, una vez que el destino humano había dejado de reposar en la voluntad de un Dios todopoderoso e inalcanzable, las grandes preguntas de los hombres solo podrían respondérselas ellos mismos. Era el comienzo de un nuevo saber para la Humanidad: menos grandilocuente, más vulnerable; emparentado con. Sentimientos de soledad y, sobre todo, con la terrible, con la desoladora sospecha del sinsentido de la existencia. Sobre uno de los más antiguos y profundos absolutos del ser humano: la fe en lo divino, recuerdo el certero consejo de Rilke en la sexta de sus Cartas a un joven poeta: buscar a Dios depende de cada voluntad individual. La idea misma de una deidad deja de ser referencia absoluta para convertirse en algo mucho más “humano”: creación o respuesta de una persona ante su vulnerable soledad, una consecuencia de su desamparo o su temor. En fin, Dios - ¿dios?- existe, esencialmente, en la conciencia de cada individuo. ¿Nos resulta Dios necesario? Entonces busquémosle. Hagamos nuestros mayores esfuerzos para encontrarlo e incorporarlo a nuestra realidad personal. De lo contrario, acaso en su lugar nos basten esos aprendizajes propios que nos fueron conduciendo hacia razones y verdades que hemos llegado a considerar irrefutables.
Sin embargo, y de manera absurda, en nuestro tiempo occidental aún escuchamos frecuentes vociferaciones encargadas de proclamar absolutos ideológicos. Contemplamos, así, el reiterado espectáculo de ideólogos promotores de sistemas de pensamiento garantes de felicidad colectiva, preconizadores del sentido y la lógica de la historia; seres embarcados en la aventura de esclarecer el pasado y el porvenir humanos gracias a ideologías demandantes de credulidad y, sobre todo, de obediencia.
Propagandistas lamentables de poderes que los alimentan o alientan, estos “pensadores” suelen encarnar en dos seres opuestos: el sumiso esclavo o el brutal verdugo; bien esclavos de alguna doctrina o rostro gobernante, bien verdugos de sus propios conciudadanos: desenlaces contrarios de consecuencias igualmente deshumanizadoras. Inconcebible resulta que personas que debieran permanecer cercanos a verdades surgidas de su tiempo y de su camino, terminen míseramente reducidos a la condición de divulgadores de tesis sobre la incapacidad humana para enfrentar la vida por ella misma. A la palabra del verdadero pensador, eterno aprendiz de la vida, se opone el soliloquio de ideólogos que actúan en favor del adocenamiento de muchos. Lo que desmentiría su condición de creadores imposibilitados -paradójicamente puesto que se consideran a sí mismos pensadores- de pensar por sí mismos. Solo la afirmación de lo individual, el respeto a la libertad y la dignidad de la persona humana, lograrán enfrentar la inhumanidad de sistemas de pensamiento dogmáticos y alienantes.
Es difícilmente predecible el tiempo construido por los hombres; y es grotesco predicar a éstos solitarias verdades, y, muchísimo más grotesco aún, relacionar dichas verdades con algún rostro humano o algún determinado partido político. Existen y existirán siempre seres muy mal avenidos con ciegos acatamientos: individuos empeñados en obedecer a sus intuiciones, a entenderse con su memoria y dispuestos a no abandonar nunca ciertos sueños. Personas apoyadas, por encima de cualquier otra cosa, en su libertad; y que, frente a toda impuesta alienación, se acogen al refugio de su conciencia.


                                               Sobre espejos y brújulas

                                          Leandro Area Pereira


Si algún tesoro hemos perdido los venezolanos en estos últimos tiempos es el de aquél espejo donde, por borroso que fuera, se reflejaba nuestra siempre escurridiza identidad. Y no ha sido casual, porque a propósito, con la intención perversa de dominarnos, de hegemonizarnos, han mutilado nuestros signos, símbolos y mitos de orientación cultural, trastocando las raíces de las que nos nutrimos como nación y árbol social. Y sin estos imanes de sosiego orientador y ciudadano, cualquiera es presa fácil de ambiciones malevas.
Una sociedad sin esa brújula primera pierde tres dimensiones de la realidad que la debilitan como madre acogedora y orientadora de pueblo y sustentadora de pertenencia patria. Me refiero a ser, espacio y tiempo. Andamos sin saber quiénes somos, dónde estamos y en qué tiempo transcurrimos. Una nación así carece de alternativas que no sean las de consumir el presente para, tragándolo, evadirlo o regocijarse en un pasado nostálgico de aventuras románticas. En esas circunstancias nadie es libre de planear su futuro ya que es prisionero de las veleidades de los que se engolosinaron con el poder.
Las repercusiones de este envenenamiento calculado sobre las vidas personales son letales. El sentido de pertenencia se desarticula, la autoestima se fractura, el auto control pierde la noción de límite, el otro se convierte en enemigo o cómplice, la confianza no existe, y la energía individual y social se invierte en protección o aislamiento. Todas las posibilidades de obra se dirigen a la construcción de un muro para dilatar el peligro y el miedo que son dos fieras alternas que se complementan. La desconfianza es ahora la ley de la selva.
A ese desdén nos ha traído un proyecto político militar y golpista que encontró vara alta en una sociedad bonchona y mal tejida, y en unas élites incorrectas que convirtieron complejos y envidias de los suyos en inmolación a favor de los enemigos de la democracia. Ojalá me equivoque pero será difícil superar esta trampa babosa en la que resbalamos a través de óperas dialogadas a menos que otras circunstancias, internas y externas, converjan y conviertan fuerzas y errores de las partes en cambio político determinante.
Los enfrentamientos y luchas que andan por el país y de su cuenta a veces son expresión de la esperanza que persiste en los que creemos que no todo se ha perdido aunque quede mucho por hacer. Los avances han sido significativos hasta en las propias contradicciones y pugilatos dentro de la oposición ya que ellas caracterizan parte fundamental y provisoria de nuestra visión inexperta, vertiginosa y petrolera de la realidad y de la historia, del ser, el espacio y el tiempo.
Pero por ahí andamos, construyendo una brújula para darle sentido común a la dispersión que nos identifica como pueblo y como continente. Esto no es nuevo y ya tuvieron que lidiar con esa incomprensión los que nos antecedieron en esta odisea por civilizar la barbarie, por erradicar la malaria, construir puentes y caminos, educar a la gente, dar de comer al hambriento, dar de beber al sediento, lograr la libertad, dejar de ser esclavos, casa donde encontrar cobijo, amar al prójimo como a tí mismo. Lo básico, hermano, lo básico.
Leandro Area Pereira.


 En la casa eterna del ser. Una aproximación a la poesía de José Luis Ochoa

Autor: Julio César Blanco Rossitto

Uno. Ser y tiempo, así nombra Martin Heidegger una de sus obras fundamentales, quizá para sugerir la idea de que ambas categorías se interrelacionan y estrechan constantemente. Ser en el tiempo. Ser con el tiempo y a pesar de él. Ser con/en el tiempo lo que somos en los otros; por ejemplo, un día remoto, impreciso en los calendarios pero jamás olvidado: la fotografía de un joven que viste camisa manga larga de bacterias, pantalón negro, bigotes bajo una mirada apacible, al fondo unos cocales, los brazos colgando a cada lado, las manos no se ven; el fotógrafo: Vasco Szinetár (¿podía ser otro?); ¿el lugar?: tal vez Caracas.
Después será el centroccidente del país, una ciudad lamida por crepúsculos, pero antes habrá un Valle de la Pascua ardiendo en soles llaneros del verano venezolano, era 1965; ahora Barquisimeto con un río de cenizas, calles que se prolongan de naciente a poniente, brisas austeras, gente amable; pero antes fue Caracas: la Universidad Central de Venezuela, el ditirámbico misterio de la poesía, los encuentros, la gente de Eclepsidra (el último grupo literario que cierra el siglo XX en nuestras tierras), una editorial, los amigos, Marta Kornblith dormida en la tinta amarga de los suicidios.
¿Partir entonces? ¿A dónde? A la ciudad crepuscular, pero oteando horizontes desde Cabudare: nuevos aires, nuevo ambiente y la poesía latiendo su famélica soledad de ancla abandonada; calle 8, cerca de la Casa del Ajedrez, la Casa de la Poesía, el ritornelo de los dados, Borges, los nuevos libros escritos, soñados, sufridos, la ruta de los atardeceres irredentos. ¿Su nombre? José Luis Ochoa Rebolledo. Cariñosamente le llamamos El poeta Ochoa.
Dos. ¿Qué es la poesía?: fuego, incandescencia, revelación y dialogo o monólogo, sin duda oración y plegaria, construcción de mundos,  búsqueda para nombrar, inquietud ontológica. La poesía es una difusa conciencia de nuestros límites infinitos, un apostar por el silencio que habla su propio idioma con símbolos sagrados que vienen de un lugar remoto. El poema solo es poesía por gracia del azar, no es un don del poeta, es una concesión misteriosa de algún dios olvidadizo, epifanía, materialidad de lo inmaterial, verdadero milagro.
No es posible interpretar el poema, cualquier traducción es una traición, lo sabemos. El poema es un accidente escritural de la poesía y por tanto solo contiene una parte del todo, de manera que nunca podremos aprehenderlo, ni aprenderlo. Para cualquier lector el poema es un riesgo de consecuencias impredecibles. El poeta puede ser un vidente “por un largo, inmenso, y razonado desarreglo de todos los sentidos” (Rimbaud, 2010, p. s/n). La poesía remite a lo caordico, caos y orden, haz y envés de una realidad múltiple y proteica.
Las afirmaciones anteriores permiten vislumbrar por qué razón toda lectura de poesía siempre será una aproximación, ni siquiera el poeta es capaz de intuir las consecuencias finales de su propia creación, los caminos del poema son infinitos senderos que se bifurcan, cruzan, entrecruzan, distancian, chocan, acercan, desaparecen; de modo que lo que intentaremos en estas notas es una primera aproximación a la poesía de José Luis Ochoa.
Tres. Las cronologías no siempre son certeras, menos aún en el mundo de la poesía donde temas y obsesiones persiguen al poeta de forma fantasmática y recurrente; sin embargo, nos permitiremos esta licencia para señalar que la obra de José Luis inicia con: De Viajes y Encuentros (Ochoa, 1992), poemario que mereció el premio Fernando Paz Castillo otorgado por el Centro de Estudios Latinoamericanos Rómulo Gallegos, (CELARG).
El libro recorre con un lenguaje transparente, casi que conceptual, un sino vital que en ocasiones recuerda la poesía inglesa. Los poemas son breves, reflexivos, construidos desde el Yo. Existe un deseo de fotografiar la realidad circundante, decididamente urbana: el bar, la barbería, una estación del metro, la iglesia; y consecuentemente habitada por innumerable seres como: un jinete que escucha música en una vieja rockola; un barbero silencioso y cómplice cuya imagen, proyectada desde el espejo, testimonia el paso del tiempo en los cabellos de su cliente; un incomprendido evangelista cuyo sermón apaga el ruido del metro, mientras como el poeta, pierde su tren; el poeta mismo que al trasponer la puerta de la iglesia hacia la calle, queda: “desnudo / ya sin incienso / y sin luz”, (Ochoa, ob. cit., p. 35).
Desde este libro es posible apreciar algunos de los temas que como satélites persistentes, giraran en torno a la trayectoria orbital del poeta; así mismo, algunas de las particularidades de su poesía que terminaran decantando en un estilo y voz personales; nos referimos a los escenarios urbanos, la soledad de los ciudadanos en medio del tráfico y el polvo, la epifanía como revelación salvadora, el poema convertido en canto- oración-salmo para conjurar el duro trajín existencial, el tono conversacional en el lenguaje poético caracterizado a veces por diálogos entrecomillados, la hiperrealidad avasallante, el dolor como experiencia salvífica.
Las particularidades antes señaladas, de algún modo, vincularan la poesía de Ochoa con voces muy exclusivas del repertorio lirico universal; es así como encontramos en ella vasos comunicantes que a partir de su primer libro lo conectan con Cavafy, Ramos Sucre, Eliot, William CarlosWilliam y posteriormente, en sus demás libros con Bukowsky, los poetas de la Generación Beat, en particular Ginsberg, Kerouac, y de manera muy recurrente con el adolorido y humanísimo César Vallejo.
Cuatro. Cantos Hiperrealistas (Ochoa, 1997), es el segundo libro del autor; está conformado por ocho poemas de mediana longitud con el merecido nombre de cantos, que recuerdan un poco a Walt Whitman. La obra se distingue por el tono conversacional que asume el poeta quien pareciera estar hablando en una plaza con sus interlocutores, de manera que su voz se traslada desde el Yo hacia el Nosotros como un mecanismo para universalizar sentimientos, que, sin perder su estrecha vinculación con la experiencia personal, necesitan también expresar la angustia del colectivo con el cual se solidariza en un acto de humana compresión.
A pesar del propósito del poeta de buscar luz para su palabra mediante el diálogo abierto, paradójicamente el poema muestra una estética nocturnal, se llena de sombras y transita territorios oscuros, dramáticos, más que reales, hiperreales del mundo circundante. La afirmación anterior se observa desde el primer poema: Esto dice Vallejo, donde mediante el uso de la técnica del intertexto, se alude al soneto Piedra negra sobre una piedra blanca; allí convoca al gran poeta peruano
“desde su dolor siempre agradecido / siempre entristecido / de poeta de animal / y de hermano / -que también es el tuyo / que también es el mío.” (Ochoa, ob. cit., p. 8). Lo hemos dicho antes, la mención a César Vallejo no es casual, de acuerdo con nuestra opinión, la obra de Ochoa progresivamente se irá acercando en una trayectoria tangencial hacia la mística actitud cristiana que motivó al bardo peruano. En el poema: Eros en las calles, se aprecia con gran énfasis la cercanía con los postulados de la poesía conversacional que derivó de la Generación Beat y que a partir de los años ochenta, remozaron de manera muy particular los poetas del grupo Tráfico.
Si atendemos con lo señalado, existe un deseo de reivindicar lo urbano e incorporar elementos y aspectos tradicionalmente considerados antiestéticos (flores infectas, baratijas, wáter close); el lenguaje se  desenmascara y vigoriza mediante la dialogización de lo grotesco, pero nada de banalizaciones gratuitas; por el contrario, el poeta procura hablar a la tribu con sus propias palabras como una manera de reivindicar los actos sórdidamente humanos (el hombre que limpia sus piojos en la vía pública, diría Vallejo); es así como aparece el dios Eros que “muestra sus genitales / se masturba sin decoro en las esquinas / de la ciudad indiferente”, (Ochoa, ob. cit., p.12).

En el poema: Un río turbio y una ciudad, se construye un canto a la solidaridad y el amor enunciados desde el detritus, desde la pestilencia de un río donde los ciudadanos tributan sus desechos, donde el poeta bebe las aguas sucias que inundan sus ductos orgánicos mediante los cuales ofrenda su orina danzarina, efusión que finalmente regresa a la corriente. Así mismo, el poeta declara su amor absoluto a aquel tierno río insalubre porque: “no pretendes engañarme / porque no eres hermano de un río claro / porque eres ya incorruptible / porque has lavado todas nuestras heridas / todas nuestras culpas”, (Ochoa, ob. cit., p.15).
No es el río heracliteano que simboliza el fenómeno constante y permanente de la transformación al cual alude el poeta, se trata más bien de un hermano del Hudson “que se emborracha con aceite”, que se alimenta con sangre tierna de animales sacrificados para el condumio de los ciudadanos, aquel que cantó Lorca en su poema: New York oficina de denuncia, incluido en el libro: Poeta en Nueva York; en este caso, se habla del río Turbio: “último guerrero desnudo de las aguas” (Ochoa, ob. cit., p.17), erguido y heroico, resistiendo a una ciudad que le contamina con sus basuras para luego hipócritamente, resentir de sus olores.
Hasta ahora, hemos hablado con detalle acerca de dos poemas importantes que, de acuerdo con nuestra aproximación comprensiva, revelan sustancialmente los logros que Ochoa alcanza con los Cantos Hiperrealistas; sin embargo, hay un poema que consideramos significativo dentro de la obra del aeda, nos referimos al denominado: La perfección del mundo nos abruma. Consideramos que es un canto revestido de profunda filosofía. El poema ironiza acerca de la supuesta perfección del mundo, cabría interrogarse la postura ontológica que asume tal aseveración: el mundo es perfecto porque lo construyó un dios perfectísimo, tal vez diría un escolástico o un positivista, pero el mundo también supone la contingencia, el azar, el caos; en cualquier caso, algunos pensadores posmodernos hablan de lo caordico, dimensión donde los seres humanos ingresamos “entornando suavemente / nuestros parpados / cerramos nuestra boca / y entramos de lleno así / en la garganta del caos”, (Ochoa, ob. cit., p. 20). Pero asumir la conciencia del caos/orden como dinámica que verdaderamente rige el universo, reclama a su vez la aceptación de la otredad, el reconocimiento de la diferencia, de la excepción sobre la regla, de las minorías y por consiguiente, de los defenestrados del mundo, los proscritos, los marginales; de allí que en la realidad siempre existirá “otra solución / y otra / y otra”, (Ochoa, ob. cit., p. 22) para dar el gran salto donde “nuestra absurda terquedad / por tratar de invertir / el orden señalado de las cosas”, (Ochoa, ob. cit., p. 18) será una obstinada causa esgrimida por los expulsados del paraíso.
Cinco. En el luminoso ensayo, La palabra transmutada, el poeta Alfredo Silva Estrada afirma: Toda palabra, la más vulgar y corriente, es poética en su origen. La palabra abre la realidad y la hace mundo. La palabra: un abriente que es revelación y no medio que apunta hacia lo ya conocido. Es éste su origen poético que se pierde en el lenguaje conversacional donde la palabra se torna mera significación. (Silva, 2007, p. 53) Sirvan las ideas anteriores como preámbulo para acercarnos al tercer libro de Ochoa (2013), denominado Ruinas Vivas, cuyo numen fundamental se expresa en el poema: Palabras en ruinas, donde el poeta menciona la palabra gastada, hueca, perdida, “herencia de la lengua  piadosa cruel / de dioses hoy casi mudos” ( p. 22). En esta oportunidad la voz poética retoma el Yo desde el cual se convoca un verbo inocente, malgastado, pero única herramienta o posibilidad que tiene el poeta de expresarse y procurar una: “oración amorosa / sencilla entre esta confusión de escombros /…(para) así renacer / en el seno de los labios más dulces”, (Ochoa, ob. cit., p.22).
Nuevamente desde la estética conversacional, pero con un verbo que se adensa y profundiza para luego decantar hacia lo que hemos denominado, la experiencia salvífica; la obra bajo estudio, registra con tonalidades verdaderamente dramáticas, las circunstancias de un sujeto poético que da cuenta de sus laberintos interiores: “desde la intemperie de esta casa eterna del ser / siempre tan real tan elusiva” (Ochoa, ob. cit., p. 21), que se anuncia en el poema: Solo por decir. A su vez, insistiendo con Silva (ob. cit.), la palabra poética de Ochoa ,es también revelación y camino místico que conduce a la expiación de la culpa, el perdón y la paz espiritual, como magistralmente se expresa en el canto IV del poema: Variaciones sobre un mismo cielo, dedicado al cielo de Barquisimeto, donde se imita el ritornelo suplicante de las letanías. A este respecto conviene apuntar lo dicho por Armando Rojas Guardia en entrevista con Miguel Szinetár en el libro: De la poesía. Diálogo con poetas: El lenguaje poético es por naturaleza paradójico, se mueve en los bordes, roza el misterio. Dice lo indecible. Es una de las maneras que tiene el misterio de manifestarse (…) Hay un gran parecido entre la alquimia verbal propia de la poesía y la aproximación al misterio que hace el místico. (Szinetár, 2004, p.116). Precisamente aquí queríamos llegar, sabemos ahora que enocasiones el ejercicio poético se asemeja a la praxis mística; sin embargo, no pretendemos decir con esto que José Luis Ochoa sea un iluminado, deseamos subrayar su progresiva y denodada inclinación hacia una postura espiritual que como hemos insistido antes, lo emparenta con César Vallejo; de manera que su poesía asume con rigor un proceso de} cura del alma mediante la expiación del dolor. Es así como en el poema: Mira lo que hace el amor, nos dice: “Ahora vagaras con tu amor con tu bestia / -siempre a cuestas- / comerás sus huesos sus vísceras / la sangre por ti derramada / fundirás con la tuya / y vendrá entonces la purificación” (Ochoa, ob. cit., p. 49).
Creemos que faltan algunas cosas por decir acerca de Ruinas Vivas y que merecen su estudio, sin embargo, anunciaremos solo un par de ellas: los continuos referentes a obras, escritores y otras manifestaciones del arte (Cesare Pavese en: Nocturnos del desamparo, Quevedo en: Soneto Quevediano, la pintura en: Como un joven Baco de Caravaggio, el cine en: Crónica de amores perros) que dan cuenta de la erudición de un intelecto despierto e inquieto; y la alusión al mito del eterno retorno enunciado por Nietzsche en sus teorías y que el poeta trata en los poemas: Tiempos nuestros y El regreso del Fénix, donde se vislumbra un
“amanecer inédito que revela / la rama dorada de nuestra esperanza renovada.” (Ochoa, ob. cit., p. 66).
Seis. “Cantar y pensar son los troncos cercanos del poetizar. Crecen del ser y se alzan hasta tocar su verdad”, dice Martín Heidegger; creo que no existe mejor frase para resumir la obra poética de José Luis Ochoa Rebolledo.

Referencias

Ochoa, J. (1994). De Viajes y Encuentros. Caracas. Pequeña Venecia.
Ochoa, J. (1997). Cantos Hiperrealistas. Caracas. Eclepsidra.
Ochoa, J. (2013). Ruinas Vivas. Caracas. Eclepsidra
Silva, A. (2007). La Palabra Transmutada. La poesía como existencia.
Caracas. Otero Ediciones.
Szinetár, M. (2004). De la Poesía. Diálogo con poetas. Mérida. Ediciones Actual.
Rimbaud, A. (2010). Cartas del Vidente. Biblioteca Virtual Universal.
Disponible: http://www.biblioteca.org.ar/libros/153514.pdf [Consulta:
2018, Abril 11]

Cabudare Abril 14 de 2018. 


                                          CADENAS EL INTROVERTIDO

                                          Por: Juandemaro Querales

Acaba de alborotar y agitar el mundo de la Poesía y la Literatura el poeta Barquisimetano, miembro de Tabla Redonda: Rafael Cadenas (1930), Reconocido con el Premio “Reina Sofía” de las Artes de España 2018. Crecí admirando al autor de los “Cuadernos del Destierro” (1960) por varias cosas como: mi militancia en el PCV; el trato cercano a poetas y filósofos marxistas como: Héctor Mujica, Ramón Querales; Alì Lameda en la lejanía de su prisión en Corea del Norte, también a la prédica didáctica del pensador Andrés Padilla.

En aquel entonces leíamos con admiración: “Derrota” (1963); “Falsas Maniobras” (1966), en copia mimeografiada por el poeta Jesús Serra. Pero, no será sino con su “(Cuadernos del Destierro”, el texto que siempre anidó en nosotros, que siempre lo llevamos dentro, como la Ítaca de Kavafis. Canto encandilador donde la voz profética absorbe ese Caribe oriental de la Trinidad de su exilio antillano, en tiempos de la dictadura de Pérez Jiménez (1952- 1958). Canto salomónico, reminiscencia homérica o también las Elegías a Varones Ilustres de Indias de Juan de Castellanos. Pero fundamentalmente el Saint John Perse del Caribe francés de Guadalupe y Martinica, no debemos de soslayar a un fundador del Surrealismo como Aimé Cesaire del Cuaderno para un Retorno a un país natal; de la Martinica del viejo Alcalde del Partido Comunista Francés de Fort de France y del Fanón de “Los Condenados de la tierra”. Código fabuloso de aquel barquisimetano que desde Naipul y las Cartas del Tirano Aguirre a Carlos V, conforman el abigarrado mundo exótico del sereno y circunspecto Cadenas; lo cual hizo exclamar al gran poeta Caroreño Luis Beltrán Guerrero: “Cadenas, no proviene de ningún Reino de comedores de Serpientes, sino del Reino Ayaman de comedores de arepas”.

Autor del poema más representativo de la década de los sesenta, caracterizados por sea tiempos de violencia y alzamientos guerrilleros y de cuartel: “Derrota” que junto al poema de Ramón Palomares: “Nativos”; recogen como la Ilíada de Homero y la Paidea helénica del Aretè de la guerra, las campañas Lacedemonias. Lejos de los 300 guerreros de Leónidas, donde los espartanos detuvieron a los Persas infinitamente en mayor cantidad, dirigidos por su Rey Jerjes.

Con el poeta barquisimetano se ha cometido una gran injusticia, el querer silenciarlo, execrarlo de la mal llamada “Cultura Oficial” o del Realismo Comunista. La de los “poetas” de la nomenklatura: Gustavo Pereira, Luis Alberto Crespo, William Osuna, Tarew William Saad. Pero estos arrebatos de sectarismo y autoritarismo militarista, pasara como en la España del 36, cuando proscribieron a la Generación del Cuarto Centenario de a Góngora: Garcìa Lorca; Miguel Hernandez; Alberti; Vicente Alexandri. Pasado esa pagina De la noche totalitaria su nombre brillará, como Eugenio Montejo, quien ya forma parte del Parnaso de los grandes de la Lengua española. De allì el Reconocimiento que le acaban de dar los Príncipes de Asturias, al conferirle el “Reina Sofía” de las Artes.

Junio de 2018

 Gabo…

Alexander Cambero @alecambero



Jamás leyó estas palabras escritas con el dolor que significó su partida. Disfruté toda su obra para viajar a través del tiempo por geografías exuberantes, historias fascinantes de mujeres deliciosas de besos ricos y senos que tocaban el cielo.
Macondo se fue transformando en la Duaca de mi origen. Llegó un momento en que sus relatos los iba comparando con episodios que me ocurrían en este pequeño territorio larense en donde milita mi alma. Muchas veces observaba a personajes locales y me los imaginaba inmortalizados por su pluma.
A pesar de ser pueblos distintos existe una conexión espiritual indestructible, y esto es vivir amparados bajo el manto de una lengua que arropa a más de 600 millones de personas, en una ondulada franja de 90.000 kilómetros; por lo cual Macondo y Duaca están unidos por consanguinidad histórica. Un cruce de caminos entre la fértil imaginación de un genio incomparable, con un pueblo real construido por viejos episodios que no fenecen.
La centellante sentencia de la abuela relatándonos la fábula de una hermosa mujer que arrastraba a sus víctimas hasta el cementerio. Pasábamos las noches aterrorizados imaginándonos a la extraña dama mirándonos por la ventana. En la mañana junto al café otros relatos más divertidos. Amantes que se disfrazaban de muertos para penetrar hasta los brazos de la mujer ajena, solo que al aparecer la luz eléctrica se acabaron aquellos espectros.
Como ven, existe mucho material en el sortilegio de pueblos atiborrados de supercherías. Cómo me hubiese gustado ver eternizado al ciego Patricio, volando por el cielo con la sinfonía tocada por un coro de ángeles. Quizás Balbino y María Bolivia, en realidad, eran brujos que andaban en sus escobas fosforescentes; vuelo raudo y veloz hasta el mundo de las ranas plateadas con ojos de rubí. Que en su cabaña de palma estaba enterrado el tesoro de Francisco Bortone, resguardado por murciélagos nacidos en Tumaque.

Aprendí a quererlo al adentrarme en sus historias cargadas de ese realismo mágico tan característico de nuestros pueblos morenos, infectados de injusticias; continente sembrado de hondas iniquidades que supo dibujar en personajes de rostros compungidos, con sus cuerpos nadando en un pantanal de huesos secos.
Cada párrafo reflejaba la remembranza de comarcas olvidadas por mandatarios insensibles. De ese barro creador nacieron esas maravillosas narraciones, que hoy colocan su mástil en el corazón de muchas lenguas. ¡Oh, grandioso capitán de la palabra…!
Nunca olvidaré cuando siendo muy joven pude verlo en un acto en el Poliedro de Caracas en apoyo a Teodoro Petkoff, como abanderado presidencial del MAS. Estaba vestido de gris junto al malogrado dirigente político colombiano Luis Carlos Galán Sarmiento y Pompeyo Márquez. José Ignacio Cabrujas dirigía unas palabras con la profundidad de aquella inteligencia superior.
Luego de la electrizante intervención de Teodoro, quien con la destreza de la imaginación hizo que su discurso convirtiera el Poliedro en un mundo de ininterrumpidos aplausos, lo vi aplaudir juntos a nosotros con el fervor de la ilusión de querer un cambio para Venezuela. Tu presencia refrendaba el hermoso gestode donar el dinero obtenido del Premio Internacional Rómulo Gallegos. Creíste en un movimiento de gente de corazón grande y pensamiento profundo, el MAS no pudo llegar a Miraflores, pero su origen marcó una etapa hermosa en la historia nacional…


 Victoria De Stefano es homenajeada por el Festival de la Lectura

“Escribir es una devoción por el lenguaje”



La autora de novelas como “La noche llama a la noche” (1985) e “Historias de la marcha a pie” (1997) considera que a los escritores no les hace daño un poco de reconocimiento.

DULCE MARÍA RAMOS

Un referente en la narrativa venezolana es, sin lugar a dudas, Victoria De Stefano. El desolvido (1971), La noche llama a la noche (1985), El lugar del escritor (1992), Cabo de vida (1993), Historias de la marcha a pie (1997), Lluvia (2002), Paleografías (2010), componen su obra narrativa.
Una mujer que ha vivido el desarraigo, el exilio, la tragedia familiar con el terremoto de Caracas, en 1967, y la pasión por la enseñanza en los pasillos de la Universidad Central de Venezuela. Y a pesar que realizó estudios de Filosofía, la literatura finalmente marcó su vida. Siempre ha recibió los aplausos de sus fervientes lectores, y ahora su legado a la literatura será reconocido en el Festival de la Lectura Chacao. “Me siento complacida por el homenaje, a los escritores no les hace daño un poco de reconocimiento. Siempre es bienvenido”, dice. 

“El aprendizaje sobre nuestro carácter, sobre nuestras contradicciones, lo hacemos en la vida de todos los día”.
–La memoria es fundamental en la escritura. ¿Qué ha significado en su novelística? 
–La memoria es importante en la escritura, pero la escritura depende de muchas otras cosas: de la capacidad de seleccionar lo que es relevante, de la capacidad de observar, de la voluntad de emprender la exigente labor de escribir. También depende de la devoción por el lenguaje y a partir de esa devoción de crear una sintaxis, una vibración, un timbre propio y personal para hacer avanzar una historia y darle vida en una forma. Tampoco debemos olvidar la imaginación. Funes, el memorioso, el personaje del relato de Borges, tiene demasiada memoria, jamás podría salir de la armadura de su cerebro y escribir una novela o una crónica o lo que sea.
–En su libro Viajes con un mapa en blanco, Juan Gabriel Vásquez, cuando habla de la novela, afirma: “Las enviamos a lugares oscuros o desconocidos; las iluminaciones que nos traen nos permiten un renovado aprendizaje del mundo, de sus complejidades y las nuestras, de la ambigüedad, multiplicidad e inestabilidad de nuestro carácter”. ¿Cómo concibe usted el género de la novela? 
–No, no sería eso, cada escritor tiene su propia noción de la novela. En todo caso no somos nosotros los que las enviamos a lugares oscuros.
Son ellas, a medida que corren, que pueden en enviarnos a lugares oscuros y desconocidos, más que de nosotros mismos, del mundo que nos rodea. El aprendizaje sobre nuestro carácter, sobre nuestras contradicciones, lo hacemos en la vida de todos los días, en la relación con otros seres, con prójimos y extraños, además de las lecturas de autores que nos apasionan precisamente porque nos enseñan cosas que nos ponen a reflexionar, incluso sobre el modo eficaz de narrar.
“La literatura es una manera de vivir en el sentido de oír, sobre todo escuchar, sentir, observar, percibir, reflexionar, volver a pensar”
–La literatura con la madurez cambia; es decir, cambian las lecturas, los autores, los intereses. ¿Quién era la Victoria de Stefano que empezó a escribir y quién es la que escribe hoy? 
–Pues, de verdad, se supone que ha crecido, que ha cambiado, obviamente, pero creo que básicamente desde el principio estaban las marcas de lo que iba a ser su escritura. Siempre leí, desde muy niña, mis intereses no han cambiado mucho. De joven llegué a leer mucho, ahora releo mucho más. Puedo leer un libro que leí hace 10 o 20 años, y me parece que lo estoy leyendo por primera vez, descubro cosas que antes no había visto.
–Para Flaubert la literatura es una forma de vivir, para el escritor colombiano Juan Gabriel Vásquez, un lugar donde el grito ahogado, es algo para el mundo. ¿Qué significa para usted la literatura? 
–Estoy más bien con Flaubert. La literatura es una manera de vivir en el sentido de oír, sobre todo escuchar, sentir, observar, percibir, reflexionar, volver a pensar. Por lo demás, Flaubert la vivió de una manera exclusiva.
–Su familia llegó a Venezuela por la guerra, usted vivió la dictadura, el exilio, y ahora este proceso tan complejo y doloroso de las dos últimas décadas. Como intelectual, filósofa y escritora, ¿Venezuela se recuperará de estos años tan aciagos? 
–Lo espero, lo deseo, lo ansío con el mayor fervor. Lo espero, lo deseo, lo ansío de todo corazón. Pienso mucho en los jóvenes, pienso mucho en los viejos. Incluso puedo rezar plegarias.
–En su más reciente novela, La ola detenida, Juan Carlos Méndez Guédez escribe: “Era imposible volver a la ciudad que uno quiso.
Las ciudades se iban con uno. Regresar era encontrar una fotocopia arrugada del lugar que una vez se amó”. ¿Caracas, su ciudad, es la misma? 
–Para nadie es la misma. Ha cambiado sobre todo en la medida en que nos recluimos más, estamos más solos, los amigos. Los familiares se van. Las personas de mi generación hemos perdido muchos amigos de infancia y juventud, incluidos poetas y escritores cercanos. Requerimos superar muchas dificultades prácticas y agobios afectivos todos los días.
Yo nunca he dejado de querer a Caracas. En ese no dejar de quererla sí me ayuda y mucho la memoria.
–Hoy, ¿cuáles son sus obsesiones literarias?
–No soy especialmente obsesiva, solo quiero terminar de afinar la novela que estoy escribiendo.
–Y finalmente, ¿cómo es la ventana por donde mira Victoria De Stefano?
–Es una ventana de las que el Banco Obrero diseñó en sus años dorados, y se llaman ventanas Macuto. Desde la de mi cuarto puedo ver el Ávila, a veces límpido, a veces encapotado.


 Un texto inédito
CUANDO CARLOS FUENTES CONFESABA A LUIS BUÑUEL

Por Jesús Ruiz Mantilla


Fuentes buscaba la manera de penetrar su rostro rudo pero escurridizo, con ojo a la virulé. Así se leía en su ficha policial durante el franquismo: “Buñuel, Luis. Nativo de Calanda, Aragón. Anarquista, pervertidor, hereje y blasfemo, autor de dos películas que denigran a la nacionalidad española: Tierra sin pan y Un perro andaluz”. Por más que lo marcaran las autoridades del régimen de esa manera, o precisamente por eso, Carlos Fuentes tenía otra opinión de su amigo exiliado en México: “Es el cineasta más honesto que existe en el mundo”.

Lo escribió en un trabajo hasta ahora inédito e inconcluso donde trató de desentrañar su cine bajo el título de La mirada de la medusa. Descansaba en el archivo personal que el autor legó a la Universidad de Princeton (EEUU) y lo acaba de recuperar Javier Herrera, experto en el director, para la Colección Obra Fundamental (Fundación Banco Santander). Es, sencillamente, una joya.
No solo desgrana y agiganta su dimensión artística. Da testimonio de uno de los nexos, aún no suficientemente explorados, que ha definido la cultura hispánica a nivel global en el siglo XX: aquel que une la vanguardia europea de principios de siglo con un líder destacado del surrealismo entre sus filas y los jóvenes escritores latinoamericanos que lo consideraban un faro de leyenda para toda su corriente.
No solo lo trató Fuentes. Quizás fue quien lo hizo de manera más íntima y continuada, con México como epicentro de la relación. También lo veneraban García Márquez, Vargas Llosa, Julio Cortázar o José Donoso. Los fogonazos de su cine se advierten en varias de sus novelas y cuentos. Existe una complicidad mutua a la hora de entender el mundo. Por eso Buñuel, un puro cineasta literario, quiso adaptar a Juan Rulfo, igual que lo intentó con Aura, de Fuentes, cuentos de Cortázar como Las menades, novelas de Donoso (El lugar sin límites), además de La ciudad y los perros, de Vargas Llosa. O, a la inversa también, García Márquez lo tentó para que transformara en imágenes algunos de sus guiones antes de la explosión atómica que supuso para su carrera —y para la literatura universal— Cien años de soledad.
Profeta de mayo del 68
Más allá del estilo o del discurso, los escritores del boom literario latinoamericano vieron en Luis
Buñuel a un profeta. Y cómo tal, a alguien que predijo acontecimientos como mayo del 68. “¡Ah, cabronas antenas buñuelianas!”. Con esta expresión, a Carlos Fuentes se lo reconocía. Según Javier Herrera, “en esa época, el escritor se encuentra en París y vive muy de cerca los acontecimientos revolucionarios”. Por origen y formación, Fuentes, como Buñuel, pertenecían al mundo burgués dominante. “Pero con una conciencia crítica despiadada hacia ese mismo mundo para intentar humanizarlo a través de la cultura y del arte”, apunta Herrera. El autor va confirmando tesis y teorías discutidas con su maestro sobre el terreno. “La aproximación de Fuentes a su obra hasta ese momento tenía en cuenta principalmente las cuestiones estéticas derivadas de películas como Belle de Jour y ahondaba a través de ella en una dialéctica entre la ceguera y la visión artística. Pero a medida que el análisis de Fuentes iba encauzándose hacia la subversión ideológica y social que sus películas preveían, se dio cuenta de que la capacidad visionaria —y por tanto poética— de Buñuel se iba imponiendo”. Lo previsto se empezaba a plasmar en la práctica revolucionaria del mayo francés y en la consiguiente amarga decepción que supuso su fracaso para todos ellos.
De ese rico parentesco nace La mirada de la medusa. Ninguno de aquellos autores pudo cumplir su sueño de verse trasladados en imágenes por el maestro. “Tengo una tumba llena de proyectos muertos”, le confiesa el director a Fuentes. Pero cerca anduvieron. Lo mismo que él de buena parte de aquella camada de letra heridos dispuestos a hacer historia.

Si algo tenía Buñuel era buen olfato para según qué talentos. Lo mismo que Fuentes para elegir mentor. Y el cineasta lo fue. Así se desprende de sus cartas también y del estudio. “Entérese: estoy escribiendo un larguísimo ensayo sobre usted”, escribe Fuentes a su amigo el uno de noviembre de 1967. Según el autor, el sello Gallimard pretendía publicarlo en Francia con fotos de Antonio
Gálvez y Mortiz en México.
Pensaba en 100 cuartillas. Más o menos es la extensión hallada por Herrera. Ha querido respetar la estructura de encuentros que conforma el libro: “Desde el punto de vista creativo, en este ensayo, Fuentes se muestra innovador y perfectamente coherente con el objeto de estudio. Lo conoce desde todos los ángulos posibles debido a su gran mutua complicidad y conocimiento. El primer elemento original es su estructuración en torno al concepto encuentro y su relación con cuatro lugares: París, dos en México y Venecia. También podría incluirse Madrid, aunque de modo más indirecto”.
A la capital de España acude Fuentes de manera sistemática en el texto. Su itinerario queda marcado por una brújula de sortilegios en los que se mezclan Velázquez con el Quijote, don Juan con Galdós y Valle-Inclán: “Vuelve a poner en circulación a las figuras del panteón español”, describe el autor.
De ese magma surge en gran parte el mundo buñueliano: como una vigorosa, radical y rabiosa puesta al día de su herencia cultural. Ultra moderno y decididamente tradicional. Salvaje y riguroso. Bestia sin amo, animal clarividente. Un visionario que descubrió el reverso de la España pacata en la que creció a medio camino entre los mundos opuestos del marqués de Sade, Freud y Darwin.
Un tipo que prefería sus pistolas a sus cuadros. “Almuerza y cena temprano. Se levanta a las cinco de la mañana y se acuesta a las nueve de la noche. No habla mientras come. Bebe todo el día, desde las once de la mañana”. A base de una rigurosa dieta de buñuelonis —medio de ginebra, un cuarto de Carpano, lo mismo de Martini blanco—, fueron conversando y asentando su amistad aunque jamás dejaran de tratarse de usted. Fuentes buscaba la manera de penetrar su rostro rudo pero escurridizo, con ojo a la virulé. “Es el toro y el picador, un burgués con cuerpo de campesino y máscara de intelectual”.
Lo consigue. Aunque en medio, ningún misterio quede sobradamente clarificado. Imposible, junto a alguien que adoraba al Quijote y a Don Juan como ejemplos modernos, precisamente por su genio para ambigüedad. Y es que Buñuel, por ejemplo, reivindicaba el erotismo casto de sus películas: “Esa tensión secreta entre pecado y placer”, en palabras de Fuentes. Un elemento que fascinó a autores como Henry Miller, pero que probaba también su medida y desesperada obsesión de no renunciar al exceso de sus propios deseos.

Es algo que persigue desde sus inicios en las irredentas Un perro andaluz y La edad de oro. Sin olvidarse del principiante que pegó la espantada de Hollywood, fue reconocido al final de su carrera en Europa, metió un corte de mangas al franquismo con la cara inmaculada de Viridiana y antes se asentó en México para esculpir un monumento a la libertad con genialidades y hachazos como Él, Los olvidados, El bruto, Simón en el desierto, El ángel exterminador, Nazarín o La vía láctea…
Con todos ellos marcó el camino de sus herederos. Con todo ello sigue vigente como el más grande cineasta que ha dado España al mundo.
Publicado originalmente en elpais.com

 “Descubrí mis límites como escritora”

                                                       Edurme Portela

La autora española presenta su primera novela “Mejor la ausencia”, con la editorial Galaxia Gutenberg

DULCE MARÍA RAMOS

Edurne Portela (Santurce, Vizcaya, 1974), escritora española que hasta hace poco estuvo dedicada al mundo académico, se aventuró el año pasado a experimentar una nueva faceta: escribir desde la ficción.
Mejor la ausencia es su primera novela publicada por la editorial Galaxia Gutenberg. Aquí, la historia es contada por Amaia. A través de la mirada de la protagonista, desde sus años de niña hasta que se convierte en una mujer, el lector verá cómo construye su universo femenino dentro de una familia vasca, en un país sumido en la violencia de ETA y atado al discurso patriarcal de los años ochenta. El único refugio de Amaia, ante una cotidianidad tan agresiva, es la lectura; rasgo que el personaje comparte con Portela, quien empezó a leer para escapar de los quehaceres domésticos que le imponía su abuela: “Los únicos momentos que mi abuela me dejaba tranquila era cuando me veía leer. En parte leí tanto de pequeña porque huía de ella. Es un hábito sin el que hoy no puedo vivir”, asegura.
–Antes de la novela usted publicó el libro de ensayos El eco de los disparos (2016), donde reflexiona sobre lo que fue el terrorismo en España en la época de ETA. En Mejor la ausencia son evidentes los vínculos con ese libro.
–En ese ensayo me alejo de lo académico, es un ensayo personal, es un híbrido entre la reflexión, un análisis cultural y un ejercicio de memoria. Disfrute muchísimo con el ejercicio de memoria y con esos pequeños relatos que acompañaban a las reflexiones y que son muy autobiográficos. Cuando terminé el libro, me quedé con ganas de seguir escribiendo, ya fuera del ensayo. Me propuse intentar desde las preocupaciones que tenía sobre el tema, hacerlo desde la ficción. Fue un experimento, me metí en la voz de Amaia, en esa mirada de la protagonista.
–La madre de Amaia es uno de los personajes más contradictorios de la novela, además de los hechos violentos que sufre.
–El maltrato a la mujer es algo que se daba en esa época y se sigue dando en el presente. Es un personaje incómodo, es madre pero también es una mujer. Tiene una historia de pareja con este hombre que de alguna manera arrastra toda su vida. Es una mujer que puede ser víctima y victimaria, verdugo al mismo tiempo, que no es capaz ni de protegerse a ella ni a sus hijos. Claro, como la novela está contada desde el punto de vista de la niña que va creciendo, siempre vamos a tener la visión de ella. Entender al personaje fuera de la visión de esa niña y después como una adulta marcada, dañada, por la violencia, es sumamente difícil. El lector debe ir desentrañando el texto para poder entender a esta mujer que vive toda su vida pendiente de un hombre que es un maltratador y un abusivo.
–Esa situación crea en Amaia un conflicto con su feminidad.
–Tiene una rebeldía que puede ser muy dura por la familia donde crece. Los referentes femeninos que tiene de su madre no los quiere reproducir. Por la confrontación constante con esa idea que tiene de la madre, por esa mujer objeto, ella reniega de la feminidad. Después están sus experiencias como joven y adolescente en un contexto social donde el cuerpo de la mujer pareciera estar siempre a disposición del hombre. 
–También enfrenta conflictos con el padre.
–Son relaciones contaminadas por el interés y la supervivencia. Amaia juega ese juego. No es una familia construida bajo este amor ideal, pero sí hay formas de afecto. A veces el padre intenta desarrollar una relación afectiva con Amaia, también hay ciertas versiones del amor en la relación entre los hermanos.
–Cree que esas construcciones familiares tan complejas fueron producto de la violencia que vivió España.
–Cuando vives en un contexto violento –también en la novela hay otras formas de violencia estructural como los problemas económicos, la falta de oportunidades, el mundo de las drogas–, y cuando vienes de una historia como la española donde la violencia estaba normalizada y además existía un discurso patriarcal, se generan comportamientos y se reproduce esta violencia donde la mujer es la que paga con estos problemas sociales. La novela refleja cómo la violencia exterior se traduce en una violencia intima, siendo la mujer la mayor de las víctimas. 
–Usted mencionó que su libro de ensayos es autobiográfico. ¿Qué tan autobiográfico es Mejor la ausencia?
–Es mi mundo, son los años y la geografía en la que crecí y a la que de alguna manera he vuelto años después. Es un poco la memoria afectiva de cómo percibía la realidad en esos años y cómo nos marcó la violencia. Los datos biográficos de Amaia no son los míos, quizás hay algunas cosas que salpican la novela, pero esa tragedia que sufre la protagonista no la he sufrido yo. 
–En su libro de ensayos escribe: “La violencia genera silencio”. ¿Estas obras de alguna manera le permitieron romper ese silencio?
–Fue un proceso duro, como es un tema tan difícil y ha creado tanto dolor, me daba mucho miedo hacer algo que no estuviera la altura de lo vivido. El ensayo me llevó años escribirlo, pero al mismo tiempo he aprendido muchísimo sobre la historia colectiva y sobre mí misma, no podría llamarlo catártico, pero sí ha sido un proceso de indagación, de aprendizaje; también de descubrir mis propios límites como escritora.
–Usted es feminista, ¿le molesta que etiqueten así su novela?
–En España se ha etiquetada la novela bajo el conflicto vasco y ETA, cuando creo que no lo es, va más allá de eso. Una vez me preguntaron cómo denominaría mi novela, respondí que si quieren ponerle una etiqueta, pues que sea “novela feminista”, porque es con la única con la que estaría cómoda. Está escrita desde esa óptica pero no por mostrar una tesis feminista, hay una preocupación por la concepción, el desarrollo y formación de Amaia en un entorno patriarcal donde el maltrato y el abuso del cuerpo están normalizados. La novela expone eso, si de ahí se quiere leer, yo estoy cómoda. 
–Y finalmente, ¿cómo es la ventana por donde mira Edurne Portela?

–Miro desde la curiosidad y la perplejidad. Me da la sensación que entiendo muy poco del mundo que me rodea. Igual hay un pozo de escepticismo, casi de angustia, de nunca alcanzar esas herramientas para entender esa realidad. De ahí ese cambió en mi vida de pasar de un tipo de conocimiento académico, y que en algún momento se me agotó, para cambiar a otra ventana e intentar desde ahí ver a este mundo tan injusto, tan desesperanzador, pero que a veces muestra momentos de luminosidad preciosos. 

@DulceMRamosR


 La visión compartida de Carpentier
EVOCACIÓN DE UNA CARACAS IDA


por Ibsen Martínez

En Caracas, Carpentier escribe el que parece haber sido el único diario en toda su vida, al tiempo que anota lo que van dejando sus lecturas.
Un mediodía de 1949, exilado ya voluntariamente en Caracas y en el preciso instante en que abordaba un taxi, Alejo Carpentier concibió la idea de un relato. Haciendo el trayecto hasta su casa imaginó minuciosamente un cuento que estaría dividido en siete capítulos y calculó que escribirlo le tomaría unos 20 días.
La entrada del 14 de octubre de 1951 precisa que comenzó a escribir el relato el 7 de diciembre del 49. “Contaba [con] tenerlo terminado para comienzos de enero”, dice. “El libro ha cobrado 40 capítulos y pronto se cumplirán dos años, desde el momento en que su tema se me impuso de manera ineludible”. Ya en aquel primer momento Carpentier dio el título de Los pasos perdidos al cuento que creció hasta convertirse en novela, la primera de las tres grandes obras que escribió en Venezuela. Las otras dos son El acoso y El siglo de las luces.
El diario fue publicado por vez primera en La Habana, en 2013, y fue la foto de portada lo que me llevó a comprar un ejemplar en una librería bogotana aquel mismo año. En la foto, un Carpentier cercano ya a los 50 años, muy bien trajeado, fresco, vigoroso y con la mano izquierda en el bolsillo, camina por una calle blanca de puro sol caribe. Algo (¿una ceiba que se ve al fondo, semejando las que aún se alinean frente el Palacio de las Academias, antigua sede de la Universidad Central?, ¿las arcadas de una ya desaparecida galería comercial en la esquina de La Bolsa?) me llevó a reconocer el aire caraqueño de esa estampa y pensé sin palabras en la Concha Acústica de Bello Monte.
Trato ahora de explicarme esa instantánea unión libre y me digo sin mucha convicción que acaso sea porque fue allí, en la Concha Acústica, donde Carpentier presidió las veladas del Primer Festival de Música Latinoamericana, en 1954. Forzosamente, ha de ser un falso recuerdo pues yo tenía sólo tres años en aquella época y todavía no me dejaban ir solo a los conciertos ni a ninguna otra parte. Es algo que he sabido ya adulto.
Lo cierto es que Venezuela tiene muchos nombres en el lenguaje privado de mi exilio: José Ignacio Cabrujas, beisbol, Teodoro Petkoff, valles de Aragua, bahía de Mochima, Eugenio Montejo, Miss Venezuela 1976, Rafael Bolívar Coronado, aragüaney, el bar La Cita de La Candelaria, la Gran Sabana, el museo de las palmeras del capitán Gibson, el vals Natalia de Antonio Lauro. Ahora, desnudo en Bogotá, se ha sumado el de Alejo Carpentier a quien no contaba entre mis autores dilectos, pero esto último ha cambiado luego de leer y releer su diario caraqueño.
Bogotá cuenta con una las mejores bibliotecas públicas de Hispanoamérica, la Luis Ángel Arango.
En su sede de la calle 81 he vuelto a El siglo de las Luces y, navegando con Víctor Hughes, me ha enceguecido otra vez la ventosa resolana de la playa de Puy Puy, en la península de Paria, al oriente de Venezuela.

Ilustración de Fabricio Vanden Broeck.
En Caracas, Carpentier escribe el que parece haber sido el único diario en toda su vida, al tiempo que anota lo que van dejando sus lecturas. La de otros diarios, por ejemplo, como los de Ernst
Jünger, Franz Kafka o André Gide, entre otros: “Tristeza, tristeza infinita la pederastia de Gide. […]
¡Qué vacío, qué yermo, qué desierto, la vida de ese hombre sometido a la mirada acusadora de una mujer infecunda, virgen a pesar de ella…!”.
Carpentier es lector sistemático que, en el curso de apenas tres semanas, se zampa y comenta un verdadero catálogo de la picaresca española. Va de la Vida de Estebanillo González, hombre de buen humor hasta el Marcos de Obregón, de Vicente Espinel, “el más fino, el más penetrante de la gente de la picaresca había de ser músico. Una vez más me pongo de acuerdo conmigo mismo”.
El jueves 18 de marzo del 54 recibe carta de la editorial Gallimard solicitando los derechos de traducción de Los pasos perdidos. La misma carta informa que la versión francesa de El reino de este mundo aparecerá en el verano. Desde París le escribirán constantemente durante estos años muchos de los amigos que dejó atrás cuando regresó a Cuba, en la anteguerra: Queneau, Malaquais, Jean Cau, Nadeau. Con el músico cubano Juan Orbón las comunicaciones son permanentes, aunque Carpentier rara vez estará al día con la correspondencia y esto lo desazona tanto como la gravosa rutina en la agencia de publicidad en la que ocupa un alto cargo. El 3 de febrero de 1955 Carpentier, exitoso publicista, hace una gruñona anotación: “Lecturas dispersas.
Gran necesidad de trabajar, contrariado por la bendita campaña anual contra la Parálisis Infantil, ineludible, pero cuán molesta…”. Anda enfrascado en El acoso.
El diario ofrece largos, larguísimos trechos de vida caraqueña cuya cifra hoy leo aquí en Bogotá como quien lee La novela de una novela, de Thomas Mann, esa bitácora del vaivén entre la íntima, secreta, enigmática ebullición de la creatividad de un autor inmerso en una gran obra y el mundo exterior que, a pesar de sus importunas solicitaciones, también le ofrece todo el tiemposugestivas señas, pistas, mapas camineros.
 Carpentier recurre muchas veces a expresiones como “mi nuevo modo”, “mi nueva manera”, en alusión al sostenido estado de exaltación creadora que lo anima desde fines del 49. Su bitácora pasa tan ágilmente del español al francés y viceversa que es natural imaginar al autor pensando fluidamente en ambos idiomas, sobre todo cuando discurre sobre la “obra en progreso”. ¡Y todo el tiempo hay una obra en progreso! El acoso, El camino de Santiago y, ya entrado 1957, El siglo de las luces.
Me detengo a menudo en la música y los sueños de Carpentier en Caracas. La noche del 26 de febrero del 55, durante una pausa en la escritura de El acoso, escucha Lulú, de Alban Berg.
Imagino esa música invadiendo la sala de su vieja y espaciosa casona de La Pastora, al pie del
Ávila, la elevación de dos mil 150 metros sobre el nivel del mar que flanquea y singulariza a
Caracas. Esa misma noche Carpentier soñó con Arnold Schoenberg.
Lo soñó “semejante al retrato de Man Ray que me regaló su viuda, está comenzando a ensayar Moisés y Aarón, en una casa colonial cubana, destartalada, de paredes desconchadas, muy abandonada. La orquesta no puede colocarse como es debido. […] Schoenberg empieza. En re. Me conmuevo, […] Paso debajo de su batuta, doblado en dos para no entrar en su ámbito. Me agazapo en un rincón…”.
El diario habla de escuchas y avistamientos inimaginables para mí en el boom town que era mi ciudad natal en aquel tiempo: Wilhelm Furtwängler, dirigiendo la Orquesta Sinfónica Venezuela la noche inaugural de un festival organizado por Carpentier.
Otro Wilhelm, el pianista Backhaus, observado por Carpentier, una noche de noviembre del 51: “luego del concierto vuelvo a verlo, a alguna distancia, en una pequeña boite donde hemos ido a tomar algo, mi mujer y yo. La cara, tan lisztiana a la luz de las candilejas, ha vuelto a ser la de un industrial viejo, un tanto amarga, que conocí en París hace veinticuatro años”.
Carpentier se sienta a tocar un fragmento del padre Soler en un armonio del siglo XVIII, hallado en una pequeña ciudad de los Andes por el músico caraqueño, Freddy Reyna, lotiero a sus horas, gran coleccionista de instrumentos y juguetes antiguos. O bien sostiene, en junio del 53, una larga conversación con Heitor Villalobos, en una tasca cerca de la iglesia de los padres mercedarios. Se despiden, larga y emocionadamente, en la céntrica esquina de Veroes, de madrugada ya, ante el hotel donde se hospeda el brasileño.
Durante todos aquellos años Carpentier publica una columna en el diario El Nacional de Caracas: la llama Letra y solfa y mi madre la colecciona religiosamente. Letra: comenta novedades literarias europeas; Solfa: discurre sobre música, discografía, reseñas de conciertos, apuntes de susprofundos viajes por el interior de Venezuela, en compañía de Juan Liscano, poeta y folklorista, o de Antonio Estévez, compositor.
Mi vieja intercaló en los cinco volúmenes del álbum, en cuya cubierta escribió Letra y solfa, programas de mano de los recitales y conciertos a los que llevaba a sus tres hijos y que Carpentier ha comentado. Mi hermano mayor, concertista, figura en algunos de ellos. El diario de Carpentier, leído en Bogotá, me ha devuelto a ese álbum, una de las pocas cosas que traje de Caracas, junto, con algunos libros. Paso constantemente de uno al otro.
Carpentier se torna melancólico y augural cada mes de diciembre. 26 de diciembre de 1951: “Esta noche cumpliré 47 años. Mi verdadera obra está aún por hacerse. Pero esa obra bulle en mí. […] Si no surgen escollos propios de la época para impedirlo, el año 1952 habrá de ser, literariamente, el más importante de mi vida”.
A Carpentier le gusta nadar. ¿En la alberca del Country Club, al que pertenecen sus amigos caraqueños? “A la hora del crepúsculo. Desde hace tres días el Ávila se tiñe de un verde enmohecido, absolutamente maravilloso”.
Hace meses hice mía esa imagen: de ahora en adelante será mi idea de Caracas. Nadar al atardecer, teniendo el Ávila a la vista.
Publicado originalmente en www.nexos.com.mx

 Lope de Vega contra Cervantes: crónica de un enfrentamiento revivido

José Manuel Lucía Megías y Luis Alberto de Cuenca - Matías Nieto

Cuatro siglos después de las disputas entre dos de las grandes plumas de la literatura española, recordamos aquella rivalidad a través de dos poetas ydevotos del barroco español: el lopesco Luis Alberto de Cuenca y el cervantino José Manuel Lucía Megías

Las cartas con las que Lope de Vega enseñó a amar a un duque

 Solo los «necios» disfrutan con Don Quijote

Apenas se levanta el sol de enero, y calienta un poco más de lo normal, y ya las terrazas de Madrid se llenan de gentes discutiendo. El mundo no ha cambiado nada. Ya noy hay capas, ni duelos, ni quebrantos, pero ahí siguen los poetas discutiendo y los huevos estrellados encima de la mesa.

—Luis Alberto de Cuenca: Lope puede caer antipático por su afán de ser exitoso a todo trance,  por venderlo todo.

—José Manuel Lucía: Y por estar en el centro del poder. Porque al final Lope es esclavo de su propio éxito. No puede ni hacer ni decir lo que realmente piensa. Cervantes es más libre porque
 está en los márgenes de la literatura.
—LAC: Porque es más pobre.

Cuatro siglos después del oro, todavía utilizan el presente de indicativo. Porque quien habla, Luis
Alberto de Cuenca, no duda en que Lope es el más grande poeta de la literatura española, el que más hace vibrar en sus versos su propia biografía. Y quien responde, José Manuel Lucía Megías,
 es el biógrafo más meticuloso de Cervantes.

—JML: Es que Cervantes no tiene la obligación de escribir de unos determinados asuntos ni de una determinada manera.

—LAC: Ya… Lope, cuando se celebra el día de San Isidro, escribe un poema que se vuelve el punto nuclear de las celebraciones. Tiene un éxito fantástico.

—JML: Un poema comprado por el Ayuntamiento de Madrid, que le dice: «Me tienes que hacer un poema de San Isidro»– apostilla mientras ríe.

—LAC: Y lo vende a precio de oro. Tenía dinero. No hay más que ver su casa, que era una casa elegante.

—JML: Claro, pero es que Lope decía: «Para mí las musas son rameras». Porque claro, se tenía que levantar a las cuatro de la mañana para estar escribiendo y poder pagar sus deudillas.
Dependía de la escritura, y si no se levantaba a las cuatro y no se escribía una comedia, no tenía con qué comer. Las musas, al final, son unas putas a las que él vendió su pluma.
—LAC: Y siempre le pedían más encargos. Y más, y más, y más...

—JML: A Cervantes no. Él tenía que buscarse la vida. Tuvo la posibilidad de tener otro ritmo de trabajo para hacer otras cosas distintas. Y consiguió otra obra más moderna.
—LAC: Yo creo que Cervantes es mucho más universal que Lope. Eso se demuestra sabiendo que no fue profeta en su tierra. Tuvo éxito en España, pero fueron los ingleses en el XVIII los que lo rescataron. Esa fue la clave de su éxito. Entre los dos, Cervantes tiene unos valores universales mayores que Lope, que es muy español.

—JML: Lope es la voz de la monarquía hispánica. Está muy metido en su momento. Muerto ese momento y acabada la monarquía hispánica, muchas de las cosas que dice quedan obsoletas.
—LAC: Queda la elegía a la muerte de su hijo Carlos Félix. Queda todo lo que sea doméstico, mínimo, personal, que hace como nadie. Nadie transfiere a su poesía el temblor de su biografía como él.

—JML: Y la parte religiosa, sus últimos poemas. Ahí hay una pulsión religiosa de verdad.
—LAC: En Cervantes no existe eso. Cervantes es un descreído. Está más allá del bien y del mal, en el buen sentido.

Ya no tardamos en caer en la cuenta de que la cuestión no es Lope o Cervantes, sino Lope y Cervantes. Tampoco tardan en desaparecer las croquetas de la mesa.

—LAC: Yo creo que tanto Cervantes como Lope son dos personas muy atractivas desde el punto de vista personal.

—JML: Lope desde el principio sabe, viniendo de donde viene, que es lo más bajo de la sociedad, que tiene que deslumbrar a esos nobles. En cualquier sarao de nobles él tiene que ser el centro. Él se convierte en un personaje, no puede llegar a una fiesta y simplemente escuchar lo que dicen los nobles. Tiene que sacar el plumerío. Es la única forma de encajar en ese mundo siendo hijo de un bordador.

—JML: En cambio, yo le veo más transparente. Yo lo imagino en una reunión de la academia en una esquina, escuchando. Y de pronto dice la frase rotunda que aún resuena horas. Pero Lope es el pavo real.

—LAC: Obligatoriamente ingenioso. Tipo Oscar Wilde.

Un tipo ingenioso, sin duda, que escribió en una de sus cartas que Cervantes era el peor poeta de su tiempo y que el Quijote era una obra que solo admiraban los necios. Pero, ¿por qué este odio?
—LAC: En el fondo, yo creo que le pasa un poco lo que a Umbral con la novela de Juan Manuel de

Prada, que dijo: «Esto es lo que no voy a poder escribir nunca».
—JML: Pero ellos se admiraron muchísimo. Hasta 1602 trabajaban juntos.
—LAC: Pero es que en un determinado momento el Quijote le asusta. Lo dice en una de esas  cartas que acaba de comprar la Biblioteca Nacional.

—JML: Eso va después, es en 1604. Y todo empieza en 1602, cuando Lope va a Sevilla a triunfar.
Madrid era el centro político, pero Sevilla era el centro económico. Y entonces va a las academias
y es despreciado completamente por los escritores sevillanos. Hay un poema satírico que lo ataca.

Hoy se piensa que es de Góngora, pero Lope creyó que era de Cervantes.
Aquel poema de la discordia, que no ha sobrevivido bien al paso del tiempo, no fue el único que criticó a Lope. De hecho, se conservan hasta cuatro sonetos que lo atacan. Uno, quizás el más directo, se le atribuye a Cervantes, un maestro del cierre: «Si no es tan grande, pues, como es su
 nombre,/ cágome en vos, en él y en sus poesías».

—JML: Lope, a partir de ese momento, empieza a despreciarlo completamente.
—LAC: Porque piensa que está detrás de una conjura contra él.

—JML: Y vivían en la misma calle. Se podían encontrar en cualquier momento. Y dos calles más allá estaba Quevedo.

—LAC: Y Lope vivía en la calle Cervantes y Cervantes en la calle Lope. Estaban cruzados.
—JML: Eso tiene que ver con el gracejo madrileño–apunta entre risas.

—LAC: Y ahí está esa carta de 1604…

—JML: Una de las cosas que consigue con esa carta es que ningún poeta quiera escribirle los preliminares al Quijote.

—LAC: Y también estaba detrás del Quijote de Avellaneda. Estaba en el círculo.
—JML: Seguramente. En el fondo era una forma de quitarle las ganancias a Cervantes.

—LAC: ¿No crees que Lope sabía que el Quijote era algo único?

—JML: Para nada.

—LAC: Y el Quijote de Avellaneda no está tan mal.

—JML: Está bien hasta la página cien. Está bien escrito, es divertido. Pero a partir de ahí ya sabes lo que va a pasar.
—LAC: Es muy previsible.

—JML: Y de pronto, con los mismos personajes, Cervantes está siempre sorprendiéndote. Ahí te das cuenta de la genialidad de Cervantes.

—LAC: Pero gracias a Avellaneda tenemos la segunda parte del Quijote, que es lo más grande que ha salido de su pluma.

—JML: Al final, de esa rivalidad gana Cervantes, gana la literatura. Porque terminar el Quijote no estaba entre sus prioridades. Tenía otras obras.

—LAC: Eso es así. E insisto. Cuando inventa el tema de hacer el Quijote de Avellaneda yo creo que algo sí debía de saber el inteligentísimo Lope de que estaba ante algo importante –sentencia mientras señala la última croqueta.

La comida se termina, como las rencillas, cuando se llenan los estómagos.
—LAC: Quevedo y Góngora sí son dos antagonistas claros y feroces, pero yo no haría una antinomia Cervantes-Lope. No existe tal cosa. Solo tuvieron una serie de desencuentros.
—JML: Eran dos autores que se admiraban muchísimo, pero el negocio…
—LAC: Góngora y Quevedo son el prototipo de la mala leche. Lope es un tipo amoral, pero simpático. Pero cabroncete. Y Cervantes es un hombre con mala suerte, con gran sentido de la libertad, con una moral profunda pero no convencional. Esos son los estereotipos.

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 El desengaño de la modernidad Nación, posnación y otras ficciones de lugar
Ensayo extraído del libro “El desengaño de la modernidad. Cultura y literatura venezolana en los albores del siglo”, editado por Abediciones. 



                             MIGUEL GOMES

“El signo Venezuela está integrado en un sistema compartido por numerosos
escritores, y da señales constantes de uso y productividad simbólica”
#Verbigracia
El país escrito por los venezolanos no solo es “portátil”: a estas alturas es
“ubicuo” #Verbigracia 

Congresos y simposios recientes postulan que en la literatura latinoamericana empieza a perfilarse un estadio posnacional. Que el asunto sea una divisa simbólica en el mercado de trabajo no lo descalifica, pero nos obliga a acercarnos a él con precaución, porque podemos estar ante otra efímera discusión gremial de limitado rendimiento. En lo que respecta a Latinoamérica, y sin ánimo de formular una teoría, algunas lecturas me persuaden de que lo nacional sigue siendo un factor indispensable en la imaginación de muchos escritores.
Pienso en el ejemplo concreto de Venezuela. Si bien se trata solo de un país y no sería válido proponer lo que en él sucede como regla continental, es igualmente cierto que sin tomar en consideración casos específicos como el suyo tampoco sería factible, ni siquiera sano, generalizar acerca de la región.

Nación y modernidad son indisociables en la historiografía americana, y la fundación de la primera se ve como la señal más externa de la presencia activa de la segunda. Fuente de orden y poder, el deseo de lo moderno es rastreable en Venezuela desde la Independencia hasta nuestros días, y el estudio de la literatura tendría que tomar en cuenta las transformaciones a veces radicales de la noción, sea en el pesimismo de los círculos positivistas, el optimismo del proyecto galleguiano o la aceptación plena de una identidad ciudadana hacia 1980, con los grupos de jóvenes que remozaron el conflicto de lo rural y lo urbano.
El ansia de calle, que equivale a la modernidad urbana enfrentada a valores rurales o arcaicos, indica la secreta aceptación de la lógica de un capitalismo que divide ciudad y campo, industria y agro, así como los sistemas culturales que "favorecen"
La confianza en el desarrollismo de los setenta y tempranos ochenta encuentra un paralelo en la poesía coloquial y de la ciudad. Muchos de los escritores que participaron en los grupos Tráfico y Guaire, o que mantuvieron relaciones estrechas con ellos, provenían de las universidades y los copiosos talleres literarios que financió el Estado “saudita”. La mayoría articuló su ideario combatiendo el trascendentalismo de las generaciones previas, su nocturnidad neorromántica y su orientación verbal surrealista, todavía común en la Venezuela de la segunda mitad del siglo XX acaso porque las vanguardias, en su momento histórico original, por efectos del gomecismo, tuvieron en el país una existencia accidentada. “Venimos de la noche y hacia la calle vamos. Queremos oponer a los estereotipos de la poesía nocturna, extraviada en su oficio chamánico de convocar a los fantasmas de la psique o de lanzar hasta la náusea el golpe de dados del lenguaje, una poesía de higiene solar, dentro de la cual el poeta regrese al mundo de la historia”: proclamas como la anterior, el “Sí manifiesto” (1981) de Tráfico, con su parodia del “Venimos de la noche y hacia la noche vamos” de Mi padre, el inmigrante (1945) de Vicente Gerbasi, revelan, sin embargo, una aporía 1 : muchos de esos poetas, pese a su gesto moderno de ruptura militante, regresaban al pasado, tanto por la utilería neovanguardista con que ponían a circular sus proposiciones —grupos, manifiestos, escándalo— como por el iluminismo de su lucha contra las tinieblas. El ansia de calle, que equivale a la modernidad urbana enfrentada a valores rurales o arcaicos, indica la secreta aceptación de la lógica de un capitalismo que divide ciudad y campo, industria y agro, así como los sistemas culturales que favorecen.
La Venezuela que va de 1983 a 1992 anulará esa euforia y evidenciará sus contradicciones, en medio de lo que algunos, como Luis Enrique Pérez Oramas, consideran “el final de la utopía desarrollista”. El empobrecimiento de la pequeña burguesía y su descubrimiento de las endebles bases de su bonanza propiciarán fenómenos como los saqueos de 1989 o los intentos de golpe de Estado de 1992, los cuales sumirán en la incertidumbre a la democracia venezolana, abriendo las puertas a ideologías neocaudillistas que terminan de erosionar la escena política.
Entre escritores se inicia una búsqueda de claves que difieran de las corrientes a principios de los ochenta; en ellas se capta un desengaño de la modernidad o de su anhelo acrítico. Los más brillantes miembros de Guaire o Tráfico hicieron esa transición en los noventa y han alcanzado una madurez innegable. Pero a la narrativa de los últimos veinte años, a mi ver, ha tocado el papel decisivo en la definición de las relaciones entre las letras y el entorno tal como se siente o tal como los discursos oficiales pretenden que se sienta. Destacan nombres como los de Ana Teresa Torres, Federico Vegas y Francisco Suniaga, con sus visiones del pasado desde los márgenes, lo íntimo o lo menor..." A la imaginería decimonónica y heroica de las esferas del poder que insiste en remontarse a los orígenes patrios como seña de identidad colectiva, la nueva narrativa ha respondido de tres maneras. La primera, prolongando la bien establecida tradición de novelas “intrahistóricas”, en la que destacan nombres como los de Ana Teresa Torres, Federico Vegas y Francisco Suniaga, con sus visiones del pasado desde los márgenes, lo íntimo o lo menor; en ella no me detendré porque ha sido ya exhaustivamente descrita por la crítica. Las otras dos respuestas las constituyen ciclos de escritura hasta ahora menos analizados.
Por una parte, tenemos una familia de obras que refuta la existencia de una literatura “nuestra” y una que no lo es, extrapoladas de su circunstancia las dicotomías del “Decreto de guerra a muerte”. Los autores del rancio nacionalismo del siglo XIX que sobrevive hasta mediados del XX desearon un escritor “fiel” a la realidad; no obstante, en plena época de avance en dicha realidad de un capitalismo internacionalista que comunicaba todas las regiones del planeta, no les pareció un “escape”, curiosamente, desarrollar monomaníacas disertaciones sobre el agro semifeudal. Embelesados por lo telúrico, además olvidaban u ocultaban el hecho de que el ojo que podía apreciar lo local estaba entrenado en el extranjero y era comparatista. La narrativa de Antonio López Ortega, Krina Ber, Óscar Marcano, Juan Carlos Méndez Guédez y otros venezolanos de las últimas promociones evita darle la espalda a la realidad justamente al retratar los efectos tangibles de la mundialización en lo local. Los centros sociales a la deriva del milenio recién estrenado se divisan para hablarnos de una cosmovisión nueva en que los individuos se enfrentan a alternativas ya no antitéticas 2  de extraversión e introversión. Las rupturas, la dispersión, el fragmento sustituyen las antiguas fantasías de un alma comunitaria. Las de estos autores son obras en deuda con la novela de formación, solo que los aprendizajes se ciñen a la indeterminación del mundo actual y el lugar donde se despliega la experiencia es un umbral que pone a prueba las nociones recibidas de “pertenencia”, especialmente la nacional —esta, sin embargo, está siempre allí, siquiera como nostalgia—.
No me parece casual que se resucite hoy el informalismo de Garmendia, retrato crítico de una Venezuela en la cual el Estado imponía visiones optimistas de las oportunidades de modernización que ofrecía el petróleo".
La otra manera como la narrativa de los últimos años se enfrenta a discursos fundacionales o heroicos de la nación ha sido reactivando las estrategias con que Salvador Garmendia antagonizó en los sesenta y los setenta el triunfalismo desarrollista. La impresión que se tiene al examinar las representaciones de lo nacional que surge en las novelas o los cuentos a los que me refiero es de que abordan una realidad sentida como atroz, a tal punto que se asocia a una pesadilla viscosa similar a las del informalismo de las obras de Garmendia, cuyas formas, según Ángel Rama, eran “manifestaciones protoplasmáticas de una materia intestinal” y cuyas criaturas delataban “sus secretos orígenes: la grasa mucilaginosa, el barro, las heces” y un “destino de pudrición: el detritus, la fermentación y el deterioro incesantes” (Salvador Garmendia y la narrativa informalista, Caracas, U.C.V., 1975, p. 26). La herencia de Garmendia se nota de inmediato en las visiones que Nocturama (2006) de Ana Teresa Torres nos depara de la ciudad, devorada por la noche, la miseria y el culto irracional a los héroes. Se observa en el periodista de la “República Bolivariana” fascinado por un compatriota descuartizador de mujeres feas que encontramos en la primera novela de Alberto Barrera, El corazón también es un descuido (2001). Informalista resulta asimismo la escatología de Latidos de Caracas (2007) de Gisela Kozak, cuya protagonista ve “el mundo como una bola de mierda”, o la Caracas subterránea de Bajo tierra (2009) de Gustavo Valle, donde el protagonista casi se extravía en túneles de excrementos de rata en que ha perdido a su padre y en que acaba perdiendo a una novia llamada, significativamente, Gloria.
El horror por la regresión al magma prerracional en varios relatos de Cuando bajaron las aguas (2008) de Gabriel Payares es uno con el horror por regresiones más exteriores, pero no menos oníricas que se observan en el país. No me parece casual que se resucite hoy el informalismo de Garmendia, retrato crítico de una Venezuela en la cual el Estado imponía visiones optimistas de las oportunidades de modernización que ofrecía el petróleo. Lo que insinúan estas obras es que ha habido, si no una regresión a los espejismos del desarrollo, al menos un estancamiento, y ello desmantela los supuestos cambios proclamados desde ámbitos oficiales como conquistas ante la democracia previa tachada de hipócrita y corrupta.
Sea cual sea la opción de los nuevos narradores —la intrahistórica, la que inserta a Venezuela en el capitalismo global o la que enfatiza sus colapsos internos—, lo cierto es que ninguna prescinde del referente nacional. Ese lugar de la imaginación, ese “espacio de representación”, como lo denominaría Henri Lefebvre, de ninguna manera podríamos ignorarlo por más que las condiciones de consumo de las producciones culturales hispanoamericanas se hagan fluidas, por más que la mundialización se convierta en consigna de nuestras discusiones o, incluso, por más que filósofos como Michael Hardt y Antonio Negri puedan tener razón al aseverar que un aparato hegemónico descentrado reemplaza al imperialismo. Las letras venezolanas siguen residiendo en el campo de comuniones y tensiones objetivas o subjetivas de la nación. El país escrito por los venezolanos no solo es “portátil”: a estas alturas es “ubicuo”, parte tan imprescindible del oficio como las convenciones expresivas de los géneros y las gramaticales o estilísticas de la lengua. El signo Venezuela está integrado en un sistema compartido por numerosos escritores, y da señales constantes de uso y productividad simbólica.

 El nieto melómano de Bonnie y Clyde

Héctor Concari


La de los asaltantes de bancos es en esencia una figura adolescente. No nació  con el cine, más bien lo alcanzó en su pubertad cuando en 1928, el cine mudo –que nunca fue silente– cambió de voz, sustituyendo  la música y los intertítulos  por la palabra. Al año siguiente, el crack de la bolsa, un jueves negrísimo en la historia económica del planeta, trajo consigo la Gran Depresión. Junto con ella, dos actividades florecieron, ambas emparentadas con la necesidad de ganarle la partida a  un mundo gris y difícil. Los atracadores (John Dillinger, “Machine Gun” Kelly, Bonnie y Clyde y una larga lista de alias angelicales “Pretty Boy –niño lindo” Floyd, “Baby Face –cara de bebé” Nelson) fueron los Robin Hoods de la época.
Después de todo, eran pobres que robaban a los ricos, ensoñación adolescente si las hay. No tardaron en dar el salto a la pantalla que les dio voz, para no hablar del voto taquillero que los volvió estrellas.  Todos ellos, con su público, entonaban a coro una cita de Brecht que por supuesto desconocían. Es de La ópera de tres centavos, de 1928, y va más o menos así:
Qué es peor, ¿robar un banco o fundar uno? Banqueros y ladrones eran partes demasiado interesadas para responder a  la aporía de Brecht, así que Hollywood zanjó la cuestión  fundando  los estudios y haciendo películas sobre los ladrones de bancos. Eran El enemigo público (1931) que encarnaba James Cagney, buscando impresionar a  su mamá, o el impoluto Henry Fonda de Solo se vive una vez (1937), un buen hombre tornado delincuente y tantos otros. En todo caso, gracias al nuevo poder expresivo del cine,  a la necesidad de ver un futuro de prosperidad, así fuera mal habida y al castigo a los bancos y al mundo de las finanzas que habían traído la Depresión, los asaltantes irrumpieron en el cine para quedarse. Extraño heroísmo de un gremio para el que la fuga era clave. Esta  gloria era fallida porque las normas del Código Hays (la ley mordaza de la época) prohibía casi todo, pero en especial el triunfo del hampa, con lo cual, hasta bien entrados los setenta, los malhechores morían puntualmente en el último rollo. Una película de 1967 no llegó a romper el paradigma, pero lo intentó. Bonnie y Clyde se tomaba algunas libertades con la historia real (Warren Beatty era muy elegante y Faye Dunaway saltó a la fama con el filme). Tenía además un gran director, Arthur Penn, y hacía de esta pareja de malandros (de nuevo, casi adolescentes) unos justicieros que se reían descaradamente, no del rostro de la
 ley sino  de su brazo  ejecutor que protegía una realidad social injusta, con lo cual era inevitable que el público sintiera en carne propia el despiadado y espeluznante ametrallamiento final. La película, de alguna forma, le dio a los asaltantes un rasgo de respetabilidad. Después de todo, estábamos en los rupturales sesenta y si Dios jugaba al escondite, casi todo estaba permitido, en especial en el cine.
Estamos en la segunda década del siglo y las cosas han evolucionado. El género sigue teniendo ingredientes propios de la adolescencia. Después de todo, no es poca cosa el vértigo de subirse a un carro a toda velocidad y la magia de obtener miles de dólares en apenas unos minutos de acción. La virtud, la principal, no la única de este chofer con cara y título de bebé, es captar ese mundo evanescente y cargado de adrenalina. Lo ayuda una línea argumental sencilla, que hace un guiño a todos los clichés de sus padres y abuelos del género. Y como se trata de jugar con el pasado, la película juega con la banda sonora en cada atraco, con resultados felices. Hay una siderante secuencia de fuga, al compás de “Hocus Pocus”, mítico tema de la no menos mítica banda Focus. Pero el juego con el tiempo, no termina ahí, la película salta del iPod al cassette y al vinilo, avisándole al espectador que el mundo que habitan los personajes es tan falso como inverosímil todo el trámite de la película. Porque lo único real en ella es el movimiento, que va desde larguísimos travellings de presentación del personaje, evolucionando en su ambiente para demostrar que lo único que hace en la vida es huir. Poco importan detalles que apenas se rozan de su vida, o ese culto a la inverosimilitud, que se cuela con la ligereza del caso. Después de todo, robar bancos es una fantasía adolescente. El aprendiz del crimen. (Babydriver). Estados Unidos 2017. Director: Edgar Wright. Con Ansel Elgort, Jon Hamm, Elza Gonzales.

 El salvador del mundo

Karl Krispin @kkrispin



Una vez más el universo del arte se ve sacudido por un martillazo que coloca la obra Salvator Mundi, atribuida a Leonardo da Vinci, como la más costosa de la historia. Christie’s no tiene duda de su autenticidad: otros expertos ponen en tela de juicio esta afirmación. Los 450 millones de dólares del adquiriente confirman el entusiasmo del establecimiento de Nueva York.
Como suele ocurrir, no sabemos su nombre. Los poderosos que pueden obtener esos lienzos se refugian en el anonimato mientras otro ejecuta la puja: desde sus oficinas de Manhattan o sus residencias palaciegas de Lugano, giran instrucciones a sus empleados para que sumen dígitos que luego escandalizarán a las agencias de noticias. Cuando apareció el celular, muchos lo lucían como un símbolo de estatus. Umberto Eco les aguó la fiesta a los exhibicionistas al escribir un ensayo en el que sostenía que los omnipotentes no cargaban un teléfono consigo y que de sus llamadas se ocupaban terceros. ¿Alguien ha visto a Bill Gates chateando?
Atrás quedan esas imágenes del cine de los sesenta en que las subastas eran un acontecimiento social para las celebridades.
Recientemente, un amigo del negocio del arte me revelaba que la cotización de las piezas se relaciona con la situación económica del país. Supongo que este axioma tiene que ver con el arte actual y los artistas emergentes, bajo la premisa de una sociedad que crece económicamente y en la que sus creadores progresan al mismo ritmo. Van Gogh no fue precisamente tributario de esta concordancia monetaria en su tiempo a pesar de lo que sus obras representen para quienes ven en el arte un commodity más. Obviamente, el gran arte termina en los museos o se subasta para que de su producto se sostengan proyectos filantrópicos como sucederá con la colección de Peggy y David Rockefeller anunciada para 2018.
Para los comunes quedan los libros o los museos para las emociones estéticas: contemplar una obra magnífica se realiza con parsimonia y lentitud, estirando el tiempo para las retinas. Con razón Stendhal admitía el desvanecimiento luego de una turbación artística. Luego de esto, es inadmisible que el arte se deshaga del placer y aburra con lo de la inversión.

Hoy todo se subasta y a precios inaccesibles. Hasta las carteras de las señoras. A la humanidad el tema no la importuna. La cultura líquida del filósofo Bauman la va licuando. Son escasos los bienaventurados que se procuran estas piezas (Un De
Kooning cañoneó ese día también los 300 millones de dólares). Mirones que negocian una contemplación exclusiva para sus cuevas impenetrables. El salvador del mundo continuará mirándonos aunque lo encierren en una caja fuerte. Seguirá enorgulleciendo la indescifrable sonrisa que solo Leonardo pudo imaginar. 

 Encuentros cercanos del arte y la en Dubai

LA OPINIÓN
 DE Edgar Cherubini@edgarcherubini

En los Emiratos Árabes Unidos, el arte marcha al mismo ritmo del desarrollo y modernización del golfo pérsico. Como una muestra de su importancia, Abu Dabi se ha esmerado para convertirse en un centro de arte de nivel internacional. En Saadiyat se han planificado proyectos como el del Museo de Arte Moderno Guggenheim Abu Dabi, que será construido por Frank Gehry; un museo marítimo diseñado por el japonés Tadao Ando, un Centro de Artes Escénicas por Zaha Hadid y un Parque Bienal con 16 pabellones, entre otros. A esto se suma que el Museo Louvre de París inauguró en noviembre pasado su sede en Abu Dabi, integrándola al imponente distrito cultural de Saadiyat.
Dentro de los eventos relevantes en la esfera artística, destaca Unfold, Art Meets Architecture: The Role of Art as an Ideal Companion to Architectural Excellence, un coloquio anual realizado a finales de marzo en la pujante ciudad de Dubai, sobre el potencial de las colaboraciones artísticas para la excelencia arquitectónica, un laboratorio de ideas y experiencias aportadas por una amplia gama de artistas y de profesionales del arte, coleccionistas, museos, instituciones culturales, galeristas y expertos en arte de todo el mundo.
El Atelier Cruz-Diez París fue invitado a intervenir como ponente, para relatar sus experiencias de integración del arte en la arquitectura en varias capitales del mundo. Estuvo representado por Carlos Cruz-Diez, hijo, director del taller, además de Fabiana y Mariana Cruz-Diez, gerentes de proyectos de Cruz-Diez Art Team Paris. Conversamos con ellos sobre sus intervenciones en estas jornadas. 
Mariana Cruz-Diez y Carlos Cruz-Diez, hijo, Unfold, Art Meets Architecture, Dubai, Emiratos Árabes Unidos, Marzo 2018 © Photo: Filmatography / Peter Rear Edgar Cherubini: —Háblenos de su presencia en Dubai y la importancia de participar en este coloquio.
Mariana Cruz-Diez: —En el mundo de hoy, el desarrollo urbano se sucede en forma unísona en diferentes latitudes y la exhibición de la cultura es una expresión del bienestar de una sociedad como un todo, convirtiéndose en el reflejo de su prosperidad. La globalización ha obligado a los países desarrollados y emergentes a competir entre sí mostrando su riqueza y su cultura, nociones que se han convertido en sinónimos. Es por eso que los países compiten sin cesar en la construcción de edificios más altos y sofisticados, pero también integrando el arte a sus construcciones y espacios urbanos, con la intención de convertirlos en hitos referenciales e icónicos.
Entre esos países se encuentran los Emiratos Árabes, siendo Dubai una ciudad clave donde existe una verdadera preocupación por integrar elementos que reflejen una cultura a imagen y semejanza de una sociedad con un rico legado milenario, abierta a un presente global y multicultural.
Esa intención se transmite a través de la iniciativa de estos diálogos, por eso nos pareció importante participar para poder compartir con otros actores, que al igual que nosotros, están aportando nuevos conceptos en el mercado del arte. De allí que nuestro objetivo es el de tener un rol activo en éste, no solo identificando oportunidades, sino también participando en el concepto, la planificación, la producción y ejecución de proyectos de integración del arte en la arquitectura y en el urbanismo, debido a nuestros conocimientos y experiencia de más de 60 años en el mundo del arte.

Mariana Cruz-Diez, Carlos Cruz-Diez, hijo, Unfold, Art Meets Architecture, Dubai, Emiratos Árabes Unidos, Marzo 2018 © Photo: Filmatography / Peter Rear Edgar Cherubini: —Es un hecho que los artistas han adquirido un papel protagónico en los espacios urbanos modernos. Artistas como Carlos Cruz-Diez, que desde 1967 viene realizando integraciones de su obra en los espacios públicos de diversas ciudades del mundo. ¿Cómo se logra esa integración? Carlos Cruz-Diez, hijo: —Lo ideal para una intervención es participar desde el momento en que se elaboran los planos del proyecto de arquitectura, de ingeniería o de urbanismo. La implantación de una obra de arte integrada a un proyecto arquitectónico o en espacios públicos debe ser producto de la reflexión de un equipo integrado por el artista, el urbanista, el arquitecto, el ingeniero, el paisajista, artesanos, técnicos y promotores, para un resultado coherente y armonioso. La obra de arte no debería estar allí solo para llenar un vacío o como mera decoración. La obra de arte agrega valor referencial al lugar en el que se encuentra y debe pensarse de manera acorde. El artista debería trabajar junto con los arquitectos e ingenieros desde el inicio del proyecto, para crear algo que será especialmente concebido para ese lugar. Además, cuando las cosas se manejan en etapas tan tempranas, los costos de producción de la intervención son menores porque ya pueden ingresar en la cotización global de la construcción. Edgar Cherubini: —En el proyecto de integración de una obra de arte a la arquitectura o a un espacio público ¿Qué tipo de dificultades han enfrentado? 

Carlos Cruz-Diez, hijo: —El arte, por naturaleza, es orgánico, espontáneo y no obedece a ninguna regla. Tan pronto como enfrentas una idea creativa a los cálculos, regulaciones y condiciones físicas del mundo de la arquitectura y la ingeniería, te encuentras con un primer problema, el cómo adaptar la obra de arte a un determinado espacio. Una vez que lo resuelves, el segundo problema es ¿cómo afectará la obra de arte la vida cotidiana de las personas que estarán constantemente expuestas a ella? Recordemos que el arte es emocional, nos afecta de muchas maneras subjetivas. Ese fue el caso del proyecto Environnement Chromatique UBS, una intervención integral en el interior del edificio Sede de la Union des Banques Suisses, en Zúrich, Suiza, en 1975, donde las obras de Cruz-Diez se integraron a la totalidad de la estructura del edificio.
Mi padre intervino en todos los ambientes, aportando soluciones para los pisos, paredes, pasillos y techos. En un momento determinado, al ver las maquetas y propuestas, el director del banco nos transmitió su inquietud sobre si esas obrasde arte y la audaz elección de los colores de las piezas pudieran ser demasiado fuertes visualmente para las personas que trabajaban en el edificio. Entonces, decidimos hacer un test, que consistió en modelos impresos en papel de tamaño real de las obras e instalarlas durante un par de meses para permitir que las personas convivieran con ellas, se adaptasen a ellas. Al recabar las opiniones de los usuarios del edificio, el resultado fue muy positivo, las personas se sentían muy felices conviviendo con las obras de arte en ese nuevo entorno.
Edgar Cherubini: —¿Cuál ha sido la obra de Cruz-Diez más exigente en la que ustedes han participado?
Carlos Cruz-Diez, hijo: —El proyecto Guri realizado en 1977, sin lugar a dudas.
Fue una integración de dimensiones colosales en la mayor central hidroeléctrica de Suramérica, un verdadero desafío existencial. Allí mi padre hizo equipo con los ingenieros desde sus inicios. Para mencionarte solo algunas de las obras integradas a la estructura, en la sala de máquinas N° 1, se realizó un Color aditivo de 7.298 metros cuadrados. De hecho, eso nos demostró que el concepto de Color aditivo puede ser plasmado en cualquier dimensión y el resultado obtenido sigue siendo el mismo. En una de las paredes de la Sala de Máquinas N° 2 se creó una Physichromie de 178 metros de largo por 7 metros de alto y para el centro de la sala, diez Cromostructuras circulares, cada una de 14 metros de diámetro y 2 metros de altura, ubicadas en hilera, son cúpulas que señalan la ubicación de las gigantescas turbinas que están embutidas en concreto debajo de ellas. Yo elaboré los cálculos de los conos truncos rotativos de las cubiertas de dichas cúpulas y te puedo afirmar que fue algo bien complejo.
Es importante recordar que mi hermano Jorge y yo colaboramos con mi padre en obras que han sido fundamentales para los talleres, porque en esos años no había precedentes, todo estaba por inventarse y lo hermoso es que lo inventamos y los resultados están a la vista.

Mariana Cruz-Diez, Carlos Cruz-Diez, hijo, Unfold, Art Meets Architecture, Dubai, Emiratos Árabes Unidos, Marzo 2018 © Photo: Filmatography / Peter Rear Edgar Cherubini: —En el caso de que un artista, un urbanista o un arquitecto deseen fusionar sus conocimientos e ideas para un proyecto de integración dearte y arquitectura, ¿qué deben hacer?
Mariana Cruz-Diez: —Acudir a nosotros. Somos conscientes de que existe una creciente necesidad de soluciones en el mundo del arte, por eso creamos Cruz- Diez Art Team Paris, un colectivo especialmente diseñado para artistas, arquitectos e innovadores del arte. Está sustentado por su reputación, experiencia y savoir faire de más de 60 años en la producción de arte del Atelier Cruz-Diez en París. Está dirigido por mi padre, un conocedor del mundo del arte, con una vasta experiencia en la utilización de tecnologías aplicadas a la producción de las obras de Cruz-Diez, incluyendo los proyectos monumentales realizados en varios continentes. Su apoyo y know how  benefician a otros artistas y arquitectos que requieren soluciones prácticas para sus propuestas.
Nuestra experiencia nos ha hecho conscientes de todos los obstáculos que se presentan en los proyectos de integraciones arquitectónicas, así como la realización de obras monumentales. Creemos que podemos brindar un ojo experto y una importante asesoría a la nueva generación de artistas que se verán abrumados por proyectos ambiciosos sin contar con los medios tecnológicos para lograrlos, nuestro objetivo es acompañar esos desafíos y lograr que se realicen.
A cargo de los nuevos proyectos nos encontramos mi hermana Fabiana y yo, que somos la tercera generación y que hemos decidido continuar el legado de Cruz-Diez.
Edgar Cherubini: —Háblenos un poco más de Cruz-Diez Art Team. Fabiana Cruz-Diez: —Como familia, continuamos con la tradición de trabajo del taller, transmitida por mi abuelo. Esos valores familiares reflejan nuestra historia ysiguen siendo vitales para el logro de nuestros objetivos. Como dijo mi hermana, estamos orgullosos de nuestro legado, de tener la oportunidad de acrecentarlo en todos estos años y de poder abrirles la puerta a otros artistas para que participen de nuestra experiencia, y nosotros ser parte de sus universos creativos.
Cruz-Diez Art Team Paris es un centro generador de ideas, donde se conceptualizan, planifican y realizan proyectos de arte. Por eso, nosotros hemos asumido la responsabilidad de mantener una imagen a la altura de nuestra reputación. Contamos con un equipo multicultural de profesionales, técnicos y artesanos, así como de unas instalaciones dotadas de herramientas tecnológicas, que nos permiten concursar, planificar y desarrollar proyectos de arte y  arquitectura en el ámbito público o privado e implementarlos en cualquier parte del mundo.
Cruz-Diez Art Team Paris es una estructura bien concebida que permite que el artista o el arquitecto puedan ser audaces en sus propuestas.

Fabiana Cruz-Diez, Unfold, Art Meets Architecture, Dubai, Emiratos Árabes Unidos, Marzo 2018 © Photo: Filmatography / Peter Rear
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Entrevista a Mélanie Sadler Sadler interroga al pasado
Una conversación con la autora resultó esclarecedora para entender los motivos que la impelen a hacer un particular acercamiento a la historia desde la ficción en su novela “Cuando los grandes de este mundo no son lo que parecen”, publicada en español por Monte Ávila editores.


SIMÓN RODRÍGUEZ LANDAETA
 “...no podemos hacer que el pasado renazca”.
“Es imprescindible que no nos quedemos pasivos frente a la «Historia»

En el fondo, un buen investigador siempre es un buen alquimista

Mélanie Sadler 


Mélanie Sadler (1987), escritora francesa, egresada de la Escuela Normal Superior de Lyon, es una investigadora especialista en la historia y la cultura hispanoamericana. Los conocimientos adquiridos en sus estudios le han dado el material necesario para construir su primera novela, Cuando los grandes de este mundo no son lo que parecen (2015). La historia es protagonizada por un catedrático de la Universidad de Buenos Aires llamado Javier Leonardo Borges. Este hombre hace un descubrimiento inusitado: un grabado de Coatlicue, diosa de la mitología azteca, en medio de unos documentos de origen turco pertenecientes al siglo XVI. Partiendo de esto, se da rienda suelta a una exhaustiva investigación en la cual se explotan las técnicas del relato policial para darle vértigo a una narración que se nutre también del género de la nueva novela histórica. A lo largo de la obra se va saltando temporal y geográficamente para descubrir una secreta conexión entre el linaje del último emperador del pueblo azteca, Moctezuma, y el de Solimán, sultán del Imperio otomano.
¿Por qué se convirtió en escritora?
No sé si uno se convierte en escritor: siempre me gustó leer, y siempre me encantó inventar y contar historias. Ya de niña, me apasionaba dibujar pequeños tebeos, inventar sketches de teatro y escribir cuentos en cuadernos. Creo que la lectura y los intentos de creación siempre estuvieron estrechamente vinculados para mí, como dos caras de una misma moneda. En un principio, nunca pensé en publicar. Esto fue otra etapa —mucho más tardía — del proceso.
Es muy difícil y peligroso hablar de una «verdad» “histórica”.
¿Qué relación existe entre el trabajo del investigador y el del creador? 
Depende mucho de las novelas por supuesto. En Cuando los grandes…, más allá de la investigación histórica propiamente dicha, quería interrogar nuestra concepción de la Historia. Todavía hoy (aunque se notan progresos importantes en las corrientes historiográficas de estas últimas décadas), solemos difundir relatos hegemónicos, la «Historia de los vencedores», cuando solo se trata de la historia de unos conflictos, por ejemplo, o meramente la Historia que se construye desde la perspectiva del hombre (masculino) blanco occidental. Es absolutamente necesario que cambien las perspectivas, que se establezca un diálogo, que otras voces puedan participar en estos relatos. Fue también uno de mis propósitos en esta novela dar la palabra a estas culturas no occidentales, y a las mujeres, no sólo a los hombres que la historia tradicional siempre coloca en primer plano. Quise recordar el hecho de que la Historia nunca es neutra, que siempre consiste en una reconstrucción y que conlleva cierta dosis de interpretación. ¿Hasta qué punto se pueden reconstruir los hechos del pasado? Es una pregunta compleja que espero haber señalado de manera humorística en la novela.
¿Cómo lidia con esto el hombre que se obsesiona con el conocimiento, con la verdad?
Es muy difícil y peligroso hablar de una «verdad» histórica. Hay hechos del pasado (que ya no existen) que intentamos recuperar (gracias a archivos, testimonios, etc.) con los cuales tratamos de construir un relato inteligible. Siempre hay una distancia, no podemos hacer que el pasado renazca. Y el historiado tampoco es un ser desencarnado que habla desde una eternidad donde reinaría la luz de la verdad. Es imprescindible que no nos quedemos pasivos frente a la «Historia». Que la lectura de los relatos históricos nos haga reaccionar, pensar. Y los trabajos serios y honestos de historia suelen proporcionarnos también claves de lectura para permitirnos interrogar nuestro propio presente.
¿Qué es lo que más te interesa de Jorge Luis Borges? 
Borges es un escritor fascinante en muchos aspectos. Pero quizás sea uno de los más europeizados entre los autores latinoamericanos y me parece una lástima el hecho de que en Europa no se conozcan mejor a otros grandes autores cuya escritura se ve menos impregnada de cultura europea. Sin embargo, claro que Borges es un autor que contó para mí. Cuando lo descubrí, me desestabilizó totalmente su juego permanente entre realidad y ficción con un aspecto filosófico tan presente que parece abrir una nueva dimensión, algo que se está desarrollando entre el lector y el narrador en la mismísima duración de la lectura. Es una experiencia tremenda. En Cuando los grandes…, tengo que precisar que él me proporcionó el ritmo, el tono, la densidad del relato. Al principio, había empezado la escritura del libro con un ritmo mucho más flojo, no me gustaba en absoluto. Abandoné el texto. Hasta que una noche me desperté y mis ojos dieron con los volúmenes de Borges de mi biblioteca; pensé en que él era capaz de inventar y destruir un universo entero en unas quince páginas. Decidí volver a escribir mi fábula desde el principio con otro ritmo, ya que me parecía bastante ambiciosa en relación con las distintas peripecias que contaba. Si hacía el relato mucho más denso y nervioso quizás podría contar todo lo que me proponía. Aquella noche escribí la primera página de la novela. Como el personaje principal todavía no tenía nombre decidí llamarlo JL Borges como un guiño y como un homenaje al autor que me permitió dar cuerpo a este relato.
¿A qué se debe tu interés por el pasado remoto de los pueblos lejanos? 
Creo sencillamente que es una curiosidad por la alteridad. Los viajes (cuando tengo esta oportunidad de descubrir otras regiones, otros países) y las artes participan en mantener viva esta curiosidad (en un círculo virtuoso).
Teniendo en cuenta el riesgo de caer en idealizaciones y discursos exotistas. ¿Cómo debe el extranjero, ya sea desde la historiografía o el arte, representar las culturas que le son ajenas, que no conoce de primera mano?
En mi caso, no pretendo en absoluto describir con exactitud las culturas que represento en este libro. Son figuras históricas con fuerte potencial literario, heroico, poético que elegí. Intenté respetar la «realidad histórica» en cierta medida pero la ficción me otorgó el lujo de reinventar a estos personajes. Intenté desdibujarlos en el modo poético, humorístico, irónico.

El medio literario tiende a pecar de chauvinismo. Siendo de un país tan nacionalista como Francia, ¿el hecho de escribir textos que se sitúan fuera de las fronteras de tu tierra, no te ha traído problemas en tu carrera literaria?
No podría contestar de manera tajante: creo que le gustó mucho la novela a lectores que precisamente buscaban otra cosa, algo distinto del típico escenario francés que encontramos en las novelas actuales (entre las cuales hay verdaderas joyas); lectores que querían dejarse llevar a otro lugar, que sea por la lejanía temporal, el cambio de culturas, los guiños a la literatura, o el predominio de la ficción, de la fábula sobre cualquier tipo de realismo. Pero irremediablemente lo que les gustó a unos desagradó sin duda a otros lectores que prefieren otros géneros o que desgraciadamente no logré llevar en esta historia. 

 ¿Es moderna nuestra literatura?

Luis Eduardo Cortés Riera


| Foto: Archivo/Referencial |

Es una inquietante pregunta que se hace Octavio Paz, mucho antes de ganar el Premio Nobel de Literatura en 1990. Escribe el mexicano un ensayo con esta pregunta turbadora en Cambridge, Massachusetts, en 1975. Confieso que he leído muchas veces este escrito, que apenas tiene 11 páginas, y que me ha hecho meditar hasta el aturdimiento. Allí afirma que nuestra literatura tiene una debilidad, visible sobre todo en el dominio del pensamiento crítico, que nos ha llevado a preguntarnos si la literatura hispanoamericana, por más original que sea y nos parezca, es realmente moderna.

Para nuestro asombro, afirma Paz que no es moderna nuestra literatura, y ello lo dice porque lo que hace a una literatura realmente moderna es la crítica, un elemento del cual carecemos los hablantes de la lengua castellana. Una literatura sin crítica no es moderna o lo es de un modo peculiar o contradictorio. Hay una ausencia de crítica en Hispanoamérica.
Hemos tenido –agrega Paz- buena crítica literaria: Bello, Henríquez Ureña, Rodó, Darío, Alfonso Reyes, Rama, Rodríguez Monegal, Jorge Luis Borges. Lo que no tuvimos ni tenemos son movimientos intelectuales originales. No hay nada comparable en nuestra historia a los hermanos Schlegel; a Coleridge, Wordsworth; a Mallarmé, al Nuevo Criticismo en Estados Unidos, a Richard y Leavis en Gran Bretaña, a los estructuralistas de París. La razón de esta anomalía es que en nuestra lengua no hemos tenido un verdadero pensamiento crítico ni en el campo de la filosofía ni en el de las ciencias y la historia.

Por eso somos una porción excéntrica de Occidente. Esa excentricidad - agrega- comenzó en el siglo XVII, puesto que no tuvimos Revolución Científica (Kepler, Galileo, Newton); y continuará en el siglo XVIII porque no tuvimos, sobre todo, un equivalente de la Ilustración y de la filosofía crítica. Ni con la mejor voluntad podemos comparar a los españoles Feijoo o a Jovellanos con Hume, Locke, Diderot, Rousseau, Kant. Allí está la gran ruptura; allí donde comienza la era moderna comienza también nuestra separación.

Nuestra incapacidad de ponernos a tono con la modernidad ha producido, oblicuamente, obras literarias únicas y excepcionales. Pero en el campo del pensamiento, la moral pública y la convivencia social, nuestra excentricidad ha sido funesta: no conocemos la tolerancia, por ello vivimos en una crónica inestabilidad, el desorden, la pasividad, la demagogia y el caudillismo.

Este es fundamentalmente el discutible pensamiento de Paz. ¿Habremos de darle todo el crédito que se merece? A mi manera de ver, no. El pensador francés Alan Guy, por ejemplo, nos dice que en filosofía hemos mostrado un sorprendente complejo de inferioridad, que creemos equivocadamente que nada de lo ibérico sea profundo y válido. Nos muestra Guy que han sido notables las prospecciones de Andrés Bello, Leopoldo Zea, O´Gorman, José Gaos, Salazar Bondy y Mayz Vallenilla.

Y qué decir de las ciencias naturales, donde destacan los biólogos chilenos Maturana y Varela y su relevante concepto de autopoiesis; el venezolano Humberto Fernández Morán, creador del prominente concepto de crioultramicrotomia. En el pensamiento sociológico e histórico debemos hacer referencia obligada al semiólogo argentino Walter Mignolo, figura central del llamado poscolonialismo latinoamericano; a José Carlos Mariátegui, un “agonista del socialismo”; a José Vasconcelos, a quien Keyserling consideraba el más grande pensador de América Latina; y no puedo menos decir que sería una grave omisión no destacar a Gustavo Gutiérrez, a Leonardo Boff, a Frei Betto, quienes crearon la muy original Teología de la Liberación latinoamericana, una verdadera “visiones del mundo” de vanguardia. Y más cerca de nosotros, en Colombia, cómo obviar al filósofo Santiago Castro Gómez, quien ha deslumbrado con su Hibrys del punto cero y también Crítica de la razón latinoamericana.

Al final de cuentas, el viejo y cansado Occidente debería recoger del Nuevo Mundo Hispanoamericano varias benéficas lecciones de lucidez y de sabiduría. Cosa nueva y potente se ha estado cocinando entre nosotros, aunque Paz sostenga lo contrario.


Esa formación imaginaria de la letra

LA NOVELA QUE GESTA LA HISTORIA

Por Fernando Yurman


Pero fue Cervantes y su orbe los que crearon el Siglo de Oro, no al revés. Suele afirmarse que la historia es mejor ilustrada, interrogada y entendida por la literatura, no por la filosofía o por la misma historia. Su estofa recóndita es siempre narrativa. El relato histórico no puede escapar a las leyes de la sintaxis o ignorar la semántica. Aquel aforismo “no hay historia solo historiadores” observa todos los documentos y monumentos flotando rigurosamente sobre el lenguaje. Walter Benjamín sospechaba que el historiador podría ser un trujamán, un ventrílocuo con hábiles trucos teóricos sobre la anticipación y la anterioridad narrada. A cambio, el novelista, menos pretencioso de una verdad, puede narrar desengañando. La novela logra ese toque revelador de linterna exploradora que apreciamos en Balzac o Stendhal con la burguesía francesa, en Dickens con la revolución industrial, en Dos Passos con el sueño norteamericano, en Cervantes con la hidalguía española, y en otros con una realidad creada que parece preexistirlos.
Pero fue Cervantes y su orbe los que crearon el Siglo de Oro, no al revés. Quizás el lustre fetichizado que se había otorgado a la historia soslayó que la novela también crea la historia, la va fraguando con sugerencias sorprendentes pero irrefutables. Esa formación imaginaria de la letra, plena de convicción emotiva, pero sin fundamento palpable, tiene el mayor efecto ‘historizante’ sobre los pueblos. Como testimonio rotundo viene al caso la invención de ‘pueblo’ o ‘nación’, entre otras ficciones indetenibles, vastos entes imaginarios que mueven montañas.
La invención de la historia
Un ensayo pretencioso de Shlomo Sand, tiene el oportunista título de La invención del pueblo judío. Las premisas que emplea son correctas, tomadas de Benedict Anderson y otros estudiosos que analizaron el sustrato imaginario de las comunidades, pero las aplica solo a los judíos y su conclusión es un nido de sofismas. Supone que los otros pueblos no son inventos. El profesor Sand sigue el espíritu de Renan, que lograba una tímida afinidad con Taine y a la postre con Gobineau. Para Renan, Jesús no podía ser judío, para su alambicada espiritualidad la figura venerada rechazaba esa identidad. Las captaciones de esencias estaban de moda, y los avezados intelectuales olfateaban rápido los perfiles. Esa voluptuosidad del siglo XIX prefería la mitología nacional en vez de la bíblica, y la búsqueda de los orígenes era una inclinación romántica; la expansión política de esta sensibilidad mereció aquella justa burla de Macaulay “decir que hay un gobierno esencialmente católico o protestante es como decir que hay una manera católica de hacer compotas o una equitación fundamentalmente protestante”.
Hoy se olvida que esos afanes imaginarios, trasmutados en pasión pública, desembocaron en el nazismo. Hay una diferencia entre el cálido sentimiento de Herder por la particularidad y el impulso discriminador de Renan, entre la literaria relación del gaucho con la pampa que hizo
Sarmiento y el paisaje con alma francesa de Taine. Es fácil resbalar tratándose de los sentimientos oscuros de lo particular. Lo cierto es que no hay pueblos o entidades colectivas duraderas sin mitologías, nada indica que Inglaterra debe ser teológicamente de los ingleses o que los ingleses deberían estar en Inglaterra. Si se quita el azar étnico, su mezcla arbitraria y se separa la mitología de una presunta historia real, lo que queda es simple intolerancia a la textura imaginaria de la realidad humana. La idea de pueblos originarios es ingenua, tentada por el fascismo, y una ilusión tan postiza como las otras. En lo que mas se parecen los pueblos es en la ilusión de creerse distintos, y para sí mismos todos terminan en originarios.
No cabe duda de que Borges, por ejemplo, descifró buena parte de la historia argentina, pero antes fue inventada más arbitrariamente por Echeverría, Mármol, Alberdi, Sarmiento, Hernández, Hudson, Lugones, grandes narradores de lo que debía haber pasado en ese incierto país. Ellos configuraron los fantasmas precursores, y los lectores fertilizaron con otras especies ese lecho narrativo. Cuando Macedonio Fernández, con sonriente agudeza, observa que los gauchos están en la pampa para divertir los caballos, nos iluminaba con su humor este costado de una escena ignorada, la trama desconocida de la mítica realidad criolla.
La novela que repta
Al repasar las generaciones de fieles que estudiaron la sagrada teoría de Marx, el intento heroico y patético por extraer las leyes de la historia de una Torá de los impíos, es difícil no recordar el intenso carácter ficcional de la obra. Las frases reverberan sobre las pasiones que inventaron
Hugo, Dumas, Musset y otros hijos de ese siglo. Heinrich Heine, amigo de Marx, reconocía su vocación literaria, pero advertía su inclinación de héroe sombrío. Quizás Edmundo Dantes, el justiciero y vengativo Conde de Montecristo, fue una de sus musas. Desde las sombras sostenía parte de la irritación crónica de Marx. Otro influjo que avivaba su pensamiento procedía de Los
Miserables, el ímpetu que Víctor Hugo había divinizado para siempre en las barricadas (las metáforas de oleaje revolucionario, corrientes históricas que que chocan anegan el espacio social, derivan de esa escena). Estos dos románticos se fundieron en una novela imaginaria (en el más certero sentido freudiano), que atravesó muchas biografías. Abarcó en su drama tanto a Friedrich
Engels, sordo rival de un padre exitoso como empresario textil, como al furibundo Marx, cuyo matrimonio con una aristócrata alemana no le solucionó el problema doméstico. Los dos pensadores no tenían ni cadenas ni trabajo que perder, vivían de sus protectores. Compartían el mismo narcisismo exacerbado que los arrojaba a las comparaciones inevitables. Sus voces} guardan el tono querellante, el ingenio aventurero, de las patologías románticas. Sus argumentos son impetuosos, una esgrima de sospechas y revelaciones que pretendían modificar la realidad en vez de intentar comprenderla como otros simples mortales. La propia acumulación de reconocimiento histórico, la avidez panfletaria, procuraban el nuevo Partenón de la época que ayudaron a inventar. Como a tantos participantes de la gaseosa filosofía alemana de entonces, los devaneos de Hegel había suministrado un ideal erotizado del pensamiento, una novela del
‘pensar’ curiosamente embanderada con ‘la materia’. La declamación obsesiva, religiosa, sembró multitudes, no a pesar de las normas rígidas y categorías sagradas, sino por su ejercicio, una fe que ofrecía el opio más barato.
Es cierto que del carácter novelesco de los textos de Marx no deriva automáticamente el autoritarismo estalinista o maoísta, el régimen coreano, cubano o venezolano. Eso requirió otra novela, El estado y la revolución, el manual leninista para llevar al matrimonio aquellas pasiones.
Separar ese fondo emotivo tiene costos, el minucioso Althusser procuró convertir en ciencia la teoría marxista, higienizarla de ideología, despojarla de sus pasiones, pero se le colaron por la ventana de la locura y terminó asesinando a su mujer. Las pasiones también alcanzaron a Garaudy, otro teórico voluntarioso, y sus ensueños hoy sostienen la ultraizquierda fascista de Melanchon en Francia. El país de la ilustración y la razón es también el país de las letras trepidantes, y Lamartine ya prevenía sus contagiosas pasiones a Hugo. No casualmente Madame Bovary, la novela moderna fundamental, termina en una condena de las novelas, escena postrera casi igual a la de Cervantes sobre la muerte de Alonso Quijano, el bueno, que había sido Quijote en su desvarío.
En algunos casos, la novela leída era recibida por la narración imaginaria ya instalada. La mezcla de voces luego parasitaria al héroe, como quizás ocurrió con los personajes folletinescos de Eugenio Sue o Knut Hamsum y la biografía reivindicativa que se inventó Hitler. La misma fábula que luego noveló el inescrutable pasado alemán de las multitudes. En otros, la novela circulaba por entregas, cambiaba de mano y hacía historia con portadores involuntarios de la ficción. Un caso interesante es Jean Paul Sartre, uno de los pensadores más lúcidos de su tiempo, acostumbrado a pensar en contra e incorporar la subjetividad en los análisis políticos. Ofendido por la incipiente tecnología, observó que la bomba atómica era antihistórica. Nadie entendía lo que había querido decir, pero había una historia, una novela propia, donde ese capítulo no entraba. También en su obra Las manos sucias ilustró la razón por la que el estalinismo es perdonable, incluso bueno en sus errores, como asimismo postula su ensayo El fantasma de Stalin.
Es un caso de un filósofo, novelista, ensayista de la literatura, encerrado en una novela univoca, una ficción inscrita que lo pensaba, pero él no podía leerla.
La letra que circula
Una fulminante revelación cabalística, acaecida a finales del siglo XVII, permitió al profeta Natán de Gaza entrever en el enfermo bipolar que llegaba como huésped desde El Cairo su condición secreta de Mesías. Como en un cuento de Borges, Sabetai Zevi, el inadvertido viajero, empezó a predicar convencido con plenitud la redención aludida por el otro, y prometió incluso un ejército libertario para el oprimido pueblo judío. Su trastorno se avenía al personaje y facilitó una amplia convocatoria de apasionados creyentes desde Salónica hasta Holanda. Como psicótico con algún rasgo de sensatez, este mesías también se hizo musulmán cuando el soberano de la Sublime
Puerta lo conminó a convertirse o morir. La apostasía no impidió que sus seguidores la pensasen como una sofisticada expiación, un mandato secreto que incluía un nuevo marranismo. Su legado, como precursor del sionismo histórico, ya estaba sembrado. Fue derivado de las letras cabalísticas del siglo XVII, perduró y volvió en el siglo XIX con las letras seculares de George Eliot en Daniel Deronda, quizás la primera novela sionista moderna. Teodoro Herzl, en un ensayo que también procuraba la novela, escribió al finalizar ese siglo El Estado judío. Un proyecto tan imaginario para un aristócrata asimilado e ignorante del idish y el hebreo, que lo pensó materializar en Uganda o
Sudamérica. Zeev Jabotinsky, quizás el líder sionista de mayor incidencia histórica del siglo XX, recogió esa antorcha letrada. Era cultísimo políglota, periodista, novelista, pensador político, conferencista y además sabía el papel de la mitología en la memoria histórica. En 1920, luego de arribar a Jerusalén con la Legión Judía, que había improvisado con ceremonial destreza y perspectiva política, estuvo preso de los mismos ingleses que lo habían ayudado. En la prisión se dedicó a traducir La Divina Comedia. Escogió el texto con el que Dante inventó una nación y si no toda Italia, al menos a los italianos. No era casual para un nacionalista como Jabotinsky, que no desconocía a D’Anunzio y sabía del fervor nacional que convocaba el fascio. El 1926 escribió una novela sobre la antigüedad, la identidad judía y los filisteos. La trama fue llevada al cine en 1949, un año después de la Independencia de Israel, por Cecil B. De Mille y titulada Sansón y Dalila. El filme comienza con un discurso que permite entrever las ideas de Vladimir Jabotinsky, muerto nueve años antes, más que al guionista Laski. Fue quizás la primera muestra de identidad judía nacional que formulaba Hollywood, en el territorio bíblico y a través de Sansón.
En su cuaderno de la guerra de guerrillas, la seca prosa del Che Guevara relata un íntimo momento en el monte, cuando frente a la proximidad de la muerte recordó el personaje de Jack London que enfrenta con coraje su desenlace en la nieve. El recuerdo fue preciso, Jack London, el aventurero que editó libros con fortun y que junto con Joseph Conrad era uno de los narradores mayores de la aventura romántica imperialista. La épica de London nutrió Hollywood, con el que convivió antes de morir, y su aventura en Alaska y los mares en busca de fortuna fueron la gloria del hombre blanco. Lo que quizás no contradice su protesta socialista, considerada blanca entonces. Es difícil saber qué novela o filme de aventura ha creado el imaginario de muchos guerrilleros, qué Tesoro de la Sierra Madre los empujó al monte. Sin duda, estaban más cerca de Hemingway o de John Red que del abstruso Hegel, de John Ford o de Huston que del radical Jean Luc Godard. En algunos casos perduró el guion original de la ideología, pero la industria de drogas y secuestros que degradó en Colombia esta narración sostiene el dinero y el poder más que las ideas. El caso de Venezuela no es igual, no fue invadida imaginariamente por una novela, los delincuentes y estafadores del chavismo usaron una telenovela. La pasaban por capítulos, sin creer en ella, como un remedo de la exitosa Por estas calles, melodrama televisivo que la virtud locutora de Chávez continuaba con categorías políticas.  Sea como fuere, todo indica que la novela más que reflejar la realidad la crea, es su auténtica productora, y la única crónica posible de la historia parece la novela misma.
La realidad y la letra
Una de las maneras de explorar las fuentes ciertas de la realidad, esa mezcla hipotética de sólidas resistencias, fantasías, ensueños y deseos es reencontrar la sorpresa, el chiste o el desatino iluminador al estilo de Macedonio. Sucedía ese espléndido fogonazo con aquella mesa de disección y la máquina de coser, pero un surrealismo por prescripción no ofrecería el mismo resultado. La poesía tiene una extraña capacidad para encenderlo, y suscitar un preñado silencio cuando se apaga, pero por su misma delicadeza no puede llevar sus faroles a la vida pública. En cambio, hay encuentros extraños, escondidos o fugados a los lugares más imprevistos de un relato, con salidas y un rodeo para entrar de nuevo.
Stephen Crane, demasiado joven para participar de la guerra civil norteamericana, escribió La roja estrella del coraje, la crónica del frente más fiel para los genuinos veteranos. Stephen Crane constituyó esa memoria colectiva desde la letra de su imaginación. Al revés, Lewis Wallace peleó airosamente con las tropas de la Unión, terminó como oficial laureado, y luego gobernador de
Arizona, pero no relató sus fatigosas campañas. De su vasta experiencia bélica escribió una enmarañada y popular novela de aventura histórica para adolescentes: Ben Hur. El libro ilustra un derrumbe civilizatorio fácil de comparar con aquel sur llevado por el viento, y le canta honor a la derrota, pero en la antigüedad. En el caso anterior, la literatura selló la memoria de la Guerra de
Secesión. En este la guerra gestó una literatura histórica, pero sobre otra antigüedad que escondía el pasado del presente. Todas las direcciones se cruzan, no solamente la vida debería desembocar en novela, como planteaba un romántico, sino que la novela nos exige culminar en la vida. La novela imaginaria que Freud detectó en los neuróticos, ese fantasma fundamental, venía apropiándonos desde muy lejos, en grandes tamaños y muy hondo. La pos-verdad, el universo de fakenews, la expansión de la mentira pública, la bulliciosa fragmentación, no sustituyen las novelas, están organizadas sobre sus sinuosos espectros. No es todavía claro si la mirada matinal a la pantalla para saber del día, en vez de abrir la ventana exterior sobre la calle ‘real’, es más novedosa que la decimonónica espera de la diligencia en las aldeas rurales inglesas para recibir el periódico y el folletín por capítulos. Los detallados episodios de Dickens también contaban a la gente ‘su’ realidad y moldeaban las noticias que vivían.

 “Escribir es una práctica demencial”


Alan Pauls

El escritor argentino, ganador del premio Herralde 2003 por su novela "El pasado", fue uno de los invitados a la Fiesta del Libro y la Cultura de Medellín. En esta entrevista habla de su obsesión por la forma y de sus coqueteos con el cine.

 DULCE MARÍA RAMOS
Alan Pauls se pasea callado, silencioso. Mientras desayuna o cena observa ese nuevo espacio que lo rodea en Medellín, después de un largo viaje de ocho horas desde Argentina. El escritor reconoce que en un nuevo lugar es tímido. Cuando conversa, la timidez desaparece y fluyen las ideas de un hombre muy crítico con el oficio.
En su infancia, Pauls fue un apasionado de los libros. Dos profesores en el colegio -uno de literatura y otro de filosofía- trastocaron su forma de ver la literatura: “La lectura tiene algo tranquilizador que la escritura no tiene. Cuando uno lee, por más perturbador que sea el libro, uno se siente más seguro, es una especie de casa. Escribir es una práctica demencial, uno no sabe por dónde se va a meter, cómo le va ir”.
Emocionado, el escritor relata su experiencia en la actividad Adopta un Autor, que realizó la Fiesta del Libro y la Cultura de Medellín. Fue grata su impresión al ver cómo los chicos interpretaron sus libros y especialmente conocer a dos de ellos interesados por la literatura, quizás futuros escritores que no dejarán morir el arte de contar historias.
“Ya no tengo ese impulso casi suicida de los veinte años que escribes cualquier cosa en cualquier momento y manera. Ahora estoy muy atento a todos los problemas que involucran el hecho de escribir”
-Usted aseguró en una entrevista reciente que últimamente le cuesta escribir.
-Soy más consciente. Ya no tengo ese impulso casi suicida de los veinte años que escribes cualquier cosa en cualquier momento y manera. Ahora estoy muy atento a todos los problemas que involucran el hecho de escribir. También es cierto que uno está más grande, tienes menos ideas, probablemente menos cosas que decir, eso no es eterno. Escribir se me convirtió en un proceso más problemático, no está mal porque a mí me gustan los problemas. Nunca fui un escritor necesariamente de la fluidez o de simplemente contar historias, siempre me interesó el lenguaje y la práctica de escribir, esos problemas me alimentan, me estimulan, me inspiran, no me obstaculizan.

-Conversando con el fotógrafo Daniel Mordzinski, éste contó que dejó el cine porque no supo contar historias. ¿En su caso?
-A mí me gusta mucho el cine. Durante muchos años fui crítico, esa relación funcionaba muy bien porque podía hacer con el cine lo que yo quería. Víctima de la superstición, de que yo era escritor y eso tenía que ver con el cine, decidí probar ser guionista. Escribí por diez años una serie de guiones, pero nunca me consideré un guionista, siempre era un escritor que escribía guiones para cine. Esa es la peor posición que uno puede tener cuando sale de la literatura y entra al mundo del cine: escribir un guión no tiene nada que ver con la literatura. Un guión es para otro: un director o productor, a cambio que pienses en dirigir. El guión es un artefacto de palabras que deben funcionar dentro de una película que es otro idioma, que es contradictorio con las palabras.
“Por ejemplo -prosigue-, yo escribía una escena: “El gordo cruza la calle y entra en el kiosco” después veía lo que habían hecho con esa escena en la película: el actor que habían elegido no era el gordo que yo había imaginado, su gordura no era la gordura que me interesaba que ese personaje tuviera, no cruzaba la calle como yo quería, la calle no era la que imaginé y el kiosco donde entraba no tenía las vidrieras que yo quería que tuviera. En ese escándalo mínimo y ridículo se ve todo el problema del escritor que escribe historias para cine creyendo que puede hacerlo, porque cuando uno escribe apuesta a que los lectores imaginen un gordo diferente; el cine fija esas palabras en un solo gordo. Me costaba desprenderme, entraba en discusiones eternas con los directores y cuando veía las películas siempre consideraba espantoso lo que habían “hecho”.
-Habla de una amarga experiencia, pero una de sus novelas fue llevada al cine.
-Yo no tuve nada que ver con el guión. Sabía que si vendía los derechos de mi novela al cine tenía que aguantarme la película que se hubiera hecho, no tenía derecho a quejarme. Siempre el proyecto de (Héctor) Babenco fue muy descabellado. El pasado era una novela muy difícil y él no le encontró la vuelta; no estableció esa relación de traición que un director de cine tiene que hacer con una novela cuando la adapta. Hubiera querido una película más personal, reconocer menos mi novela en pantalla.
-¿Cómo fue trabajar de guionista de Fito Páez?
-Vidas privadas fue la primera película de Fito. El proyecto a mí me gustó porque era lo contrario a la película que quiere hacer un roquero. Fue una película muy arriesgada, muy ambiciosa. A Fito no lo conocía más allá de encontrarlo en eventos sociales y hablar mucho de cine. Nos hicimos muy amigos en el proceso del proyecto, durante cuatro y cinco años fuimos muy cercanos. A mí la película me pareció muy interesante, pero desde el principio la crítica fue despiadada por el siempre hecho de ser su director un roquero exitoso que quería hacer cine.
-También ha incursionado tímidamente en la actuación.
-Esa picardía de ser actor me permitió decir las palabras que escribían otros. Eso para mí fue un alivio, un descanso de mi trabajo como escritor. Haciendo esos personajes me di cuenta que actuar es una cosa muy compleja, especialmente actuar en cine. “Es muy difícil escribir a partir de Borges porque uno cae muy rápidamente en el plagio, pero es muy posible aprender a leer a partir de Borges.
-Usted escribió un libro sobre Borges, quizás una sombra para algunos escritores argentinos.
-Para mí Borges no es una sombra, al revés, es una fuente de luminosidad. Quizás la mía sea la primera generación que no necesitó pelearse o matar a Borges para escribir. Gracias a Borges cambiamos nuestra relación con la literatura y nuestra manera de leer. Es muy difícil escribir a partir de Borges porque uno cae muy rápidamente en el plagio, pero es muy posible aprender a leer a partir de Borges. Antes no era fan de Borges, sin embargo escribiendo el libro me fanaticé.
-Y en el caso de Ricardo Piglia, ¿haría un libro?
-Piglia para mí era algo más cercano, me resultaría difícil convertirlo en un objeto de análisis literario. Con Borges tuve la oportunidad de conversar con él dos veces en mi vida, pero aún así era un personaje de la mitología griega. En cambio Piglia era demasiado humano, fue el primer escritor al que le mostré mis textos, el primer escritor que admiré. Estuve con él muy cerca en varios momentos y trabajamos en la Universidad de Princeton. No digo que no, pero su muerte todavía está muy cercana.
-¿Cómo ve la situación de Argentina?
-Ahora se está empezando a respirar en Argentina una atmósfera malsana, que crea ciertos síntomas de racismo, xenofobia y promueve comportamientos políticos que tienen que ver con lo peor de la Argentina.
La imagen nítida del momento actual de Argentina son familias que se encierran en los cajeros automáticos para dormir. No veo que haya una decisión oficial de mejorar esa situación. Es un momento tenso, se deben resolver los conflictos para no caer en la violencia.
-Recientemente tradujo los primeros cuentos de Truman Capote.
-La traducción es la continuación de la lectura por otros medios. Tengo una relación adictiva con la traducción. Puedo interrumpir lo que estoy escribiendo, pero no puedo parar cuando hago una traducción.
-Y finalmente, ¿cómo es la ventana por donde mira Alan Pauls?
-Es una ventana bastante deforme, desubicada, fuera de eje. Está colocada en lugares poco habituales. Me gusta mirar las cosas desde perspectivas un poco diferentes, incluso a primera vista frívolas o insignificantes. La mirada muchas veces crea lo que hay que ver antes de que eso exista.

 Fiebre (1939)

Por Mario Morenza

La narrativa de Fiebre (1939) no está libre de los desmanes de la dictadura y de su afán en perfeccionar procedimientos en torturas. En el capítulo VI leemos: «Todo estaba quieto, lastimosamente quieto. La palabra protesta era un muñón sangrante. La cárcel significaba cementerio» (p. 61), y páginas más adelante: Pero no era Robledillo solamente. Era el mismo clamor insurgente en cada corredor y en cada aula. Y una mañana la vieja Universidad nos vio salir en largas hileras, con una resolución estampada en las frentes. La ciudad entera se echó a las calles para vernos pasar. Y fuimos entrando, uno a uno, por el portal enmarcado de bayoneta y rostros torvos, en voluntaria marcha hacia la entraña misma del terror. (p. 63) Se trata de un capítulo en el que se revela la hostil realidad carcelaria de la dictadura que ya se asomaba en Puros hombres, en el que se revela la oscura realidad carcelaria, la férrea dictadura, sus procedimientos de tortura, de flagelación: «El fantasma del hombre a quien los mil latigazos convirtieron en masa deforme y ensangrentada. El que recibió la ración de arsénico en la escudilla de café» (p. 62). Se cuenta que todo comenzó vertiginosamente y de manera espontánea, «como las expresiones de la naturaleza» (p. 62). La universidad fue trasladada a la cárcel. Así como se abre el capítulo IV, las escenas habituales de la universidad se escenifican en la cárcel sin que aquella pierda su fisonomía, su talante académico: «Somos presos políticos venezolanos y tenemos un hambre aguda de veinticuatro horas. La universidad, sin embargo, se ha trasladado a la cárcel sin perder su fisonomía» (p. 65). Una narración en la que se evidencia realismo social. Como una pastillita aparecen estas escenas en la novela. No se trata de la vida en la cárcel, sino más bien cómo reacciona la sociedad ante tal evento: Los obreros de Caracas se negaron a acudir al trabajo en señal de protesta por nuestro encarcelamiento. Obreros que carecen de organizaciones gremiales y de experiencia de lucha se guiaron por su instinto que les hizo adivinar la ciudad muerte sin el aporte de sus brazos. Y ahí está, muerta, la ciudad. Mudas las calles, desiertos los almacenes, sin humo las chimeneas.
Es lo que se llama huelga general en otros países. Aquí no se llama de ningún modo porque nunca había sucedido antes. (p. 67) Mujeres también exhibieron sus boinas y abogados redactaron documentos a favor de los estudiantes. Hombres protestaron. Se enfrentaron a pedradas con la policía. Fueron apresados. Se quedaron en la cárcel, aún después de que los estudiantes quedaran en libertad.
En «Montonera» se cuenta el trayecto de Vidal Rojas a caballo hasta un punto determinado en el que se encontrará con Anselmo y continuarán el rumbo que los lleve hasta el campamento del general Urrutia, en el que también está Ceballos, que ya es coronel. Durante su viaje, se suscitan en el texto descripciones de corte naturalista, criollista y, en el caso que nos corresponde, de realismo social: Vidal Rojas debate consigo mismo y reflexiona sobre su rol en esta nueva etapa de su vida como combatiente de forma activa contra el régimen.
Pero hay siempre en mis meditaciones entre dos Vidal Rojas que pocas veces andan de acuerdo. Hilario Figueras me decía, en sus ratos libres de pedantería doctrinaria, que tal enfrentamiento no obedecía a complicaciones espirituales sino a mi condición contradictoria de pequeño burgués. Y para explicarme el significado de la etiqueta «pequeño burgués» recurría a sus pesadas divagaciones sobre economía. (p. 142)
Ya en el campamento, Ceballos, que está afinado en roles militares, le ordena a un soldado que le enseñe a Vidal Rojas cómo usar un fusil: «Y fue así como el soldado Agapito, que había hecho servicio militar en Maracay, me enseñó en cuatro lecciones la fórmula para enviarle un recado de muerte al prójimo» (p. 148). El diálogo entre Anselmo y Vidal Rojas es estrechamente similar a uno de Las lanzas coloradas. Incluso, podemos encontrar una respuesta en este diálogo de Otero Silva al diálogo en la novela de Uslar Pietri.
—Bueno, Anselmo, ¿y tú por qué te alistas en la revolución?
—¡Guá! Es muy sencillo. Porque el coronel Urrutia se alza y me mandó a
llamá.
—¿Solamente por eso?
—¿Y por qué más va a sé, pues?
—Pero, ¿qué harías tú si el coronel Urrutia, en vez de alzarse, fuera jefe civil en este mismo gobierno?
—Pues en tal vez yo sería comisario.
—¿Serías tú capaz de hacerte cómplice de este gobierno de ladrones y
asesinos?
—Si usté supone que el coronel juera jefe civil, pues yo sería comisario. Yo no tengo que hacé con los gobiernos sino con el coronel Urrutia. Pá eso soy oficial suyo.
—¿Pero tú no tienes criterio propio?
—¿Criterio propio? ¡Uhm! ¿Qué pájaro es ése? (p. 145)[1]
El capítulo VII de «Montonera» gravita sobre la pesadumbre: los desmanes padecidos por los reclusos en Palenque. Se cuentan tres historias enlazadas por un síntoma común: la enfermedad de los presos; tres historias trágicas, absurdas e irónicas que conforman el antepenúltimo capítulo.
La primera de estas historias refiere las vicisitudes de tres franceses, en especial uno de ellos, que ha robado y, por su culpa, han apresado a sus compatriotas. Desde que llegó a Palenque está moribundo y solo tiene consigo una débil disposición por vivir: los cien bolívares que engarrota en una de sus manos y se niega a soltar, incluso durante su primera muerte. La segunda, es la historia del indio y su culebra doméstica, que amenaza, sin embargo, el sueño de los otros. La tercera y última narra la historia de Belisario, que está muriendo de disentería crónica, se sabe enfermo, sin ánimos de trabajar en la carretera. El sargento lo insta a ponerse de pie y empezar a trabajar duro, bajo el sol castigador. El sargento sostiene que lo de Belisario es flojera. Finalmente, Belisario muere y el sargento la diagnostica con miope y cínico ojo clínico: dice que fue a causa de la flojera, como si esta fuera una enfermedad.
La carta de Vidal Rojas es un tratado que resume el sufrimiento de su generación, una generación que era inocente y decidió enfrentarse contra un enemigo totalitario, funesto e invencible. Con todo y esto, Vidal Rojas aún alberga una fe sólida. Aquel estudiante que se define de este modo: «Tengo veinticuatro años y estudio medicina, diseco cadáveres…» (p. 93).
En la tercera parte, titulada «Fiebre», Vidal Rojas observa que un nuevo contingente de presos ha llegado procedente de los calabozos de La Rotunda. Se trata de una docena de presos políticos. Entre ellos atisba, con emoción, pues ya empezaba a enloquecerse de soledad, a Robledillo y a
Hilario Figueras, además de un pinto, que se encuentra débil enfermo. Robledillo pone al día a Vidal Rojas de los sucedido con Armando (hermano de Cecilia), con Cecilia, que al principio Vidal Rojas presiente que ha muerto, pues ella amenazó en varias ocasiones con suicidarse, pero no: se casó con un joyero. Habla también sobre las vidas del sinvergüenza de Urrutia y su adlátere Ceballos, quienes huyeron a Colombia y luego solicitaron amnistía. Amnistía que les fue concedida y ahora trabajan para el gomecismo. Robledillo cuenta que cayó preso, pues los esbirros de Gómez lo involucraban con unos panfletos antigobierno y pensaban que él era el redactor. Cuando allanaron la casa no encontraron nada que lo relacionara, pero sí cinco revólveres. En el caso de Hilario Figueras y otros apresados, lo han acusado de ser los organizadores de una red clandestina que distribuía panfletos entre obreros. Acierta a decir que a Hilario Figueras siempre le parecieron más efectivas este tipo de acciones que las mismas bombas (pp. 222-223). Es un capítulo que administra la narración hacia el desenlace.
Desde que se inició esta tercera parte, o inclusive, a mediados de la segunda parte de la novela, he notado que el progreso de la historia se estanca.

En el capítulo VIII de esta parte, leemos cómo el encierro ha curtido las vidas de Vidal Rojas y sus compañeros. La cárcel es una industria del pensamiento: aquella frase de Plata quemada (Piglia, 2000) es aplicable aquí de la misma forma que en el personaje de Julián de Canción de negros: ambos están en el encierro y de allí reflexionan sobre el mundo, sobre la realidad, sobre las adversidades que atraviesan. La cárcel transforma, cataliza, desmenuza la vida de los hombres. Y en esta trilogía de novelas publicadas en años consecutivos observamos cómo los apresados tienden a cambiar su forma de sentir y pensar el mundo, pensarse a sí mismos, en el encierro.
[1] Y la respuesta es el conformismo (ver páginas 109-111, 170-172 de Las lanzas coloradas(1981)).
Publicado en la Revista Digital 4Dromedarios.


 Hace 31 años Miguel Otero Silva le dijo adiós al mundo
Fue ejemplo del periodismo venezolano y se desempeñó como ingeniero y político en nuestro país



Publicado en: Sociedad

Por:  Gregory Jaimes
Hace 31 años, Miguel Otero Silva nació el 26 en el estado Anzoátegui. Creció en el seno una familia humilde, su padre fue Enrique Otero Vizcarrondo y su madre, quien murió cuando Miguel Otero Silva aún era pequeño, fue Mercedes Silva Pérez.
Entre sus aficiones estaba el béisbol, fue crítico de arte y disfrutaba de un buen merengue. Luego de concluir la secundaria en 1924, comenzó estudios de ingeniería civil en la Universidad Central de Venezuela, los cuales no culminó. En 1925, publica en la revista Élite su primer poema titulado “Estampa”, influenciado por los modernistas Rubén Darío y Amado Nervo.
Generación del 28 y el exilio
Durante los acontecimientos políticos de la Semana del Estudiante (febrero de 1928), Miguel Otero Silva es vinculado a la conspiración militar del 7 de abril de 1928, por lo que es acosado por la policía y debe huir al extranjero, donde prosigue su actividad política.
Después de la muerte de Juan Vicente Gómez (17/12/1935), regresa a Venezuela. Sin embargo en marzo de 1937, es expulsado del país, bajo la acusación de “comunista”, viajando a México, donde publica su primer poemario Agua y Cauce y luego a Estados Unidos, Cuba y Colombia.
En 1942, recién retornado del exilio fundó el semanario de izquierda “Aquí está” bajo el gobierno del general Isaías Medina Angarita. Este semanario substituyó a  El martillo, que había sido relanzado en 1938.
Junto a su padre, fundó el periódico El Nacional, el cual entró en circulación el 3 de agosto de 1943. Después de haber cumplido los 40 años, contrajo matrimonio con la periodista y activista María Teresa Castillo, una de las figuras más importantes de la cultura venezolana, con quien tuvo dos hijos.
En 1949, Otero Silva se gradúa de periodista en la Universidad Central de Venezuela y preside la Asociación Venezolana de Periodistas. En 1951, se separa del Partido Comunista de Venezuela, expresando que no estaba hecho para las disciplinas de partidos.
En mayo de 1980, se le otorgó el Premio Lenin de la Unión Soviética y en 1984, aparece su último libro, La Piedra que era Cristo.  Entre sus obras literarias más conocidas se encuentra: Fiebre, Casas Muertas y Cuando quiero llorar no lloro.
Miguel Otero Silva falleció en Caracas el 28 de agosto de 1985. Dejó a su muerte un amplio legado literario que abarca desde obras de teatro hasta poemas, legado que ha merecido la admiración de autores tan conocidos como Pablo Neruda y Gabriel García Márquez.
A quienes hoy dirigen a El Nacional, su muerte, le dejó al diario el corazón como capilla sin santo.
Sus obras fueron:
 Fiebre (1939)
 Agua y Cauce (poesía, 1937)
 Casas muertas (1955)
 Oficina n.º 1 (1961)
 La muerte de Honorio (1963)
 La mar que es morir (poesía, 1965)
 Poesía hasta 1966 (poesía, 1966)
 Cuando quiero llorar no lloro (1970)
 Lope de Aguirre, príncipe de la libertad (1975)
 La piedra que era Cristo (1984)
 Elegía coral a Andrés Eloy Blanco (1955).


 Francisco Herrera Luque
“Al doctor Fausto le salió psiquiatra”
Francisco Herrera Luque (1927-1991), psiquiatra, diplomático, novelista y ensayista. Autor de éxito, escribió libros que recibieron amplia acogida sobre figuras de la historia venezolana como Bolívar, Piar y Boves, o los tres volúmenes de “La historia fabulada”. La entrevista que sigue salió en 1983, a propósito de la publicación de “La luna de Fausto”

Letralia
 Francisco Herrera Luque 

Por JOSÉ PULIDO
Ya está listo para irse al pasado y así lo manifiesta. Afuera ruge el presente, golpea muros, paredes, cristales, en forma de lluvia tormentosa que para los conductores es una cortina flotando y ondeando en cámara lenta. Una cortina de agua que deja siluetas engañosas donde antes había edificios, casas, árboles.
Toma el teléfono sin cables y “toca” un número. Se despide de alguien. La lluvia es como un gato jugando con el ratón de los colores: muestra que ha atrapado entre sus colmillos de niebla el verde intenso, casi artificial, de la grama.
Más allá de los cuadros de Tovar y Tovar, de los sólidos objetos de arte de otras épocas, en un alejado recodo de la casa, una cocinera hace sopa y el olor de esa sopa se viene de visita hasta donde el escritor y editor de Pomaire, José Cayuela, habla con el escritor-psiquiatra Francisco Herrera Luque, sobre los últimos detalles de un viaje.
Cayuela dice que Pomaire es una editorial internacional que, como todas, edita libros con intención de acuñar un éxito en cada tiraje. Tiene un reducido grupo de autores que sostienen las ventas de la empresa “y no debería decirlo, pero uno de esos escritores es Pancho”. Le dice Pancho a Francisco Herrera Luque y éste lo trata de Pepe.
“Pepe me motiva a escribir, siempre me anda animando”, comenta Herrera Luque.
Cada uno de los libros de Herrera Luque ha sido un éxito de venta en el país y fuera del mercado venezolano. Cuando comenzó a combinar y mezclar los hechos históricos con la ficción, realizó uno de sus deseos más ambiciosos: ser novelista.
En 1972 publicó Boves, el Urogallo; en 1975, En la casa del pez que escupe el agua; en 1979 aparece la obra Los amos del valle y en 1981 surge La historia fabulada. Este último libro es un ejercicio literario repleto de sátira.
Cada uno de sus libros los escribe, por disciplina, siete veces. Cuando terminó Los amos del valle, que fue un trabajo de tres mil horas, dijo que no iba a escribir más.
Estaba seguro de que se le había ido la inspiración. Por eso, todos los proyectos de novelas que tenía en la mente los metió como fragmentos en La historia fabulada, los dejó allí y siguió con su psiquiatría.
Herrera Luque explica: “Desde 1953 me apasionaba la personalidad del Welser Felipe Von Hutten, quien llegó a Venezuela en 1535. Pero no tenía el tema, la historia, hasta que supe que estuvo ligado a Fausto. Entonces, cuatro años después de escrita mi última novela, surgió en mi mente la inspiración. Otra novela”.
―Que será más universal ―interrumpe Cayuela, explicando que abarca Europa y Latinoamérica, aparte de mostrarse francamente atraído por el tema.
―¿Cuál es el hilo que une a Hutten con Fausto? ―preguntamos.
Francisco Herrera Luque detalla:
―El doctor Fausto le hizo una profecía en Alemania cuando se disponía a embarcarse para Venezuela en busca de El Dorado. Tanto la presencia de Fausto y de su semblanza, son rigurosamente históricas, al igual que lo que le dijo a Hutten cuando le trazó su horóscopo.
―¿Existió Fausto entonces?

―Goethe, sin saber que Fausto había sido un personaje de carne y hueso, lo convirtió en uno de los dos personajes más importantes de la literatura universal.
Francisco Herrera Luque ha titulado su nueva novela La luna de Fausto. Le falta reescribirla y para ello necesita hacer la ruta de Felipe Hutten y rastrear a Fausto.
Solo unas diez horas antes de partir hacia España y Alemania se desarrolló la entrevista.
La luna de Fausto
Herrera Luque se enfrenta a un tema mucho más apasionante y difícil que los anteriores. En el diván de su creatividad deberá acostar a Fausto y a Felipe Von Hutten. Tendrá que viajar al pasado con mucha imaginación para atrapar la atmósfera y la verdadera personalidad de los protagonistas.
Herrera Luque no se permite abordar la historia sin documentación certera, ni pone en juego su ficción sin comprometerse de alguna manera con el invento. No será un suceso extraño que en Alemania alguien le oiga hablando con un tal Fausto sin que ese señor se vea por parte alguna.
Felipe Von Hutten era un noble alemán, de la primera aristocracia y muy ligado afectivamente a Carlos V y a su hermano el archiduque Fernando, futuro emperador de Alemania.
La historia de La luna de Fausto transcurre en tres ambientes: Alemania, España y en la Venezuela que comienza a descubrir a los europeos. Entre estos europeos destaca Hutten por sus peripecias.
―Como en mis obras anteriores, la trama y la semblanza de los personajeshistóricos se ajustan en lo fundamental a hechos reales o tenidos como tales por los cronistas y los historiadores. Hace más o menos tres meses me bajó la inspiración, que me había abandonado desde hace cuatro años. Al igual que otras veces dejé fluir, como si fuese una catarata, todo lo que quería salir. En esta fase no se atiende ni el estilo, ni la precisión ni otros detalles. La narración surge por sí sola, sin esquemas preestablecidos.
―¿Es ese su método? ¿es espontáneo aún investigando tanto sus temas?
―Cada escritor tiene su método. Uno, cuando se sienta ante la máquina, no sabe aún lo que va a salir. De pronto surge un personaje con gran fuerza y vigor, sea de ficción o histórico, del que no teníamos la menor idea que hablaríamos o que rebasó nuestros propósitos.
―Esto ¿detiene su labor?

―Como creo que toda novela debe continuar siendo un relato, debe tener un planteamiento, un desarrollo y un final. De lo primero que me ocupo, y a veces sale sin mayor esfuerzo desde el primer momento, es tener una sólida columna vertebral de la narración. Eso es lo que tengo en este momento. Luego habrán de pasar dos o tres años, porque la obra la escribo siete veces.
―¿Cuándo considera que la obra está lista?
―Cuando me la quita el editor― responde, con ciertas ganas de reír, que marchita antes que surja una carcajada.
Luego dice que “las galanuras literarias se añaden desde el principio o un poco después, dejando para las últimas versiones la atención específica del asunto. Porque luego de tener la columna vertebral, viene la parte de la precisión histórica y geográfica, que consume mucho tiempo. Siempre recorro los espacios y parajes por donde transcurren mis obras de novela histórica, pues me son indispensables a la inspiración”.
―Por eso se pasará varios días entre Würzburg, Ausburgo, Staufel, Sevilla, Sanlúcar y Canarias…
―Sí. También pienso ir a El Tocuyo y Quibor. De allí viajaré hasta Coro, a través de la Sierra y repetiré el periplo tantas veces hecho por Hutten, de Coro hasta San Felipe y Barquisimeto, por el camino de la costa. Necesito para mi creación dejarme empapar por el ambiente. Debo ir hasta las cabeceras del Amazonas, donde se dice que Felipe Von Hutten halló El Dorado, pero lo veo muy difícil, salvo sobrevolar la zona.
―Al terminar ese recorrido ¿le da trabajo al psiquiatra que hay en usted?
―Suele surgir, después de un recorrido así, la última versión, la definitiva, y me aboco entonces al tratamiento psicológico de los personajes de acuerdo a su tiempo histórico.
Generalmente hace que sus manuscritos los lean sus amigos antes de entrar en imprenta. Trata de escribir tomando en cuenta opiniones que surgen “de las personas más sencillas hasta el más encumbrado intelectual”.
Su primera novela: rota
Francisco Herrera Luque, amenazado por una sopa que debe tomarse antes de hacer el viaje (“tómese su sopa doctor, mire que entre ese papelero se pasa horas sin comer nada”, le dice la cocinera), observa que la lluvia persiste en aplastar flores y mover limpiaparabrisas.

Cuenta que desde los 15 años escribe, pero la psiquiatría ha sido una vocación muy fuerte. “No la dejaría jamás”. A la literatura lo lanzó Luis Augusto Germán Orihuela: “él fue quien me metió en esta vaina”, comenta. Siendo muy joven escribió una novela que nunca se editó: Las memorias de doña Engracia, una señora decente. No se editó porque una señora la leyó y la rompió acto seguido.
“Ser psiquiatra me ayuda en la perspectiva, pero más me sirve el hecho de que yohe vivido, conozco la vida”, dice.
―¿Por qué no escribe del presente?
―Escribo del pasado porque le rehúyo al presente. Si escribiera sobre el presente tendría que irme del país ―responde.
Es un hombre fornido, con eterna cara de estudiante. Se nota alto y enfant terrible, aún estando sentado quietecito delante de los retratos de sus bisabuelos, pintados por Tovar y Tovar.
Habla otra vez de su novela y señala que Fausto se opuso al viaje de Hutten, le vaticinó lo que iba a suceder. Los Welser eran la primera transnacional que hubo en el mundo. Tenían un capital de 15 toneladas de oro, la mitad de la flota española, bancos alemanes, eran traficantes de armas, de sederías, pedrerías, y eso le fascina. Igualmente la personalidad de un caballero aristócrata como Felipe Von Hutten, quien anduvo por el trópico con tantos forajidos. Recrea el impacto surgido al descubrirse unos a otros simultáneamente, aborígenes y europeos.
Detallará en su novela hechos insólitos como cuando el secretario del Rey de Francia se comió a un muchacho, o la de un europeo que disecó a un indígena.
Los indígenas varones fueron excluidos en el proceso de colonización: los caquetíos tenían mujeres muy bellas, le decían a su tierra El valle de las damas “y allí 490 españoles e indias se dieron un banquete mutuo, una cosa orgiástica”.
“Creo ―expresa de improviso― que mi novela debería llamarse El despertar, pero sonaría muy cursi, aunque se trata de eso: de un despertar”.
Pepe Cayuela opina a esta altura de la conversación que Los amos del valle es una novela con valor estético. Hace el comentario porque considera que las obras de Herrera Luque son vistas a veces por la crítica como obras de menos valor literario que otras. Pone como ejemplo el caso del certamen Rómulo Gallegos y expresa que Los amos del valle tiene tanto valor literario como las mejores piezas que allí participan.
Herrera Luque piensa que después de escribir un libro en el cual se trabaja con realidad y ficción, recreando la realidad y creando en ella y en su entorno, el escritor cambia, se transforma. “A mí me pasa que salgo cambiado cada vez que escribo un libro… el autor ya no es el mismo”.
“La ficción es lo más difícil y a veces resulta ser más verdad que la verdad”, apunta.
Dice eso antes de partir en busca de los lugares por donde pasó Hutten, del vínculo que unió a este con un Fausto de carne y hueso. El gato blanco de la lluvia ha soltado, relamido y extenuado, al ratón verde de la grama. Se maneja el concepto de que al enfant terrible generalmente no le gusta la sopa, y para muchos, Herrera Luque es un “terrible” de la literatura venezolana.
Quizás por eso, cuando su esposa se une a la insistencia de que debe probar la sopa, hacer un alto en su trabajo y alimentarse, el escritor expresa por lo bajo:
―Pepe: tienes que tomar sopa tú también… estás trabajando mucho.
José Cayuela agarra el maletín y despidiéndose aprisa “porque tengo una cita de negocios” le responde al atravesar la puerta:
―Dile a Fausto que se la tome.


 La fotografía y la muerte


Por Fernando Rodríguez

Como quiera que estamos hipersaturados de fotografías y, en grado mayor, de imágenes, valdría la pena releer el libro de Roland Barthes, La cámara lúcida (hay PDF), seguramente el  más denso y desconcertante que se haya escrito sobre ese medio ya secular y que ha engendrado otros gigantes de masas como el cine y la televisión y el resto de una descomunal familia; uno de sus nietos más recientes es, al menos en gran parte,  el Internet: piense cuantas fotos se han compartido solo  en Instagram, decenas de miles de millones. Es un libro que sorprenderá sobre todo a los aficionados a  hacerse selfies de una enternecida pose y sonrisa para la eternidad.
Por supuesto que no tenemos ni energía ni espacio para extendernos sobre la cantidad enorme de temas y matices que sugiere esta bellísima indagación sobre la fotografía y, también, sobre el humano destino que es su secreto y decisivo tema. Tan solo trataremos de exponer su idea central que pensamos  bastará para conquistar lectores para la odisea metafísica de esas no muy numerosas páginas. Digámosla de una vez: el sentido último de toda fotografía, su  esencia, es la muerte. Lo es si logramos llegar a sus entrañas reales, lo que velan  las instantaneas de las alegres piñatas y los prometedores casorios de la familia.
Esa tesis central tiene sin duda antecedentes, Barthes sólo la lleva a su máximo patetismo y puede esquematizarse de una contundente manera. André Bazin, ¿Qué es el cine? (hay PDF), uno de los grandes teóricos de ese gran arte de la contemporaneidad, en especial del realismo cinematográfico, encuentra entre los muy pocos mitos realmente universales, como el de volar por ejemplo, está el  que llama de la momia. Es decir el tratar de sacar del flujo aniquilador del tiempo seres o avatares de la especie, liberarlos de la muerte. Esa función es la de esos faraones preservados para existir para siempre. O los retratos o escenas memorables del naturalismo sublimado de la pintura del renacimiento y el barroco. Y es, ya analogía perfecta, la de la fotografía. Atada al referente necesaria e indisolublemente, a la realidad,  la esencia de la fotografía,  de toda fotografía, la sintetiza Barthes en la fórmula: “Esto ha sido”, captura veraz del pasado que el hombre nunca había podido hacer. Pero este intento es paradójicamente fallido en  su última intencionalidad, porque en la medida en que sustraemos algo, un instante, del tiempo para impedir su desaparición lo sacamos de lo viviente. Lo que vive vive en el tiempo. La foto congela, momifica, lo real adquiere la inmovilidad de lo que ya no es, lo inerte. Por ello dice nuestro autor que antes de ser una forma testimonial o un arte toda fotografía es un acto de magia, hace presente lo ausente, hace “vivir” lo muerto. Lo pasado, lo ya sido, lo que nunca volverá, no es un recuerdo (mucho más vago icónicamente y un peculiar acto de conciencia), es en la fotografía una extraña reencarnación.
Es por ello que el temple con que nos acercamos a la fotografía,  no  para buscar en ella una huella familiar, una rememoración histórica, un registro civil, un reportaje, una obra de arte o una manera de pasar el tiempo en la antesala del odontólogo…cuando nos acercamos amorosamente por ejemplo, en el caso de Barthes en el libro es la ansiosa búsqueda del verdadero rostro de su madre recién muerta, nos damos cuenta de la irreversible pérdida del ser amado, pero también de mi finitud, y en definitiva de la especie toda. Y cualquier foto puede hacer surgir estos sentimientos primarios frente al tiempo y la caducidad de nuestras vidas. Por ello una cierta congoja nos acompaña cuando vemos fotos, sobre todo cuando se alejan del momento presente y es más flagrante la demolición incesante del tiempo,  !qué hermosa era mi hermana en su primavera!. En ocasiones extremos una suerte de locura se evidencia en esa presencia mágica, una locura que llama piedad el autor. Esa que hizo a Nietzsche camino de  su propia sinrazón abrazara el caballo muerto, piedad por el tiempo que pasa y aniquila, piedad por nuestra limitada contextura  humana.
Es posible que este libro sea la manifestación del  duelo desgarrador en que fue escrito. También, que como reconoce el gran ensayista, sea un libro del fin de una era y poco viable en los tiempos más banales y mediáticos que vivimos o más turbios y violentos, pero basta pensar de nuevo para reencontrarlo en su densa belleza. Dice Barthes algo sarcásticamente
“Todos esos jóvenes fotógrafos que se agitan por el mundo consagrándose a la captura de la actualidad no saben que son agentes de la Muerte”. A meditar.


 “La memoria es un monstruo vivo”


Nona Fernández

La autora chilena, Premio Sor Juana Inés de la Cruz 2017 por la novela "La dimensión desconocida", es una de las invitadas de la Feria Internacional del Libro de Bogotá,
FILBo

DULCE MARÍA RAMOS

Nona Fernández es una escritora polifacética, sus letras se deslizan sin dificultad por diferentes registros: teatro, televisión y literatura. Actualmente, vuelve a presentar en Chile la pieza teatral Liceo de niñas: “La estrenamos en 2015 y hoy volvemos a cartelera con una muy buena respuesta de público. Es una obra que habla de lo cíclico y extraño que es el tiempo y de cómo parece que las cosas y la Historia no avanzan”, comenta.
En 2011 fue elegida por la Feria del Libro de Guadalajara como uno de los 25 Secretos Mejor Guardados de la Literatura Latinoamericana. El año pasado obtuvo el Premio Sor Juana Inés de la Cruz por su novela La dimensión desconocida (2016). También ha publicado Mapocho (2002), Av. 10 de Julio (2007), Fuenzalida (2012), Space invaders (2013), Chilean Electric (2015) y el volumen de cuentos El cielo (2000).
–En su obra es constante la reconstrucción de la niñez, marcada por la dictadura de Pinochet; también la mezcla de géneros: novela histórica, periodismo, diario. ¿Se podría catalogar su obra como “escritura de la memoria”?
–Es peligroso etiquetar a los autores. Nos condenan a escribir sobre un tema, y un autor es mucho más que eso. Creo que son fórmulas de mercado o pautas del análisis académico que tiendo a mirar con suspicacia. Si me van a catalogar no seré yo quien lo haga.
–Sus personajes, especialmente en Space invaders, construyen el recuerdo a través de los sueños, ¿una forma metafórica de representarlo?
–La memoria es tramposa, arbitraria y tremendamente personal. Nada es preciso en ella, todo es cuestionable, todo es relativo, y eso es lo maravilloso, porque definitivamente la memoria no es confiable, lo mismo que los sueños. No existe una memoria objetiva, que se detenga, que se pueda fotografiar, que se pueda dar por sentada. La memoria es un monstruo vivo, hecho a retazos, mitad realidad mitad ficción, tejido con el mismo material con el que se tejen los sueños. Los recuerdos nos obligan a estar alertas, a activar la mente, a completar, a dar sentido. La memoria es un motor de vida y de reflexión inagotable.
–¿Escribe para luchar contra el tiempo, para reconciliarse con la niña y joven que fue o, a diferencia de sus contemporáneos, para no olvidar los terribles días de la dictadura?

–Escribo como una manera de estar en el mundo. Para tratar de entender lo que me rodea. Soy parte de una generación guacha. Guacho en Chile es el huérfano, el que no tiene papá ni mamá. Históricamente somos los nacidos en dictadura, en tiempos en que la generación de nuestros padres estaba con la cabeza en otra parte, algunos en shock, algunos muy golpeados por las pérdidas, algunos muy ocupados intentando resistir, otros definitivamente no estaban, los habían matado, y otros, los más, un poco locos de miedo, de ceguera, de tontera y estupidez.
Entonces nuestros padres nunca fueron buenos interlocutores a la hora de dar explicaciones o de narrar lo que pasaba.
“Crecimos un poco perdidos en el espacio –prosigue–, desconcertados, sin comprender del todo lo que ocurría a nuestro alrededor, con preguntas atragantadas y enigmas sin resolver. Había atentados, muertos, matanzas, desapariciones, marchas, protestas, delatores, y todo iba configurando un puzzle oscuro difícil de resolver. Cuando llegó la democracia, pensamos que todo se aclararía, pero no fue así. Muchas preguntas se quedaron sin respuestas y el puzzle seguía ahí, lleno de acertijos”.
–Mi trabajo se ha ido enfocando en el intento de ir resolviendo ese puzzle, de ir investigando y de ir encontrando las respuestas. Creo que a mi generación le toca hacer el trabajo de reconstitución, ficcionar, apropiarse de los hechos, pasarlos por nosotros, sacarlos de la oficialidad y el museo, e instalarlos en ese inconsciente colectivo donde los pedacitos se vuelven un todo más complejo y poderoso. De ahí mi interés de trabajar sobre hechos reales.
–En su novela Chilean Electric está muy presente su abuela, ¿fue su influencia para escribir?
–De una manera lateral, creo que sí. Primero con sus cuentos y sus relatos de recuerdos reales e inventados. Y luego por su oficio. Como buena secretaria ministerial, registraba en su máquina de escribir los informes que dejaban por escrito todo lo que pasaba en el Ministerio del Trabajo cuando ella laboraba ahí. Si ella no lo hacía, era como si las cosas no pasaran. Yo leí muchos de esos informes. Heredé su máquina de escribir y la labor del registro. Si no registro y no escribo lo que creo importante, quizá la oscuridad del olvido termine por tragarse esos materiales.
–También en Chilean Electric cuando se refiere a Allende escribe: “(...) no tenía imágenes de él, era solo una sombra oscura y desenfocada… Mis primeros años de vida, Allende no tuvo rostro ni cuerpo, solo tuvo voz”.

¿Cómo fue para usted construir el concepto de democracia habiendo nacido en una dictadura?
–Todavía los chilenos no logramos construir un concepto de democracia. Mientras sigamos regidos por la constitución que redactaron los militares, es imposible creer que habitamos una democracia real.
–Cuando se habla de la literatura chilena de los últimos años, algunos cuestionan que siempre en sus historias aparezca Pinochet.
–Vengo de una generación que está medio condenada al recuerdo. No fuimos los protagonistas de esos años, pero crecimos ahí, los observamos y hasta intentamos movilizarnos. No lo elegimos, pero así fue. En un país donde aún no terminamos de recordar, de resolver, de enjuiciar a los culpables, de saber las verdades completas; en un país donde el pinochetismo aún está vivo y tiene tribuna, un país que pactó con los militares la llegada de la democracia, y que tranzó mirar hacia adelante y dejar su pasado atrás para tener la fiesta en paz, tenemos derecho a la escritura. A intentar entender desde ahí. A enfocar desde ahí. A iluminar desde ahí. A reclamar desde ahí. Me obsesiona la memoria y el pasado de esos años porque creo que es la única manera de entender al Chile del presente. El pasado es un mapa, una hoja de ruta para el futuro.
–¿Se identifica con otros autores que han escrito sobre las dictaduras en sus países?
–Más que identificarme, me interesan los proyectos con esta temática.
–Isabel Allende, Roberto Bolaño, Pablo Neruda, Alejandro Zambra, Pedro Lemebel, José Donoso...
–Creo que la literatura chilena es bastante más rica que los nombres que menciona, todos escritores consagrados e importantes, por supuesto. Pero hay una efervescencia y vitalidad en este momento que es interesantísima.
Multiplicidad de proyectos, de miradas. Las editoriales independientes han ayudado a esta revitalización de la escritura ya que tiene curatorías más arriesgadas. Y quiero destacar el trabajo de las escritoras, se viene una gran generación de mujeres con mucho talento y power. Paulina Flores, Romina Reyes, Alia Trabuco, Mónica Dröulli, María José Navia, por mencionar algunas.
–En sus historias es recurrente el Combate naval de Iquique y como era representado en el colegio, ¿por qué este hecho la marcó tanto?

–Porque a la luz del tiempo es un recuerdo tremendamente inquietante. Disfrazar a los niños de marinos y hacerlos pelear año a año contra la armada peruana es una cosa muy delirante. Representar la guerra, jugar a los soldaditos, articular desde la más tierna infancia la distancia con los pueblos vecinos es una cosa de no creerlo, ¿no? La militarización de nuestra niñez se ve graficada en esa imagen que repetíamos todos los 21 de Mayo.
–¿Qué palabra borraría de su diccionario y por qué?
–Ejército. Los chilenos pagamos demasiado dinero por mantener al ejército. Si borramos la palabra, quizás ese dinero se iría a fines más nobles que preparar gente loca para la guerra.
–Finalmente, ¿cómo es la ventana por donde mira Nona Fernández?
–Es una ventana abierta a la calle, por la que entra mucho ruido. Yo me alimento y escribo sobre ese ruido.


Las ruinas circulares


José Rafael Herrera@jrherreraucv

Un hombre gris, taciturno y sin nombre, se propone crear un hombre nuevo a través de sus sueños e imponérselo a la efectiva objetividad del mundo. “Su propósito no era imposible, aunque sí sobrenatural. Quería soñar un hombre: quería soñarlo con integridad minuciosa e imponerlo a la realidad”. Este es, grosso modo, el hilo conductor de la trama que va tejiendo Jorge Luis Borges en uno de sus cuentos-ensayos más célebres: Las ruinas circulares.
La alquimia del proyecto se había convertido en la gran obsesión de su prescindible existencia: “Le convenía el templo inhabitado y despedazado, porque era un mínimo de mundo visible. El forastero se soñaba en el centro de un anfiteatro circular que era de algún modo el templo incendiado”. Al principio, todo el esfuerzo fue inútil. Pero frente a esos primeros y razonables fracasos por crear una existencia salida de sus sueños, pronto comprendió aquel hombre, ya maduro y desgarbado, que “el empeño de modelar la materia incoherente y vertiginosa de la que se componen los sueños es el más arduo que puede acometer un varón, aunque penetre todos los enigmas del orden superior y del inferior: mucho más arduo que tejer una cuerda de arena o que amonedar el viento sin cara”.
Purificado e inspirado, fue soñando, uno a uno, los órganos vitales de su nueva creación. En sus largas jornadas de sueño, que parecían años (casi veinte), logró, finalmente, soñar “un hombre íntegro, un mancebo, pero éste no se incorporaba ni hablaba ni podía abrir los ojos. Noche tras noche, el hombre lo soñaba dormido”, como si se tratara –valga la expresión cartesiana– de un auténtico “sueño dogmático”. El nuevo Adán no lograba ponerse de pie: “Tan inhábil y rudo y elemental como Adán de polvo era el Adán del sueño que las noches del mago habían fabricado”. Hasta que, echado a los pies de la efigie de tigre o de potro –no se sabe bien– que aún gobernaba el circular templo en ruinas, logró soñar con un bastardo de tigre y potro, de toro y rosa y tempestad, a la vez. La deidad le habló.
Su nombre era Fuego. Le prometió animar su fantasma hasta que toda criatura lo pensara de carne y sangre. Y, asumiendo seguir las instrucciones dadas por aquella deidad, “en el sueño del hombre que soñaba, el soñador se despertó”.
Ahora, sí, iba a poder estar con su creación. Su “hijo”, aquel espectro onírico exento de recuerdos –sólo el devenir sabe que es una simulación–, finalmente
 estaba listo para nacer. Hay candidatos que olvidan que durante los últimos años
han sido presidentes y responsables de las ruinas circulares.
Desde la filosofía presocrática, y según las sugerencias dadas por el Obscuro efesio, fuego es movimiento, flujo incesante, precisamente: devenir. Pero todo devenir es un andar y todo andar se va haciendo, al tiempo que va dejando a su paso el recuerdo (no la Gedächtnis sino más bien el Erinnerung) del calvario de su propio recorrido. Corso e ricorso. Es experiencia a la cual en su más antigua acepción –la jónica– se le identificaba con el saber. No hay Realpolitik sin Hautepolitique, como no hay sujeto sin objeto. El resto es crasa ignorancia de quienes no logran comprender que la soberbia no es más que el sello que rubrica su propia tosca ignorancia. Y es que, en realidad, no hay experiencia sin conciencia ni conciencia sin experiencia. De ahí que el saber sea experiencia que deviene conciencia. Fin del simulacro. O, tal vez, sea esta la denuncia de la ahistórica duplicación del simulacro de un simulacro, del Golem de un Golem, esa suerte de “mal infinito” sorprendido en las abstracciones de una ficción.
Al final del cuento borgiano –¡oh, sorpresa!– la mórbida reiteración continua, el mismo estribillo sobre el mismo tiovivo, el despropósito de la circularidad –la circularidad del despropósito– nietzscheana, el nunca poder avanzar, el avanzar para retroceder: “se había repetido lo acontecido”, el una y otra vez de la horrible pesadilla de la Matrix fascista, soviética, castrista, en fin, despótica, que se sustenta en los mitos de un “hombre nuevo” y siempre viejo: “Con alivio, con humillación, con terror, comprendió que él también era una apariencia, que otro estaba soñándolo”. Corolario necesario: nunca tuvo un espectro, esa vana apariencia que se autoextraña y duplica, la facultad de ser sí mismo. Desde el} inicio, el hombre gris fue el sátrapa de otro sátrapa. Nada se puede esperar de
“aquellos alumnos que aceptan con pasividad una doctrina”, por más dignos de compasión o buen afecto, dado que nunca pueden ascender a la condición de individuos. Diría Borges, el mayor de los spinozistas de la América hispana, que prescindir de las determinaciones, es decir, de modos y atributos, equivale nada menos que a la muerte de Dios, si es verdad que Deus sive Natura. La ya inesquiva presencia de las ruinas circulares, de los espectros materializados para sí, anuncian, en consecuencia, si no la muerte, la pérdida de Dios. Como dice Bertolt Brecht, “¿no hemos tenido suerte? No esperes respuesta, salvo la tuya”.
Dice Hegel que en la historia los grandes hombres creen trabajar para sí mismos sin percatarse de que han trabajado para la razón. Pero, ¿para quiénes trabajan los pequeños liliputienses, ruines copias de otras copias? En momentos carentes de toda racionalidad posible, de absoluta pérdida de todo concepto en sentido enfático, en momentos en los cuales corrupción y miseria se han identificado recíprocamente, las fronteras entre los términos opuestos se difuminan y se pone de relieve el imperio de la canalla vil, en medio del cual el Espíritu, ya afectado en sus cimientos, sufre la peor de sus consecuencias: la barbárica pobreza que, cual cáncer terminal, carcome sus entrañas. Quienes se autoproclaman como los más puros, genuinos y auténticos defensores del ideal democrático son los primeros  que arremeten contra toda naturaleza y principio democrático. Han hincado sus colmillos y han terminado por infectar al ser social y a su conciencia los espectros de la ruin circularidad descrita por Borges. Esperan un “salvador”. Se ha objetivado la ficción del “hombre nuevo” y, con ella, la pérdida de toda sobriedad.
Exaltados los humores caudillescos, la figura del tiranuelo de turno ha encarnado, una vez más, en medio de la peor y quizá la más triste de las crisis orgánicas padecidas por sociedad contemporánea alguna. Grave error el haber subestimado la necesidad de profundizar la formación cultural, la educación estética; el haber despreciado el saber por la mera instrucción; el haber sustituido el mérito por el compadrazgo, el trabajo por el rentismo y el facilismo, la eticidad por el pragmatismo populista y por el militarismo, la previsión por la improvisación. El sueño de un sueño ha terminado ocupando el lugar de las ideas y valores republicanos. Para poder superar los defectos de una sociedad es menester revisarse, romper el círculo vicioso y comenzar a corregir los propios defectos.
Entre tanto, día a día, la pesadilla de las ruinas se sigue acumulando en circular disposición insomne.

 LO TRASCENDENTE ES SER UNO MISMO

Entrevista con el poeta Alfredo Pérez Alencart, en Salamanca, cuando la poesía rindió homenaje a Unamuno

                              Por José Pulido 



Alfredo Pérez Alencart es un hombre de mediana edad, barba espesa, rostro sereno y caminar agotador. Su claridad profesoral, su espíritu de poeta y su bondad de muchacho criado en la selva complementan la idea: es lo más parecido a un apóstol que se puede encontrar en el mundo globalizado y martirizado de hoy.
Nació en Puerto Maldonado, Perú, en el año 1962 y desde 1987 es profesor de Derecho del Trabajo de la Universidad de Salamanca. Desde 2005 es miembro de la Academia Castellana y Leonesa de la Poesía y  sus poemas han sido traducidos al alemán, inglés, italiano, francés, serbio, árabe, hebreo, indonesio, búlgaro, vietnamita, ruso, portugués, estonio, japonés, rumano y coreano.
Pérez Alencart llegó muy joven a Salamanca desde su tierra natal, la Amazonía peruana. Era un lector apasionado y meticuloso de Fray Luis de León y de Unamuno y esa lectura orientó sus pasos hasta la ciudad del río Tormes.
Este celebrado poeta peruano-hispano, se ha convertido en uno de los personajes más destacados y activos de la ciudad universitaria y cultural que es Salamanca. Pérez Alencart desarrolla una voluntad creadora y protectora en el ámbito de la poesía, una de las esencias vitales de la ciudad. Alfredo es un torbellino motivador en las calles de la Salamanca cultural. Aceptó responder a unas preguntas mientras iba de un lugar a otro organizando lecturas de poesía y tertulias interesantes.

-La poesía ¿es un modo de vida, una manera de ser?
-Pienso que la poesía se escribe con la vida. Y es que no se espantan poesía y vida, ni hacen huelga una de la otra: la pulpa dorada de la poesía está encarnada en la existencia misma del hombre; se ofrendan mutuamente, aunque muchas personas apedreen la Palabra y prefieran a vocingleros o diletantes, a aquellos de habla falaz que luego amartillan a sus propios seguidores. Sólo las palabras que resisten el fuego de los altos hornos de las fundiciones, pasan luego a formar parte de lo que entendemos por Poesía. Alfredo habla con la coherencia de alguien que está sentado, sin necesidad de disminuir la prisa de sus pasos.
-La Poesía es oxígeno inacabable para respirar aún bajo el albañal cotidiano, pues trasuda ayunos milenarios, decantaciones de una larga travesía. Más que como un modo de vida, la siento como un hálito que agujerea cualquier falseado realismo temporal. Precisamente, estimo que no son los poetas quienes más se aferran a la oxidada realidad del mundo feroz que habitamos. En nuestro mundo de hoy la realidad se confunde con lo virtual; desde tal lugar del no lugar se celebran payasadas. Las redes sociales simplifican la vida y crean ilusiones en las personas hasta hacerles creer que lo virtual y la vida se funden, lo cual es algo parecido a la masificación de la idiotez.
El poeta no cesa, no reposa: camina, organiza, (te hace sudar) vuela sobre el viejo empedrado de Salamanca. Se hace inalcanzable. Hay un grupo esperándolo en una esquina.
-El poeta es un hombre cualquiera, un ser que se rasguña como todos, pero que usualmente descree de banderas separatistas y no se hace el mudo a la hora de clamar contra tantas iniquidades. En definitiva, la Poesía es un reino esencial y una balsa de flotación, pero también un quehacer. Cada quien debe hacerla, leerla o escucharla, sintiéndola por cuenta y riesgo.
-¿Existe el libre albedrío?
Claro que sí, como por ejemplo el querer quedarse prisionero, a perpetuidad, de un Amor que satisfaga la carne y el espíritu. Uno se entrega a la amada con el deseo y la fe de no desfallecer, salvo en los momentos del éxtasis. Y aunque la eternidad a veces solo dura unos instantes, la misma también se nos revela en un beso o en otra entrega a la mujer amada. De forma semejante, aunque desde la ladera de lo trascendente y sagrado, es esa facultad de elección que tiene el ser humano de querer pertenecer a las huestes de Dios.
Para unos eso es enajenación; para muchos es una relación deseada con el Amado, y no me refiero únicamente a los místicos.
-¿A qué se refiere?
-El hombre, desde el principio, se ha asomado al misterio, pues siempre ha necesitado encontrar una grieta que lo conecte con el Verbo genésico. Para quienes somos cristianos, seguir los revolucionarios ejemplos del Amado galileo, del humanísimo Dios, es la prueba más madura del libre albedrío, porque no es fácil cumplir con esa entrega al prójimo y ese desprendimiento de lo material. Conste que hablo del cristianismo desprovisto de costras, no de religiones pomposas e intermediarios innecesarios.
-Isaías, Jesús, Juan el Bautista ¿fueron grandes poetas orales?
-El poeta es un eternizador. Jesús es un Poeta de ese linaje. Por ello, siempre será joven el corazón del poeta al que muchos llaman profeta. Isaías es un poetón mayor, un poeta-profeta de esos que hoy hacen demasiada falta, debido a su preocupación por la justicia de Dios, tan cuestionadora ante las tropelías de los poderosos. Isaías escribió, por ejemplo: “¡Ay de ti, que saqueas, y nunca fuiste saqueado;/ que haces deslealtad, bien que nadie contra ti la hizo!/ Cuando acabes de saquear, serás tú saqueado;/ y cuando acabes de hacer deslealtad, se hará contra ti”. La Biblia es fuente inagotable de la Poesía universal, y sus profetas son gestores y escribas de las revelaciones de Dios. Esto resulta así, porque entiendo que la Poesía es, posiblemente, la forma más directa de urgir a Dios para que responda.
-¿Qué le motiva más?
Aunque el corazón no admite descansos, lo cierto es que en este tiempo de mi ‘cincuentenario’ lo que más me motiva es amarrar el ego, hacerle comprender que su alocada exposición puede hacerle caer dentro de un sartén hirviendo. Esta motivación va unida a lo que siempre he practicado: la ayuda a los menos privilegiados, la apertura de oportunidades a otros prójimos; sea en la poesía, sea en ámbitos más prosaicos pero determinantes para la subsistencia diaria. Y claro, también me motiva Amar a mi amada y encaminar a mi unigénito. Acaba de cumplir 18 años y está empezando los estudios de Derecho en la universidad de Fray Luis de León, Diego de Torres Villarroel y Miguel de Unamuno.
-¿Se siente navegando entre la cultura occidental y la oriental?
-El poeta no emprende viajes para conquistar territorios, sino para conmover el sentir universal de sus congéneres. También para abastecerse de las mejores savias que va encontrando en su trayecto. En mi caso, desde pequeño me he considerado un mestizo cultural, un ‘aprovechador’ de todo aquellos nutrientes benéficos para el espíritu y para el bagaje que se cultiva dentro del cuerpo. Lo occidental, lo europeo, tiene huella profunda en mi ser, pero siempre mezclada con lo indígena americano, especialmente con la idiosincrasia tropical. En mi pequeña ciudad amazónica hubo multitud de emigrantes europeos, pero también japoneses. Es decir, mi acercamiento al haikú, no fue por modismo o exotismo: desde un principio tuve cerca lo oriental; sólo que más tarde conocí a los poetas de la concisión extrema, Matsúo Basho al frente.
Lo trascendente es ser uno mismo, sin impostaciones ni enmascaramientos.
¿Vive su poesía entre lo urbano y lo rural o entre lo urbano y lo selvático?
Mis primeros libros fueron un peaje a lo telúrico; necesitaba demarcar los territorios que llevo dentro, las dos partes del paisaje que completan mi horizonte: lo verde de la selva y lo amarillo del páramo castellano y de esta mi Salamanca que por la noches es una luciérnaga de piedra. Pequeña urbe antigua en mi ahora, pequeño pueblo germinando en mi pasado. De los cincuenta años de vida que acumulo, voy a cumplir veintisiete de salmantino. Mi poesía está enraizada en ambas latitudes, cierto, pero desde hace más de un lustro que vengo ‘pagando’ el peaje espiritual y mi compromiso con el hombre que siente y sufre. Así, uno de mi libritos se titula Ofrendas al tercer hijo de Amparo Bidón, y es un homenaje a Cernuda, a su poesía y a su destierro americano. Otro poemario es Hombres trabajando, poesía social que vislumbra lo que ahora está sucediendo en España. Y claro, por ahí está Cristo del Alma, un extenso poema repartido en cincuenta cánticos y donde el lenguaje se catapulta para estar junto al vértigo maravilloso del Amado galileo. Y aunque esperaba que por este libro me ‘lapidaran’ quienes descreen de todo, lo cierto es que, gracias a Dios, me haproporcionado más de una satisfacción.
-El lector de poesía ¿es el mismo que escucha poesía?
-Hay tantas maneras de escuchar y de sentir la poesía como lectores de la misma existan. Lo importante es la conmoción que genere una lectura en solitario, o bien la escucha en medio de una sala abarrotada. En mi caso, no dudo en rendir perpetuo vasallaje al Poeta que, conmoviéndome, me transforma. Uno es el Jesús de las Bienaventuranzas, pero tras el Rabí hay una extensa fila de maestros y amigos: Vallejo, Píndaro, Quevedo, Ramos Sucre, Eunice Odio, Horacio, Rilke, Gorostiza, Valera Mora, Romualdo, Fijman, Gastón Baquero, Olga Orozco, Salvad, Drumond de Andrade, Szymborska, Catulo, Palomares, Tundidor, Emily Dickinson… Un lector de poesía debe ser como Chavela Vargas, quien dijo: “Los borrachos no mienten, y los poetas tampoco”. Y por ello, por tener su espíritu prendado de los poetas, forzó su desgastado cuerpo y cruzó el charco para tributar su homenaje a Lorca. Días después falleció. Leer para sentir hasta desfallecer, he ahí} el paradigma deseable del lector de poesía.
DOS POEMAS DE PÉREZ ALENCART
FRAY LUIS ACONSEJA QUE GUARDE
MI DESTIERRO Y ÁLVARO MUTIS
CONFIRMA EL FINAL DE LAS SORPRESAS
Pasa que pernocto en Salamanca solo para que Fray Luis se me descuelgue desde el recuerdo carnoso de sus liras, desde su cuaderno de deberes que va cayendo –siemprevivo– la noche arrugada en que le planto conversa.
Libro en mano, como si quisiera poseerlo del todo, grito hacia su destiempo:

“¡Bájese de las cumbres en las alas de un estornino!
¡Véngase a este reino, don Luisito!”
Y…
Ayayay, mi buen Cristo de las justas rebeldías,
aquí mismamente me lo pones igual que cuando era,
me lo acercas desenterrado por mis ganas, lo destacas
como luciérnaga o lazarillo para esta pétrea errancia
que apenitas es dulce conmigo.
Hay veces que uno parece ver claramente a los desaparecidos.
Hay veces que uno cree escuchar una voz aleteante saliendo del fondo del claustro: “Guardad vuestro destierro, que ya el suelo no puede dar contento al alma mía”.
Entonces se presenta Álvaro Mutis después de haber visto a don Quijote en Peñaranda,
y, al contemplarme orando hacia una esquina del infinito,
me extiende su copa con vino tinto del Duero,
mientras habla como lo hacen los de tierra caliente:
“¡Ay, desterrado! Aquí terminan todas tus sorpresas”.
Hay veces que la antigüedad se disfraza de hoy mismo.
Hay veces que el deseo de ver es más forzudo que el alcohol.
Hay veces que Salamanca te rejonea con breves sombras
angelicales.
(1991)
CAMPO DE REFUGIADOS
Y estos niños
¿qué combates perdieron
sin haberlos provocado?
Mujeres que solo esperan
para enterrar a sus
criaturas.
Pues yo miraba ancianos
entre el polvo
o el barro de esos laberintos,
hombres enfermos
que ya ni cuentan lo que
han vivido.
Otra vez la gente
agolpándose en el centro
de mi corazón,
otra vez la humanidad
sin entonar su
mea culpa.


Letras contra Letras /
UN HONDO LLAMADO
Carta de Hermann Hesse a Thomas Mann


UN HONDO LLAMADO

Esta carta que le escribiera Hermann Hesse a Thomas Mann, con motivo de la invitación que se le cursara para formar parte de la academia de la lengua alemana, es lo que yo llamaría un ejemplo de sencilla, pero firme dignidad humana. Hesse es uno de esos seres que uno debería tener siempre en mente, a la hora de las dudas en lo que respecta a las cartas que debe uno tomar o rechazar cuando se trata de acompañar al anonimato de las masas. 
El hombre nunca debería olvidar que es un ser indiviso inmerso en la corriente de un océano de seres que se le asemejan. Misteriosa y, en veces, dolorosa paradoja. Pero que debe ser tomada muy en cuenta si se pretende vivir la vida con sustancias y aromas que nos recuerden aquello que llaman la honra, entendida en su añejísima acepción del que obra bien, porque bien quiere.
Cuando, en noches pasadas, leí esta carta de Hesse (y al azar, como todo o casi todo lo que se lee verdaderamente), sentí un hondo llamado, una sentida invitación a comunicar aquello que sus letras exponen: que no se puede vivir la vida negando el fuero interior, que no se puede vivir la vida rezando, a pie juntillas, lo que la masa repite, una y otra vez, por obra del miedo a vivir como lo que en el fondo es, una suma de milagros, seres indivisos que pueden vivir mancomunados.
Lacl Baden, principios de Diciembre de 1931


Venerado señor Thomas Mann:
 Su amable carta me ha sorprendido en Baden, fatigado por la cura y con la vista en muy mal estado, de modo que nunca termino de ponerme al día con mi correspondencia. Le ruego que me excuse, pues, por la brevedad de mi respuesta.  Por otra parte, ella no require mucho espacio ya que a su pregunta sólo puedo contestar con un no, pero quisiera fundamentar con exhaustivas razones mi negativa a aceptar la invitación de la Academia transmitida a través de un hombre tan querido y venerado. Cuanto más reflexiono sobre el particular, mas complicada y metafísica se me antoja la cuestión, y como debo darle los motivos de mi negativa, lo hago con la gravedad brutal y excesivamente clara que adoptan por lo general los contextos complicados cuando son formulados de repente en palabras.
   En definitiva, el último motivo de mi imposibilidad de ingresar a una corporación alemana oficial es mi profunda desconfianza respecto a la República Alemana. Este estado inconsistente y vulgar ha surgido del vacío, del agotamiento después de la guerra. Los pocos buenos cerebros de la “revolución“ que no fue tal, han sido asesinados con la aprobación del noventa y nueve por ciento de la población. Los tribunales son injustos, los funcionarios indiferentes, el pueblo absolutamente infantil. En 1918 saludé a la Revolución con mucha simpatía, pero desde entonces mis esperanzas en una República  Alemana digna de ser tomada en serio fueron aniquiladas. Alemania perdió la oportunidad de hacer su propia Revolución y hallar su propia forma. Su futuro es la bolcheviquización, que en sí no me repugna, pero que significa una gran pérdida en cuanto a posibilidades nacionales únicas, y, por desgracia, le precederá una ola sangrienta de terror blanco. Así es como veo las cosas desde hace tiempo y por más simpática que me resulte la pequeña minoría de los republicanos de buena voluntad, los considero por completo impotentes y sin futuro, tan carentes de futuro como lo fueron en su momento la simpática ideología de Uhland y sus amigos en la iglesia de San Pablo en Frankfurt. De mil alemanes, quedan novecientos noventa y nueve que nada quieren saber de una responsabilidad de la guerra, quienes no hicieron la guerra, ni la perdieron, ni firmaron el tratado de Versalles, quienes la sienten como un pérfido rayo que cae desde un cielo despejado.
      Resumiendo, me siento tan alejado de la mentalidad que domina a Alemania, como en los años 1914-18. Observo procesos que se me antoja absurdos y desde 1914 y 1918 me he visto empujado muchas millas a la izquierda, en lugar del diminuto paso a la izquierda que dio la ideología del pueblo.
Ya no me es posible siquiera leer los diarios alemanes. Querido Thomas Mann, no espero que usted comparta mi ideología y mis opiniones, pero sí que las reconozca en el compromiso que tienen para mí. Mi esposa le está escribiendo a la suya… 
(Fragmento, luego agrego las palabras finales, saludos familaires entre los Hesse y los Mann)
Hermann Hesse, cartas escogidas, Editorial Sudamemricana, Buenos Aires.

LOS QUIJOTES VENEZOLANOS


                                               Por: Juandemaro Querales

La edición príncipe del insigne Hidalgo Don Quijote de la Mancha de Miguel de Cervantes Saavedra; fue de apenas 200 ejemplares, cuestión que ocurrió durante el siglo XVII, de los cuales apenas llegaron a América 20 novelas. Texto distribuido entre los Virreinatos de la Nueva España, la Nueva Granada, el Perú y la del Plata. Los territorios que correspondían  a la Capitanía General de Venezuela y  la actual Colombia, se caracterizaron por la circulación en sus respectivos territorios de libros reformistas de autores como Calvino y Martin Lutero. Entraban de contrabando gracias al intenso comercio que mantenía Holanda e Inglaterra a través de la abandonada y extensa costa.

En mi vida he conocido sin decir mentiras apenas tres novelas del autor de libros de caballería que datan del siglo XVII. La primera siendo estudiante  en la vieja Universidad Andina de Mérida, la
Universidad de los Andes, ULA. Llevada por el novelista ecuatoriano Alfonso Cuesta y Cuesta. El autor de la novela ambientada en la sierra del país de la mitad del mundo, “Mis Hijos”, galardonada con el Premio Casa de las Américas en La Habana Cuba. Como descendiente de la poetisa mística Santa Teresa de Jesús, cuyo pariente había emigrado al nuevo mundo y se había establecido en la Audiencia de Quito, con parte de la biblioteca de la Santa española, en su equipaje figuro  un ejemplar del Ilustre Manco de Lepanto. El admirado escritor de Cuenca-Ecuador sostenía en sus manos el atesorado libro, para crear entre sus atónitos discípulos una especial inclinación por el libro y su autor, lejos del fetichismo, solo para objeto de culto en la Latinoamérica de las letras. La mostro brevemente como un tesoro para después volverla a meter en una caja de madera en una mañana fría a las faldas de los cinco picos nevados de la ciudad de Juan Rodríguez Suarez.


El otro ejemplar es el que se conserva  en la casa natal de don Andrés Bello, en una esquina de la parroquia de Altagracia, donde se erige el inmenso edificio donde funciona el Ministerio de Educación. Durante el largo mandato del académico y profesor universitario, don Oscar Sambrano Urdaneta. Allí se exhibían objetos personales del condiscípulo de Simón Bolívar y padre de la civilidad chilena. Metida en una urna de cristal, espolvoreada por una mezcla que contiene cianuro, para protegerla de termitas y microorganismo. Como en la novela  “En Nombre de la Rosa”, novela policial del recientemente fallecido Umberto Eco.
El otro Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha lo posee el historiador Guillermo Morón, en su casa de la Urbanización Horizonte en Caracas. Adquirida a los libreros de Madrid, por el autor de la “Historia de Venezuela”. Ejemplar que sirvió para la edición facsimilar del famoso libro, propiciada por la Academia Nacional de la Historia, durante el gobierno de Jaime Lusinchi y en ocasión de estar celebrándose 400 años de su publicación y al cuidado del escritor Guillermo Morón quien fungió de editor y prologuista de la famosa novela. La edición fue de 200 ejemplares, numerada, con ilustraciones de los pintores venezolanos: Pedro León Zapata, Regulo Pérez, Luis Guevara Moreno, también se imprimieron un número reducido de libros empastados y se puso a disposición del público.

Venezuela esta en la órbita del famoso libro generado por la leyenda que precede a la vida del genio de Alcalá de Henares. Ya en el lejano siglo XIX el filólogo y lingüista, nacido en Bogotá en 1830, Don Amenodoro Urdaneta, hijo del General Rafael Urdaneta, publica su famoso libro “Cervantes y la Critica”. Texto capital producido en las nacientes Repúblicas Hispanoamericanas. 1788-1789, año de la publicación del referido libro que inaugura el estudio de critica literaria en el orbe hispanohablante. Libro especializado que lo origina el interés de Don Amenodoro Urdaneta, para rebatir a una crítica malsana que se hacia en la Península para descalificar al gran autor de los “Entremeses” y las “Novelas Ejemplares”. Este lejano colega de Don Marcelino Menéndez  Pelayo y Miguel de Unamuno, es hijo del General Rafael Urdaneta, quien forma parte de la generación fundadora del continente. Presidente de la República de Colombia en 1830, y expulsado del territorio neogranadino, por estar identificado con el Libertador Simón Bolívar en 1830. Cuando sale de la hoy República de Colombia lleva un niño de apenas un año de edad, Amenodoro Urdaneta, el cual tendrá una vida muy destacada como lingüista, filólogo, académico y político, siendo Presidente del Estado Apure, durante los primeros de los gobiernos federales.
Abril de 2018
Ilustraciones: Régulo Pérez, Pedro León Zapata, y Luis Guevara Moreno.


MAÑANA DE EMBRIAGUEZ
Arthur Rimbaud

Comentario de Luis Alejandro Contreras


Es uno de los primeros poemas de Rimbaud que leí en mi vida y puedo decir que me tatuó el alma... Era un imberbe de edad aproximada a la edad en que Rimbaud comenzara a escribir sus destellos. Todos sus poemas eran destellos a la luz de los ojos del adolescente. Lo conocí por obra de un amigo, que se convirtió en un hermano y compadre de la vida, un tanto mayor que yo, hijo de poeta y poeta él también. Cuando esas iluminaciones, esa temporada en el infierno, esas mañanas lóbregas, desenfadadas y encendidas, cuando esos heliotropos concediendo su aquiescencia a la luz solar, cayeron en mis manos y se desplegaron ante mis ojos, tomaron por asalto alma y corazón, le pusieron nuevas luces al ver y avivaron los colores de la vida, para revelarle, no un mundo nuevo, sino la novedad de una manera de tomar por la cintura a ese portento que es la creación, a ese mundo que, sabíamos, nos habían secuestrado, escamoteado, birlado. Acá dejamos ese poema que desnuda por dentro la verdadera fisonomía de lo humano, tan bárbara, asesina y cruel como jamás lo ha sido ninguna otra especie animal sobre la tierra.
Las fotos son de la Comuna de París... El tiempo de los asesinos es ya una larga y aciaga noche.
(lacl)





MAÑANA DE EMBRIAGUEZ

¡Oh mi Bien! ¡Oh mi Bello! ¡Fanfarria atroz en la que ya no tropiezo! ¡Mágico potro de tormento! ¡Hurra por la obra inaudita y por el cuerpo maravilloso, por la primera vez!
Empezó bajo las risas de los niños, acabará por ellas. Este veneno ha de permanecer en todas nuestras venas aun cuando, agriada la fanfarria, seamos devueltos a la antigua armonía. ¡Oh, ahora nosotros, tan digno de estas torturas!, recojamos fervientemente esta sobrehumana promesa hecha a nuestro cuerpo y a nuestra alma creados: ¡esa promesa, esa demencia! ¡La elegancia, la ciencia, la violencia! Se nos ha prometido enterrar en la sombra el árbol del bien y del mal, deportar las honestidades tiránicas, con el fin de que trajésemos nuestro purísimo amor. Empezó con ciertas repugnancias y acabó, -al no poder agarrar en el acto esa eternidad, - acabó por una desbandada de perfumes.
Risa de niños, discreción de esclavos, austeridad de vírgenes, horror por las figuras y los objetos de aquí, ¡sacrosantos seáis por el recuerdo de esta vigilia!
Empezaba con la mayor zafiedad, y concluye por ángeles de llama y de hielo.
Breve vigilia de embriaguez, ¡santa!, aunque sólo fuera por la máscara con que nos has gratificado. ¡Nosotros te afirmamos, método! No olvidamos que ayer has glorificado cada una de nuestras edades. Tenemos fe en el veneno.
Sabemos dar nuestra vida entera todos los días.
He aquí el tiempo de los Asesinos. 

MATINÉE D’IVRESSE 

O mon Bien ! O mon Beau ! Fanfare atroce où je ne trébuche point ! Chevalet féerique ! Hourra pour l'oeuvre inouïe et pour le corps merveilleux, pour la première fois ! Cela commença sous les rires des enfants, cela finira par eux. Ce poison va rester dans toutes nos veines même quand, la fanfare tournant, nous serons rendus à l'ancienne inharmonie. O maintenant, nous si digne de ces tortures ! rassemblons fervemment cette promesse surhumaine faite à notre corps et à notre âme créés: cette promesse, cette démence ! L'élégance, la science, la violence ! On nous a promis d'enterrer dans l'ombre l'arbre du bien et du mal, de déporter les honnêtetés tyranniques, afin que nous amenions notre très pur amour. Cela commença par quelques dégoûts et cela finit, - ne pouvant nous saisir sur-le-champ de cette éternité, - cela finit par une débandade de parfums.

Rire des enfants, discrétion des esclaves, austérité des vierges, horreur des figures et des objets d'ici, sacrés soyez-vous par le souvenir de cette veille. Cela commençait par toute la rustrerie, voici que cela finit par des anges de flamme et de glace.

Petite veille d'ivresse, sainte ! quand ce ne serait que pour le masque dont tu as gratifié. Nous t'affirmons, méthode ! Nous n'oublions pas que tu as glorifié hier chacun de nos âges. Nous avons foi au poison. Nous savons donner notre vie tout entière tous les jours.

Voici le temps des Assassins.
.

























(Arthur Rimbaud, Las iluminaciones.)



NARRACIONES HISTÓRICAS CONTEMPORÁNEAS

ANDRES BELLO

Por Humberto Macano Rodríguez

Conocido popularmente  hasta nuestros días como Andrés Bello, su verdadero nombre es: Andrés de Jesús María y José Bello López, nacido en Caracas el 29 de noviembre de 1781,  siendo sus padres, Don Bartolomé Bello y Doña  Ana Antonia López de Bello, muriendo en la ciudad de Santiago de Chile   el 15 de octubre de 1856, tras décadas de ausencia  de  su  país  desde 1810, cuando  fue nombrado Junto con Simón Bolívar y Luis López Méndez por la Junta de Gobierno para trasladarse  a Inglaterra a los fines  de explicar la  situación de la declaración de la  independencia de Venezuela y solicitar ayuda  tanto económica  como asistencia militar, para  esa Venezuela  que tanto  amó  y  a donde  nunca más  regresó.
 Fue Don Andrés Bello una  de las figuras más  eminentes y prestigiosa  no  solo de  su tiempo, sino  que  su gloria por las grandes obras humanísticas realizadas han de perdurar eternamente,  el gran humanista liberal Hispanoamericano, formado en las más puras tradiciones  liberales  de Gran Bretaña, fue  Filólogo, Escritor, Poeta, Jurista Internacional, Pedagogo y Filosofo entre  otros  saberes, su gran formación humanista liberal y filosófica la obtuvo precisamente  en La Gran Bretaña  durante  el tiempo  que le correspondió vivir  allí.  En los últimos  treinta años  de  su vida fue testigo de  excepción de la transición de un mundo  que  agonizó y un mundo que nacía, tras  el termino del yugo español  en la  las colonias, y la consolidación de las gestas independentistas y el nacimiento  de repúblicas soberanas desde México hasta  su Chile, patria de  adopción y donde tanto se le amó, todo  esto lo llevó a comprometerse  con ese proceso histórico para  estudiarlo en total profundidad desde el punto de vista de  su formación como  el gran humanista liberal y filosofo que fue.

 Andrés Bello desde su más tierna infancia dio demostraciones de su innata inteligencia, después  de cursar sus primeros  estudios  en la Academia de Ramón  Vanlostón, va a familiarizarse en su totalidad con el Latín y para  ello acude al convento de Las  Mercedes y allí de la mano del  Padre Cristóbal de Quesada tiene  acceso a los grandes  textos  clásicos  del latín de los cuales  se empapa totalmente y es  así  que  a los  15 años  hace una total traducción del latín al español de La Eneida de Virgilio,  posteriormente  inicia  sus estudios universitarios  cursando correlativamente  tanto medicina  como derecho y a la vez  estudia    los idiomas inglés y francés los cuales  llega  a dominar a la perfección, parte de  sus estudios  se los va  a costear  dando clases  particulares, destacándose  como un excelente educador, entre los  alumnos particulares a quienes  Bello les daba clase  figura  el entonces joven Simón Bolívar.  Como sentía una gran atracción por las letras, comenzó a escribir composiciones poéticas y a frecuentar la Tertulia Literaria  de Francisco Javier Ustáriz, sus pasos  literarios siguieron las huellas  del neo clasismo imperante  para la época, lo que le valió  entre la sociedad ilustrada caraqueña  ser conocido como El Cisne del Anauco,  debido  a una  de  sus  grandes obras  titulada “Odas al Anauco”-
 A los 21 años recibe  su primer cargo público, escalando  diferentes posiciones de gran responsabilidad durante  ocho  años, pero a raíz  de los sucesos  del 19 d Abril de 1810, es nombrado por La Junta Patriótica junto con Simón Bolívar y Luis López Méndez  para trasladarse  a Londres en calidad de traductor y de  ese viaje  no regresó nunca  a Venezuela, ya en su ancianidad en una tertulia en Chile, manifestaba  que nunca se imaginó al salir  de Venezuela. lo estaba haciendo para siempre.  Para  Andrés  Bello una vez  que  se perdió la Primera República  quedó  sin empleo en Londres, dedicándose  a muchos  menesteres  para  vivir,  entre  ellos  a la educación privada pero  sin abandonar sus estudios, vinculándose con los grandes intelectuales y escritores  de la  época, aprovechando también  en formarse  en el derecho Internacional y como había obtenido grandes  conocimientos y experiencia  en la administración pública en Venezuela, acumula  en sus estudios un gran conocimiento  de los cambios desarrollados  que  se venían haciendo  debido a las  guerras Napoleónicas, de la Independencia de los pueblos  americanos y del gran Congreso de Viena, adoptando en su totalidad la  concepción liberal del estado de los utilitaristas ingleses, convirtiéndose en seguidor de Jeromy Bentham haciéndolo  su maestro y fuente  de su pensamiento político institucional.

Uno de los grandes impactos  en la vida de Bello en Londres, es su encuentro  con el Gran Precursor de la Independencia americana Francisco de Miranda, el admirado héroe de Francia y de la guerra de la independencia   de Los Estados Unidos, en su casa va  vivir  y allí tiene total acceso  a la gran biblioteca de Miranda, célebre en Londres la cual ocupaba toda una  gran habitación, allí  compagina  sus estudios  con los trabajos  que debe realizar  para  su  supervivencia, de esa manera ayuda a fundar conjuntamente con Blanco White y Juan Carlos  del Río expatriados  españoles  en Londres, La Sociedad de Americanos en Londres y editar la revista Biblioteca Americana y el Repertorio Americano.  Por  sus  sobrados méritos  es nombrado   encargado de Legación Colombiana en Londres y posteriormente  Cónsul General de Colombia y miembro de número de La Academia   nacional de Santa Fe  de Bogotá. Cuando es nombrado  Cónsul  General de Colombia  en París, rechaza  el cargo y se marcha  con su familia  a Chile, partiendo de Londres  el 14 de febrero  de 1829 y llegando  al puerto de Valparaíso  el  25 de junio, para posteriormente  trasladarse  a Santiago de Chile,  donde ha de permanecer  hasta  su muerte.
 Al llegar a Santiago de Chile Bello es nombrado Oficial Mayor  del Ministerio de Hacienda y conjuntamente  con el desempeño de su cargo  inicia la publicación del “Araucano”, del  que fue  su redactor  hasta  el año 1853, cuando es  encargado  como Rector  del Colegio de Santiago de Chile, dedicándose   de igual manera  a la educación privada dado  su amor  a la enseñanza, como fiel creyente  de  que  el progreso de los pueblos  estaba  en la educación, Bello  siempre  demostró  que era un eterno convencido de que la instrucción y el cultivo espiritual eran las bases fundamentales del progreso de los pueblos y del bienestar de los individuos y por  ende  allí radicaba  el progreso y la evolución de la sociedad, razón por la cual nunca  dejó de fomentar  los estudios de las  letras y de las  ciencias, por  eso  su empeño en la creación de las escuelas  Normales para la formación de maestros y preceptores, así   como la creación de los cursos  dominicales  para la instrucción de los obreros  en general, de igual  manera le  dio un fuerte impulso  al teatro chileno  inculcando a  sus alumnos el gusto  por  las obras extranjeras para  su correspondiente adaptación   a ese teatro por  el cual tanto  se interesó, llegando el mismo a traducir obras clásicas de la literatura universal.
 Por  sus dotes intelectuales  y su dedicación a la enseñanza Bello fue nombrado miembro  de la Junta de Educación de  Chile y se le  otorgó a pleno derecho la ciudadanía Chilena  tanto para  su esposa  como para  sus hijos. Fue nombrado Oficial Mayor  del Ministerio de Exteriores y electo posteriormente  Senador  de la República, cargo  que  detento hasta  su muerte.

Por  sus  grandes  conocimientos   sobre el Derecho Internacional fue nombrado y reconocido  como árbitro en las  diferencias existentes entre  Ecuador  y Los  Estados Unidos así como  las  Colombia y el Perú.
 En el año 1843 tiene  el privilegio de  ser nombrado  como el primer Rector  de la Universidad de Chile, de  cuyo estatuto  fue  el autor, Rectoría  que ocupa  hasta  su muerte,  publicando  a  su vez   sus inmensos  estudios  gramaticales, que  se van a traducir a  su vez  en La Gramática  de La Lengua Castellana, destinada  al uso de los americanos, Gramática  que  se publica en Chile en el año 1847, pero anteriormente  había  publico otro clásico   como  fue, Los Principios  del Derecho Internacional y para  1850 publica La historia  de Literatura Universal, pero en su incansable  lucha por  el saber lo lleva  a redactar y publicar para Chile  El Código Civil, el cual  aún perdura  salvo las  modificaciones   que  se le han adaptado de  acuerdo a los tiempos, así nos  encontramos  que  Don Andrés Bello, fue  el creador  de La Universidad deChile , su primer Rector  hasta  su muerte, Fue  senador  de la República de Chile, creador  de La Gramática para los  americanos,  del Código Civil y de los  principio del Derecho Internacional  entre otras cosas.

Las obras literarias  completas de Andrés Bello  abarca veinte (20) tomos y fueron publicadas por  el gobierno de Chile  en el año 1880  como un homenaje póstumo  a  su memoria y en merecimiento por todo lo  que este grandioso  sabio  había  dado  a favor  de  esa  nación, esas  obras  abarcan  estudios  filosóficos, gramaticales, jurídicos, erudición y diplomáticos. En si  allí  dejó  plasmada lo  que  siempre  aspiró que no era otra cosa  que la independencia  cultural  Hispanoamericana y en ella  se reseña la extraordinaria labor  cívica – cultural que  desempeñó  en Chile, entre su obras poéticas se destacan  “La Silva  a la Agricultura de la Zona Tórrida”, “La Oración por Todos, “ El remozamiento  del poema del Cid Campeador”,
“El Proscrito” y “Elocución  a la Poesía”. La Real Academia Española en el año 1851  lo nombró  miembro de la misma y en el año 1852 acepto  sus principio gramaticales y le  solicitó permiso  para publicar y adaptar  su obra gramatical, El gran Filósofo y escritor  español Marcelino Menéndez Pelayo  dijo de él, en el año 1911, que  la obra de Bello era la más grande  e importante que en su género posee la literatura americana y  que  era  el mejor  regalo  al mundo ofrecida  por  persona alguna.

Andrés Bello muere en Santiago de  Chile  rodeado  del cariño de los  suyos  y del pueblo de esa nación agradecida, en el año 1865 a la edad de 84 años

CONVENIO ANDRES BELLO
Por iniciativa  de Octavio Arizmendi Posada Delegado de Colombia ante el Convenio Interamericano de educación, ciencia y cultura de los países andinos en junio de 1969, se establecen las bases  para  que ya en el año 1970  se  haga realidad este  acuerdo  que va   a llamarse  CONVENIO ANDRES BELLO   como un homenaje  a  este ilustre  personaje   latinoamericano, formando parte  del mismo Colombia, Chile, Venezuela, Ecuador y Perú  y posteriormente  se unieron España, Panamá y Paraguay  se crea  con personería  jurídica internacional y tiene  como objetivo principal  la integración tecnológica y cultural para el desarrollo educativo y científico, así  como el intercambio y programación  de becas de estudios y la homologación de títulos tanto de bachillerato  como universitarios, este  convenio  ha  sido de  gran ayuda  tanto para estudiantes  como para profesionales universitarios  de los países miembros, en este intercambio cultural y científico  se  han venido beneficiando  no  solo las personas  sino  también las naciones y por  ende  los institutos de enseñanza de las mismos.

UNIVERSIDAD CATÓLICA ANDRES BELLO (UCAB)
Creada  en Venezuela, Caracas por La Compañía  de Jesús (Congregación de Sacerdotes Jesuitas) como un gran homenaje  al ese  gran educador  que  fue Don Andrés Bello, su sede central  está  en Caracas en Montalbán y hoy en día  cuenta con núcleos  en Guayana, (Bolívar) Táchira, Los Teques (Miranda y Coro (Falcón), La Católica  como es  comúnmente conocida, hoy en día  por  la  calidad de  su enseñanza es  una  de la más prestigiosa  Universidades con reconocimiento universal, de igual manera  desarrolla  grandes  planes  de asistencia gratuita tanto educativo  como social y de salud  en las poblaciones  de los barrios  que la circundan, posee igualmente uno de los planes  de becas  más grandes  del continente y su constante meta  es la mejor  formación   de  sus  egresados, que la  han llevado a obtener  grandes y variados premios   en el mundo universal de la enseñanza, de la ciencia y la cultura en general, en diferentes  ocasiones organismos internacionales  como la ONU, la OEA y La Comunidad  Europea le han rendido  grandes  homenajes  a esta Universidad.
Humberto Marcano Rodríguez.



NUNCA LLEGARON ROSAS PARA EL AMOR DE AYER



                          José Pulido

Este es un cuento que ha estado mucho tiempo en las páginas de Ficción Breve y eso ha hecho que lo lea una gran cantidad de personas. Lo pongo aquí para quienes no lo leyeron. Es de los años noventa, creo.
Su padre boqueó y murió cuando el sol estaba saliendo y en la calle se escuchaban algunos portazos. Se intuía el avance de un autobús escolar.
Habían pasado la noche acompañándolo en la clínica años cincuenta, ventiladores y aire acondicionado, paredes mantecado, fluorescentes redonditos como aureolas de ángeles, pasos yendo, pasos viniendo y tacones detenidos de improviso; olores a desinfectante de pino, alcohol, mercurocromo, yodo, perfumes de enfermeras; voces de pasillo, la muerte a punto de brotar como una flor invisible y fétida.
Las primeras horas que estuvieron juntos al lado de la cama las aprovecharon para reencontrarse, de una manera tan contagiosa que en algunas ocasiones el anciano intervenía para hacer una que otra acotación o aclaratoria. Se dedicaron a conversar sobre sus vidas, y el viejo abría los ojos, los cerraba, se debatía suavemente bajo los guadañazos de la muerte que se balanceaba haciendo su número de trapecista en las sondas del suero. La muerte lo pescaba y él coleteaba agonizante ensartado con náilon. Enrique miraba orgulloso a su hermano Camilo y éste lo contemplaba de igual manera a él.
¿Quién se va a comer esa manzana? El viejo no puede tragar nada sólido. Se interrumpían y se escuchaban. Se sentían como extraños recién presentados porque no se veían desde hacía diez años, por lo menos. Enrique vivía haciendo su trabajo de ingeniero metalúrgico en Guayana y de allí no salía nunca. Camilo era publicista y había hecho su rutina existencial en Miami. Sus vidas eran ahora unos currículos de papel que pronto dejarían la materialización pulposa y viajarían por computadora. Así de modernos y desarraigados estaban. En navidades se llamaban y se saludaban pero hablaban a ráfagas y durante unos pocos minutos.
-Yo pensé que tantos tubos de plástico metidos en la nariz y en la boca era cosa de películas pero a papá lo tenían atravesado con esas vainas- comentó Enrique unas horas después. Esa mosca maldita metiéndose en el vaso. Esa mosca se va a parar encima del sánduche que se exhibe en el mostrador.
No hallaban nada sustancioso qué decir estando sentados en el cafetín, bebiendo café mañanero, esperando el certificado de defunción y los otros papeles de la clínica. Ya a Enrique se le estaba pasando el gusto de escuchar el mal castellano que ahora hablaba Camilo, aunque de repente se sentía tentado a decir como él: sorring. A un cuarto para la seis de la mañana su padre los observó con detenimiento y les hizo señas con una mano para que se acercaran. Antes de decir cualquier otra cosa comentó para sí, como si acabasen de entrar a la habitación: vinieron, por fin vinieron.
La cara parecía reducida pero más larga, como una calavera de animal. La piel estaba virtualmente despegada de los huesos, como a punto de caerse hacia un lado. Cual edredón
 que se rueda. Igual que los forros de los muebles cuando se aflojan –Sí, aquí estamos, papá- respondió Camilo por los dos y el viejo les habló de la madre verdadera, una esposa que se aburrió de verlo meterse debajo de un carro como un ordeñador de aceite, y después hizo comentarios sobre Alida y pareció pedir perdón o por lo menos insistió, en medio de una tormenta de asma, que había sido un hombre muy individualista y encerrado en sí mismo.
De repente les confesaba tengo miedo y ellos sabían que estaba muriéndose y que temblaba ante lo que iba a sentir por última vez. Esperaba un fuerte dolor, un dolor más grande que todo lo experimentado, algo revuelto con oscuridad y desesperación. Ellos le decían “no te preocupes que todo va a salir bien” como cuando él los llevaba al dentista y les explicaba que eso no era nada. Ya viene, ya viene: es muy difícil, se quejaba y ellos repetían no te preocupes que estamos contigo.
-Llama al médico, llama a la enfermera- decía Enrique y no se movía de la orilla de la cama que había hecho suya. Del otro lado estaba Camilo, buscando el timbre para llamar al personal de guardia. Lo encontró y lo hundió varias veces. La habitación se llenaba de luz natural y se escuchaba el tronco de los ventiladores pidiendo grasa. El hombre abrió los ojos hasta que se le desorbitaron y luego los cerró llevándose un trozo de techo blanquecino, unas aspas lentas y un aleteo de persianas para el más allá.
Camilo piensa en la boca de Betty y aspira su aliento de cereza. El más allá es un eufemismo para definir el momento en que se abandona para siempre el más acá. Le repetirá esa idea a Betty. ¿Qué haces a esta hora en Miami Florida, mi amor? ¿me añoras, me llamas? Estará preparándose para sus clases de aerobics. Hace señas de que le traigan otro café y le dice a Enrique, ambos insuflados por una libertad de adultos auténticos recién graduados, que pueden pedir lo que quieran en el cafetín de la clínica:
-¿Por qué no vamos hoy mismo a la casa de la montaña?
Y Enrique asiente preguntando ¿por qué no? Hace poquísimo vieron morir al padre y éste ni siquiera tembló o gritó: se quedó quieto después de un ronquido y ya está, tanto caminar, tanto hablar, tanto comer, tanto bañarse y limpiarse: tieso como un palo. Pero antes les había contado todo lo de Alida y ellos se quedaron abismados mirándolo. La cama estaba convertida en una lancha mortuoria que cruzaba hacia la otra playa. La sentían avanzando para aquel lado y su padre se empequeñecía de veras. La carita, las cuenquitas, los huesitos. Un fardo tirado.
Es muy poco lo que recuerdan respecto a ella: sólo vaguedades como la vez que bajó hacia la autopista y se fue caminando por la orilla mientras a su lado pasaban carros de todos los colores, unos recortando la velocidad, otros apresurándose. El humo de un cigarrillo fluía hacia su espalda y luego se perdía en el espacio.
Fumaba de noche en el porche; era alta, con una cabellera teñida de rubio casi blanco. Le gustaba llevar camisas o franelas muy cortas. Siempre estaba presente su ombligo, como el ojo de Polifemo, mirando la mitad de la vida desde una piel tensa reseca saturada de vellos, que parecían espinitas de sol.
A veces se transformaba en una persona de carácter muy fuerte y no salía de la cocina donde leía recetas de libros y preparaba unas comidas pastosas que su padre engullía fascinado y ellos tragaban a duras penas, pero generalmente era una mujer melancólica y solitaria que llamaba a las estaciones de radio para pedir canciones. Tenían perfecta conciencia de que Alida se había cansado de la vida tan abrumadoramente apacible y engordadora que capitaneaba su padre. El era un hombre de poquísimas palabras que trabajaba fuera de la casa cinco días a la semana y los dos días que estaba en el hogar los pasaba divirtiéndose a solas con sus herramientas y su carro. Hubo un tiempo en que su padre comenzó a prestarle más atención al hogar, sobre todo a partir del día que Alida desapareció de la casa y estuvo una semana ausente. Una mañana se detuvo un taxi desvencijado en el hombrillo de la autopista como si se hubiese descompuesto y ella bajó lentamente. No traía regalos ni nada. Descendió del carro carcomido y repintado y subió la cuesta poco a poco. Se detuvo, arrancó unas hojas, pareció dudar y luego abrió la puerta del corral de la casa y entró.
-Los dos se encerraron en su cuarto y hablaron mucho…papá gritó una sola vez ¿tienes memoria de eso, Camilo? Nosotros decíamos la va a coñacear y no sabíamos de parte de quién nos debíamos poner, aunque en el fondo le dábamos la razón a ella.
-Claro que me acuerdo. Después de ese samplegorio la normalidad parecía una patilla a punto de caerse de un camión. Esa vez escuchamos cuando papá le dijo tengo que hablar con Enrique y Camilo y nosotros nos cagamos porque pensamos que nos iban a mandar para un internado, porque cuando papá se arrechaba lo que decía era eso: los voy a meter en un internado y uno se imaginaba que un internado era como una cárcel para niños.
Su padre y ella vivían temporadas armoniosas en que los llevaban a pasear a la playa, a comer pollo en brasas o a un centro comercial. Donas, el cine, cotufas. Se veían tranquilos y muy amables el uno con el otro. Hasta que llegó el desesperante y caluroso mes en que ella bajó hacia la autopista sin decir una palabra y no regresó más. Su padre se enfermó esperándola y cuando se dio cuenta de que nunca más volvería se dedicó a beber cerveza y jugar dominó quién sabe adónde. Los dejaba solos y ellos aprovechaban para no ir a la escuela. Hasta la pantalla del televisor se cubrió de polvo.
Después la abuela llegó para poner orden y se los llevó. Así fueron creciendo hasta que se graduaron y se separaron cada uno por su lado. Hasta estos días en que les avisaron que su padre estaba grave y ellos retornaron para verlo morir y aprovecharon para ir a visitar la casa de la montaña y ver qué iban a hacer con ella.
-Nos volvíamos locos por los chicharrones de pollo que nos preparaba Alida- murmura Enrique mirando la distancia y buscando con los ojos el pino donde colocaban el cartón de tiro al blanco.
-Sí. Y por el quesillo aquel. Ella nos dejaba comer bastante quesillo y nunca nos fastidió ni nos regañó. Era tan rara. Las otras mamás de por ahí gritaban no coman dulce, hagan la tarea y apaguen ese televisor. En cambio Alida nos preguntaba si queríamos jugar bingo o si queríamos ir al cine con ella.
-A veces la escucho, escucho aquella voz hablando de veleros y catamaranes, de barcos y muelles y de las camisas floreadas que le gustaban tanto cuando veíamos aquel programa de televisión que mostraba a Hawai. ¿No estaba medio loca por las cosas marinas?- responde Camilo.
-Lo absurdo- vuelve Enrique- fue cuando se apareció la policía con aquellos señores y conocimos a la mamá de mamá diciendo que nos iba a salvar de papá.
-Primera noticia de que teníamos una abuela. Tú la veías escondido detrás de las persianas y me decías: parece uno de los malos de la lucha libre. La abuela nos llevó de ahí y después de eso fue que supimos que la mamá de nosotros era otra mujer que también había dejado a papá cuando estábamos más chiquitos y que se había muerto en un aborto, que túpreguntaste qué era un aborto y yo le grité que Alida era nuestra mamá y la abuela me rompió la boca de un manotazo.
-La abuela Gregoria nada más nos decía que papá se había vuelto muy irresponsable pero nunca quiso hablar de Alida. Le preguntábamos y ella nos mandaba a lavar las manos o a pelar papas. No hablen de eso aquí en mi casa, vagabundos, los voy a enseñar a ser cristianos gritaba ¿te acuerdas, Camilo?
-¿Qué habrá sido de Alida? Ojalá que esté bien. Ojalá que esté viviendo en una isla, en una playa. ¿Sabes? Más que ese gorgoteo que se le vino a papá desde el pecho como si se le estuviera enredando en baba el corazón, me impresionó lo de Alida y cuando dijo que la había querido con mucha rabia porque no podía llevar amigos a la casa.

-Yo todavía no puedo creer que Alida…
-Yo tampoco…sus labios sonreían con dulzura y sufría aquella soledad tan femenina que la atosigaba. Actuaba como una mujer. Enlazaba las manos y colocaba la barbilla encima. 
Cruzaba las piernas. Así, con ese matiz…tan…frágil.
La autopista se congestiona. Los vehículos comienzan a avanzar lentamente hasta que se forman largas colas y aparecen manos agitándose por las ventanillas. Mariposas diminutas intentando escapar de los escarabajos gigantes, de los ácaros envenenados. Cerca de ahí, en un árbol que está como sembrado en sus columnas vertebrales, irrumpe el aleteo espantoso de un pájaro demasiado grande; lejos aúllan una o dos sirenas. ¿Guayabas? ¿son guayabas maduras? Allá en el manchón verde, junto al barranco. Enrique y Camilo se callan. Van y vienen. Palpan la cerca, miran la vieja y rechoncha mata de ciruelas desde abajo como si tuviera faldas. En el tronco, ahorcado por un alambre de púas, ha desaparecido el corazón que ellos dibujaron a manera de sorpresa con el nombre de Alida en el centro.
-Ella se emocionó yo sé que se emocionó ¿no recuerdas que nos abrazó largo rato? A mi me llamó hijito y a ti te dijo ay hijito. Era tierna cuando le tocaba y caminaba como Marilyn Monroe-comenta Camilo.
-Alida me parecía muy femenina- agrega Enrique pero no pueden seguir hablando porque ahora sí es verdad que se les ha reventado el llanto y cada uno vuelve la cabeza para un lado distinto intentando llorar sin aspavientos ni moqueaderas y por eso se quedan estáticos mientras el paisaje de la infancia se derrite y ambos piensan sin querer, así de pasadita, en el plateado y chulo aeropuerto.


 PROYECCIÓN INTERNACIONAL
Revistas de Nueva York, Miami, Bogotá y Salamanca se hacen eco de la poesía de Alencart 

Varios ensayos abordan la destacable obra del peruano-salmantino, profesor de la Universidad de Salamanca y colaborador de SALAMANCArtv AL DÍA


Alfredo Pérez Alencart nos presenta la antología “Para después / Per il domani”

Tras la última obra publicada por el poeta Alfredo Pérez Alencart, su antología hispano-italiana Para después / Per il domani, aparecida bajo el sello editorial de Hebel (Chile) y Betania (Madrid), se han sucedido ensayos, reseñas y comentarios que abordan su poesía allí contenida, cuarenta poemas en su redacción original y en las versiones al italiano realizadas por los poetas y profesores Gianni Darconza, Stefania Di Leo, Beppe Costa, Martha Canfield y Gabriel Impaglione.

Los más recientes aportes en torno a esta antología, presentada en la ciudad italiana de Mantua el pasado 12 de mayo, se han publicado en diversas revistas de América y España. Así, en Nagari Magazine, de Miami, revista dirigida por Alejandra Ferrazza, se acaba de publicar el texto titulado La mejor poesía de Alencart vertida al italiano, firmado por el reconocido crítico literario español Enrique Villagrasa. En Nueva York y en la revista Viceversa, dirigida por Mariza Bafile, apareció el comentario Alencart: antes, hoy y después, escrito por el poeta y profesor colombiano Juan Mares.

 Luego, en Bogotá y en la sección Letras de la revista Ideas de Babel, dirigida por el periodista Alfonso Molina, se publicó el comentario “Virgiliana. Los poemas de Alfredo Pérez Alencart”, reflexión  del notable filósofo y humanista colombiano Jaime García Maffla. Finalmente, en Salamanca aparecieron los comentarios firmados por la cubana Lilliam Moro (“Alencart: palabra a la intemperie”), por el venezolano Alberto Hernández (Para después. Voz y calidad poética de Alencart), por el chileno Marcelo Gatica(Antología para una teopoética de Alencart) y por el español Manuel Quiroga Clérigo (Para después / Per il domani, antología de A. P. Alencart). Estos textos se encuentran en Crear en Salamanca, revista literaria dirigida por el poeta y fotógrafo salmantino José Amador Martín.
A modo de síntesis de lo manifestado en torno a la obra de Alencart, poeta de referencia y con evidente prestigio internacional, aquí un fragmento escrito por Enrique Villagrasa: “…De la poesía de Pérez Alencart qué puedo decir que no se haya dicho ya. Es que estamos ante un gran poeta, con su sutil maestría expresiva; formalmente rica y bien ornamentada, de estética sencilla y de ética consumada, preciosista y gran sentido de la poesía esencial. Poemas todos, los de esta antología, de dicción profunda, brillante, lúdicos, lúcidos. Versos que aúnan gozo, vivencia y reflexión… Tenemos pues, ante nosotros, una antología de sus versos traducidos al italiano, de gran calidad y belleza donde la mezcla de las diferentes estructuras poemáticas convive con naturalidad con versos contundentes. Es un poeta con excelente sentido del ritmo y sus poemas dan cuenta de la variedad de formas. Esa musicalidad está al servicio del poema para gozo del lector que se acerque hasta ellos. Entre otras cosas se reflejan aquí el amor y el paso del tiempo y hacen de Para después una lectura justa y necesaria. Poesía que entra por los poros y se adueña de todo”.


“Somos un pueblo adolescente”
Alejandro Pérez Roulet



                                         Julio Bolívar • Domingo 17 de junio de 2018

Fotografía: Paola Martínez Núñez
Pérez Roulet: “Tenía cosas para decir y llegar a la gente”. 

Alejandro Pérez Roulet es un escritor argentino radicado temporalmente en la isla de Margarita, en Venezuela. Venido de la psicología, se dedica a observar la vida insular y a  escribir relatos. Recientemente ha publicado su primera colección de cuentos, Mardeamor, donde reúne textos con diversos personajes en situaciones de la vida de hombres solos que sólo buscan la felicidad.
—Alejandro, acaba de salir tu primera colección de relatos, nueve en total, que van desde un microrrelato a un cuento largo que da el título a este libro. ¿Cuál es tu motivación principal al publicarlos?
—Comencé a escribir desde joven, pero destruía la mayoría. Hace veinte años comencé a darle más importancia, pero sin demasiadas ilusiones en publicar; es más, con la escritura hacía catarsis. Pero, a medida que transcurría el tiempo y comenzaba a estar más satisfecho con la producción, envié un cuento que fue premiado y eso me motivó más aún para seguir escribiendo. Una vez que tuve una cantidad razonable como para darle a la gente en forma de libro, las cosas se sucedieron rápido y de modo muy armónico aquí en la isla de Margarita. Me motivó esencialmente el hecho de que tenía cosas para decir y llegar a la gente, que pudieran hacer reír, reflexionar y entretener. Y no debo olvidarme del empuje de los amigos de Argentina que me decían: está bueno, seguí, dale. Hay mucha gente sola en mi ciudad. Y tenemos esa cosa de melancolía, así como el tango.
—Después de leer tu libro, pensamos en dualidades: el amor y el desamor, posibilidad e imposibilidad. Pasiones complicadas, incluso el texto dedicado a la presencia del Tirano Aguirre en la isla, amor al poder, trastocado por la erótica de una india local que enloquece al tirano español. ¿Por qué te planteas esa dualidad?
—El Tirano Aguirre obedece en primer lugar a mi interés por la historia de la conquista, pero me pareció interesante el personaje, puro Tánatos, pura locura y cualquier cosa que simbolice belleza, amor; a Lope le trastoca los valores, pero eso le pasa porque está loco, no discrimina, es un paranoico y en nombre de Dios justifica todo. Se autoimpone un: ego te absolvo. No registra la compasión, el tipo. La mujer para él es como el diablo o algo maligno y esto le sirve de excusa en el cuento para no amar a una. Hasta mata en su locura a su hija con un pretexto débil. Cuando Inés se le presenta él la ve como una bruja pero a la vez la abraza y llora sobre su vientre; ahí convive esa dualidad de la que hablás. En definitiva, la imposibilidad de amar. No hubiera querido estar en esa época en aquel momento, nadando o pescando, o tomando sol en la playa El Tirano.
—Soledad, indecisión, dudas permanentes, dolor, invención de ideales personales, cierto hedonismo y narcisismo atraviesan las emociones de tus personajes masculinos; estos son los rasgos de tus personajes. Háblame de esta obsesión, que no observamos en tus personajes femeninos, en Mardeamor.
—¡Qué buena pregunta! Ocurre que son personajes citadinos de una ciudad como Buenos Aires. Hay mucha gente sola en mi ciudad. Y tenemos esa cosa de melancolía, así como el tango. Cuántas letras se refieren a hombres abandonados por una mujer, y si vos lees esas letras los tipos terminan destruidos y yo creo que aquí hay algo de eso como impronta cultural. Incluso el cine argentino en películas como Adiós muchachos. La música de Piazzola, por ejemplo Adiós Nonino. La nostalgia, la soledad, las preguntas que se hacen de alguna manera los personajes: ¿qué es esto de vivir y amar y la finitud de los encuentros, en última instancia la finitud de la vida? El personaje Federico se hartó de su sociedad, de la corrupción, de su mórbida soledad que ya le fastidia. Y sí, eso no lo observamos en Nicole, una mina increíble que a Federico lo va desarmando, aunque él se resiste, pero ante la muerte de Eladio se replantea y se juega por el amor de Nicole, quien también representa lo contrario a Federico, ella se juega, cae de sorpresa desde Canadá, esto a él lo apabulla y le gusta. Nicole de algún modo le tiende la mano para llevarlo a su mundo, un mundo donde no hay que temer al amor, al encuentro.
—A pesar de que tus cuentos son historias íntimas, se deja colar la realidad social que se vive en el país. Situaciones vividas también en Argentina, tu país de origen. Al final una especie de homenaje al alma pura del habitante inocente de la realidad que le toca vivir. Lo que revela una sensibilidad social del narrador. Cierto tono justiciero, en cuentos como “El Tirano”, “La paloma” y “Mardeamor”. Háblame de este aspecto en tu libro.
—Fíjate que en el caso de “Mardeamor” sólo describo lo que veo y escucho; incluso el diálogo con el taxista fue real, el tipo hizo catarsis, se despachó con gusto. ¡Quedé agotado!
La Argentina es una sociedad deteriorada con pérdida de valores pero, aunque haya cambiado el gobierno, la cosa es muy difícil y los estándares de vida se van achicando. Hay mucha impericia. Somos una sociedad que todo lo discute, a todo se opone. No escuchamos al otro. Discutimos hasta las decisiones de la justicia, somos un pueblo adolescente que repite siempre las mismas travesuras. Rígidos en lo ideológico, lo que lleva a crear grietas.
Y está el tipo que se levanta a las cuatro de la mañana para ir a trabajar, se desloma y entonces qué, ¿vive dignamente? ¿Tiene tiempo para estudiar? Creo que somos nuestro peor enemigo. Si a alguien tengo que hacer responsable es a la propia sociedad, que no ha sabido elegir, y a la vergonzosa clase política que tenemos en Argentina. Los pueblos también se equivocan. Ya no hay estadistas que miran el futuro más allá de una generación.
En cambio, tenemos políticos que miran la próxima elección y ver cómo se salvan            económicamente. En “Mardeamor”, Eladio es ese hombre simple que está orgulloso de su mujer, de su trabajo, se siente digno con su peñero, en el fondo es un hombre que dentro de su universo es feliz, porque no tiene delirios de grandeza. Él ama lo simple.
—En tus cuentos tienes una concepción del cuento más tradicional que experimental, incluso en uno de ellos que parece algo fantástico. Mi juicio puede ser impreciso, pero tú me dirás.
—En este libro sí, efectivamente. “Entramado de universos” es un texto que lo escribí porque me interesa la física, las teorías de cuerdas y universos paralelos. Este cuento estuvo escrito con idas y venidas al principio con poca claridad, pero ¿sabes de dónde viene la chispa o cómo empezó la idea de escribirlo? Tendría siete u ocho años, iba con mi madre al centro y tomábamos el subte o metro, no recuerdo bien, pero estábamos bajando y cerró la puerta y se le quedó el taco largo de su zapato trabado en la puerta y el subte arrancaba y mi madre me tenía agarrado de la mano. Habrá durado diez segundos el episodio. Pero ahí nace.

A los diecisiete años me metí de lleno con Sábato y Cortázar. He leído tantos… No consigo leer del todo a García Márquez,menos a Vargas Llosa, Borges nunca me ha llegado y lo he leído muy poco.
—Se siente en tus relatos un manejo de imágenes muy cinematográficas, en algunos cuentos como el de tema cubano. Me recuerda algo de Ricardo Piglia en su novela- thriller Plata quemada.
—Así es; por más de veinticinco años tuve una productora de cine documental e institucional y también trabajé en noticias, y la imagen y oficio heredado de mi padre, y con algunos ingredientes propios, hace que me sea fácil visualizar lo que escribo; por eso es que muchas veces podrían ser susceptibles de ser filmadas estas historias. Es algo que llevo dentro y tal vez definan mi estilo, si es que lo tengo. “La paloma” es un relato, en realidad, que se lo debo al personaje Hermes, amigo de mi familia, mis hermanos y mío, que trabajó cuarenta años en la NBC; me cuenta siempre historias increíbles. Hoy tiene 83 años, pero es un pibe, lleno de energía y gran cocinero. “La paloma” es en realidad una historia suya.
Fue real. Pero para entender bien cómo se maneja el personaje, hay que conocer a Hermes; a lo mejor lo traemos a visitar la isla.
—Coméntame tus lecturas, autores latinoamericanos o venezolanos que hayas leído.
—A los diecisiete años me metí de lleno con Sábato y Cortázar. He leído tantos… No consigo leer del todo a García Márquez, menos a Vargas Llosa, Borges nunca me ha llegado y lo he leído muy poco. Me gustaba más escucharlo hablar de literatura, y eso que me lo cruzaba muchas veces cerca de su casa en la calle Maipú o en la Galería del Este, la que sale a Florida. Voy a Venezuela: un maestro, Herrera Luque, Eduardo Liendo. Me voy al norte y me quedo con Paul Auster y Philip Roth. Cruzo el charco y estoy en Europa, ¡uf!, aquí está lo sagrado para mí: Umberto Eco, Michael Houellebecq, Flaubert, Camus, Yourcenar, Tolstoi, Jean Pierre Luminet, Proust. En fin, me estoy olvidando de otros, seguramente.
—Después de este libro, Mardeamor, ¿cuál es tu nuevo proyecto?
—Estoy escribiendo una novela cuyo personaje central es una mujer que trabaja en el Ministerio de Relaciones Exteriores de Argentina. Llevará tiempo. Es fuerte la historia y pasa la trama por actos de corrupción que han ocurrido en mi país. Preparo un segundo libro de cuentos, creo que te comenté antes, fuertes, osados, del orden de lo fantástico y no aptos para gente impresionable. En verdad tratan de ser sacudidores, de movilizar al lector, trato de llevar al lector a participar. Ahora debo decirte que estoy trabajando en una serie de cuentos para otro libro: cuentos góticos, imagínate.

Julio Bolívar
Escritor venezolano (Valencia, Carabobo, 1954). Graduado en literatura y con estudios de maestría en literatura hispanoamericana contemporánea en la Universidad Simón Bolívar (USB). Además tiene estudios de posgrado en estudios literarios en la Universidad Central de Venezuela (UCV). Es miembro fundador de la Fundación Aurín y del fondo editorial Maltiempo Editores (Barquisimeto, Lara). Director editorial de la Fundación Biblioteca Ayacucho y de Ediciones Iesa. Fundador de Sellos de Fuego Editores. Asesor y editor independiente de Libros de El Nacional. Ha publicado los poemarios Catálogo (Editorial Río Cenizo; Alcaldía de Iribarren; Barquisimeto, Lara, 1998) y Corazones de paso (Fondo Editorial del Caribe; Barcelona, Anzoátegui, 2012), y los libros de ensayo Guía del promotor de la lectura (coautor; Ediciones de la Secretaría de Cultura de Aragua; Maracay, 1994), Lectura y censura en la literatura para niños y jóvenes (coautor; Fondo Editorial del Caribe; Barcelona, 1995), Desarrollo cultural y gestión en centros históricos (coautor; Unesco/ Flacso ; Ecuador, 2000) y Lo bello y lo útil de Lara (coautor; Ediciones del Banco Casa Propia; Barquisimeto, 2005). Textos suyos aparecen en diversas antologías.

Publicado originalmente en Letralia.

 Venezuela: la cultura en resistencia
Crisis, censura, protestas, polarización política. Por si fuera poco, esta es también la época más oscura para la cultura en toda la historia del país latinoamericano.
POR DULCE MARÍA RAMOS*

Desde que Hugo Chávez tomó la presidencia en 1999, se propuso cambiar todo en Venezuela, desde el nombre hasta la Constitución. Poco a poco el país pasó de un sistema democrático a un régimen socialista dictatorial. Quizás el gran legado de la obra de Chávez, que aún prevalece cuatro años después de su muerte, es la fuerte polarización política que llegó a terrenos impensables: la cultura.  
Para analizar la cultura en Venezuela se debe partir de dos polos claramente diferenciados: oposición y chavismo. La oposición lucha porque la cultura no muera a pesar de los pocos espacios y el escaso apoyo del Estado. En estos meses su lema ha sido “Cultura en resistencia”. En las últimas semanas, todos los gremios han publicado manifiestos a favor de la democracia y en contra del gobierno Maduro. También han renunciado a reconocimientos. Tal es el caso de las películas Desde allá, de Lorenzo Vigas, y Tamara, de Elia K. Schneider.
Ambos directores se negaron a participar en los Premios Municipales de Caracas.
El régimen ha utilizado toda la plataforma cultural para realizar propaganda política, resaltar el legado de Chávez y promover la nueva Constituyente: “Nada haría más feliz al gobierno militar que la cultura desaparezca del todo y que sus actos cuartelarios con cuatros, maracas y la foto del comandante difunto sean la única expresión estética del país”,  afirmó el escritor Juan Carlos Méndez Guédez, señalado en el portal oficialista Aporrea como enemigo del Gobierno.
Hace unas décadas, Venezuela era un referente artístico en América Latina, pero hoy enfrenta no solo la escasez de comida y medicinas; también la escasez cultural. El control cambiario y la inflación han aislado al país desde algo tan banal como un concierto de cualquier artista pop hasta la visita de un premio Nobel.
Si bien en 2005 se creó el Ministerio del Poder Popular para la Cultura, su gestión ha sido un total fracaso, si se tiene en consideración la perdida de los pilares culturales democráticos: Biblioteca Ayacucho, Editorial Monte Ávila, Museo de Arte

Contemporáneo (antiguamente Sofía Ímber), El Ateneo de Caracas (cuya sede fue arrebatada para crear la Universidad Nacional Experimental de las Artes Unearte).
“La gestión del Ministerio de la Cultura ha sido mediocre en los aspectos prácticos, manipuladora en los aspectos teóricos y pseudoideológicos, y sobre todo incapaz de crear –como habría podido esperarse de un gobierno tan sospechosamente interesado en el pueblo– una verdadera y sana cultura para ese pueblo”, dice María Elena Ramos, ex directora del Museo de Bellas Artes de Caracas, quien ha estudiado en profundidad el tema para escribir su libro La cultura bajo acoso.
Balance negativo
En los últimos meses, los gestores culturales de la oposición han usado sus espacios para la reflexión y la resistencia ciudadana. Al respecto Gisela Kozak, escritora y profesora jubilada de la Universidad Central de Venezuela UCV, afirmó: “Estoy de acuerdo con la idea de cultura en resistencia, ser capaz de convertir en imagen, sonido, movimiento, en representación los horrores que está viviendo
Venezuela. Se ha comprobado en estos dieciocho años de revolución Bolivariana que la cultura no necesita del Estado. Fíjate todo el movimiento plástico, literario, teatral y musical que se ha producido al margen de la ayuda estatal. Eso es una extraordinaria experiencia de cara al futuro. Las editoriales privadas producen libros, las galerías privadas presentan a los nuevos artistas, la gente como Basilio
Álvarez, Héctor Manrique y Diana Volpe, producen teatro”.  Para la escritora este contexto potencia la creatividad e invita al creador a pensar en la auto- sostenibilidad de sus proyectos y conservar su independencia artística.
Aunque la visión de Kozak plantea una cara positiva para los artistas, Ramos dice que el balance general no es bueno: “El actual gobierno se dedicó a desmontar lo que eran reconocidos logros de las áreas de especialidad, pero no fue capaz de crear sus propios y nuevos logros. Muy al contrario, no desmontó para mejorar hacia presente y futuro, sino para debilitar y destruir la calidad que se había alcanzado por décadas. La cultura no avanzó. Al contrario, emprendió un oscuro camino de retroceso”.  
Del lado oficialista Roberto Hernández Montoya, presidente del Centro de Estudios Latinoamericanos Rómulo Gallegos Celarg, defiende la labor que en materia cultural ha realizado el gobierno en estos años: “El gobierno revolucionario ha hecho importantes esfuerzos en la difusión de la cultura. Una de las primeras cosas que hicimos fue repartir un millón de ejemplares del Quijote en las plazas
Bolívar de todo el país, y también de Los Miserables, de Víctor Hugo. Se creó la
Imprenta Cultural, apareció la Editorial El perro y la rana. Habrá cosas criticables, porque no somos ángeles”.
Si algo se le ha criticado al gobierno es precisamente la politización de los espacios culturales. Cualquier ciudadano que visite hoy una galería o teatro verá afiches de Chávez o Maduro en las instalaciones. También se podrá encontrar con museos que han servido de refugios para los damnificados por las lluvias y desde el año pasado el Ministerio de la Cultura cumple funciones de mercado. Sobre esto fue interpelado en un foro Freddy Ñáñez, quien en ese momento era el ministro, y él se limitó a responder: “La gente de la cultura también come”. 


Protesta de la oposición en Venezuela, en contra de Maduro, el 18 de julio de 2017. Crédito: Juan Barreto / AFP.
Luchar contra la adversidad
Las alcaldías opositoras de Chacao, Baruta y El Hatillo pertenecientes a la Gran
Caracas han consolidado lugares culturales alternativos. En dieciocho años se abrieron el Trasnocho Cultural de Caracas, el Centro de Arte Los Galpones y el
Centro Cultural Chacao. De este último, Claudia Urdaneta, dice que “En su momento fue una buena noticia para la ciudad.  El gobierno desde que llegó invadió todos los espacios, había que recuperar el sentido de un centro cultural, desvincularlo de la política,  Para que todo el mundo fuera libre de llegar ahí, independientemente de su ideología.”  

A pesar de las marchas y las dificultades que enfrentan los empleados y artistas para cumplir con sus compromisos, los centros culturales tanto del oficialismo como de la oposición, siguen trabajando, en muchas ocasiones ofreciendo sus espectáculos de forma gratuita: “El país no está en una situación normal, nadie lo puede ocultar. Cada quien en la sociedad tiene una posición y misión como ciudadano en la actividad que realiza. El ser humano debe buscar un equilibro entre cuerpo y espíritu, si nosotros de alguna forma logramos dárselo con estos espacios, que más bien apelan al alma, debemos seguir haciéndolo”, dijo José
Pisano, Director de Programación del Trasnocho Cultural.
Hasta la fecha según la empresa encuestadora Datanálisis, el venezolano ha recortado en un 30% los gastos destinados al entretenimiento. Los números no mienten. En lo que va de año la taquilla del cine venezolano se redujo en u 6,3%,
y el año pasado en un 30,25%, de acuerdo con la información de la Asociación de la Industria del Cine Asoinci.
El cine venezolano tuvo un importante auge a partir de la reforma de la Ley de Cinematografía (2005), realizado con el apoyo de toda la comunidad cinematográfica, independientemente de sus posturas políticas. Luego el presidente Hugo Chávez creó la Villa de Cine (2006), la productora del Estado, que lamentablemente sigue los parámetros propagandísticos del gobierno. En la actualidad la industria del cine venezolano se enfrenta al éxodo del talento técnicoy artístico, las dificultades de filmar en esta crisis económica, y la suspensión de estrenos nacionales.
En cuanto a los cineastas, Aldrina Valenzuela, Hernán Jabes y Carlos Caridad han decidido salir con sus cámaras y filmar las marchas, material que han publicado en sus canales de YouTube.  En los últimos años, Valenzuela ha enfocado la temática de su arte en la mujer y la maternidad. Sintió la necesidad de retratar las protestas desde esa visión: “A diferencia de otras rebeliones y movimientos políticos de esta última década, aquí en Venezuela las madres y las mujeres tienen un fuerte protagonismo. Como mamá uno siente mucho dolor cuando ve tantos muchachos que han sido asesinados o heridos”.  Piensa seguir realizando documentales mientras dure esta coyuntura política del país: “El artista tiene la responsabilidad de transmitir a través de sus herramientas sus sentimientos o su opinión sobre cualquier cosa que esté pasando y cómo afecta su realidad. En nuestro caso como cineastas, tenemos la responsabilidad histórica de registrar esto de alguna manera”.
La visión de las protestas de Carlos Caridad es distinta. Su concepto de “selfiementary” surgió de hacer cine y a la vez de un diario personal, experiencia que le ha permitido explorar como realizador con el documental y el ensayo: “En líneas generales a la gente le gusta que se cuente una pequeña historia, que se contextualice el evento a su mismo nivel”.  Espera convertir este proyecto en un largometraje, cree interesante contar esta situación en la pantalla grande, pues el público tanto nacional como foráneo lo agradecería: “Para un evento histórico siempre habrá público. Hay protestas en buena parte del país, la gente está luchando por sus derechos”. Confiesa que en dos ocasiones se ha sentido amenazado en las marchas, pero el compromiso prevalece.
Estos cineastas son una prueba de la lucha contra la autocensura que se ha criticado tanto en el cine venezolano en los últimos años, aspecto que confirma por Kozak cuando señala que en estos momentos hace falta el cine político y crítico que se hacía antes, más comprometido con su realidad.
En cuanto a la literatura, si algo afectó el control cambiario fue la industria del libro en Venezuela. Las librerías están cerrando, no llegan novedades, las grandes editoriales se han ido, solo queda Planeta.  El costo de un libro en Venezuela equivale a un salario mínimo (ocho dólares aproximadamente), convirtiéndose el libro en un artículo de lujo. Las editoriales independientes tratan de sobrevivir y de alguna manera han permitido que el público venezolano al menos lea a sus autores, asunto que no han podido conseguir las editoriales del Estado. Vale destacar la labor realizada por Madera Fina, Eclepsidra, Letra Muerta, Kalathos, Bid & Co, Oscar Todtmann, Libros del Fuego.
El panorama literario del lado oficialista tampoco es alentador. Se suspendió La Feria Internacional del Libro de Venezuela Filven y los premios literarios Rómulo Gallegos (novela), Víctor Valera Mora (poesía), Mariano Picón Salas (ensayo), según Hernández Montoya, Presidente del Celarg, por falta de presupuesto.
También el Festival Mundial de Poesía, que en los últimos años ha sido polémico especialmente cuando se homenajeó al actual Defensor del Pueblo Tarek William Saab. De parte de la oposición se suspendió el Festival de la Lectura que realiza la Alcaldía de Chacao. Ni hablar de la ausencia de Venezuela en  las grandes ferias internaciones del libro y las dificultades en la difusión de la literatura nacional fuera de sus fronteras.
Por el lado de la música, la cosa tampoco es mejor. En las marchas es habitual ver a los jóvenes músicos protestando. Muchos de ellos forman parte del Sistema Nacional de Orquestas. Dos son los casos más emblemáticos. El primero, el asesinato de Armando Cañizales, joven de 17 años y violinista, ocurrido el 4 de mayo.  Este hecho provocó que Gustavo Dudamel, director de la Orquesta Sinfónica Simón Bolívar y la Filarmónica de Los Ángeles, rompiera su silencio y solicitara al presidente Maduro a través de una carta pública el cese de la violencia: “Levanto mi voz en contra de la violencia y la represión. Nada puede justificar el derramamiento de sangre. Ya basta de desatender el justo clamor de un pueblo sofocado por una intolerable crisis”. Días después los artistas realizaron una marcha en Caracas repudiando este asesinato. El segundo caso fue el Willy Arteaga, mientras tocaba el himno nacional en una protesta la Guardia Nacional rompió su violín.   
Sobre este tema se contactó en varias oportunidades al Sistema Nacional de Orquestas, sin recibir una respuesta favorable. Días después de la consulta popular realizada por la oposición, nuevamente Dudamel manifestó su posición en contra Maduro y su constituyente con un artículo publicado en El País de España y en The New York Times: “Nuestro país necesita urgentemente sentar las bases de un orden democrático que garantice la paz social, la seguridad, el bienestar y el futuro próspero de nuestros niños, niñas y jóvenes”.
A la par, la cantante Laura Guevara puso voz y letra a la protesta con su tema “Queremos vivir en paz”: “En un país donde la gente no puede acceder a los productos de la cesta básica es muy difícil que pueda acceder a un concierto, comprar un disco o asistir a cualquier evento cultural, además del tema económico también está la seguridad. Cuando escribí la canción me costó mucho terminarla, yo misma no consigo medicinas para mis padres. Ha sido durísimo como nuestra calidad de vida se ha deteriorado”.
El futuro de la cultura en Venezuela es incierto, cada día se suman a la lucha democrática  artistas que antes apoyaban al gobierno y la revolución. Las grandes preguntas son si se podrán recuperar los espacios perdidos, si los creadores serán capaces de retratar los días de horror en su arte, de contar esta historia que no debe ser ignorada para las futuras generaciones en Venezuela ni Latinoamérica.


 “La poesía es un modo de lanzar la verdad en medio del patio”


   JOSÉ PULIDO

La ciudad ha sido un tema recurrente en la poesía del escritor y poeta venezolano José Pulido quien ofreció un recital en la Stanza della Poesía de Génova. La ciudad en su poesía es un pretexto también para hablar de la soledad, del amor, de la tristeza, de los miedos y las alegrías pero sobre todo para hurgar en el alma del ser humano{

El viernes 9 de marzo José Pulido ofreció un recital en la Stanza de la Poesía de Génova, espacio íntegramente dedicado a la divulgación de la creación poética, donde leyó una selección de poemas que ha escrito en Caracas y en Génova. En esta influyente y motivadora institución italiana, donde cada semana se presentan actividades relacionadas con la poesía, anunciaron el evento bajo el título “Un poeta urbano de Caracas en Génova”.
Fundada en 2001, gracias a la idea del poeta Claudio Pozzani, director del Festival Internacional de Poesía de Génova, en colaboración con el Palazzo Ducale-Fundación para la Cultura, la Stanza della Poesía realiza más de 150 eventos gratuitos cada año entre lecturas, charlas, conferencias, conciertos, actuaciones, proyecciones especiales. La Stanza della poesía también tiene una biblioteca con cientos de volúmenes en todos los idiomas.
Bárbara Garassino narradora y poeta fue la encargada de la presentación del encuentro con el poeta venezolano, y además del recital de los más recientes poemas de Pulido se hizo un conversatorio sobre poesía urbana y sobre la situación actual del país latinoamericano.
Mayela Barragán Zambrano, periodista y escritora venezolana tradujo los poemas presentados en el evento y las preguntas y respuestas que hizo el público presente en el acto. Además en el evento se presentó un documental con imágenes de Caracas, realizado por la hija del poeta, la documentalista y cineasta Victoria Pulido.


Bárbara Garassino, Mayela Barragán … Pozzani. Foto Gabriela Pulido
LA POESÍA URBANA
Pulido ha expresado, sobre poesía urbana, algunas ideas que sirven como antesala al recital: Si alguien sueña y quiere contar el sueño, busca las palabras que le den forma y sentido a lo que ha soñado.
Las palabras siempre son muy antiguas y con sólo invocarlas reproducen árboles y flores, mares y montañas, rostros y movimientos, casas y calles, sentimientos y belleza, horror y ternura. Porque las palabras son figuras poéticas llegando hasta nosotros en el río del lenguaje que viene creciendo desde la más remota antigüedad.
En Venezuela, como en la mayoría de países latinoamericanos, las palabras han tenido orígenes tan diversos como las tribus del mundo: tenemos el español y el portugués, tenemos el árabe y el antiguo africano; tenemos vocablos asiáticos, palabras italianas y lenguas aborígenes más antiguas que todo. Pero tratamos de decir las mismas cosas que todas las naciones, hablamos de los mismos sentimientos, aunque hemos vivido como edades biológicas las influencias de España, Francia y la brevedad inducida por el budismo zen a través del haikú.
Esa brevedad se ha mantenido más como envase filosófico en la poesía venezolana. Aunque cada uno de los poetas mayores ha destacado por abordar la poesía a su modo.


El poeta Claudio Pozzani leyendo en italiano los poemas de Pulido

En mi caso nunca he tratado de impedir el torrente de palabras que contiene mi mestizaje, las ganas de decir las cosas de mil maneras. Soy bolero y danzón, soy teatro y retrato, narrativa y rezo, pero sin apartarme jamás de la magia que es el síndrome de la poesía. Es un modo de vivir en inocencia, de lanzar la verdad en medio del patio de la sangre sin que duela demasiado y sin que la alegría alegre mucho.
La ciudad es mi tema porque ese es el escenario donde se mueven los seres humanos de todas las edades cargados de sueños y de sentimientos, de creencias y de miedos, pero con intensos deseos de vivir aunque a veces desprecien lo mejor de la existencia.
Un poema de Kavafis dice: “La ciudad te seguirá. Viajarás por las mismas calles. Y en los mismos barrios te harás viejo; y entre las mismas paredes irás encaneciendo”.
El ciudadano construye la ciudad; inclusive el ciudadano que jamás coloca un ladrillo, o una piedra, un cable o un tubo: todos los ciudadanos van haciendo la ciudad según sus intereses y sus ignorancias, sus conocimientos y sus sentimientos. Y al mismo tiempo, la ciudad va procreando los ciudadanos que necesita para descomponerse o embellecerse, para sublimarse o envilecerse.



  Jose Pulido y Mayela Barragan 

Hay paisajes en la ciudad que pueden marcar para siempre una vida o muchas vidas. Y cada paisaje urbano contiene otro paisaje y dentro de ese otro paisaje anidan los paisajes del alma, de la memoria, que se manifiestan en los sueños de los seres que viven, disfrutan y padecen en los recovecos de la urbe.
Lo que llaman poesía urbana es sencillamente poesía pero dedicada a interpretar el fenómeno de la ciudad y el sentir de sus habitantes que además de vivir la vida normal sueñan con otras vidas.
Voy a llamar poesía a lo que se dice con belleza, sabiduría, conciencia y misterio; a lo que se dice sin presión de intereses políticos o económicos; sin miedo a molestar o a ser rechazada; voy a llamar poesía al espíritu exigiendo verdad, al alma cantando por cantar, a la palabra orgullosa de sus orígenes y al lenguaje que nos ha convertido en seres pensantes. Voy a llamar poetas a quienes presten su existencia para que todo eso ocurra. 

Pulido leyó nueve poemas de los cuales colocamos aquí una parte.
PERDIENDO LA CIUDAD
La impotencia es un sismo de la humillación
que resquebraja el orgullo de los orígenes
de que le arrancaron la prenda de oro del alma
y se quedó pasmado
de que se llevaron la esquina
de las cervezas bordadas con espuma
pusieron una cara de policía y otra de ladrón
y él divagaba con ojos de cárcel y boca de cartera vacía
el kiosco se levantó sin periódicos y la panadería sin pan
instalaron una cara de asesino en moto
y ni siquiera se atrevió a respirar el aire
que revoloteaba alrededor del casco
esa vergüenza de preguntarle a la computadora cómo estás
esa sentencia de muerte de beisbol
porque le anularon la cercanía
de familiares, amigos y estadios
y es que todos se quedaron tirados en el camino
destartalados en el destartalamiento
rompieron los bombillos del oscurecer
y la jarra de jugo de naranja del amanecer
Es algo de impotencia como si la sangre pujara
de sentir terror ante los asesinos de la realidad
los verdaderos, los que te salpican de saliva
Una impotencia de que ya no pueda
tener a pocos pasos la montaña sagrada
que pinta su arco iris con una marea de hierba
y los pájaros del siglo pasado cantan con los de este siglo

Lanza en carrera la desesperanza de su cuerpo
se enturbia en el desbalance del borde de los lados
resbalando en el miedo alcanza el autobús
se cuelga de la puerta las barrigas los sobacos las mochilas
¿quién está manejando?
¿quién es ese que no puede rezar mentalmente

y sobresale como bandera a medio izar
en la única puerta del infierno?

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ALLÁ VA MI SANGRE
Tengo que ponerme cómodo después de los balazos
allá va mi sangre con su porción de Guaicaipuro
dibujando caminos en el asfalto de la carretera
mi sangre de Etiopía y de Burundi
abrumada de hormigas que ya quieren saborear
lo que haya de Castilla en este anémico orgullo quijotesco
Se me han venido en avalancha los soldados de siempre
aquellos que cumplen ordenes de matar a los civiles
y también se me han encimado los que cargan su placer matarife
antes que dijera hola: ¿cómo está? ¿qué hay de la familia?
me mataron porque jalar un gatillo es mil veces más fácil que pelar mandarinas
Nunca han sembrado una caña de azúcar una mata de frijoles
unos tímidos tomates
han matado al indio que había en mí, al africano musical y embrujado
han abierto un hueco de este tamaño en mi pecho español
en todo lo revuelto de mis carnes algo bueno tenía
cuando soñaba era muy independiente y corajudo
alguna vez fui romántico y tuve gestos de bondad
y entonces llega este tan parecido a mí y jala su gatillo de mandarina negra
podíamos ser vecinos o amigos
hemos podido ser cuñados el uno con el otro
pero ni modo: esos tipos no saben sembrar más nada sino muerte
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LA VIEJA CASA
Bendito Dios.
El tiempo con sus mohos florecidos
tumbas de fuentes rotas bajo los pajonales
las miserias de los amores resquebrajados
ella y los patios macerados con sus pies de niña
los juegos ya tan lisos cara y sello
desgastada memoria ya tan lisa
abraza el frescor de zaguanes santificados
y huele a muñecas de trapo
pero ya no hay nada para su cuerpo arder.
Le gustaría atormentarse con las plumas blancas, verdes,
rojas amarillas
y que el gallo en perfecto abanico pretencioso
la mire y que la esté mirando
con sus ojos de infierno cuando salte
y se quede en el filo de una cerca. Y si canta que cante.

EN LOS MERCADOS DE LAS ANSIAS
Es como escuchar la confesión de una época
entrar al torrente de los mercados callejeros
que son el presente imitando la belleza y la riqueza
del pasado y del futuro
las nuevas esclavitudes asiáticas
soplando el cuerno de la abundancia occidental
madre: he ahí tu suéter.
Suéter: levántate y anda
estampidas de ancianas y de ancianos,

de mujeres maduras y de muchachas telefoneadas
que meten sus manos en los tarantines de las rebajas
delicadas garras pescando salmones
Hago alusión a la viejísima Europa donde los ciudadanos
están cansados de lo que tienen y desean perderlo
como una virginidad que se quedó olvidada
en el himen de un vino
Claro que no estoy hablando de mi país
allá solo puedes comprar conciencias
allá los ancianos deambulan con la esperanza
de que no los asesinen bruscamente en la soledad del apartamento
o en la colectividad del autobús
allá dicen que lo más seguro es la muerte
pero la inseguridad también acaba con la vida todos los santos días
¿y por qué son santos?
Porque te crucifican, porque te arrodillan
porque te hacen ayunar y vomitar lo ayunado
porque tienes que poner las dos mejillas
porque cualquiera te encarcela y tortura
porque cualquiera te secuestra y te despelleja
y hay que agradecer que no te maten
“gracias porque solo violaron a la nena”
!ah! los santos días son santos
porque los demonios bailan y se burlan encima de los muertos
y los días son santos sepulcros porque no protestan:
mueren y los sepultan, mueren y los entierran,
mueren y amanecen con los brazos abiertos
esperando a la soldadesca de los clavos


 Cinco poemas

JUANDEMARO QUERALES

Cuando creí todo perdido
y alzaba la bandera blanca
en señal de rendición
llegaste tú con la caballería
lanzándome una corona de laurel
Flor de Lis
símbolo de la realeza europea.



Flor del pantano
las más hermosas
como dijo el gran Darío
Estandarte del reino íbero
encomendados al apóstol Santiago
vencedores del Islam
enterradores de deidades astrales
sacerdotes de obsidiana
degolladores de doncellas
del Zipa de Hunza y Sogamoso
Flor de Lis
que junto con la cruz
sometiste al aborigen y al negro de hollín
y a mi falascha de Etiopía y Sudán.



Flor de Lis que engalana

nuestros ventanales y portales
celosías de pueblos de tierra llana
y cordilleras
que vieron pasar
revolucionarios
montoneras
Ribas, Boves y Martín Espinoza
nadie ha cumplido
el Decreto del Libertador Presidente
mi nación sigue enarbolando
la enseña de Hamburgo y Borbones
tú la estampas en paredes
estantes con libros
y en tu cadera hermosa
del ave fénix.



Hermosa mestiza
Flor de Lis rodeada por hojas de café y caña
digna descendiente
de doña Inés de Hinojosa y su sobrina juanita
estirpe venezolana
que durante el siglo XVI
subvirtieron el orden colonial
en la Presidencia del Nuevo Reino de Granada
ellas y los marañones de Lope de Aguirre
hicieron mover a la espada y la mitra
para condenarte por alborotadores
en aquellos lejanos días de la aurora Americana
yo soy el cuarto Pedro
del uxoricidio
quiero morir ahorcado en mi ceiba blanca
por tu amor enloquecedor.

Flor de Lis de los tiempos aurorales
de la República
soy águila bicéfala
proveniente en línea recta
de Bizancio y Trebisonda
con el Príncipe Teodoro Lascarais Comnenos
quiero reinar en tu imaginario
tiranizar el reino ideal de Carohana
practicar la antropofagia en tu cuerpo dorado
soslayar los sistemas simbólicos
de Grecia y la eterna Roma
ser tu príncipe caquetío
recorrer en un chinchorro
los linderos del reino Bantú Jirajara
bicuyes y agave claro
y tú espartana
sólo esperas por mi regreso
de mi periplo por el Helesponto
con la mente fija en Ítaca.


 Guarida de los poetas - Los heliotropos de Rimbaud
  



Los heliotropos de Rimbaud, 

¿a quién estarán concediendo 
su aquiescencia ahora?

(lacl, contracorrientes, sentencias en incertidumbre. bid&co editor, Caracas, 2006 - 2013)
…..
Ya son más de 58800 noches las que cruzaron los sueños de los hombres desde el día en que viniera al mundo ese retoño, un infante, a enceguecer a todos con la palabra encendida. En su memoria venimos a dejar una mañana cualquiera.
Esa iluminación temprana del mirar infante es parte del prodigio con que venimos signados al mundo. Y una fatal desobediencia nos invita, constante, a dejar los caminos verdes y restarle aire a nuestras almas. Invoquemos a los hados buenos para defender lo infante y, aquí o allá, alzar una ciudad amurallada en el espíritu que proteja los retoños...
(lacl, 22 de octubre de 2015)

Mañana, Arthur Rimbaud
¿No tuve alguna vez una juventud amable, heroica, fabulosa, digna de ser escrita en hojas de oro? - ¡demasiadas posibilidades! ¿Debido a qué crimen, debido a qué error, merecí mi actual debilidad? Vosotros que pretendéis que los animales lanzan sollozos de dolor, que los enfermos desesperan, que los muertos tienen pesadillas, tratad de relatar mi caída y mi sueño. Tampoco yo puedo explicarme mejor que mi mendigo con sus continuos Pater y Ave María. ¡Ya no sé hablar!
       Sin embargo, hoy, creo haber terminado la narración de mi infierno. Era sin duda el infierno; el antiguo, aquel cuyas puertas abrió el hijo del hombre.
       En el mismo desierto, en la misma noche, siempre mis ojos cansados despiertan con la estrella de plata, siempre, sin que se conmuevan los Reyes de la vida, los tres magos, el corazón, el alma, el espíritu. ¡Cuándo iremos, más allá de las playas y los montes, a saludar el nacimiento del trabajo nuevo, la sabiduría nueva, la huida de los tiranos y de los demonios, el fin de la superstición, a adorar -¡los primeros!- la Navidad sobre la tierra!
       ¡El canto de los cielos, la marcha de los pueblos! Esclavos, no maldigamos la vida.
(Une Saison en Enfer, 1873.)
Traducción de Raúl Gustavo Aguirre






Ma bohème, Arthur Rimbaud chanté par Léo Ferré
https://www.youtube.com/watch?v=-7ELFr8cBYU 
Léo Ferré chante Arthur Rimbaud / On n'est pas sérieux quand on a dix-sept ans
https://www.youtube.com/watch?v=8xiXfLXtsT4 
Les assis - Arthur Rimbaud. Léo Ferré chante les poètes.



 LA MARCHA DEL CORAZÓN
Yameli Urbina

Se alejó el corazón de sus orillas
para navegar en mares más profundos
sentía en cada ola sin fin latir un mundo
y en el viento la voz de la conciencia 
Ama el corazón con tanta fuerza
odia el corazón con la misma invertida
y en cada paso busca la vida
cree el corazón siempre  conseguirla
Buscaba el corazón saciar su sed
pero en ese instante no lo sabía
se desbocaba el corazón en cada,esquina
buscando agua en la tierra y en la brisa
Se equivocó el corazón de tal manera
que entre los laberintos de la razón se perdería
creyó el corazón en alguien que quería 
y recibió un circo de traición y de mentiras 
Se llenó.el corazón de tanta alegría 
al ver los ojos de aquel a quien amaba
y en cada sol y  cada luna lo sentía
y hasta su.mismo aire respiraba 
El corazón de ternura y de pasión 
se viste y se desviste cada día 
buscando entre los ojos de la brisa
recordando los besos y caricias 
El corazón dibujó la realidad de sueños 

tejidos con hilos de la fantasía 
llenándose de amor sonrisas y alegrías
se desbordó en el corazón tanto alborozo
dejando atrás toda su melancolía 
Con un poco de encanto y de alquimia 
como un mago viajó por otros mundos
sigue buscando el corazón hoy la mirada
que entre tiempo y la distancia ha perdido
AUTORA Yameli Urbina.




Silencio …a Nelly
El silencio
Decir lo indescifrable
Marcar lo ignoto de tu Amor.
Sepultar
Los falsos recuerdos
Arribar a la infinitud de tu mirada.
Caminar en el lomo de la navaja
Buscando lo ya encontrado
Tu acertijo de la vida.
Margaritas volanderas
Denotan sapiencia en el andar
Mesurado de tu piel.
Decirte cuanto te amo
Ojos zahorí
Boca mustia.
Encontrando en mí la pasión
De ignorar tu mirada
Misoña en el amanecer del silencio.
Mirada que se pierde en el tiempo
Nocturnales de caracoles rotos
Por tu pérfida ilusión.
Una noche encuéntrote soñolienta
Esperándome solitaria
En la desnudez de tu piel.
Silencio nocturnal
Me llamas en tus armas
Quietud del corazón. 

Pedro J. Lozada Sira
Julio 6/2018


 Tres de los poemas que leí anoche en Zoagli, Castello Canevaro

José Pulido está en  Zoagli  con Claudio Pozzani.
Tres de los poemas que leí anoche en Zoagli, Castello Canevaro. Estuve leyendo mis temas en compañía de los poetas Bárbara Garassino y Claudio Pozzani, en un recital organizado en homenaje al desaparecido músico y compositor inglés Greg Lake. También estuvo presente leyendo en italiano uno de mis poemas, la periodista y escritora Mayela Barragán, quien ha constituido un valioso respaldo para Armando y para mi.
Mis lecturas se desarrollaron con fluidez y sin desencantos gracias a las traducciones hechas por Mayela Barragán; a dos maravillosas intelectuales: Mirian Gutiérrez Sarpe y Maria Gabriella Sarpe, quienes contaron con la revisión de uno de los más destacados periodistas culturales de Italia: Roberto Campagnano. Tuve dos traductores-asesores también de lujo: Victoria Pulido Simme y Antonio Campanale. Ya he terminado con el compromiso sabroso de participar con Armando Rojas Guardia y varias decenas de poetas de todo el mundo, en el Festival Internacional de Poesía de Génova. Agradecido por el apoyo de ustedes, mis amigos de siempre y de ahora. Y perdonen tanta información personal, pero la cosa iba un poco por esos derroteros: que supieran de Armando y de este servidor. 

LAS PALABRAS QUE SABEMOS
Hay una palabra para intimar con el paisaje
que jamás ha existido como un todo
se pronuncia con hastío longevo de alfombra de hotel
hasta que un graznido choque contra la ventana
Hay una palabra para zambullirse en el agua meritoria
que nadie ha puesto en una alberca
se imita una boca de pez haciendo promesas
y se aceptará que la natación es saludable para las escamas
Hay una palabra que consigue el perdón para cada pasado 
sin tener que visitar iglesias doradas o sombrías 
se murmura al ritmo del pulso y comienzan a desangrarse las muñecas
en la bañera tan románticamente untada de moho
Hay una palabra para que el amor se desate inmediatamente
y arrase con todo el andamiaje de quien la pronuncie
basta poner los labios en forma de sal de la salina rajada
y se suda y se hiere y se derrite la casa y sobre las heridas corre el agua
Hay una palabra que inutiliza las noches solitarias 
se aprietan los dientes mordiendo el whisky para no gritar
y en el terreno baldío de los caballitos y el algodón de azúcar
se irán por la tangente del bostezo las estrellas de la mañana. 

ALLÁ VA MI SANGRE
Tengo que ponerme cómodo después de los balazos
allá va mi sangre con su porción de Guaicaipuro

dibujando caminos en el asfalto de la carretera
mi sangre de Etiopía y de Burundi
abrumada de hormigas que ya quieren saborear
lo que haya de Castilla en este anémico orgullo quijotesco
Se me han venido en avalancha los soldados de siempre
aquellos que cumplen ordenes de matar a los civiles
y también se me han encimado los que cargan su placer matarife
antes que dijera hola: ¿cómo está? ¿qué hay de la familia?
me mataron porque jalar un gatillo es mil veces más fácil que pelar mandarinas
Nunca han sembrado una caña de azúcar una mata de frijoles
unos tímidos tomates
han matado al indio que había en mí, al africano musical y embrujado
han abierto un hueco de este tamaño en mi pecho español
en todo lo revuelto de mis carnes algo bueno tenía
cuando soñaba era muy independiente y corajudo
alguna vez fui romántico y tuve gestos de bondad
y entonces llega este tan parecido a mí y jala su gatillo de mandarina negra
podíamos ser vecinos o amigos
hemos podido ser cuñados el uno con el otro
pero ni modo: esos tipos no saben sembrar más nada sino muerte. 

EDIPO
Si te ataca un belicoso guerrero viejo
cuando aún no te has conocido a ti mismo
capta bien su cara antes de matarlo
Si tienes que salvar a una ciudad
develando las metáforas de una esfinge
detalla minuciosamente
el rostro de la reina que te va a premiar
Antes de vaciar tus ojos de culpable adolorido
observa por última vez esas pupilas
solo tu madre ha estado más cerca que el espejo.


 REVISTA CAROHANA JULIO-AGOSTO 2018 ---------------------------------------------------------------------------------